Textos de la conferencia de "Lutte Ouvriere"

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Marzo 2005

Las deslocalizaciones

La amenaza de una deslocalización de la empresa en que trabajan está tanto más presente en las preocupaciones de los trabajadores cuanto que la amplifican los medios de comunicación y la utilizan los patrones como chantaje, incluso cuando no tienen intención de deslocalizar.

Para los trabajadores, el temor a las deslocalizaciones se mezcla con el de los despidos. Para algunos polÃticos, invocar las deslocalizaciones es, al contrario, una manera de apartar los verdaderos motivos de los despidos y de desviar las aspiraciones de los trabajadores hacia callejones sin salida.

De la izquierda a la derecha, se utilizan las deslocalizaciones con la misma demagogia y para propagar las mismas mentiras. Para una como para la otra, hablar de las deslocalizaciones es tanto una manera de intentar captar los temores difusos de las clases populares como un pretexto para presentar como necesario, conforme al interés de todos, el hecho de otorgar ventajas fiscales suplementarias a los patrones para incitarles a quedarse aquÃ.

Esa demagogia cobra a veces un aspecto nacionalista de poca monta cuando Sarkozy explica las deslocalizaciones hacia los paÃses del Este europeo por una fiscalidad demasiado baja practicada por esos Estados y les pide a las instituciones europeas que les corten todos los créditos de solidaridad. Por supuesto, para él, ¡ni hablar de atacarse a los grupos capitalistas franceses que se trasladarÃan con dicha motivación !

El Partido Comunista, por su lado, vuelve a entonar el mismo canto al hacer " propuestas con vistas a prohibir en toda Europa esa práctica insoportable que constituyen las deslocalizaciones ". La CGT dice lo mismo, pues una propuesta de argumentación dirigida a los militantes reclama " la organización en cuanto antes de una reunión tripartita -gobierno, patronal, sindicatos- para preparar un verdadero plan anti-deslocalizaciones ".

No sólo se trata de agitar la muleta ante los trabajadores para desviarlos del verdadero problema que es el de oponerse a los despidos, cualquiera que sea el motivo o el pretexto, sino que es además, hacerles creer a los trabajadores que sus intereses los pueden defender el gobierno y la patronal.

No existen estadÃsticas precisas a propósito de las deslocalizaciones por el sencillo motivo de que, bajo dicha palabra, se puede disimular una gran variedad de situaciones.

En el sentido más estrecho, deslocalización significa que un patrón cierra su empresa situada en Francia para abrir otra en otro paÃs, donde les interesa más producir lo mismo para los mismos mercados (generalmente para el mercado interior francés, una importación sustituyéndose a la producción interior). A escala de Europa occidental, un máximo del 4.8% de las supresiones de empleos podrÃan estar relacionadas con este tipo de deslocalización. Y mucho menos para Francia, donde la tendencia está sobre todo en invertir en el comercio -apertura de hiper o de supermercados en Poloña o en otra parte- donde, por definición, la actividad de un almacén en un paÃs del Este no se puede destinar a sustituir la de un almacén en Francia. En comparación con el conjunto de la producción manufacturera en Francia, la producción de dichas empresas deslocalizadas representarÃa el 2.5%.

En el sentido más amplio, la oposición a las deslocalizaciones puede entenderse como la oposición a cualquier inversión de capital traduciéndose por creaciones de empleos en otro lugar que Francia, con el argumento de que más valdrÃa que dicho capital creara empleos aquà en lugar de allá.

Atribuir explÃcitamente o implÃcitamente lo esencial de los despidos a las deslocalizaciones es entonces una desvergonzada mentira. Reivindicar el poner fin a las deslocalizaciones con pretexto a frenar los despidos es tan utópico como estúpido y reaccionario. Las deslocalizaciones son tan antiguas como el capitalismo. La división internacional del trabajo nació no sólo a raÃz de la diversidad de los recursos naturales sino también a raÃz de la introducción del capitalismo en todas las partes del mundo y de la constitución de una economÃa mundial como un todo. En cuanto al imperialismo, que tiene más de un siglo, se caracteriza precisamente por la exportación de capital a partir de un paÃs imperialista hacia paÃses menos desarrollados donde la rentabilidad del capital es más elevada.

Pretender detener ese movimiento es tan utópico como lo serÃa pretender obrar por un capitalismo sin explotación. Además es una utopÃa reaccionaria.

Reivindicar que el capitalismo francés deje de exportar capitales, que cree empleos productivos aquà en lugar de crearlos en otros paÃses, es además una estupidez. Francia es hoy el paÃs que más atrae los capitales extranjeros, justo detrás de China. Con 47 mil millones de dólares de inversiones directas extranjeras, Francia ha recibido casi tres veces más " capital deslocalizado " venido de otras partes que lo que ha recibido el conjunto de los paÃses de Europa central y oriental (18.5 mil millones de dólares) que según dicen, nos amenazan. La pretendida " lucha contra las deslocalizaciones " se relaciona con el " producir francés " en el arsenal de las propuestas reformistas, tan derisorias como nefastas desde el punto de vista de la toma de conciencia de clase de los trabajadores.

Es una reivindicación reaccionaria por ese otro motivo que sugiere que, para conservar los empleos de los trabajadores aquÃ, hay que privar de empleos a los trabajadores de otros paÃses.

En lugar de oponer a los trabajadores a la clase capitalista que monopoliza los capitales susceptibles de ser invertidos en la producción y de crear empleos, los que atacan a las deslocalizaciones oponen a los trabajadores de los diferentes paÃses los unos contra los otros.

Es el mismo tipo de demagogia que la que consiste en acusar a los trabajadores extranjeros de coger el trabajo de los de aquà y de ser responsables del paro.

En su formulación concreta, la pretendida " lucha contra las deslocalizaciones " propone implÃcitamente hacer a los trabajadores franceses cómplices de su imperialismo. Siempre son las deslocalizaciones hacia los paÃses pobres del Este europeo, hacia China o hacia Magreb, las que presentan como una amenaza, y nunca las deslocalizaciones hacia Estados Unidos o hacia Gran Bretaña. Pero más de tres de cada cuatro inversiones de los paÃses desarrollados van hacia los paÃses desarrollados y no hacia los paÃses pobres. Y, entre los paÃses subdesarrollados, sólo media docena, que disponen o de un mercado interior potencial o de una situación geográfica ventajosa,-China, Brasil, México, entre otros-, atraen una cantidad significativa de capital.

Por lo que se refiere a Francia, la parte invertida en los paÃses subdesarrollados sobre el total de sus inversiones exteriores no representa más que el 4%.

Estados Unidos también atrae bastante más capital - ya se trate de implantaciones o de deslocalizaciones- por la gran extensión de su mercado, de sus infraestructuras, por el carácter de su fiscalidad y de su mano de obra, altamente cualificada en gran número de ámbitos- sin tener en cuenta la seguridad de las inversiones.

Pretender que el capital venido de Francia desarrolla la competitividad de los paÃses pobres y que aquello representa una amenaza grave para el empleo es una inepcia. Tras unas décadas de deslocalizaciones de los trusts americanos en México, éste sigue siendo un paÃs pobre, y sus inversiones no lo han enriquecido frente a Estados Unidos, sino que al contrario lo han empobrecido.

No son los trabajadores quienes dirigen la economÃa. No tienen ninguna responsabilidad que asumir en el subdesarrollo, en los bajos salarios y en la miseria de las clases populares de los paÃses más pobres.

El interés de los trabajadores no es en absoluto llevar una vana agitación en contra de las inversiones de " nuestros " capitalistas en los paÃses del Este europeo, en Ã?frica o en China. Su interés está, al contrario, en que el proletariado de dichos paÃses se refuerce y por consiguiente, adquiera la combatividad que lo lleve a luchar por sus condiciones de vida y a imponer salarios correctos.

