Crisis, guerras y nuevas alianzas

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2025
Diciembre de 2025

Ninguna de las dos mayores guerras en la actualidad ha encontrado un inicio de solución en el año transcurrido.

La guerra en Ucrania

A pesar de la agitación desordenada de Trump y su encuentro con Putin en Alaska, la guerra sigue librándose entre Rusia y Ucrania con respaldo de la OTAN. Es una catástrofe para ambos pueblos, ya por su duración y las consecuencias directas: un número de muertos por encima de las decenas de miles en ambos bandos; el incremento del número de heridos y minusválidos, así como las destrucciones de edificios e infraestructuras. Luego las consecuencias indirectas: la caída de la producción en las zonas de combate y las zonas bombardeadas; la economía de guerra, el exilio para millones de personas, tanto del lado ucraniano como del lado ruso.

Ni Putin ni las potencias imperialistas agrupadas en la OTAN tienen prisa por acabar con la guerra.

Durante la guerra, sin embargo, hay negocios. Tras la cortina de humo de las operaciones militares, cambian de propietario un montón de tierras agrícolas, fábricas (las que siguen sin destruir), minas, bancos... y en general, los nuevos dueños son occidentales.

Al terminar la guerra, cuyo fin se pospone permanentemente, el Estado ucraniano, o lo que quede de su soberanía, quedará endeudado hasta el cuello. Según el diario Le Monde (11 de julio de 2025), el coste de la reconstrucción del país en la próxima década se evalúa en torno a 524.000 millones de dólares. La parte del territorio que siga controlando jurídicamente dependerá totalmente del imperialismo y sus capitales.

Contra la unión nacional

En nuestro congreso 2022, bajo el título "La guerra en Ucrania, una etapa fundamental en la escalada hacia la tercera guerra mundial", nosotros ubicamos este conflicto en el contexto de generalización de las guerras.

Entonces resumimos en la moción que viene abajo la política que proponíamos a los trabajadores conscientes: "La guerra en Ucrania entre las potencias imperialistas de la OTAN y Rusia, con la piel del pueblo ucraniano, pero también del pueblo ruso, amenaza al mundo entero con una deflagración generalizada. [...]

Para evitar la guerra, los pueblos no pueden contar con la burguesía imperialista, sus políticos y sus estados mayores que, por el contrario, preparan metódicamente la conflagración general mediante la acumulación de armas y el sometimiento de las poblaciones. Los trabajadores tendrán que oponerse a la guerra con sus medios y sus armas de clase, con la perspectiva de transformar la guerra en una guerra civil contra la burguesía.

Los trabajadores conscientes deben rechazar el mecanismo de guerra que se está poniendo en marcha. Deben rechazar cualquier forma de unión sagrada detrás de su burguesía y del Estado que defiende sus intereses. Deben desconfiar de toda la falsa propaganda de la clase dominante, empezando por la defensa de la patria, cuando detrás de estas palabras sólo se esconden los intereses de la clase capitalista y de los más ricos."

Y nuestra moción de precisar a partir de diciembre de 2022:

"En lo que respecta a la guerra que ya se libra en Europa, los trabajadores no tienen por qué tomar partido ni por la Rusia de Putin ni por la Ucrania de Zelensky, bajo la protección de las potencias imperialistas. Deben rechazar a todos los clanes políticos de la burguesía imperialista, tanto a los que hablan abiertamente un lenguaje belicista como a los que dicen trabajar por la paz mediante negociaciones. A los trabajadores les interesa hacer suya la consigna del revolucionario alemán Karl Liebknecht: "El enemigo principal está en nuestro propio país", aquí en Francia, en Rusia, en Ucrania y dondequiera que las masas estén preocupadas por los preparativos de una guerra generalizada.

Sólo el derrocamiento del poder de la burguesía y de la dominación del imperialismo sobre el mundo puede conjurar la amenaza de una guerra mundial, asegurar las relaciones fraternales entre los pueblos y crear las condiciones para su colaboración en pro del bien común de la humanidad."

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Ya antes de que Putin pueda echar mano de la parte más o menos rusoparlante de Ucrania, Trump aprovechó el debilitamiento del Kremlin para hacer de "padrino" de una paz entre dos ex repúblicas soviéticas, Armenia y Azerbaiyán. El hecho apenas fue notado, pero nos viene a recordar que la descomposición de la URSS ha dejado un montón de puntos calientes en su antiguo territorio.

La guerras en Oriente Medio

La guerra de Israel contra los pueblos de Oriente Medio lleva más de cien años, si nos remontamos a la declaración del ministro británico de Asuntos Exteriores, Balfour, el 2 de noviembre de 1917, quien por primera vez planteó la creación de un Estado judío bajo protección del imperialismo para sustituir el control otomano sobre la región hasta la Primera Guerra Mundial. Desde 1948, cuando se creó el Estado de Israel, sus dirigentes sucesivos aceptan desempeñar un papel de guardián de los intereses imperialistas contra los pueblos de la región.

El Estado hebreo no podría llevar a cabo su política agresiva contra toda la región sin el respaldo incuestionable del imperialismo estadounidense, aunque sus intereses particulares no sean exactamente idénticos, ni tampoco sus preocupaciones inmediatas.

Los gestos de Macron, junto con otras potencias europeas y Canadá, en torno al reconocimiento de dos Estados en Palestina, es una farsa.

Las antiguas potencias coloniales de la región, los imperialismos francés y británico, hace tiempo que han sido apartados y hacen de segundones.

La descomposición de "Franciáfrica"

La burguesía imperialista francesa logró mantener su control sobre el antiguo imperio colonial durante cierto tiempo. Esta forma de supervivencia que se nombró "Franciáfrica" parece que se está acabando.

La rivalidad entre grupos de capitalistas es uno de los motivos del reparto del mundo entre ellos, por una parte, y otras potencias, por otra parte. A las materias primas que dominaban en tiempos del auge del colonialismo – carbón, algodón, cacahuete, hierro – se han sumado muchas otras desde entonces. Hasta el petróleo no cotizaba tanto hace un siglo y medio.

Así como lo notaba Lenin, en El imperialismo: "El reparto del mundo entre dos potentes grupos de capitalistas no descarta un nuevo reparto, en el caso de un cambio en la correlación de fuerzas (a consecuencia de una desigualdad en el desarrollo, guerras o hambrunas, etc.)."

El 26 de febrero de 1885, en la Conferencia de Berlín, el uranio del subsuelo de Níger – país del cual Francia empieza a apoderarse a partir de 1890 – no eran objeto de codicia por parte de Gran Bretaña, Alemania o los Estados Unidos. Pero eso ha cambiado.

El descubrimiento de nuevas materias primas o nuevos usos de las antiguas gracias al progreso de las ciencias y las técnicas reanuda la competencia entre imperialismos.

El gran capital estadounidense lleva tiempo cuestionando el reparto de África que salió de la Conferencia de Berlín. El retroceso del imperialismo francés, la pérdida progresiva o brutal de su ex patio trasero colonial expresan la degradación de la relación de fuerzas entre Europa y Estados Unidos. Esto puede hacer más violenta la competencia, darle una expresión militar y convertirla en un agravante de la crisis económica.

