Francia: una situación marcada por la campaña electoral

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2021
Diciembre de 2021

La burguesía tiene motivos para estar satisfecha con el mandato de Macron. Con su mayoría parlamentaria, aplicó la política que había prometido y asumió la prueba del fuego. La muy popular movilización de los “chalecos amarillos” no desembocó en una crisis política importante ni puso en peligro el orden burgués. Hasta la utilizó Macron para completar las armas autoritarias del Estado. También consiguió gestionar la crisis sanitaria y los confinamientos sucesivos sin que la gran burguesía tenga que pagar por ello.

Con los ERTE y el pago de los paros por el Estado, que se nos presentó como una ayuda a los trabajadores, en realidad se garantizó a la patronal la conservación de su mano de obra. Eliminación del impuesto de fortunas, ventajas fiscales, planes de recuperación y ayudas diversas a la inversión: la gran burguesía puede agradecerle a Macron su trabajo. Y ¿cómo no? Las ganancias ya alcanzan récords y las perspectivas son aún mejores.

Macron fue capaz de utilizar la epidemia de Covid para crear un sentimiento de unión nacional en torno a él y su gobierno. Dejó abiertas las arcas públicas para comerciantes y patrones de la restauración con el fin de compensar las pérdidas debidas a los confinamientos, toque de alarma y cierres. Después de trasvasar a su partido los votos socialistas en 2017, dio garantías políticas a la derecha, con la elección de sus jefes de gobierno en esa familia política, el nombramiento de Darmanin como ministro del Interior y Le Maire como el de Economía, y una ley destinada a luchar supuestamente contra el islamismo integrista. Hizo más, y después de su discurso en la tele el 9 de noviembre, hasta el diario de derechas Le Figaro tituló el análisis del discurso “Rumbo a la derecha con vistas a 2022” (año de elecciones). Pueden cambiar muchas cosas de aquí al próximo mes de abril, pero Macron lidera los sondeos de la primera vuelta y, para la segunda vuelta, sale primero sea cual sea el adversario.

El principio de la campaña viene marcado por el surgimiento de Zemmour. Inspirado por la jugada política de Macron para con la izquierda en 2017, Zemmour procura reproducir su operación con la derecha y la extrema derecha. El fracaso de Marine Le Pen en 2017 así como la derechización de la vida política, confirmada por el éxito del polemista en la cadena CNews, lo han reforzado en su proyecto de unificación de las derechas “duras” – un proyecto que vienen defendiendo tanto Marion Marechal (sobrina de Le Pen) y Robert Menard.

Aunque no se haya declarado candidato todavía, Zemmour tiene éxito en los sondeos: en torno al 15% de los votos, lo cual acaba de convencerlo de probar suerte. Según los sondeos, Zemmour podría recoger la cuarta parte de los votantes a Fillon en 2017. La corriente cristiana tradicionalista que se movilizó contra el matrimonio homosexual y la reproducción asistida para todas las mujeres lo considera un héroe. Algunos jefes locales de los Republicanos (la derecha clásica) ya se han metido con su partido porque han aplaudido y difundido tal o cual frase de Zemmour sobre el islam, Pétain (el jefe de Estado cuando la colaboración con los nazis) o sobre las mujeres. Ciotti, un candidato a las primarias de la derecha, afirmó que en caso de una segunda vuelta entre Macron y Zemmour, le votaría al segundo.

Al contrario de Marine Le Pen, aislada de los caciques de la derecha y sus redes entre la patronal, Zemmour sí tiene relaciones en el partido republicano y en los círculos del poder. Prueba de ello, el pedigrí de su directora de campaña. Sarah Knafo, ex estudiante de Ciencias Políticas en París y la ENA (escuela superior de administración), miembro del Tribunal de Cuentas, con relaciones entre la derecha y el Partido socialista, podría muy bien pertenecer al entorno de Macron, Barnier o Pecresse (candidatos de la derecha). Las otras personas cercanas a Zemmour son de la misma clase, banqueros, patrones y ex militantes de derechas. Es de recordar también que, a pesar de dos condenas por racismo, Zemmour lleva años escribiendo con frecuencia editoriales en el diario Le Figaro, propiedad del multimillonario Dassault. Otra prueba de que el “cordón sanitario” que Chirac había impuesto contra Le Pen y los nostálgicos de Pétain o de la Argelia colonial era politiquero y artificial.