Oponer a los trabajadores los unos a los otros en un mismo paÃs, como entre diferentes paÃses es tan antiguo como el capitalismo. Engels ya se indignaba de ello en La situación de las clases trabajadoras en Inglaterra, escrito en 1844. El Manifiesto comunista, por su lado, afirma que " los comunistas no se diferencian de los demás partidos proletarios más que en dos puntos ". El primero es que " en las diversas luchas nacionales de los proletarios, ponen en primer plano y hacen valer intereses comunes a todo el proletariado e independientes de la nacionalidad ".

En tiempos en que el movimiento obrero era revolucionario e internacionalista, no se les hubiera ocurrido pretender defender a los trabajadores en Francia oponiéndose a las inversiones de su clase capitalista en América Latina, en TurquÃa o en Rusia. Nadie, en el movimiento obrero, invocaba argumento de este tipo : " Si nuestros capitalistas deslocalizan hacia esos paÃses, competirán con nuestra industria y se traducirá por más desempleo aquÃ, en Francia ".

El movimiento obrero del Occidente industrializado era solidario de las luchas de los trabajadores de los paÃses donde iba naciendo la industria cuando luchaban por el aumento de los sueldos, por el derecho a organizarse, etc., por el simple motivo que consideraban a los trabajadores de todos los paÃses como formando parte del mismo proletariado mundial. Y la reivindicación de las " tres-ocho " - 8 horas de trabajo, 8 horas de ocio, 8 horas de descanso- no sólo se destinaba a una fracción privilegiada del mundo laboral, sino a todos.

La historia les hizo una jugada a los capitalistas : fue en parte gracias a los capitales franceses e ingleses cómo la Rusia atrasada se dotó de una industria concentrada en grandes empresas. El proletariado ruso estuvo en la vanguardia de la revolución obrera, el primero - y hasta ahora el único- en conquistar y en guardar un tiempo el poder. Al contrario de las cuentas de los " inversores capitalistas ", la joven industria rusa no tuvo la ocasión de inundar el mercado occidental de productos baratos. Fueron las ideas del comunismo revolucionario las que Rusia " exportó " finalmente - en todo caso, antes de que la burocracia asfixiara la revolución.

Partiendo de las preocupaciones concretas de los trabajadores, lo que significa tener en cuenta el temor a las deslocalizaciones y a veces la voluntad de oponerse a ellas en las empresas donde aparecen como la causa de los despidos, los militantes revolucionarios han de defender una polÃtica que eleve la conciencia de los trabajadores. Una polÃtica que opone a los trabajadores a sus patrones y más allá, a la burguesÃa y que al mismo tiempo subraya el que los trabajadores de todos los paÃses y de todas las nacionalidades tienen los mismos intereses fundamentales.

El hecho de que un grupo capitalista compre una empresa en otro paÃs es la marca de que tiene dinero para ello. El sistema capitalista le da el derecho y la posibilidad de utilizar su capital donde quiera. Los trabajadores deben, sin embargo, imponerle por la lucha colectiva que tome una parte de los beneficios realizados a costa suya para mantener los empleos aquÃ, aunque se tenga que repartir el trabajo entre todos. Sustituir la pretendida " lucha contra las deslocalizaciones " a la lucha contra los despidos, es desviar a los trabajadores de la lucha contra la patronal e impedirles que la lleven en el terreno donde esta lucha puede ser eficaz.

Los reformistas pretenden oponer a la mundialización del capital el piadoso deseo que acepte no ser más que nacional. La perspectiva de los comunistas es quitarle al capital su poder.

También hemos de intervenir como comunistas ante esta otra idea, comunicada tanto por los polÃticos burgueses como por los dirigentes del movimiento obrero, que es la " desindustrialización ", vinculada o no con las deslocalizaciones. Esta idea consiste en afirmar que Francia -o Estados Unidos o los otros paÃses imperialistas- se desindustrializa, pierde sus fábricas, a favor de paÃses más pobres y que los despidos son inevitables pues la evolución económica los hace inevitables.

Desde el punto de vista de estos hechos, se trata de una tremenda mentira. Si unas empresas cierran, en efecto, y sobre todo si una parte mayor o menor del empleo desaparece, la producción industrial de Francia, tanto como la de Estados Unidos, va creciendo. En Francia, la industria ha perdido más de millón y medio de empleos entre 1978 y 2002 y ha registrado un retroceso del 30% de sus plantillas (una parte sin embargo de dichos empleos no ha desaparecido, pero los trabajos temporales como algunas funciones externalizadas han sido retiradas de la producción industrial para ser contabilizadas como servicios), la producción industrial ha seguido aumentado en volumen de unos 2.5% de promedio anual. La parte de la industria en el PIB casi no ha retrocedido entre 1978 y 2002 (respectivamente un 20.1% y un 19.5%.

Aquello significa un aumento de la productividad en los sectores concernidos. Dicho aumento se debe en parte a una explotación más fuerte de los trabajadores : alargamiento del tiempo e intensificación del trabajo, etc. Y bajo ese enfoque, se ha de combatir.

También se debe a los adelantos tecnológicos. Bajo dicho ángulo, la actitud de los comunistas no es de oponerse a ellos. Como más globalmente no es de oponerse a los adelantos cientÃficos y técnicos que puedan facilitar el trabajo humano, incluso si dichos adelantos se traducen por la desaparición de profesiones enteras. No son los comunistas los que han de reclamar que se vuelvan a abrir las minas de carbón, por ejemplo, " para crear empleos ".

Sin embargo, deben poner de relieve cómo, en la economÃa capitalista, un aumento de la productividad del trabajo humano, en lugar de benefiarle al conjunto de la colectividad, se traduce por un mayor desempleo, por sueldos estancados, o a veces incluso más bajos, para los trabajadores, y en cambio por un aumento de los beneficios de la patronal. Pero no es el adelanto tecnológico lo que hay que poner en tela de juicio sino la utilización que hace de éste la economÃa basada en el beneficio privado.

El porvenir comunista verá sin duda la desaparición de gran parte de las actividades sucias o penosas, por la robotización de algunas actividades y por consiguiente, por una disminución de la cantidad de trabajo impuesto en beneficio de actividades humanas libremente elegidas.

Es necesario que, en cuanto a todos estos temas, al participar en el combate concreto dirigido por los trabajadores, no dejemos de intervenir, no como sindicalistas, sino como militantes comunistas. Para una multitud de problemas fomentados por la economÃa capitalista, no existen soluciones dentro de dicha organización social. No somos nosotros quienes tenemos que buscar seudo-soluciones que gusten. Ya lo hacen los reformistas, con la eficacia que ya sabemos.

Situación económica mundial

Si se tienen en cuenta las declaraciones de los dirigentes polÃticos y de la mayorÃa de los economistas, la reactivación económica iniciada en Estados Unidos a partir del tercer trimestre del año 2003 estarÃa generalizándose y concernirÃa, esta vez, también a los paÃses europeos y Japón.

Pero la reactivación económica americana misma habÃa empezado a ralentizarse en la primavera pasada y sobre todo, hasta cuando estaba en pleno crecimiento, no habÃa creado empleos suplementarios. Reactivación económica o no, el paro ha continuado creciendo en todas partes, hasta en Estados Unidos. El yoyó de las reactivaciones económicas y de las recesiones sucesivas se inscribe en una tendencia global de la economÃa productiva hacia un crecimiento débil, marcado por el paro masivo y por el débil nivel de las inversiones productivas netas.

El petróleo: nuevo disparo de los precios

Esta reactivación económica limitada corre el riesgo de pararse a causa de la nueva alza de los precios del petróleo. No tiene la brutalidad de la primera crisis del petróleo de 1973-1974 y los precios no alcanzan todavÃa el nivel de la segunda crisis de 1979-1980. Nadie puede predecir si el encarecimiento de los precios del petróleo tendrá repercusiones sobre la economÃa mundial tan graves como las que tuvo en 1974, donde fue el factor desencadenante - pero no la causa - de un retroceso importante de la producción.

Sin embargo, en caso de que la "reactivación" fracasara, o incluso se transformase en recesión, la subida de los precios del petróleo darÃa a los dirigentes polÃticos una justificación para nuevas medidas de austeridad y a los comentaristas una buena razón para renegar de su optimismo de hoy en dÃa justificándolo al mismo tiempo.