La imposible estabilidad de las relaciones internacionales

Los enfrentamientos esporádicos entre India y Pakistán a propósito de Cachemira nos recuerdan que existen muchos otros puntos calientes en donde los protagonistas no son pequeños Estados sino potencias con recursos militares considerables – incluso la bomba atómica.

A la inestabilidad económica fruto de la crisis se suma la inestabilidad que resulta de la política de sanciones por parte de los Estados Unidos de Trump.

Las necesidades de la competencia económica se entremezclan con las necesidades políticas, hasta el punto de que sea imposible separarlos.

Trump y el auge general del proteccionismo

El año ha venido marcado por la subida del proteccionismo. Trump ha iniciado y sigue siendo su gran arquitecto, por lo menos en su fase actual.

No es de sorprender: si bien Estados Unidos se ha convertido en el imperialismo dominante, nunca desechó el proteccionismo como arma de combate. ¿Es preciso recordar que la guerra de las trece colonias británicas de Norteamérica contra Gran Bretaña (1775-1782) fue para protegerse contra el control inglés, provocando la independencia americana? Trump no ha tenido siquiera que inventarlo.

Trump ha logrado imponer sus medidas proteccionistas, frente a las cuales los europeos son lamentables, y no por casualidad. Los países de la Unión Europea luchan entre sí tanto como luchan contra Estados Unidos. Se oponen en todos los ámbitos: el envío de armas, o el mero hecho de saber si las armas son disponibles, los proyectos de un avión de combate europeo, etc.

Ejemplo del teatro de los dirigentes de la UE, el caso de las negociaciones con Trump en julio sobre los aranceles que Estados Unidos estaba a punto de implementar. Los dirigentes europeos presentaron su propia capitulación como una victoria, diciendo "pagamos, pero logramos negociar pagar menos de los previsto".

Trump procura defender los intereses de la burguesía estadounidense. Del lado de los dirigentes europeos, el problema es primero ponerse de acuerdo entre ellos. Y al fin y al cabo, sus negociaciones con Estados Unidos se convierten en discusiones entre ellos, a ver cuál es la mejor manera de doblegarse ante las exigencias estadounidenses.

Es de recordar que las primeras protestas en Estados Unidos contra las medidas de Trump venían de los ricos estadounidenses. Si eres productor de naranjas en California y llega la prohibición de contratar a los inmigrantes clandestinos, no estás contento. Y hasta el punto de que algunos se preguntaron si Trump estaba loco.

Fijémonos en lo contado por el diario económico Les Échos de 14, 15 y 16 de agosto de 2025: "El gran ganador del pulso entre la UE y Estados Unidos sigue siendo Boeing. Desde el inicio de la ofensiva comercial en todas las direcciones lanzada por D. Trump, las presiones por parte de Washington sobre los socios comerciales le han permitido a Boeing acumular 422 pedidos y promesas de compra [...] como contraparte de unos aranceles reducidos. Este resultado le merece al presidente Trump el título de mejor vendedor de Boeing de todos los tiempos."

El proteccionismo de Trump provoca el de todos los demás, con todas las dificultades que esto conlleva para el comercio global. "La economía global resiste al choque proteccionista de Trump" fue un título del mismo diario Les Échos, y el artículo decía que "pudo haber sido peor"...

Trump golpea y hay que pagar el precio para entrar al mercado estadounidense. Los aranceles que impone a sus competidores en las demás potencias imperialistas son un coste añadido con el que deben cargar.

Los aranceles son un ingreso más para las arcas públicas de Estados Unidos. Se ha duplicado el ingreso arancelario del país, de unos 46.000 millones de dólares el año pasado a 96.900 millones este año. Con lo cual, el Estado americano tiene más recursos financieros para ayudar a sus propias empresas capitalistas y también reducir la deuda.

Si bien la presión competidora estadounidense tiende a disolver la poca unidad entre países de la supuesta Unión Europea, en cambio, las otras potencias tienen que entenderse contra esa presión.

El reciente encuentro en Tianjin entre Putin, Xi Jinping, el indio Modi, el norcoreano Kim Jong-un y una veintena de dirigentes, sobre todo de Asia (incluso Irán), que fue una cumbre diplomática junto con un desfile militar, debía ejemplificar esa voluntad. El diario Les Échos escribió: "Para Xi Jinping, la foto final de los jefes de Estado presentes era hermosa." Y los mismo para Putin, que parecía salir de su aislamiento internacional.

Allí se habló mucho de "cooperación y buena voluntad" para una "un mundo multipolar justo y ordenado", o sea que no esté sometido únicamente a Estados Unidos y a Trump.

Todos ellos juntos, es verdad, representan a la cuarta parte del PIB global y al 40% de la población, es decir que tienen un determinado peso diplomático. Sin embargo, no es éste el peso que importa, sino la relación de fuerzas económicas y militares, y éstas quedan en buena parte en manos del imperialismo estadounidense.

Todos los obstáculos procedentes del nuevo auge de proteccionismo podrían sacudir el comercio global. Es verdad que los momentos de prosperidad relativa de la economía capitalista desembocan por así decirlo mecánicamente en una ampliación y una profundización de la globalización.

Cuando los negocios van bien, las empresas multiplican los lazos entre ellas. Fuera de su país de origen encuentran clientes, proveedores, subcontratas. Crean vínculos más allá de las fronteras, es una tendencia fuerte.

Los discursos sobre la "soberanía", cuando no se trata de palabras vacías de unos políticos sino de una realidad, describen un proceso profundamente reaccionario, un retroceso.

Aún no estamos en ese nivel, el comercio global no ha padecido mucho de los aranceles, sin embargo no hemos llegado al final de la crisis.

El futuro de la humanidad no yace en la fragmentación, las alambradas, sino en la eliminación de las fronteras y la gestión mancomunada de nuestro planeta mediante una economía planificada bajo el control democrático de la población.

Los Estados han reaccionado a la ofensiva proteccionista de Trump buscando otras vías para sus productos. Así pues Rusia, que ya no podía vender sus hidrocarburos a Alemania como antes (o digamos no tan fácilmente) las hace pasar por India, ¡y este último país se ha convertido en exportador de petróleo y gas! La propia India, frente a los aranceles estadounidenses, ha tenido que reconciliarse con China. Grandes potencias regionales se acercan... China tiene con qué defenderse. Ostenta puntos fuertes como las tierras raras, que no sólo produce sino que también las transforma. No es el caso de Nigeria, quien no puede siquiera refinar su propio petróleo...

Se está acabando una forma de la globalización, y otra nueva emerge, fragmentada según la geopolítica.

"El comercio global está entrando en una nueva era", ese era un título de Le Monde el 2 de agosto de 2025. Y luego: "Al imponer aranceles a muchos socios, Estados Unidos está girando hacia el proteccionismo. En el resto del mundo, los intercambios se reorganizan a escala regional."

El mismo diario Le Monde resume lo siguiente: "Un muro de aranceles, como no se veía desde los años 1930: los aranceles de la primera potencia económica global eran en promedio del 2,5% antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca; ahora deberían alcanzar el 17%. La ofensiva tendrá consecuencias en los intercambios globales. Ya se está dibujando una nueva geografía del comercio exterior estadounidense." Y más precisamente: "El rompecabezas da la ventaja a las multinacionales, quienes tienen la posibilidad de ajustar sus cadenas de abastecimiento gracias a sus fábricas en el mundo."