Por el momento, ningún candidato posible de los Republicanos es capaz de llegar a la segunda vuelta. Los sondeos sólo en parte reflejan las intenciones de voto, si es que las reflejan. Pero Xavier Bertrand llegaría como mucho al 10% de los votos. Y no se trata solamente de un retraso en el inicio de la campaña. La derecha se encuentra atrapada entre Macron, por un lado, y Zemmour por el otro. Cuando Macron conquistó a los votantes del centro, con el apoyo de tránsfugos – los ministros François Bayrou, Edouard Philippe, Bruno Le Maire y Gerald Darmanin – la extrema derecha de Zemmour le gusta a la parte tradicionalista, incluso racista, de los votantes de derechas. Sin embargo, la derecha clásica mantiene una red de representantes electos y notables que pueden ayudarla a remontar.

Entre Marine Le Pen y Zemmour se ha declarado la guerra, por ahora. Los más racistas y xenófobos entre los lepenistas son seducidos por las ocurrencias obsesivas y sin desenfrenadas de Zemmour contra los musulmanes y la inmigración. Además, su candidata ya perdió la elección presidencial dos veces. Lleva muchos años en la vida política y se viene institucionalizando, parte voluntariamente, con lo cual va perdiendo su aspecto escandaloso y antisistema. Nada más que con su personalidad, Zemmour representa una oferta política nueva, capaz de crear el entusiasmo que ya no pueden suscitar la derecha o Le Pen.

Por ahora, Zemmour no busca dirigirse especialmente a los votantes de clases populares. Aparte de la muy demagógica promesa de eliminar el carné de puntos, no ha propuesto ninguna medida que corresponda a las necesidades de los trabajadores. Su programa “social” se inspira en el de Sarkozy en 2007, o el de Fillon en 2017: “Para cobrar más, hay que trabajar más”.

¿Puede basándose en sus ataques contra los inmigrantes llegar a hacerse un hueco entre los más pobres y desorientados de los votantes de clase popular, y superar a Marine Le Pen? ¿Cómo va a evolucionar la pelea entre Le Pen y Zemmour? ¿Desembocará en la desaparición de uno u otro, o bien en una doble candidatura? Nadie lo sabe. Es verdad que la segunda hipótesis puede acabar con la ambición de ambos de llegar a la segunda vuelta; pero, lejos de reducir la cuota de votos de la extrema derecha, la presencia de un segundo candidato la incrementa.

La extrema derecha ya pesa en toda la campaña electoral: todos los candidatos de derechas, e incluso a veces los de izquierdas, recuperan propuestas de Zemmour o Le Pen. Así pues, Montebourg, que hace unos años era la izquierda del PS, prometió bloquear las transferencias de dinero de los inmigrados hacia su familia en países que no acogen con buena voluntad a sus nacionales expulsados de Francia – tuvo que retroceder. El soberanismo, ya sea “de izquierdas”, lleva directamente a las cloacas de la extrema derecha.

El peso de la extrema derecha es fuente de inquietud (y con razón) por parte de los trabajadores inmigrados, así como entre los medios de izquierdas. Entre los que gritan al fascismo, muchos piensan ahora que el peligro viene de Zemmour. Nada permite suponer que el entusiasmo en torno a Zemmour sea muy diferente del en torno a Le Pen. Por supuesto el lenguaje de Zemmour, violento y provocador, alcanza a los identitarios activistas. Puede reforzar a los nostálgicos de los métodos fascistas, a quienes sueñan con arreglarles las cuentas a los inmigrantes, y plantarles cara a la izquierda y las organizaciones obreras. Sin embargo, para que se impongan sus métodos, sería necesaria una radicalización social que llevaría a las categorías pequeñoburguesas a movilizarse, hasta con violencia. Aún no estamos en esa situación.