Suponiendo que la economÃa de los paÃses imperialistas no se vea afectada seriamente por la subida del precio del petróleo, tendrá consecuencias más graves para la mayorÃa de los paÃses, subdesarrollados o no, que no disponen de petróleo o de otras fuentes de energÃa. Como tendrá consecuencias graves hasta en los paÃses desarrollados, para las familias con ingresos modestos que se calientan con fuel o con gas natural cuyos precios se ajustan, sin razón pero siempre, a los precios del petróleo.

La situación en Oriente Medio, el cese del reparto del petróleo iraquÃ, como la agitación polÃtica en Venezuela o la inseguridad creciente en Nigeria, incluso la sucesión de ciclones sobre el golfo de Méjico, han sido razones evocadas para explicar el alza brutal del precio del petróleo. Cada uno ha podido ciertamente jugar un papel como factor desencadenante - o como pretexto. Pero la razón fundamental es sin lugar a dudas que las compañÃas petrolÃferas, de las que es notorio que no invierten bastante en exploraciones y en sondeos, frenan la oferta para hacer que los precios aumenten de forma duradera, a fÃn de que la explotación de nuevos yacimientos se vuelva rentable. Esto parece ser la repetición de la operación que, a finales de 1973, hizo cuadruplicar en tres meses el precio del petróleo, atribuyéndosele la responsabilidad a la OPEP y, ya en esa época, a la situación en Oriente Medio. A pesar de la diversificación de los recursos energéticos que ha intervenido desde entonces, el consumo de petróleo sigue aumentando en Estados Unidos y en Japón, y se ha acelerado en China o en India. Para hacerle frente, como en 1973, los trusts del petróleo prefieren descontar previamente, sobre la economÃa mundial, las cantidades necesarias a la explotación de yacimientos menos rentables. Mientras tanto, y mientras los precios no se hayan elevado hasta el punto de favorecer otras fuentes de energÃa que no controlarÃan todavÃa, los trusts del petróleo prefieren ganar más sin producir más. Los trusts que se encuentran en situación de monopolio son maltusianos.

El aumento de los beneficios resultante del alza de los precios favorece la especulación sobre el petróleo, lo que contribuye a su vez a tirar de los precios hacia arriba.

Por esto, y para emplear la expresión de la prensa, ávida de sensacionalismo, la guerra por el petróleo se ha acentuado. Los dirigentes de las naciones imperialistas, siguiendo a sus trusts, multiplican los esfuerzos para diversificar sus fuentes de petróleo. La rivalidad incrementa sobre todo alrededor de los paÃses africanos que disponen de reservas de petróleo como Libia, Gabón, Nigeria, Angola o Guinea ecuatorial.

Los recursos petrolÃferos de Rusia provocan también codicia. El alza de los precios del petróleo permite a Putin equilibrar su presupuesto y a las estadÃsticas económicas rusas registrar crecimiento.

La financiarización de la economÃa

Lo que sostiene el conjunto de la evolución de la economÃa capitalista desde hace unos treinta años, es el esfuerzo consagrado a invertir el movimiento de baja de la tasa de beneficio que ha aparecido a partir de mediados de los años sesenta como una de las manifestaciones de la crisis de la economÃa capitalista. Esta baja de la tasa de beneficio ha sido general tanto en los grandes paÃses imperialistas de Europa como en Estados Unidos entre, digamos, 1965 y el final de los años 1970.

Una maraña de respuestas, empÃricas o conscientes, procedentes de los grupos industriales y financieros tanto como de los Estados y de los bancos centrales, ha dibujado una evolución general con vistas a relanzar la tasa de beneficio en el contexto de un mercado estancado o en débil aumento. Las consecuencias de esta evolución marcan profundamente la situación de las clases populares, pero también algunos aspectos del funcionamiento de la economÃa capitalista misma.

En un contexto en el que la relación de fuerzas entre la clase capitalista y la clase obrera estaba en todas partes en desfavor de esta última, estos esfuerzos combinados han tenido gran éxito desde el punto de vista de los intereses de la clase capitalista. Se puede situar en torno a los años 1970 y 1980 el giro de la tendencia, es decir un nuevo crecimiento de la tasa de beneficio aún cuando la producción se quedaba estancada o crecÃa muy poco. Con altibajos que corresponden a periodos de recesión, globalmente la tasa de beneficio no ha dejado de aumentar, alcanzando en los paÃses imperialistas europeos, en particular, a finales de los años 90, el mismo nivel que antes de la crisis, a principios de los 70.

Los ingresos de los accionistas han aumentado más rápidamente todavÃa debido no solo al crecimiento de la masa de estos beneficios, sino también porque una parte cada vez mayor de los beneficios se distribuye en dividendos en vez de ser reinvertida en la producción. Es el aumento de los dividendos lo que origina el crecimiento del precio de las acciones y a su vez, la especulación entrando en juego, el aumento de las cotizaciones en Bolsa.

Este restablecimiento de la tasa de beneficio que traÃa consigo un nuevo periodo de enriquecimiento de la burguesÃa era la resultante de la ofensiva contra la clase obrera. La masa salarial ha disminuido en todas partes a favor de la masa de los beneficios. La parte que corresponde a la burguesÃa en los ingresos nacionales ha aumentado de manera importante en comparación a la parte que corresponde a los asalariados. Este resultado global ha sido el fruto de una multitud de ataques contra la clase obrera: bloqueo o disminución del nivel de los salarios, incremento de la intensidad del trabajo, freno o disminución de las pensiones, disminución de los gastos llamados sociales (Seguridad Social, paro, etc.). La privatización de servicios que antes eran más o menos públicos o la búsqueda de mayor rentabilidad hasta de los que siguen siendo públicos jurÃdicamente, participan de lo mismo. Mas allá de la variedad de las formas que toma esta ofensiva, en función de los contextos nacionales, el ataque es general. El color polÃtico de los gobiernos solo cuenta, como mucho, en la forma y en la representación, pero no siempre.

Pero esta modificación de la relación de fuerzas entre el gran capital y la clase obrera se ha traducido igualmente por modificaciones en el funcionamiento mismo del gran capital y sobre todo en la repartición entre capital industrial y capital financiero. Los dos son variantes de un mismo capital pero sus funciones son diferentes. Las modificaciones en el reparto del capital entre sus dos funciones repercuten en el funcionamiento del conjunto de la economÃa.

La presente crisis, que ha empezado digamos hace treinta años, si no ha alcanzado nunca la profundidad y la brutalidad de la crisis de 1929, se revela como una de las más duraderas. Su duración misma ha ocasionado una serie de consecuencias. Aparece cada vez más claramente que son las pociones administradas a la economÃa capitalista para atenuar su acceso de fiebre, las que se han vuelto una de las principales causas de la prolongación de su enfermedad.

Son las intervenciones crecientes de los Estados en la primera fase de la crisis, para suplantar al capital privado en las inversiones productivas, lo que ha incrementado los déficit de los presupuestos de todos los Estados.

En un principio, esto se ha traducido por un aumento de la inflación. Que dicha inflación se haya traducido por una degradación de la condición obrera no ha molestado al gran capital. Al contrario. Pero socavaba al mismo tiempo el tipo de interés real, el que proporciona un capital invertido, una vez deducida la tasa de inflación.

El gran invento de la segunda fase de la crisis ha sido utilizar menos la creación de moneda recurriendo entonces a empréstitos de Estado, dando asà a la cantidad creciente de capital excedentario - porque rechazaba transformarse en capital productivo, a falta de mercados en auge para los productos acabados - la posibilidad de ser invertido proporcionando intereses.

La deuda de los Estados, la deuda pública, es tan antigua como lo son los Estados modernos. El imperialismo, con sus gastos militares, la ha llevado a niveles en los que no hubiera podido pensar ningún monarca de los antiguos tiempos. Esta tendencia congénita del imperialismo ha sido llevada, durante los últimos treinta años, y de forma duradera, a niveles sin precedentes.

Los Estados han encontrado interés en ello: crear tÃtulos de deuda pública - bonos del tesoro, etc. - permite colmar el déficit público.