De las cifras mencionadas se puede sacar una conclusión: la economía estadounidense tiene los recursos como para hacerles pagar a sus competidoras la crisis económica global. Aunque no puede minorar la gravedad de la crisis en sí.

Las crisis son una parte del funcionamiento capitalista, su respiración. Expresan la contradicción entre lo ilimitado del afán de ganancias por parte de la clase capitalista, y lo limitado del mercado.

Asimismo, podemos sacar la conclusión de que las mismas leyes refuerzan la concentración en beneficio de las empresas más potentes.

Otro aspecto de la contradicción es el control creciente de la vida económica por parte de grupos como los fondos de inversión Blackstone, Apollo, KKR y BlackRock – surgidos de iniciativas recientes, pero que proceden de la necesidad de centralizar el capital.

La economía capitalista en su época imperialista y decadente no elimina las leyes del capitalismo, sino que "socializa" la búsqueda de ganancias. Sin ir más lejos, el saldo pendiente de BlackRock alcanza los 12.528 billones (esto es, millones de millones) de dólares. ¡Una concentración sin precedente!

Marx y Engels escribieron en 1848 en el Manifiesto comunista: "Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis?  Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad. Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad.  Pues sí, a eso es a lo que aspiramos."

Riesgo de crisis financiera

Otro problema amenaza la economía capitalista global, y es una nueva crisis financiera.

Desde bastante tiempo que se viene agravando la crisis económica, no se ha producido una crisis financiera importante, con unas consecuencias similares a las de 1929. Aunque ha habido varias crisis más o menos graves.

La mayor crisis económica de la historia capitalista, hasta la fecha, salió de la Bolsa, antes de convertirse en una crisis bancaria y financiera y propagarse al toda la economía. Resumamos aquí el mecanismo de 1929: la crisis partió de Estados Unidos y se generalizó porque los capitalistas quitaron sus capitales en Alemania y el derrumbe económico de Alemania provocó la generalización de la crisis.

Lo sorprendente es que, esta vez, aún no se ha producido nada semejante.

No obstante, la prensa está preocupada. El diario Le Monde del pasado 23 de agosto anunció: "IA: los economistas temen un riesgo de burbuja financiera." Y da un resumen del mecanismo en cuestión bajo una forma interrogativa: "Inversiones exageradas, cotizaciones bursátiles extravagantes, y de momento muy pocas ganancias, excepto para el fabricante de chips Nvidia: ¿Está convirtiéndose al locura de la inteligencia artificial en una burbuja financiera?"

Es sensato pues pensar que la IA tiene todas las de provocar una catástrofe económica, al menos al principio. Se han creado una serie de empresas nuevas, inversores han invertido masivamente, bien para crear sociedades, bien para comprar acciones. Su problema es evaluar la rentabilidad de la IA, y dependiendo de cómo se conteste a la pregunta, compran o venden. De momento, la especulación está en un nivel tan elevado que los economistas comparan el proceso con lo que pasó con el Internet en sus inicios.

Se considera que las empresas han invertido entre 30.000 y 40.000 millones en inteligencia artificial, pero de momento no es rentable.

¿Vendrá la próxima crisis financiera de la inteligencia artificial o de uno de los muchos instrumentos de especulación (títulos emitidos por los grandes Estados, empezando por Estados Unidos, criptomonedas tipo Bitcoin) que cada vez se inventan para procurar superar la crisis anterior?

Por supuesto, nadie lo sabe. El diario Les Échos de 18 y 19 de julio de 2025, bajo el título de "Semana de todos los récords para el Bitcoin", afirma que "Le Bitcoin ha superado los 120.000 dólares, llegando el pasado lunes al nivel histórico de 123.153,22 dólares."

¿Al cabo de cuántos récords de ese tipo vendrá la quiebra? Quienes especulan con el Bitcoin no lo saben. Lo cierto es que habrá una caída, porque tal y como lo expresa un dicho famoso entre los especuladores, "los árboles no suben hasta el cielo".

El economista Patrick Artus, consejero de Ossiam (Natixis) y miembro del círculo de economistas, está preocupado en un plano más general. Lo cuenta el Les Échos de 27 de agosto: "Una crisis financiera estadounidense es posible" dice, y enumera "la crisis de la deuda pública, la crisis bursátil, la crisis de la balanza de pagos."

La burguesía y sus portavoces tienen con qué estar inquietos. En 1929, la banca fue el vehículo que transmitió y generalizó la crisis a escala global. Además el proteccionismo no protege contra la propagación de una crisis financiera.

"Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria." Esas líneas fueron escritas por Trotsky en el Programa de transición, en un período al que el actual se parece.

Las masas no están en cuestión. Veamos cómo la juventud se levantó en Nepal hace poco, quemando el parlamento y linchando a un par de ministros. El ejército retomó el control e instaló un gobierno con personas que se sacó de la manga. Y nada más ocurrir en Nepal, lo miso se produjo en Marruecos y en Madagascar...

Lo que les faltó a los insurgentes no fue el valor, sino las perspectivas políticas y los medios para imponerlas: un partido comunista revolucionario, el partido mundial de la revolución, la Internacional. Es lo que debemos construir.

El problema sigue siendo el mismo, también la solución. El proletariado mundial no ha perdido su fuerza numérica ni tampoco sus posibilidades revolucionarias. Sin embargo, sin una consciencia, es decir sin un partido y una Internacional para expresarla, el futuro corre el riesgo de sumirse en su propio pasado (pero en una versión peor).

Nuestras perspectivas siguen siendo las mismas que en tiempos del proletariado naciente, en tiempos de Marx. La tarea aún está por cumplir.

La situación en Estados Unidos

En noviembre de 2024, Trump ganó con ventaja la elección presidencial. Si bien subió tres millones de votos respecto de la elección de 2020, Harris perdió seis millones de votantes respecto de los que Biden había logrado entonces. O sea, una sanción clara contra la política de los demócratas. En enero de 2025, pues, Estados Unidos vio el regreso a la presidencia del mismo multimillonario, demagogo, misógino, xenófobo y vulgar que había estado entre 2017 y 2021. Sin embargo, el contexto había cambiado, y su política ya no es exactamente la misma. Con los 77 millones de votos en su favor, con su mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes así como entre los gobernadores de los Estados, con un Tribunal Supremo de su lado, el inquilino de la Casa Blanca puede llevar a cabo su política más francamente que hace ocho años. Aquí hablaremos principalmente de su política interior y sus consecuencias.

El endurecimiento de un poder vinculado con la extrema derecha

El entorno de Trump cuenta con varios hombres de extrema derecha, algunos desde hace mucho y otros, conversos de hace poco. Prueba de ello, los discursos racistas contra los inmigrantes, llamados "gentuza", "criminales" con "malos genes", unos "no humanos", "animales" y "enemigos del interior" durante la campaña electoral de 2024, así como el saludo nazi de Elon Musk en la investidura y luego el de otro hombre cercano a Trump, Steve Bannon; también la amnistía a las personas investigadas o condenadas por su participación en el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, y la escenificación del homenaje al militante antiabortista y supremacista blanco Charlie Kirk, asesinado el pasado mes de septiembre.