La expresión desenfrenada de las ideas reaccionarias puede ser una etapa en el refuerzo de los núcleos activistas de ultraderecha. Las peleas y las batidas de fachas rapados contra militantes de izquierdas, antifascistas o anarquistas, o contra sus locales, son por ahora una cosa rara, pero podrían multiplicarse, así como las demostraciones de los identitarios contra los migrantes. Sin llegar a ser un movimiento fascista, ya sería un peligro grave para el movimiento obrero y los trabajadores.

La demagogia de la ultraderecha es un veneno de los más peligrosos para los trabajadores. Pero el antídoto no lo tienen los políticos que con su política de clase le han preparado el terreno a la extrema derecha. El remedio está en la capacidad de la clase obrera de volver a luchar por sus intereses de clase. Está en la conciencia de los trabajadores que sólo ellos pueden cambiar su suerte luchando contra la gran patronal, e incluso tienen como perspectiva política el cambio radical de la sociedad.

A pesar de sus intentos de jugadas mediáticas, los partidos de la izquierda gubernamental parecen fuera de juego. Melenchon, con sus 7 millones de votos (el 19,58%) en la elección presidencial de 2017, pensó que lanzándose primero a la carrera se impondría como el candidato de la izquierda. Pero los ecologistas van con confianza debido a sus resultados en las elecciones europeas de 2019 y sobre todo en las municipales de 2020; y el Partido Socialista, tras su derrota en 2017, se ha mantenido en los ayuntamientos y regiones, y no está dispuesto a desaparecer. En cuanto a los comunistas, están divididos sobre qué estrategia adoptar contra la lenta pérdida de influencia, pero han decidido presentar a su candidato Fabien Roussel, en vez de hacerle el trabajo una vez más a Melenchon.

Entre los votantes de izquierdas hay quienes lamentan la incapacidad para unirse. Pero, de momento, la pérdida de votos de la izquierda afecta a todos sus candidatos. El menos impopular, Melenchon, no pasa del 10% de los votos en los sondeos, y todos juntos no llegan al 30%. La situación puede cambiar, claro, pero cinco años después de que se acabara la desastrosa presidencia de Hollande, la izquierda gubernamental está encalmada, y parece fuera de juego en la carrera hacia el Eliseo (palacio presidencial).

Toda la izquierda sigue pagando el precio de sus traiciones cuando estuvo en el poder. Con razón han llegado muchos votantes a la conclusión de que Macron, el PS, los verdes, es todo lo mismo, puesto que han gobernado juntos. El Partido Comunista no sale ileso puesto que él también gobernó con los socialistas, y muchas veces les aportó los votos obreros. Hasta el partido de Melenchon se ve impactado indirectamente, aunque haya insistido en su oposición a la política de Hollande.

La izquierda padece de la abstención, claro está, pero igualmente de la derechización de la vida política que favorece el rechazo a los migrantes, a los musulmanes o a quienes viven de subsidios públicos, así como las peticiones de más autoridad, más represión, más policía. Esa presión llevó a que Fabien Roussel, Yannick Jadot (ecologista) y los responsables socialistas participaran el pasado mes de junio en una concentración organizada por los sindicatos de policía, con el lema de que “los jueces no hacen lo suyo contra los delincuentes”. Todos insisten por que se controle los “flujos migratorios”. Lejos de combatir la evolución hacia ideas cada día más reaccionarias, la acompañan y la favorecen.

Todos los candidatos de la izquierda desean demostrar su responsabilidad para con la burguesía y el orden social, hacer propuestas realistas. Jadot (lo verdes) rinde homenaje a la economía capitalista y promueve la reindustrialización “ecológica y social”. Melenchon y Roussel (PC) discrepan en el tema de la energía nuclear, pero siempre en el marco de una economía de mercado. Sus propuestas para los trabajadores también son “responsables”: Melenchon propone un salario mínimo de 1.400 euros – ¡como si fuera posible vivir correctamente con tan poco dinero!