El gran capital ha encontrado doble interés a ello: el llamamiento de los Estados al empréstito público le permite ser invertido ventajosamente, en lugar de ir a las inversiones productivas cuando éstas son aleatorias. Además, al permitir que el Estado financie sus gastos, asegura la financiación de subvenciones y desgravaciones diversas a las empresas, además de reducciones de impuestos para los más ricos.

Los Estados, como el gran capital, tenÃan interés en frenar la inflación y en garantizar un tipo de interés elevado. Si la inflación solo ha sido frenada parcialmente - por asà decirlo casi exclusivamente pesando sobre los salarios - el tipo de interés real se ha duplicado entre finales de los años 1960 y finales de los años 1970.

El papel de los bancos y del sistema de crédito es indispensable en el funcionamiento de la economÃa capitalista precisamente porque ponen capital disponible a disposición de las empresas que lo necesitan. AsÃ, permiten a los capitales disponibles transformarse en capital productivo. El interés, cobrado de la plusvalÃa, es la remuneración de esta función financiera. Pero la hipertrofia de esta función tiene un efecto contrario. Una espiral ascendiente se pone en marcha favoreciendo el capital financiero en detrimento del capital productivo. A partir de cierto nivel de endeudamiento, la deuda se nutre de ella misma. El pago de la deuda absorbiendo una parte creciente de las rentas de los Estados, obliga a estos últimos a tomar prestado dinero para cumplir con sus vencimientos. Los diferentes tÃtulos que representan la deuda pública nutren permanentemente los mercados financieros a los cuales, gracias a la desregulación y liberalización, todos los capitales tienen ahora libre acceso. El endeudamiento de los Estados - de los paÃses imperialistas en primer lugar y sobre todo de Estados Unidos - sirve de pedestal para el desarrollo de toda una economÃa de crédito y de endeudamiento, que alimenta las especulaciones monetarias, bursátiles, inmobiliarias y diversas, mercados del arte o hasta grandes vinos o modas, en función del periodo.

El dominio financiero sobre el conjunto de la economÃa no solamente no es algo nuevo, sino que es una de las caracterÃsticas del imperialismo tal y como lo han descrito en su época Hilferding y Lénin. Hablando de la necesidad de "la expropiación de los bancos privados y (de) la nacionalización del sistema de crédito", Trotsky, por su parte, escribÃa en El Programa de transición "El imperialismo significa la dominación del capital financiero. Al lado de los consorcios y de los trusts, y a menudo por encima de éstos, los bancos concentran en sus manos el poder real sobre la economÃa. En sus estructuras, los bancos reflejan, bajo una forma concentrada, toda la estructura del capitalismo contemporáneo: combinan las tendencias del monopolio a las tendencias de la anarquÃa. Organizan milagros de técnica, empresas gigantescas, trusts potentes, y organizan también la vida cara, las crisis y el paro."

No hay nada que cambiar en esta descripción en el fondo. Excepto que la función que antes tenÃa el sector bancario ha sido ampliada porque, ahora, todos los grupos industriales y financieros que tienen capitales disponibles pueden dedicarse a actividades de préstamo, en particular de préstamos a los Estados, de compra y venta de bonos del Tesoro, sin pasar por el sistema bancario.

Además, la ampliación de la función financiera ha creado nuevos órganos: fondos especulativos, fondos de pensión, etc., cuya única actividad es realizar beneficios financieros.

Después de haber alcanzado un nivel particularmente elevado en el conjunto de los paÃses industriales en los años 1980, el tipo de interés real ha seguido siendo elevado durante la década 1990. Solo desde mediados del año 2001 es cuando, sacudidos por el crac bursátil, por el estallido de la "burbuja Internet", los grandes bancos centrales, el de Estados Unidos en particular, han reducido varias veces el tipo de interés a corto plazo (el tipo de interés que era todavÃa de 6% en enero de 2001 era de 1,5% en agosto de 2004). Sin embargo, durante veinte años, los tipos de interés han sido netamente superiores a las tasas de crecimiento de la economÃa, enriqueciendo a los acreedores en detrimento de los asalariados, pero aumentando también su parte en detrimento del capital industrial. Mientras que se supone que el tipo de interés representa la remuneración de los servicios prestados por los bancos al capital industrial, se ha vuelto una de las manifestaciones de lo que toma el capital financiero a la actividad económica.

Por su parte, la Bolsa, tiene desde hace tiempo un papel indispensable en el funcionamiento de la economÃa capitalista. Su función es la concentración de capital, su movilización hacia las grandes empresas y la formación de la tasa media de beneficio.

Las acciones y las obligaciones, desde que han sido inventadas, han sido siempre objeto de especulación. "La especulación es una función necesaria del capitalismo" escribÃa Kautsky en El Programa socialista.

Desde su generalización como forma dominante de la economÃa capitalista bajo el imperialismo, las "sociedades por acciones" habÃan introducido una diferencia entre el proceso de la producción capitalista y el movimiento de la propiedad capitalista. Las acciones en Bolsa representando, en principio, tÃtulos de propiedad son desde siempre, al mismo tiempo, tÃtulos de renta que permiten a sus propietarios recibir dividendos - y eventualmente, recaudar un ingreso especulativo vendiendo sus acciones más caras de lo que las han comprado.

Las transacciones sobre las acciones obedecen mucho más a la esperanza de dividendos aportados por estas acciones o de ganancias que se puedan realizar vendiéndolas, que a la naturaleza o a las variaciones de la producción de la empresa correspondiente (las obligaciones, por su parte, que solo representan jurÃdicamente un crédito, no un tÃtulo de propiedad, solo proporcionan el interés convenido, pero pueden también ofrecer ganancias especulativas). La propiedad del capital se aleja, en cierto modo, de la utilización que se hace de él en la producción. La Bolsa vive su propia vida. El dinero parece crear dinero, "tan naturalmente como el peral lleva peras", como decÃa Marx. Sin embargo, los dividendos y las ganancias bursátiles vienen, en última instancia, de la plusvalÃa que solo se puede crear en la producción.

Las "inversiones" realizadas por grupos financieros, como los fondos de pensiones, los fondos mutualistas, las sociedades de seguros y los fondos especulativos diversos, se parecen cada vez más a puras inversiones financieras. En efecto, el dinero no es "invertido" por estos grupos financieros para ser inmovilizado durante un periodo más o menos largo como inversiones productivas. Es destinado a proporcionar beneficios financieros a corto plazo. La jerga económica los llama "inversores institucionales" cuando no invierten, sino que colocan su dinero, y cuando no tienen nada de instituciones estatales, sino que buscan el interés de sus mandantes privados. Su parte entre los que tienen acciones se ha vuelto, en ciertos sectores, dominante.

Un informe reciente del Senado estima que los susodichos "inversores institucionales" representan más o menos ¡80% de las transacciones bursátiles!

El aumento incesante de la parte de este tipo de financiamiento en el capital de las empresas industriales repercute sobre su gestión. La búsqueda del beneficio máximo a corto plazo se opone a las inversiones a más largo plazo, a la inmovilización de capital en la construcción de nuevas empresas, a la compra de nuevas maquinas, etc. Y asÃ, el capital más concentrado, el que controla los medios de producción más potentes de la sociedad, es el que juega cada vez menos el papel que normalmente deberÃa desempeñar en la organización de la producción sobre la base capitalista.

La producción maniatada por las finanzas

Se oyen voces, hasta entre las filas de los economistas de la burguesÃa, que quieren frenar una evolución que corta la rama de la cual la economÃa capitalista está colgada.

Lo que preocupa a los que se hacen oÃr de esta manera, es que la parte del capital utilizada para la acumulación del stock de capitales fijos - maquinas, empresas, medios de producción, etc. -, asà como la parte utilizada para la investigación, condición del desarrollo futuro, disminuyen en comparación con la acumulación puramente financiera.