Además del discurso, a lo largo de los meses se ha producido una radicalización de las medidas. En un primer momento, los extranjeros han sido las víctimas de los ataques gubernamentales. Los servicios federales escenificaron decenas de operaciones espectaculares contra los inmigrantes, clandestinos o no, en los barrios o las empresas, mientras la secretaria de Seguridad, Kristi Noem, posaba ante unos encarcelados en una cárcel de El Salvador, para transmitirle a la base electoral de Trump que la nueva administración se encargaba del trabajo sucio al que se había comprometido. Las operaciones de policía atemorizan a muchos inmigrantes, especialmente a los sin papeles, quienes temen ser detenidos en su trabajo o en el trayecto, o incluso llevando a los niños a la escuela. Es uno de los objetivos de la ofensiva: llevar a los trabajadores extranjeros tengan o no papeles, a currar sin reclamar nada. Pero la administración de Biden ya realizó numerosas expulsiones, y Trump las ha superado pero sin llegar a los números récord de la administración de Obama. Así pues la cacería de migrantes disuade a muchos de ellos y desemboca en una caída de las llegadas a la frontera estadounidense.

Por primera vez en muchos años, el número de extranjeros presentes en el país ha bajado un poco. Sin embargo, la burguesía estadounidense necesita a los inmigrantes, unos 50 millones de personas, en su mayoría trabajadores. Los inmigrantes representan el 20% de la población activa, y más aún en determinados sectores como la agricultura, la restauración y hostelería, las construcción, especialmente en los Estados más poblados y las grandes áreas urbanas. Así pues, aunque la administración siga con los discursos y medidas contra los inmigrantes, en realidad es poco probables que quiera expulsarlos masivamente fuera del país.

Si bien los círculos intelectuales o mediáticos están preocupados por la brutalidad de Trump, tampoco se oponen con fuerza. Ha habido periódicos resistiendo a los intentos de intimidación por parte del poder, pero los medios audiovisuales, cuyos proyectos de fusión dependen del visto bueno de las autoridades federales, están dispuestos a cumplir. También grandes universidades, que dependen de la financiación federal, han acatado las órdenes, comprometiéndose por ejemplo a que no se exprese el apoyo a Palestina en sus campus. Hace poco, todas las universidades, ya sean públicas o privadas, han tenido que firmar un compromiso sobre su política de recursos humanos, la organización de la investigación y la enseñanza, incluso la matriculación de estudiantes: deben renunciar a la lucha contra la discriminación a los negros, las mujeres o las personas trans.

Se ha llevado a los tribunales a varios altos funcionarios que se resistían a cumplir las órdenes de Trump, como el ex director del FBI, James Comey. Estudiantes propalestinos extranjeros con documentación e incluso con una familia en el país fueron encarcelados, mientras el abogado de uno de ellos fue detenido en la frontera y obligado a entregar a la policía sus contactos. El endurecimiento se nota especialmente entre las fuerzas de policía federales, o sea una pequeña minoría de todas las fuerzas policiales; sin embargo es inquietante, porque sus consecuencias pueden ser devastadoras desde el punto de vista de las víctimas.

La administración de Trump envió la Guardia Nacional a varias ciudades demócratas como Los Ángeles y Washington, y está preparando mandar tropas a Portland, Memphis o Chicago. Por un lado, se trata de la rivalidad política entre Trump y los demócratas; por otro, el método de la fuerza no es lo habitual. Esas ciudades cuentan con una fuerte población negra y/o inmigrante, y sus consejos municipales, que se oponen a los métodos de la policía federal de inmigración (ICE) están en el blanco de Trump desde su primer mandato. Él ahora se arriesga a mandar allí a fuerzas armadas, con el argumento de que así se entrenan para enfrentamientos mortales. Dentro del ejército, Trump toma medidas contra oficiales que, en 2020, se negaron a reprimir manifestaciones antirracistas tras el asesinato de George Floyd, y arremete contra negros y mujeres entre los oficiales superiores – con un discurso racista y sexista.

En los días posteriores al asesinato de Charlie Kirk, el poder y sus medios organizaron una campaña mediática contra "la izquierda" y en general contra sus adversarios. Cientos de trabajadores fueron despedidos por un mero mensaje en las redes sociales, mientras los comerciantes sufrieron intimidación por parte de la extrema derecha. Hasta la fecha, esa operación no ha ido más lejos, pero igual nos viene a recordar que una campaña tipo macartismo puede ser lanzada desde arriba, con innumerables consecuencias en el país. Hoy en día, la burguesía estadounidense no necesita del fascismo o una dictadura para ejercer su dominio sobre la clase trabajadora y en general sobre toda la sociedad. El enriquecimiento de los multimillonarios, los resultados de las grandes multinacionales y las cotizaciones bursátiles que se disparan ejemplifican la buena salud de la clase dominante estadounidense, mientras el proletariado no enseña los dientes.

Trump es un tanto impredecible, no se parece a los gestores habituales que se suceden en la cúspide del Estado, pero hace el trabajo, y los patrones de la Silicon Valley, que antes eran presentados como "de izquierda", no han tardado en reconocer a su dueño. Con él comparten el odio a los obreros, la idea de que se da demasiado dinero a los jubilados, a los enfermos y a los pobres, e incluso algunos como Elon Musk (Tesla, X, SpaceX), Peter Thiel (PayPal) y Larry Ellison (Oracle), comparten con él las ideas misóginas y xenófobas. Los capitalistas estadounidenses están acostumbrados a financiar a los dos partidos que alternan en el poder. En cualquier caso, la nueva administración les viene bien.

No representan una perspectiva para los trabajadores conscientes de sus intereses de clase ni los demócratas, que se muestran ofendidos y defienden su patio trasero en los Estados y ciudades que controlan, esperando un cambio electoral, ni tampoco los dirigentes sindicales, que hasta la fecha se han adaptado a Trump a pesar de que él esté destruyendo los sindicatos de funcionarios; incluso respaldan su política arancelaria...

Hasta aquí, nada fundamental ha cambiado en el plano de las libertades democráticas. Sin embargo, es de notar que, sin siquiera pasar a un régimen de excepción, el Estado puede implementar una política autoritaria en la que, igual que durante el macartismo, decenas de miles de personas son calladas, puestas en listas negras, despedidas, encarceladas. La extrema derecha tiene un largo recorrido en Estados Unidos, desde el Ku Klux Klan hasta la campaña fascista de Charles Lindbergh al final de los años 1930. Desde los ataques antisocialistas en tiempos de la Primera Guerra Mundial hasta la liquidación del movimiento de Black Power al principio de los años 1970, la represión policíaca y judicial han marcado al país, que abandera la libertad. Si pues las circunstancias se lo imponen, en particular si la crisis provoca la ruina de millones de pequeños patrones y empuja a millones de trabajadores hacia la miseria, tal y como ocurrió en los años 1930, el Estado federal bien podría encontrar en el país los agentes y la base social necesarios para el endurecimiento autoritario. Y este bufón presumido de Trump ya no le haría gracia a nadie.

Los multimillonarios mimados, los trabajadores atacados

La política económica de Trump parece en ruptura por el proteccionismo que asume, pero en el plano interior domina la continuidad. Tras ser el portavoz del librecambio al que se le atribuía todas las virtudes, la primera potencia imperialista de Trump anunció aranceles numerosos y muchas veces increíblemente altos. Trump los utiliza para reducir parte del enorme déficit del Estado federal, endeudado en unos 38 billones (millones de millones) de dólares, al mismo tiempo que sigue financiando a los más ricos, en particular bajándole los impuestos.