Visto lo visto y las relaciones de fuerzas electorales, es posible que la izquierda vuelva a perder parte de sus votantes en beneficio de Macron, en nombre del “voto útil” contra Zemmour. Ya va subiendo la presión. Si bien la segunda vuelta de la elección presidencial de 2017 vio una subida de las abstenciones, no quita que muchos votantes del Partido Socialista, los Verdes o Melenchon votaron a Macron. Si crece el temor a la extrema derecha, puede que todos aquellos voten a Macron desde la primera vuelta.

El desgaste de los políticos, incluso aquellos que nunca han gobernado, la ausencia de una confianza para con el mundo político, el surgimiento de candidatos imprevistos, son señales de la inestabilidad política. Cada día más sensible a los demagogos de extrema derecha, el sistema político burgués va andando sólo sobre la pierna derecha.

La pierna izquierda eran los partidos implantados en la clase obrera, como por ejemplo el Partido Comunista; fue decisiva en el salvamento del orden burgués cuando las sacudidas sociales masivas, por ejemplo, el movimiento de mayo y junio del 68, y más aún la huelga general con ocupaciones de fábricas en 1936. Durante décadas, la izquierda desempeñó un papel de válvula electoral. Cuando la derecha se desacreditaba en el poder, podía ser sustituida por el personal político de izquierdas, el cual ya antes había dado pruebas de buena voluntad a la burguesía. Una vez desgastada la izquierda en el poder, la derecha podía volver, como pasó en 1986, 1993, o en 2002.

La sucesión de izquierda y derecha garantizó durante décadas la estabilidad política que le venía bien a la burguesía. Mientras el crecimiento económico movía hacia arriba las expectativas de ganancias para los capitalistas, los gobiernos de izquierdas podían conceder alguna que otra ventaja para el mundo laboral. Sin cambiar fundamentalmente la vida de los explotados, las concesiones alimentaban la ilusión de que la izquierda estaba del lado de los trabajadores.

Este juego politiquero se frenó cuando, frente a la crisis económica y la intensificación de la competencia, las exigencias de la patronal se endurecieron. La gran patronal dejó de otorgar un margen de acción a la izquierda en el poder. Fuera cual fuese el color político del gobierno, las clases populares afrontaban una misma ofensiva antiobrera. El Partido Socialista y el PC progresivamente perdieron a sus votantes.

El bipartidismo tradicional se tambaleó primero en 2002, cuando Jospin (Primer ministro socialista) ni siquiera llegó a la segunda vuelta, en la cual se opusieron Jean-Marie Le Pen y Chirac. El punto final vino en 2017, cuando no alcanzó la segunda vuelta ningún representante de los dos partidos clásicos, abandonando Hollande ya en la primera vuelta y enredándose Fillon en el escándalo de empleo ficticio. La llegada al poder de Macron no era el síntoma de una renovación política sino el fruto del descrédito de la izquierda, de la desaparición de una base para una política reformista que pueda aportar alguna que otra ventaja a los trabajadores – o sea ante todo a la burocracia sindical. El problema de la creciente inestabilidad política del sistema parlamentario burgués queda sin resolver.

El surgimiento de Zemmour en este nuevo juego no trae ninguna solución. Zemmour goza del apoyo de Bollore, multimillonario cuyo canal de televisión CNews parece apostar por lo mismo que hizo FoxNews en los Estados Unidos, cuando difundió las mentiras y groserías de Trump. El desfase entre la prosperidad de la burguesía y las dificultades de las clases populares es tan inmenso que cualquier tipo de distracción es oportuno. Pero la burguesía necesita demasiado de la mano de obra inmigrada para que los delirios de Zemmour sobre la “remigración” o expulsión de “dos millones de extranjeros” se impongan en el poder. La crisis política procedente de movilizaciones sociales es un peligro permanente para el orden burgués. La patronal no busca a un candidato para desencadenar dicha crisis, sino para evitarla y sortearla.