Las dos caracterÃsticas persistentes de la economÃa desde hace treinta años, más allá del juego de las recesiones y las expansiones, son la baja tasa de las inversiones productivas, y el nivel elevado del paro. La primera se opone a la expansión consecuente del mercado de los bienes de producción. El segundo limita la expansión del mercado de los bienes de consumo. O más exactamente, la expansión de este último se limita al consumo de la burguesÃa grande y pequeña, asà como al consumo a plazos. Este último, ciertamente en aumento, sobre todo en el principal paÃs consumidor, los Estados Unidos, constituye sin embargo una deuda sobre el porvenir.

El estancamiento de la producción es ocultado por las estadÃsticas sobre el PIB (producto interior bruto), porque estas estadÃsticas no tienen solo en cuenta la producción de bienes materiales o servicios útiles.

Hasta las estadÃsticas sobre el PIB indican sin embargo un crecimiento más débil desde el principio de la crisis que durante el periodo de antes y un neto retroceso en los grandes paÃses imperialistas durante las recesiones de 1975, de 1982 o de 1991. Las estadÃsticas del paro, aunque estén también manipuladas, constituyen sin embargo una indicación más fiable del estado real de la economÃa.

La financiarización de la economÃa ha favorecido lógicamente sobre todo a la principal potencia financiera del mundo, los Estados Unidos. Los beneficios absorbidos por Estados Unidos, a partir de sus inversiones un poco en todas partes del mundo, no han dejado de crecer desde el principio de la crisis. Alrededor del año 2000, una etapa ha sido superada. Por primera vez, los ingresos financieros que Estados Unidos saca del resto del mundo bajo la forma de dividendos o intereses han sido superiores al conjunto de los beneficios acumulados en los mismos Estados Unidos. Además, Estados Unidos drena hacia sus bancos las inversiones de la burguesÃa de América Latina y las de los emires del petróleo en Oriente Medio.

Si Estados Unidos acumula no solo la plusvalÃa engendrada en su propio territorio sino también toda una parte de la que es engendrada a nivel planetario, esta acumulación es también sobre todo financiera. Hasta en la principal potencia imperialista mundial, la situación de la clase trabajadora se degrada, tanto en lo referido a los salarios reales como al paro. Como se degradan también la seguridad social, las pensiones, y las protecciones sociales. Esto da argumentos a Kerry en su campaña contra Bush - pero la tendencia no se invertirÃa en caso de victoria demócrata, como no fue absolutamente el caso bajo la presidencia de Clinton.

Más significativo aún, la formidable acumulación financiera entre las manos de los grandes grupos americanos no se traduce por un aumento paralelo del capital fijo.

Las inversiones brutas sobre el suelo de Estados Unidos son ciertamente relativamente elevadas desde hace una decena de años. Parecen haber sido aupadas por el equipamiento en informática y en telecomunicaciones. Pero vista la velocidad con la que este tipo de inversiones se vuelven obsoletas y pierden su valor, las inversiones netas - que tienen en cuenta el desgaste y la depreciación del capital - siguen siendo estranguladas.

Y sobre todo, las inversiones que conciernen a las capacidades de producción reales siguen siendo bajas. Hasta el capitalismo americano se transforma cada vez más en un capitalismo de rentistas.

El papel creciente de las finanzas ha sido, en un primer tiempo, un efecto de la crisis: los capitales no utilizados para inversiones productivas han sido llevados hacia inversiones rentables (en función del periodo: compras de bonos del Tesoro de paÃses imperialistas empezando por los de Estados Unidos; préstamos a los Estados de los paÃses pobres; compra de acciones y obligaciones; especulación monetaria; financiación de operaciones de fusión o compra de grandes empresas, etc.). Se ha vuelto ahora una de sus causas. El funcionamiento que se ha puesto en marcha privilegia el beneficio financiero a corto plazo contra las inversiones productivas a largo plazo.

De hecho, todo ocurre como si, impidiendo que la crisis de producción vaya hasta el final de su lógica, se perturbase su papel regulador. Porque hay que recordar que las crisis no son epifenómenos de la economÃa capitalista, sus subproductos accidentales. Constituyen fases esenciales de la reproducción capitalista. Es a través de estas crisis precisamente que la economÃa de mercado, movida por la competencia ciega, anárquica, restablece los equilibrios entre la producción y el consumo solvente, entre los diferentes sectores de la economÃa, en particular el de los bienes de producción y el de los bienes de consumo, asà como entre las diferentes funciones económicas. Son las crisis las que, destruyendo una parte del capital productivo, arruinando una fracción de la clase capitalista misma, dejan el terreno libre creando las condiciones de la reanudación de las inversiones productivas.

La larga crisis pendiente nunca ha alcanzado un nivel agudo hasta el punto de empujar a los banqueros e industriales a tirarse por las ventanas. Pero ni los gobiernos ni los bancos centrales, ni los grandes trusts, pueden impedir que las necesidades profundas del funcionamiento capitalista de la economÃa se hagan sentir.

Algunos de los economistas de la corriente alter mundialista que se reivindican del marxismo describen con exactitud y denuncian esta evolución. Hablan de una nueva era del imperialismo, una "era neoliberal", cuya emergencia sitúan en los años 1980. PodrÃa tratarse únicamente de una innovación de vocabulario. Pero esta innovación tiene el inconveniente de insistir sobre la diferencia y no sobre la similitud, sobre la ruptura y no sobre la continuidad de la economÃa capitalista bajo el imperialismo. Los que además, privilegian en la explicación de esta evolución las decisiones polÃticas, dándoles la paternidad a Thatcher o a Reagan, le quitan al mismo tiempo responsabilidad a la social democracia la cual, cada vez que ha tomado el poder, ha participado a este movimiento.

Reino de las finanzas y paÃses pobres

Lénin decÃa del imperialismo que era "la fase senil del capitalismo". El imperialismo contemporáneo ha llevado aún más lejos que en tiempos de Lénin los aspectos usureros de la economÃa, y rentistas de la burguesÃa capitalista.

El imperialismo de finales del siglo XIX, en busca de inversiones rentables, exportaba capital. Esta exportación ya consistÃa en esa época, muchas veces, en préstamos a los Estados, o a tal o cual imperio en decadencia. Pero la mayor parte de este capital era invertida de manera productiva.

Estas inversiones respondÃan a las necesidades de la metrópolis imperialista, y no a las del paÃs dominado. Pero, una vez puestas las vÃas, los puertos abiertos, las minas listas para ser explotadas, representaban creación de riqueza material. Y más aún, de ello se trataba cuando este capital era invertido para crear empresas como en América latina o Rusia.

La tendencia actual del gran capital a alejarse de las inversiones productivas para ir hacia inversiones financieras tiene consecuencias particularmente dramáticas para los paÃses pobres. Entre los paÃses pobres, solo unos doce - Brasil, Méjico, y China principalmente, que tienen en común el constituir mercados bastante amplios - son considerados como susceptibles de crear suficientes beneficios como para atraer a las inversiones productivas. Otros, en América latina o en el Sureste Asiático, después de haber atraÃdo al capital, invertido con objetivos especulativos, han pagado el precio de ello con crack financieros que han provocado una baja brutal de su producción. La gran mayorÃa de los paÃses subdesarrollados solo están integrados en el circuito de los capitales por la deuda o por ese tipo particular de inversiones que consiste en comprar los pocos medios de producción o de transporte que ya existen (ferrocarriles, puertos o aeropuertos) para ganar un beneficio usándolos hasta el desgaste. El imperialismo francés, en particular, se ha vuelto un especialista de este tipo de inversiones en Ã?frica.

Los economistas no saben ya que palabra inventar para diferenciar los paÃses más pobres entre los paÃses pobres, aquellos a los que no se les puede aplicar el vocabulario a la moda como "nuevos paÃses industrializados" o "paÃses emergentes". Cuarenta y nueve paÃses se encuentran dentro de la categorÃa "paÃses menos avanzados" - ¡han encontrado el modo de poner la palabra "avanzado" para designar la miseria sin fin! -, cuya población atañe 630 millones de personas y cuya renta media per cápita y por año es inferior a 900 dólares, es decir 800 euros más o menos.