Sin embargo, a pesar del postureo demagógico sobre la repatriación del empleo estadounidense, Trump lo tiene complicado a la hora de recuperar los huevos a partir de una tortilla. Las cadenas de producción que se han formado a lo largo de los años, por ejemplo con Canadá y México, suponen varios pasos de la frontera, por ejemplo para las piezas de automóviles y demás productos manufacturados. Estas relaciones no se van a destruir, ni tampoco se crearán los puestos correspondientes en Estados Unidos. Pero Trump ha impuesto acuerdos a una serie de Estados que dependen más de EE.UU. que EE.UU. de ellos. Le ha impuesto un arancel del 15% a la mayoría de los productos procedentes de la Unión Europea, y ésta, demasiado dividida y con mucha dependencia del mercado estadounidense, no se lo ha impedido. Queda por ver cuáles de esos aranceles se implementarán a largo plazo, porque hay muchas excepciones, lo mismo que durante el primer mandato de Trump. Por ejemplo, se impone a Suiza un arancel del 39%, pero sólo sobre una parte de las exportaciones suizas a Estados Unidos  lo cual excepta medicamentos y oro.

Si bien lo imprevisible de Trump a veces molesta a los capitalistas estadounidenses, su política les sirve. Cuando dice "America first", se entiende "Los capitalistas estadounidenses primero". El Dow Jones de la Bolsa de Nueva York, ya multiplicado por ocho desde 2009, ha subido un 10% en un año, a pesar de unos sobresaltos cuando los anuncios arancelarios de Trump. El número de multimillonarios en dólares pasó de 13 en 1982 a 801 en 2024 y 901 en 2025. Como siempre que cambian las reglas del juego capitalista, hay perdedores y ganadores, pero al final los capitalistas más potentes se adaptarán, y los supervivientes saldrán ganando. La política de Trump hace a algunos felices, por ejemplo a Boeing, y a otros menos, como Ford, quien gruña contra los aranceles, pero al fin y al cabo tendrá unos resultados mejores de lo esperado. Los constructores automovilísticos incrementarán sus precios para mantener sus beneficios.

En lo que a la clase obrera respecta, ella es el blanco de un ataque por parte de la nueva administración. Elon Musk encabezó el Departamento de Eficacia Gubernamental entre enero y mayo y allí eliminó decenas de miles de empleos federales. A finales de mayo de 2025, 59.000 personas habían sido despedidas, y decenas de miles de otras salían por decisión propia, estando otras sin decidir aún. El shutdown, o sea el cierre de algunas funciones del Estado federal por causa de bloqueo en el Congreso a propósito de los presupuestos y el techo de la deuda pública) en octubre produjo también un ataque contra cientos de miles de empleados del Estado federal. Para que el gobierno pueda llenar los bolsillos de los multimillonarios estadounidenses, hay que despedir a enfermeras, agentes de la educación y la ayuda humanitaria, el apoyo a los niños migrantes, el control de epidemias, etc. Por otra parte, los recortes en los programas de Medicare (seguro de salud para las personas mayores), Medicaid (el seguro de salud de los más necesitados), la Seguridad Social (para los más viejos) y los comedores sociales golpean a millones de personas en las clases populares. La política de división entre los trabajadores estadounidenses y extranjeros le beneficia a la burguesía. Los aranceles que de verdad se implementen los pagarán los consumidores, y sin saber qué pasará después, ya se nota que la inflación ha vuelto a subir un 3% anual (datos de agosto de 2025).

Numerosas consecuencias internacionales

La llegada al mando del Estado de un demagogo que estigmatiza a los extranjeros tiene efectos en el resto del mundo. En Gaza, Netanyahu, quien ya tuvo el respaldo de Biden, fue reforzado por el sucesor en la masacre de los palestinos y su política de limpieza étnica. En Alemania, en las elecciones legislativas, la AfD con apoyo de la administración estadounidense duplicó sus votos y pasó a ser el segundo partido del país. En el Reino Unido, el partido xenófobo de Nigel Farage sube, animado por Elon Musk, y la extrema derecha logró movilizar a decenas de miles de personas en protestas callejeras o concentraciones en contra de los migrantes. En Países Bajos también, la extrema derecha de Geert Wilders, que ya fue el primer partido en las elecciones de 2023, se acerca al poder. En Austria, el FPÖ ya es el primer partido, en Portugal el partido Chega se disparó en mayo y se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria. En Italia, la ex neofascista Meloni es una Primera ministra bien instalada en su sillón, y en Francia, el partido RN de Le Pen, con sus 13 millones de votos en 2024, sigue subiendo. Es verdad que ninguno de esos éxitos es totalmente nuevo, y en realidad proceden de la misma crisis que ha llevado al poder a Trump.

Lo que está pasando en Estados Unidos tiene consecuencias en el mundo entero, y la presidencia de Trump da crédito y fuerza a las tesis y discursos de la extrema derecha, dondequiera que esté. En Praga, el multimillonario Andrej Babis acaba de ganar las elecciones presentándose como el "Trump checo". Cada situación es diferente, cada movimiento tiene sus rasgos particulares, pero todos comparten una misma xenofobia como argumento de venta electoral, para servir a la burguesía.

En el sistema capitalista en crisis, Estados Unidos, la primera potencia imperialista que lleva un siglo dominando, no para de reafirmar su fuerza, busca debilitar a sus rivales y se prepara, pos si acaso, a hacerles la guerra, como se ve con China. Para dominar al mundo, tener acceso a las materias primas o descartar a sus rivales, más vale ser cínico y brutal. En la selva del mercado capitalista, quien posee más capital y el mayor bastón impone sus reglas. El alguacil de turno en la Casa Blanca ha sacado el arma proteccionista para procurar reforzar a los capitalistas de su país en un sistema en crisis. Al amenazar con anexionar el canal de Panamá, Groenlandia o Canadá, al proclamar aranceles astronómicos contra países tan pobres como Lesoto, Madagascar o Vietnam y denunciar a algunos de ellos como "países de mierda", al tratar a los mandatarios extranjeros con desfachatez, Trump no está loco, ni es solamente un megalómano (aunque lo sea), sino que es la cara horrenda del imperialismo senil.

Oriente Medio en tiempos de barbarie imperialista

El balance de los dos años de guerra israelí contra Gaza, ya terrible por el número de vidas humanas destruidas y las destrucciones materiales, da constancia de hasta qué puntos de barbarie puede llegar el sistema imperialista. Los conflictos de Oriente Medio, y especialmente el Israel palestino, proceden del dominio imperialista y de cómo las grandes potencias se repartieron la región tras caer el imperio otomano, creando y manteniendo oposiciones entre los pueblos. Región estratégica tanto por sus recursos petrolíferos como por su situación geográfica, Oriente Medio ha sido moldeado por el imperialismo, dividido entre Estados rivales, sumido en una situación de guerra permanente.