Al igual que Le Pen, a pesar de sus esfuerzos por normalizarse y revisar su programa sobre la Unión Europea, Zemmour no tiene las cualidades que se requieren para ser un buen candidato a ojos de la burguesía. Ésta prefiere entregarle el poder del Estado a un personal político conocido, del cual se fía porque los ha visto trabajar, como Macron o uno de los distintos candidatos de la derecha. El hecho de que el insignificante Barnier sea uno de los favoritos entre los Republicanos señala que la burguesía está dispuesta a conformarse con un gerente tranquilo, tal y como la burguesía estadounidense que encontró el suyo con Biden. La democracia burguesa hace posible que salga de las urnas un Trump en vez de un Biden.

Mientras la clase obrera aguanta la situación sin reaccionar, la burguesía escoge a los servidores que se presentan. El juego politiquero sigue siendo un juego de sombras. Con la subida de la abstención, el descrédito de los partidos y todo el sistema político, con la impotencia de quienes pretenden estar en el poder, las evoluciones decisivas no se producen en el terreno electoral.

Es verdad que la inestabilidad de ese juego de sombras no pone en peligro el poder de la burguesía y su orden social, pero se trata de una debilidad más. El peligro principal para ellos es el despertar de la clase obrera. Cuando dijo: “Me temo que la desigualdad sobrepase lo que era durante la edad de oro del capitalismo y llegue a suscitar la edad de la ira”, Christine Lagarde, entonces directora del FMI, expresó en 2018 una idea propia de muchos burgueses. A fin de cuentas, el futuro depende ante todo de la evolución de la crisis y sus consecuencias sobre el mundo laboral, su combatividad y conciencia.

Para los trabajadores, no habrá sorpresa. En el tema electoral, el proletariado no puede ganar. Sólo puede ganar en el terreno de las luchas. Nadie sabe cuándo ni cómo la rabia de las clases populares superará la actitud expectante y el miedo, pero sí están por delante esas reacciones. Ya sea con el alza de los precios, los bajos sueldos y pensiones, o la decadencia de los hospitales, sobran los motivos.

Nuestro objetivo en esta campaña es llamar a un voto de clase y de conciencia obrera para que los trabajadores se preparen a las luchas por venir. Nuestros modestos resultados en las elecciones regionales han demostrado que una organización militante puede, en una situación contraria, alcanzar a una pequeña parte del mundo obrero. Participamos en el combate político por que se afirme un bando, con una política y un programa, con perspectivas propias, opuestas a las de la patronal y sus servidores políticos. Mientras que algunos quieren mover su campaña en torno a la identidad nacional (o incluso “gala”), elegimos tema de campaña la identidad de trabajador y explotado, los intereses políticos y las luchas que derivan de ello.

Para los revolucionarios, los buenos resultados electorales sólo pueden seguir o anticipar un repunte de combatividad y una toma de conciencia del mundo obrero. Más que a nuestra campaña, nuestros resultados se deberán al estado de ánimo de la clase obrera. El estado de ánimo no depende de nosotros. Lo que sí depende de nosotros es aprovechar la campaña, en este periodo de ideas reaccionarias desenfrenadas, para avanzar en la construcción del partido del que necesita el mundo del trabajo.

Nuestra campaña tiene como objetivo no sólo expresar ideas, sino agrupar a quienes las comparten. Lo cual supone hacer que esta campaña sea la suya. Se entiende su participación activa para propagar las ideas, por supuesto, pero también un esfuerzo para que se las apropien, las integren.

La campaña electoral plantea una multitud de problemas más o menos claramente, sobre el funcionamiento de la sociedad y las relaciones entre las distintas clases sociales. Es necesario que los que se consideran “en el bando de los trabajadores” se convenzan en la campaña de que nuestra perspectiva, o sea el derrocamiento del poder político de la burguesía, supone una política coherente. En este sentido la campaña electoral puede ser un pequeño paso adelante en la reconstrucción de un partido comunista revolucionario.

11 de noviembre de 2021