En la época en la que la crisis de 1929 hundÃa la economÃa capitalista en un abismo, arrastrando a la humanidad hacia dictaduras, el nazismo y la guerra mundial, Trotsky habÃa escrito que "las fuerzas productivas han dejado de crecer".

La economÃa capitalista de nuestro tiempo demuestra, de otra forma, de manera menos dramática de momento, en los paÃses imperialistas, hasta que punto las fuerzas productivas se encuentran frenadas por la organización económica basada sobre la propiedad privada y la búsqueda del beneficio. No se trata de un desvÃo del capitalismo, sino de su desarrollo mismo. Esta única constatación mantiene y actualiza sin cesar la necesidad de "expropiar a los expropiadores" y reorganizar la economÃa liberándola de la propiedad privada de los instrumentos de producción. Una comprensión del funcionamiento de la economÃa capitalista que no termina con esta conclusión, es decir la necesidad de la revolución social y del comunismo, aunque perciba las injusticias y la irracionalidad, no es más que una comprensión estéril.

China: la vuelta del capital privado

China pasa por ser uno de los paÃses donde el crecimiento económico es particularmente rápido desde hace varios años. Esto incita a algunos a hablar de "milagro chino". Ha habido, es cierto, desde hace varias decenas de años, muchos otros milagros: milagro alemán, milagro japonés, milagro italiano, milagro de los llamados "dragones asiáticos", etc. Sabemos hoy en dÃa lo que ha sido de ellos. De milagro en milagro, la economÃa capitalista se empantana en el estancamiento.

China sirve en todo caso de ejemplo para apoyar la idea de que un paÃs pobre puede desarrollarse sobre una base capitalista. Los más optimistas ya describen a China como la gran rival económica de Estados Unidos.

Hasta desde el punto de vista global, se trata de una representación tendenciosa de la realidad. Si la tasa de crecimiento del producto interior chino es del orden del 9 %, esto solo tiene significado si se tiene en cuenta el nivel de partida.

TodavÃa hoy en dÃa, después de dos décadas de crecimiento considerado como frenético, el PIB por habitante serÃa "el equivalente del de Japón en 1960 (o del de los franceses o de los canadienses en 1923)" (L'Ãtat du monde 2005).

Además, este desarrollo tiene un carácter desigual. Recordemos que cuando Trotsky desarrollaba la idea de "revolución permanente", no reducÃa la noción de subdesarrollo a la pobreza general. Subrayaba, al contrario, las diferencias considerables y la contradicción entre aspectos de avanzado desarrollo y aspectos atrasados, entre los islotes de modernidad y el gran retraso a su alrededor. Hablando de la Rusia de antes de la revolución de 1917, constataba que la penetración capitalista no solo habÃa creado las empresas más modernas de su tiempo sino que el número de empresas grandes en comparación con las pequeñas era más elevado en la Rusia zarista que en todos los paÃses industrializados de la época, incluso Estados Unidos. "La industria más concentrada de Europa - escribÃa Trotsky en su libro 1905 - sobre la base de la agricultura más primitiva". "Esta originalidad puede tener una importancia decisiva para la estrategia revolucionaria" desarrollaba él por otro lado. "Basta con recordar que el proletariado de un paÃs retrasado ha tomado el poder muchos años antes que el proletariado de los paÃses desarrollados" (prefacio de La Revolución permanente).

Y asà están las cosas igualmente hoy en dÃa. En los grandes paÃses capitalistas subdesarrollados, Brasil por ejemplo, gigantescas concentraciones industriales existen al lado del atraso de gran parte del paÃs.

El subdesarrollo de China es el producto de una larga y dolorosa integración en la economÃa capitalista. Empezó por la guerra del opio (1839-1842) con la cual Gran Bretaña forzó al emperador chino a aceptar en su imperio el consumo del opio producido en India, paÃs colonizado por Gran Bretaña. Esta integración continuó con la penetración de mercancÃas de los paÃses industriales de aquella época, precedidas o seguidas por los cañones, acelerando la descomposición del Estado chino a favor del reino de los señores de guerra que se vendÃan a la potencia que más les ofrecÃa. Ha sido marcada por el dominio directo de las potencias imperialistas (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos, Japón), rivales entre ellas para descuartizar a China en zonas de influencia, en las grandes ciudades costeras.

Ha sido acompañada por sobresaltos revolucionarios entre 1911 y 1927, donde el proletariado chino apareció por primera vez en la escena histórica y fue traicionado por el estalinismo naciente.

El imperialismo japonés intentó apartar con las armas a sus rivales imperialistas e imponer por la fuerza la transformación de China, semicolonia disputada, en colonia totalmente japonesa. Sabemos que fue de esa ambición, después de la derrota de Alemania y Japón durante la Segunda Guerra mundial.

Es precisamente en la resistencia contra Japón que apareció el ejército de Mao que se volvió el esqueleto del aparato de Estado chino. Aunque la ruptura polÃtica y económica entre China y el mundo imperialista viniera de Estados Unidos, el régimen procedente de la toma del poder de Mao tenÃa no solo una base social suficientemente sólida como para intentar sobrevivir al bloqueo económico, sino también un cierto consenso social para intentar construir, resguardado de lo que el imperialismo les quitaba y de la presión del mercado mundial, una economÃa nacional viable. Dada su talla, su población, la variedad de sus riquezas, China era sin lugar a dudas uno de los pocos paÃses pobres del planeta que tenÃa la capacidad de hacer frente a su aislamiento.

Es la elección de ir por este camino, una vez impuesto el bloqueo americano, lo que llevó al régimen a nacionalizar totalmente la industria, a tomar el control de la producción agrÃcola, a asegurarse el monopolio del comercio exterior.

Pero hay que constatar que, si China ha conseguido escapar al dominio económico directo del imperialismo, no ha podido superar las consecuencias de su ruptura con la división internacional del trabajo. China está lejos de haber logrado llegar al desarrollo económico de los paÃses occidentales.

La demostración de que era imposible alcanzar, con la autarquÃa a los paÃses imperialistas que benefician no solo de la división internacional del trabajo sino también del pillaje del planeta entero, ya habÃa sido hecha por la URSS. Pero gracias a la revolución proletaria, los propietarios terratenientes y la burguesÃa habÃan sido expropiados radicalmente en Rusia, pero no en China. La URSS, que se quedó aislada y sometida al poder de la burocracia no ha construido "el socialismo en un solo paÃs", auque se haya desarrollado más rápido y de manera menos desigual y más completa que otros grandes paÃses retrasados comparables.

En la China de Mao, la burguesÃa solo fue expropiada tardÃamente, desde arriba por el Estado, y de manera menos radical. Los capitales acumulados en China por la burguesÃa local anteriormente a Mao pudieron ser desplazados, y han beneficiado sobre todo a "fragmentos del imperio", como Taiwán, o a colonias dispersas como Hong Kong y Singapur, o a la diáspora burguesa originaria de China, una de los componentes más o menos importantes de la clase privilegiada en varios paÃses del Sureste asiático.

Privado de esta fuente de "acumulación primitiva", el régimen maoÃsta ha intentado compensarla explotando a las clases populares. El estatismo económico del maoÃsmo, centralizaba en particular las retenciones sobre las inmensas masas campesinas.

Gracias al estatismo heredado de la época maoÃsta, China dispone sin embargo hoy en dÃa de una economÃa un poco más uniformemente desarrollada que otros paÃses subdesarrollados comparables. Es el estatismo el que ha permitido cierto número de grandes obras, como la regulación de los grandes rÃos, la construcción de presas o la creación de empresas industriales fuera de las ciudades de la costa. Es además probable que la diferencia en las tasas de crecimiento oficiales de China y de India, dos veces más importantes para la primera, residan en esta herencia, mientras que los dos paÃses son comparables por su población, por su talla, y que los dos intentan igualmente atraer el capital desde hace más o menos el mismo tiempo.