Al callejón sin salida político se le suman el bloqueo del desarrollo económico y una crisis social aguda que condenan a la pobreza a la aplastante mayoría de la población, conllevando también el refuerzo de las tendencias reaccionarias, entre las cuales la derecha y extrema derecha israelíes, y también las diversas tendencias islamistas, son la imagen. La nueva etapa de la guerra desencadenada por Hamás el 7 de octubre de 2023 y la campaña de exterminio llevada a cabo en respuesta por el Gobierno de Netanyahu son el resultado de esta situación, que se ve agravada por el contexto mundial de crisis y tensiones.

Detrás de las justificaciones nacionalistas y, cada día más, religiosas y mesiánicas, el sionismo viene siendo desde los orígenes un proyecto colonial que sólo ha podido desarrollarse con el respaldo del capital occidental. Lo peculiar de este proyecto era el querer sustituir a la población local palestina, por lo que se pretendió que ésta no existiera o era cantidad ínfima. La negación de la existencia del pueblo palestino y de sus derechos fue una constante en la política de los dirigentes israelíes, desde e incluso antes de la creación del Estado de Israel. En un contexto en el que los deseos de quitarse de encima la tutela imperialista se desarrollaban en Oriente Medio, en particular entre los pueblos árabes, el nacionalismo palestino se topaba necesariamente con el aparato sionista. En frente, éste sólo podía sobrevivir gracias al apoyo de las potencias imperialistas, cuyo interés es disponer de un aliado militar fiable en la región, quien pueda amenaza a cualquier régimen con ganas de sacudir el orden.

Esta situación inagotable sólo se ha podido mantener gracias a las guerras sucesivas de Israel contra los Estados árabes, y más específicamente contra los palestinos e Irán. El Estado hebreo, actuando como el brazo armado del imperialismo en el corazón de Oriente Medio, aprovechó una vez más su potencia para ampliar su presencia territorial y seguir con la colonización, convirtiendo cada día más al pueblo palestino en un pueblo de refugiados, amontonados en campos y chabolas de Cisjordania, Gaza o los países árabes vecinos. Frente a los intentos sucesivos del pueblo palestino y sus organizaciones de cuestionar el dominio de Israel, los dirigentes israelíes sucesivos, cada vez más a la derecha, sólo han respondido negándole su derecho. La potencia militar de Israel, con el apoyo del imperialismo, le permite planear una guerra permanente contra los Estados y pueblos de la región, al menos mientras el pueblo israelí consienta apoyar esta política.

La guerra contra Gaza no es más que la continuación de la huida hacia adelante de los dirigentes israelíes. El objetivo que abanderan, eliminar a Hamás, pronto se convirtió en un intento de exterminio del pueblo palestino. Ha sido la continuación lógica del proyecto sionista que, al negar la realidad de este pueblo, llega hasta el punto de querer eliminarlo de verdad. Frente a la voluntad de los palestinos de seguir viviendo ahí dónde están, semejante política no puede tener salida. Cuánto más se prolongue la guerra con sus atrocidades, más combatientes hace surgir, quienes tarde o temprano, en una u otra de las organizaciones, querrán levantarse contra las injusticias que padecen. La política del Estado israelí no propone al pueblo israelí otro futuro que movilizarse detrás de su ejército para mantener la opresión sobre el pueblo vecino. Al declarar que Israel tenía que convertirse en un "Super Esparta", Netanyahu convocó abiertamente esa perspectiva, el de una sociedad militarizada y disciplinada para la guerra permanente.

La huida hacia adelante de Netanyahu tiene su lógica más allá del problema palestino, que se ha convertido por fuerza en un problema regional. Llevó a otra nueva ofensiva militar contra Líbano, so pretexto de romper a Hezbolá que afirmaba su solidaridad con Hamás. Llevó a bombardear Irán, presentado como el enemigo principal de Israel. El debilitamiento de Hamás y Hezbolá aceleró el derrumbe del régimen de al Asad en Siria y ahí vio el ejército israelí una oportunidad para atacar este último país, destruir sus infraestructuras militares y ocupar una porción del territorio. Se sumaron los bombardeos sobre Yemen, contra los Hutíes solidarios de Hamás, y más recientemente, en Doha, Catar, so pretexto de que este emirato albergaba una reunión de dirigentes de Hamás metidos en conversaciones sobre un acuerdo de cese al fuego.

Sin embargo, esa política tiene un límite, más allá del cual ya no podrá coincidir con la de Estados Unidos. Otros Estados ambicionan convertirse en la potencia dominante en la región, y se hacen una competencia en este terreno. En el caso de Irán, el país ve sus ambiciones obstaculizadas por Estados Unidos, pero eso no excluye determinadas colaboraciones. Irán fue su favorito durante mucho tiempo, en tiempos del Shah. También es el caso de Arabia Saudí y Turquía, respaldadas ambas por los Emiratos. Todos esos Estados no están más preocupados por la suerte de los palestinos que por la de su propio pueblo, pero sí por las pretensiones de Israel, quien quiere imponer su ley en la región en nombre de su fuerza militar y con el apoyo de Estados Unidos, mientras que los Estados del golfo pérsico y Turquía son también sus aliados.

Una potencia imperialista de segundo rango como es Francia, al buscar distinguirse un tanto de la política estadounidense, aprovecha la oportunidad de colocarse y desarrollar en estos países los negocios de sus capitalistas. El regreso de Francia a una política "pro árabe" y el reconocimiento del Estado palestino por Macron no tienen otra sustancia. En el pasado, la evocación de una "solución de dos Estados" sólo sirvió para marear a los palestinos mientras seguían la ocupación militar y la colonización. Puede pasar lo mismo en el futuro, aunque semejante "solución" parezca más alejada aun; y Macron junto con otros dirigentes quieren recordarle a Trump lo útil de esa ilusión.

La preocupación por restablecer cierto equilibrio entre las potencias rivales de Oriente Medio recorre el "plan de paz" presentado por Trump a finales de septiembre. Al abandonar el proyecto de convertir Gaza en una "Riviera" expulsando a todos los palestinos, dibuja los contornos de un protectorado cogestionado por Israel y los países árabes, en particular Arabia Saudí y los Emiratos, en el cual la reconstrucción parcial se podría dar gracias a la financiación de ambos países, todo bajo supervisión occidental. Así pues, el imperialismo es incapaz de superar las contradicciones creadas por él mismo, y no encuentra otra manera de gestionar la región que la vuelta a una forma de dominación colonial directa.

Si este proyecto se implementa, los países árabes podrían quedar satisfechos. Pero para el pueblo de Gaza, a pesar de la tregua que le traería, no sería una solución, ni tampoco para la población de Cisjordania, ni para la israelí. Al seguir negando los derechos básicos de los palestinos y animar a que siga la colonización, esta "solución" sólo puede ser provisional y desembocar en nuevos conflictos.

Así se evidencia el fracaso de la política de los nacionalistas palestinos, tanto de la Autoridad Nacional Palestina como la de Hamás. La primera, un intento de colaboración con los dirigentes israelíes y estadounidenses, sólo ha traído el debilitamiento progresivo y la pérdida de confianza de la Autoridad Nacional Palestina. La segunda, con el ataque del 7 de octubre de 2023 como hecho sobresaliente, ha querido ser más radical y reforzado el crédito de Hamás entre el pueblo palestino. Pero si bien ha vuelto a poner en el centro del tablero la cuestión palestina, que el régimen israelí, los dirigentes imperialistas e incluso los dirigentes árabes habían conseguido enterrar, fue de la peor manera posible.

La masacre a más de un millar de israelíes en aquel día, y el método de toma de rehenes, no sólo han sido métodos bárbaros en un plano humano, sino que le han proporcionado al gobierno israelí las armas para llevar a cabo su política de exterminio. Le han permitido crear una unión nacional en torno a él, en un momento difícil, y convencer a la población israelí de lanzarse en una guerra total contra los palestinos, presentados como terroristas todo; le ha permitido emprender la operación de limpieza étnica que pedía a gritos la extrema derecha, favorable a un "gran Israel".

Los revolucionarios proletarios deben afirmar su solidaridad con el pueblo palestino, desear la derrota del régimen israelí y al menos que evacúe los territorios ocupados, pero no pueden tener solidaridad con la política de los dirigentes palestinos. Fue esa política nacionalista burguesa la que llevó a sucesivos fracasos y la que le pasa factura a la población - lo cual demuestra el desprecio de los dirigentes hacia ella.

Puede que aquellos dirigentes encuentren al final el sitio que buscan, como representantes políticos de la burguesía palestina, pero sólo será el sitio que los dirigentes imperialistas, israelíes y árabes les concedan. En la actual configuración de Oriente Medio, se tratará de un sitio bien limitado, poco diferente del que los acuerdos de Oslo dejaron a la actual Autoridad Nacional Palestina. Como mucho se satisfará a los notables procedentes de las organizaciones nacionalistas, o incluso de Hamás, y una capa de burgueses dispuestos a hacer negocios en medio de la miseria general, pero no a la mayoría de las clases populares y el proletariado.

La perspectiva de una guerra perpetua y régimen autoritario que anuncia Netanyahu tampoco puede satisfacer al pueblo israelí. El creciente número de reservistas que no quieren ser movilizados, la existencia de los "refuzniks", aunque sean pocos, y las manifestaciones más amplias contra la continuación de la guerra son la señal de una fractura, que puede ampliarse. El régimen de Esparta no duró mil años, ni tampoco el nazismo. El régimen cada día más autoritario de Netanyahu y la extrema derecha israelí no tendrá más futuro.

Para las clases populares y los trabajadores de Oriente Medio, la esperanza yace en la lucha por derrocar los regímenes actuales, empezando por el israelí, pero no sólo éste. Sus enemigos son todos los aparatos de Estado que se vienen repartiendo la región. Armados para luchar entre ellos, sobre todo están dispuestos a mantener la dictadura de las clases dirigentes y la dominación imperialista. Aparatos como la Autoridad Nacional Palestina y Hamás son candidatos a este papel, y ya lo están desempeñando en parte. Su naturaleza es la misma. Es levantándose contra todos esos aparatos de dictadura, superando las oposiciones nacionales, comunitarias y religiosas, cómo los trabajadores y las clases populares de Oriente Medio deberán construir su poder propio. Sólo partidos proletarios, comunistas e internacionalistas, pueden proponer semejante objetivo.

Ucrania-Rusia: una guerra que no termina

Tras haber prestado un firme apoyo a Putin frente a Zelensky en lo que se presentó como negociaciones para poner fin al conflicto en Ucrania, Trump ha dado un giro radical al rumbo que había seguido desde su regreso a la política. “Decepcionado porque Putin no se apresura a firmar la paz en las condiciones avaladas por la Casa Blanca, Trump “ya no descarta una victoria de Ucrania”. ¡Olvidadas sus fanfarronadas cuando se jactaba de silenciar las armas “en 24 horas”!

Sin embargo, este enésimo giro de Trump no pone en tela de juicio el cambio de rumbo de la política exterior estadounidense iniciado por el actual equipo dirigente. Sin remontarse a Obama, que fue el primero en plantearlo, Trump y su gobierno quieren que Estados Unidos se retire militarmente de Europa para concentrar sus fuerzas en una futura confrontación con China.

¿Implica esto poner fin a la guerra en Ucrania o simplemente congelarla, como tantas otras en todo el mundo que siguen siendo “puntos calientes” desde hace décadas?

Dicho esto, Putin no esperó a las últimas declaraciones de Trump para darse cuenta de que el imperialismo estadounidense ya había salido victorioso del conflicto ucraniano. Sin necesidad siquiera de firmar un acuerdo de paz, la América de Trump ha obtenido importantes botines de guerra en los ámbitos económico, político, militar y geoestratégico, a veces incluso en detrimento de Moscú en su propio feudo de la antigua Unión Soviética.

Incluso cuando Washington parecía abierto a las demandas de Moscú —un acuerdo que ratificara la anexión de Crimea y de cuatro regiones del este y el sur de Ucrania, así como la no adhesión a la OTAN del territorio que se asignaría a Kiev—, estos “avances” seguían siendo virtuales mientras no se firmara un acuerdo. Además, Washington permitió que sus aliados de la OTAN formaran una “coalición de voluntarios” que amenaza a Rusia, ya que se comprometen, en caso de que se resuelva el conflicto, a defender Ucrania “por tierra, mar y aire e incluso a enviar allí militares franceses y británicos.

A principios de este año, en Rusia, muchos burócratas y oligarcas se veían a sí mismos como “socios” de Estados Unidos. Y soñaban con las repercusiones de una reanudación de las relaciones con Occidente, si no con una reintegración de Rusia en el mundo capitalista. No tardaron en desilusionarse.

Putin se ha dado cuenta de que el “acuerdo” trumpista, bajo una apariencia halagadora, se asemeja a un trato engañoso para su régimen y los ricos de Rusia. La historia reciente nos recuerda que no sería la primera vez.

En 1989, los interlocutores estadounidenses de Gorbachov le prometieron que la OTAN no avanzaría “ni un centímetro hacia el este; desde entonces, sus bases siguen rodeando cada vez más a Rusia. Con Ucrania en la órbita occidental, la guerra se hizo inevitable. En 2015, cuando se limitaba al Donbás, los acuerdos de Minsk y sus patrocinadores, Hollande y Merkel, engañaron a Putin mientras la OTAN rearmaba Ucrania. En febrero de 2022, cuando parecía que Ucrania iba a entrar en la OTAN, la guerra se extendió a todo el país.

Así que últimamente Putin ha intensificado su presión militar contra Ucrania. ¿Con la esperanza de que su ejército se derrumbe? ¿Para ocupar el mayor territorio posible? La conquista de cada nueva localidad se salda, además de con la destrucción de viviendas e infraestructuras, con cientos de muertos entre la población, los militares ucranianos y, sobre todo, entre las filas de los soldados rusos, a quienes sus oficiales envían al matadero hasta que superan las defensas enemigas.

Paralelamente a la escalada bélica liderada por la OTAN con la piel de los soldados y la población civil de Ucrania, esta huida hacia adelante del Kremlin también obedece a consideraciones internas en Rusia.

La economía rusa no se ha derrumbado, a pesar de las predicciones periódicas de los dirigentes occidentales que justificaban así las sanciones contra Rusia. Pero está sufriendo las consecuencias de la guerra de muchas maneras y cada vez más.