El "¡Enriqueceos!", lanzado a mediados de los años setenta por Deng Xiao Ping en dirección de una burguesÃa china todavÃa embrionaria, ha empujado a la clase rica a una actividad febril. El alabado crecimiento económico tiene sin embargo todas las marcas del "desarrollo del subdesarrollo". Si las grandes ciudades de la costa y la capital o también la vasta zona franca de la región de Shenzen conocen un desarrollo rápido, la mayor parte del paÃs solo conoce las repercusiones negativas de ello. Mientras que Shangai da la imagen de una ciudad ultramoderna, espejo de un capitalismo triunfador, los campos se estancan en la miseria. Son los campos, de los que se van los campesinos echados por la pobreza pero también por una presión fiscal creciente, los que constituyen un "ejército industrial de reserva", que entrega una mano de obra muy barata a la nueva burguesÃa y a los grupos capitalistas que vienen de fuera.

Estos inmigrantes se ven transformados en personas "sin derechos" en las ciudades y apartados del acceso a la educación o a los servicios de salud del Estado. Por mucho que esta migración sea interna, evoca la migración procedente de los paÃses pobres hacia las metrópolis imperialistas. Este componente del proletariado chino, estimado a más de cien millones de personas, se ha completado por los que, antes, trabajaban en el sector de Estado y que las "reformas económicas" han transformado en parados o precarios.

Las "reformas" empezadas en 1980 y que se han acelerado durante la década siguiente, han consistido en cerrar las empresas juzgadas demasiado poco rentables para una integración más avanzada en la economÃa capitalista mundial y, de paso, en "liberar" a los trabajadores que antes tenÃan la seguridad del empleo, para dejarlos disponibles para los capitalistas privados. Las publicaciones especializadas apuntan sin embargo que, a pesar del flujo de capital privado desde el exterior y la aparición de millonarios autóctonos, el sector público sigue originando el "72% de la formación de capital fijo".

China interesa al capital occidental atraÃdo por las perspectivas de beneficio realizable en este mercado que, aunque reducido a una décima parte de la población china que puede acceder a un nivel de vida occidental, no representa menos de un centenar de millones de personas, lo que equivale a dos de los paÃses más grandes de Europa.

Las ventajas que los salarios bajos procuran a un inversor están, además, garantizadas por un régimen autoritario que hasta ahora se ha revelado capaz de mantener firmemente el orden social.

Con un flujo de 53 mil millones de dólares en 2003 y un stock de 473 mil millones de capital extranjero ya invertidos, China es uno de los paÃses del mundo que atraen más capital exterior. Para comparar, Rusia solo ha atraÃdo durante el mismo año 2003 mil millones de dólares de capital exterior, 53 veces menos. Según ciertas estimaciones, más de la mitad de las exportaciones chinas serÃan, ya actualmente, producidas por empresas controladas por capital extranjero.

Sin embargo, es de notar que el "paÃs" que encabeza, y de lejos, los proveedores de capital a China es... Hong Kong, considerado desde el punto de vista económico como exterior a China, ¡ y que Taiwán también forma parte del grupo en cabeza ! Lo que significa dicho claramente que es el capital que se fue de China cuando llegó Mao al poder el que vuelve al paÃs, poniendo de nuevo en situación a la antigua burguesÃa china aún más enriquecida desde entonces.

El estatismo chino, que, durante mucho tiempo ha sido el obstáculo que se oponÃa a la penetración del capital extranjero, se ha convertido en su primer vector. Los medios concentrados por el Estado han transformado a China en un socio comercial interesante para el mundo capitalista, en cuanto las condiciones polÃticas estuvieron reunidas. Mucho antes de que las clases privilegiadas chinas compren en el mercado mundial automóviles, ordenadores o bienes de consumo, el Estado chino ya encargaba turbinas para su producción de electricidad o equipamientos para sus centrales nucleares. China ha realizado su regreso al mercado capitalista mundial por entremedio del Estado.

El crecimiento económico, si debe continuar, seguirá acentuando las desigualdades entre clases sociales. La diferencia entre los ingresos medios en las ciudades y en el campo ya se habrÃa vuelto una de las más importantes del mundo. El desarrollo industrial, despojado progresivamente de la centralización estatal y dejado a merced de los intereses privados, locales o internacionales, retoma la pendiente natural de todos los paÃses subdesarrollados. Mientras las ciudades de la costa conocen un desarrollo febril, las aglomeraciones industriales del interior están en declive.

La estrepitosa vuelta de la búsqueda del mayor beneficio privado trastorna ya a China, directamente en sus grandes ciudades afectadas por el desarrollo económico e indirectamente en los campos integrados mal que les pese a la economÃa monetaria. ¿Reforzará numéricamente la clase obrera, aunque sea con dolor y sufrimiento? El porvenir lo dirá, porque la constitución de un proletariado originario de los pueblos, jóven en edad, mal pagado, concentrado en empresas modernas, se vea quizás compensada por la exclusión de la actividad productiva de gran parte de los que trabajaban en empresas de Estado que cierran. El refuerzo numérico de la clase obrera, si se produjese, seria en todo caso el aspecto más importante del "crecimiento chino" porque, en un paÃs que está cambiando, el proletariado chino puede retomar un papel polÃtico, ahogado por el estalinismo, vencido antes por la represión bajo Tchang Kai Chek y después bajo Mao.

15 de octubre de 2004

Situación internacional

Las relaciones internacionales están marcadas por la hegemonÃa altamente reivindicada del imperialismo americano. El "unilateralismo americano", que deploran un Chirac o un Schröder totalmente incapaces de mermarlo, es la expresión de una situación de hecho tanto económica como diplomática o militar. El predominio de Estados Unidos desde luego no es nuevo porque la URSS habÃa sido la única gran potencia, antes de su desaparición, en hacerle sombra.

Desde el final de la Segunda Guerra mundial y la derrota de Alemania y Japón, el imperialismo ejerce un predominio "unilateral" sobre las potencias imperialistas de segundo orden. Este predominio no ha suprimido las rivalidades económicas y las disonancias diplomáticas, pero ninguna potencia imperialista da la talla para hacer contrapeso a Estados Unidos.

Si Bush, como por cierto tantos otros presidentes que le han precedido, siente la necesidad de envolver en un lenguaje mÃstico la expresión de la hegemonia americana sobre el mundo, esta hegemonia no se apoya desde luego sobre la palabra bÃblica, sino sobre la potencia económica y la fuerza militar de Estados Unidos. Sin embargo, es significativo de nuestra época el que los dirigentes de la potencia más moderna justifiquen el destino planetario que atribuyen a su nación por una fraseologÃa religiosa que no renegarÃan dictadores islámicos.

Entre los argumentos invocados por algunos dirigentes de Europa occidental a favor de la Unión europea, hay precisamente la pretensión de modificar colectivamente la relación de fuerzas entre Europa y América. En realidad, no son más que discursos demagógicos o, en el mejor de los casos, declaraciones de intención veleidosas.

Ampliándose a 25 paÃses, la Unión europea no se ha reforzado como entidad polÃtica. Sigue existiendo solo como juxtaposición de paÃses imperialistas europeos de intereses divergentes, rodeados de sus esferas de influencia europeas. Sus coaliciones frente a la potencia americana son circunstanciales y no implican siempre los mismos paÃses. No hay, en particular, convergencias durables en este ámbito entre las tres principales potencias imperialistas de Europa : Alemania, Francia y Gran Bretaña, esta última estando tan apegada a sus vÃnculos con Estados Unidos como a su pertenencia a la Unión europea. No solo se trata de una tradición polÃtica sino también de sólidos vÃnculos económicos.

Por otra parte, los paÃses nuevamente integrados en la Unión europea, especialmente los procedentes de la antigua esfera de influencia soviética, dan tanta cuando no más importancia a sus relaciones con Estados Unidos que a su pertenencia a la Unión. Lo han demostrado públicamente solidarizándose ostensiblemente con Estados Unidos durante la guerra contra Irak. Siguen haciéndolo desde entonces. Mantener tropas polacas, flanqueadas de unidades búlgaras, rumanas, húngaras, letonas y lituanianas en Irak, con ser solo simbólico a nivel militar, no es menos significativo a nivel diplomático.