La prioridad dada a las industrias armamentísticas ha absorbido la financiación y los recursos materiales y humanos en detrimento de otros sectores. Y para engrosar un presupuesto militar que consume la mitad del gasto público, el Estado ruso recurre a la impresión de billetes. Hasta tal punto que la inflación, subestimada en un 22 %, amenaza con paralizar la economía, alerta la gobernadora del Banco Central.

No se puede tolerar bajo ninguna circunstancia”, ha declarado Putin, consciente de las terribles implicaciones que tendría para el régimen y para su propio poder. Es cierto que la guerra obliga a burócratas y oligarcas a cerrar filas. Pero en 2023, la rebelión de Prigozhin y los mercenarios de Wagner reveló las grietas en la estructura, incluida la militar, de un poder que se pretendía monolítico.

A pesar de los efectos devastadores de una guerra que, entre muertos, heridos e inválidos, ya habría causado cerca de un millón de víctimas solo en Rusia, que moviliza a 700.000 soldados rusos en el frente y que ha provocado el exilio de dos millones de ejecutivos, empresarios y jóvenes titulados que huyen de la movilización, el poder ruso ha logrado hasta ahora evitar una explosión de protestas sociales.

El régimen debe encontrar 40.000 hombres al mes para compensar las bajas en combate. Para ello, en las regiones desfavorecidas y las capas sociales más pobres, ofrece a los futuros reclutas contratos y primas que, en conjunto, representan años de salario medio. El poder acepta pagar este salario de miseria, y de muerte, para garantizar la paz civil, al tiempo que trata de reforzar en el resto de la población la ilusión de que la guerra no les afecta.

Hasta ahora, este poder no ha considerado que le convenga detener la guerra, ya que la economía parecía, pero ¿por cuánto tiempo más?, impulsada por los pedidos del complejo militar-industrial. Además, las altas esferas de la burocracia, y Putin en particular, tal vez tengan motivos para temer una reacción violenta si la guerra terminara sin que pudieran hacer creer a la población que la “patria” sale reforzada.

Así pues, para “financiar la defensa y la seguridad de Rusia”, el Gobierno acaba de anunciar un aumento del principal impuesto, el IVA. Esto afectará en primer lugar a los más pobres (más del 8% de los rusos ya viven por debajo del umbral de la pobreza), que tendrán que restringir su consumo. Esto estimulará la inflación y afectará al funcionamiento de toda la economía.

Esto podría aumentar el número de descontentos. Pero este régimen policial se enorgullece de reprimirlos, como los 1.600 detenidos y 3.000 acusados por motivos políticos que hay en Rusia en 2025.

En Ucrania, Zelensky pidió este verano a sus apoyos europeos que le ayudaran directamente a aumentar la paga de los militares y los contratos de los reclutas. Esto da una idea del agotamiento de las finanzas del Estado ucraniano, mantenido a duras penas por Occidente, que encuentra en ello una forma de reembolsarse saqueando a diestro y siniestro las riquezas del país.

Esto también pone de relieve lo mucho que le cuesta a Kiev abastecerse de carne de cañón. Millones de ucranianos han huido del país para escapar del reclutamiento y de una posible muerte. Ahora que se les permite viajar al extranjero, muchos jóvenes de entre 18 y 22 años se marchan. Las asociaciones patronales alertan públicamente de que cada vez hay más escasez de mano de obra, sobre todo en el sector servicios. La falta de mano de obra también afecta a la agricultura, un importante sector de exportación, ya que el ejército ha movilizado a un millón de campesinos para la guerra.

Entre los hombres que no han podido huir, se multiplican las deserciones y las negativas a acudir a un centro de reclutamiento (CTR). Se denuncian cada vez más casos en los que los guardias fronterizos disparan e hieren, a veces matan, a personas que intentan salir ilegalmente del país. Y se producen incidentes violentos entre los agentes de los CTR y los hombres a los que controlan en la calle, o en una empresa: a veces, transeúntes o compañeros les impiden capturar a sus presas, las liberan de un autobús militar, de un campamento, se incendian los CTR.

No tenemos forma de saber hasta qué punto esto refleja la opinión pública ucraniana, pero estos hechos coinciden con lo que muestran las encuestas más recientes: una buena parte de la población sólo desea que se firme un alto el fuego lo antes posible, incluso aceptando cesiones territoriales.

Esto es algo que el poder ucraniano no quiere bajo ningún concepto. Desde los acontecimientos del Maidán en 2014, ha convertido la defensa de la integridad territorial de Ucrania en el eje central de su política. Así justifica su alineamiento incondicional con el imperialismo estadounidense y, en última instancia, todos los sacrificios humanos, sociales y económicos que ha impuesto a su propia población.

Entre ellos, se encuentra el desmantelamiento de lo que quedaba de la protección social y los derechos laborales heredados de la época soviética, la puesta a raya de organizaciones sindicales que, sin embargo, nunca han destacado por su radicalismo, la prohibición y la represión de organizaciones políticas que se reivindican de cerca o de lejos del socialismo, el comunismo y la lucha de la clase obrera, todo ello amparado por la ley marcial.

Zelensky, a quien los dirigentes y los medios de comunicación occidentales describían como el valiente defensor de la democracia, este actor convertido en presidente (impulsado en realidad por un oligarca mafioso de primer orden), ha sido el artífice de la destrucción de los derechos más elementales de la clase obrera y de la población en general. Y de su compromiso con una guerra, supuestamente de defensa nacional, pero que había sido dictada, preparada y hecha inevitable por toda la política del imperialismo destinada a reducir cada vez más la esfera de influencia de Rusia.

El imperialismo estadounidense, al considerar que había alcanzado sus objetivos —la conquista de nuevas fuentes de riqueza y el debilitamiento del poder ruso—, llevó a Washington a tratar con aún menos consideración a un aliado ucraniano que no había sido y seguía siendo para él más que un peón en su juego.

Recientemente, se ha planteado la posibilidad de encontrar un sustituto para Zelensky, menos desgastado y, a ser posible, más manejable por el imperialismo. Al “descubrir” que debería haber celebrado elecciones presidenciales hace más de un año, Gran Bretaña propuso organizar los comicios. Como candidatos, surgió un nombre: el del antiguo jefe del Estado Mayor Zaluzhni, convertido en embajador de Ucrania en Londres.

Independientemente de si estas elecciones se celebran o no, dada la evolución de la situación, está claro que sustituir a un jefe militar desacreditado por un general supuestamente popular —¿porque el primero lo destituyó?— no cambiaría nada fundamental en el curso de la guerra y, sobre todo, en el destino de la población ucraniana.

En Ucrania, como en Rusia y, en general, en cualquier otro lugar, la cuestión no es saber qué hombre de las clases poseedoras y dominantes se pondrá al frente del Estado para servirlas, es decir, para atacar a las clases explotadas. Se trata de hacer todo lo posible para que los trabajadores de cada país vean a los oprimidos más allá de las fronteras no como enemigos, sino como aliados. Como sus hermanos y hermanas de clase en la lucha por derrocar el sistema capitalista mundial y sus defensores nacionales, y también por crear los partidos obreros comunistas revolucionarios indispensables para destruir este orden mundial que conduce al planeta a la tercera guerra mundial. Y, por tanto, a la victoria de la revolución social que finalmente abrirá el camino a la humanidad hacia un futuro sin guerras, sin explotación ni opresión, un futuro socialista y comunista.

8 de octubre de 2025