La reciente puesta en marcha de una especie de ministerio de Asuntos Exteriores europeo no basta para permitir a la Unión europea "hablar con una sola voz", como dicen. La Constitución europea, suponiendo que sea aceptada en los 25 paÃses de la Europa ampliada, no bastará tampoco por si misma para dar paso a una actitud polÃtica solidaria frente a Estados Unidos.

El proyecto de Constitución europeo es una Constitución que se preocupa de la propiedad privada, de la libre circulación de las mercancÃas y de los capitales, mucho más que del derecho de las personas. No es ni mejor ni peor que muchas otras Constituciones burguesas. Y, por supuesto, no es en absoluto esta Constitución la que va a "grabar en las tablas de la ley" el capitalismo o el liberalismo, los cuales se basan sobre fundamentos muchÃsimo más sólidos que el texto de una Constitución ; como tampoco es ella la que volverá irreversible la dictadura de las multinacionales y de los mercados financieros.

Sin embargo, oficializa jurÃdicamente el control de las grandes potencias imperialistas de Europa sobre las demás. Una mayorÃa calificada para ciertas decisiones importantes exige la representación de las tres quintas partes de la población europea. Ciertamente, Francia, Alemania y Gran Bretaña no alcanzan dichas tres quintas partes. Y, para imponer sus miras, necesitan el apoyo de los otros dos paÃses más poblados de Europa occidental, Italia y España, o el de uno de ellos completado por cierto número de paÃses más pequeños. En cambio, la coalición de estas tres potencias imperialistas representa más de las dos quintas partes de la población europea. Por lo tanto, su alianza puede impedir toda decisión propuesta por la mayorÃa, incluso por los 22 otros paÃses de la Unión europea. Es una especie de derecho de veto sobre la polÃtica de la Unión europea que les es reconocido a las potencias imperialistas de Europa occidental.

RumanÃa y Bulgaria deben ser integradas a su vez en 2007, añadiéndose a los 10 nuevos paÃses integrados este año. Desplazar las futuras fronteras de la Unión europea resolverá el problema de ciertos pueblos divididos en dos pero creará otros. En dicho caso, la nueva frontera europea separará especialmente RumanÃa de la población de la vecina Moldavia en sus dos terceras partes de lengua rumana.

En cuanto a la integración eventual de TurquÃa, provoca debates donde la estupidez se codea con la demagogia. Invocar, por ejemplo, el peligro del integrismo musulmán para la futura Europa ampliada, es hacer poco caso del integrismo católico en Polonia, en Malta, dentro de los paÃses nuevamente incorporados, o en Irlanda y en Portugal dentro de los antiguos. Sin ni siquiera hablar del hecho de que la Europa "republicana y laica" se conforma muy bien con el carácter monárquico de mucho de sus regÃmenes.

Aunque la Unión europea es una coalición de burguesÃas de cierto número de paÃses europeos y que su laboriosa creación corresponde a los intereses del capital más concentrado en la competición internacional, siempre nos hemos negado a oponernos a la Unión europea en nombre del repliegue nacional. La creación de una amplia entidad en lugar de una división nacional anacrónica no es desde luego un retroceso. Además, las pocas repercusiones, especialmente la supresión de los controles en las fronteras, la libertad de circular - incluso limitada -, son útiles para los futuros combates del proletariado de Europa. Desde luego, no es la unificación europea la que los revolucionarios tienen que combatir, sino sus lÃmites y su carácter de clase.

Resalta cada vez más que, en la fraseologÃa americana, la "lucha contra el terrorismo" se ha sustituido a la "lucha contra el comunismo", en este caso contra la URSS.

Como comunistas revolucionarios, estamos y siempre hemos estado en contra del terrorismo individual, incluso cuando se llevaba a cabo con la pretensión de servir la causa de los oprimidos.

En los tiempos en que el debate tenÃa lugar dentro o alrededor del movimiento revolucionario, esta cuestión enfrentaba la corriente marxista a ciertas corrientes anarquistas; luego, en sus orÃgenes, la corriente socialista rusa se oponÃa a las variantes del populismo que preconizaban los atentados individuales.

"La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos" evocaba entonces la profunda convicción de que la sociedad solo puede ser cambiada fundamentalmente con la participación activa y consciente, por lo tanto democrática, de la clase trabajadora, incluso, más allá, de gran parte de las clases populares. Los que pretenden emancipar por actos terroristas son, en el mejor de los casos, ineficaces y, en el peor, elaboran aparatos coercitivos, lo hagan voluntariamente o no.

Los métodos terroristas y, mucho más ampliamente, las acciones de guerrillas destinadas a "despertar a las masas" han sido utilizadas desde hace mucho tiempo por organizaciones nacionalistas. Ineficaces a ese nivel, pretendÃan mucho más encuadrar por arriba a las masas que estaban despertándose contra una opresión nacional o una dictadura. PermitÃan también a los dirigentes nacionalistas disimular la ausencia de radicalismo en el ámbito social detrás de la violencia de la acción armada. Desde entonces, el periodo posterior a la Segunda Guerra mundial ha visto surgir multitud de organizaciones de este tipo, de los grupos terroristas judÃos que actuaban en Palestina contra las autoridades inglesas de esa época, a las organizaciones terroristas palestinas que actúan contra el Estado de Israel; del FLN en Argelia a Fidel Castro en Cuba; asà como en gran número de paÃses de América latina o de Ã?frica. Algunos de estos grupos se reivindicaban de un nacionalismo progresista, incluso del socialismo, la mayorÃa se apoyaban sobre aspiraciones nacionales o sociales legÃtimas. Los que han llegado al poder, solo en escasas ocasiones han cumplido aunque sea una parte de su programa social. Todos han dado a luz a regÃmenes de opresión o de dictadura.

Los movimientos integristas ni siquiera sienten la necesidad de disimular su carácter reaccionario. Ãste no solo aparece en sus métodos sino en su programa anunciado. Se trata de movimientos violentamente hostiles a la clase obrera y, más generalmente, a todas las categorÃas de oprimidos, ya sean mujeres o minorÃas en especial.

En los paÃses árabes o, más generalmente, en los paÃses con poblaciones totalmente o ampliamente islamizadas de Asia o Ã?frica, el integrismo islamista solo es un medio para tomar el poder sobre una base reaccionaria. El Irán de los ayatollahs ha creado émulos y ofrece en cierto modo un molde para instalar dictaduras polÃticas y sociales. Como en su tiempo la revolución china de Mao sirvió de ejemplo y de molde a todas las revoluciones campesinas, llamadas socialistas o no, dictaduras desde el principio, al apartar enseguida a las clases populares, a los obreros de las ciudades, que hubiesen podido ejercer un control democrático del poder.

Sin incluso llegar al poder, los islamistas ejercen una dictadura social, en especial contra las mujeres, que se manifiesta entre otras por la generalización del uso del velo, incluido en los paÃses donde no formaba parte de las costumbres sociales, al menos en las ciudades - Argelia, Egipto - o también por el restablecimiento de la barbarie de la lapidación en los Estados del Norte de Nigeria.

Incluso en los paÃses donde la población musulmana es ampliamente minoritaria, el islamismo sigue siendo sin embargo un instrumento para conquistar el poder, si no sobre el conjunto del paÃs, al menos sobre una comunidad fabricada si es necesario artificialmente integrando por la fuerza de la presión en esta comunidad a los que no son religiosos, incluso son ateos.

El objetivo es aquà también encuadrar una población inmigrada - en el caso de Francia, la población de origen magrebÃ, incluso de Ã?frica negra - en torno a ideas reaccionarias y vencer toda oposición, ya sea polÃtica o que exprese simplemente la dignidad de la mujer o el derecho a no practicar una religión. Por las ideas que vehiculan, las presiones que ejercen y las formas de opresión que alientan, las corrientes islamistas representan un grave peligro, incluso en paÃses como Francia, donde no pueden esperar llegar al poder. Son adversarios polÃticos y no puede ser cuestión para comunistas revolucionarios de compromisos hacÃa ellos, ya sea en nombre del "respeto de la tradición", del "derecho a la diferencia" o de la "libertad" de ejercer un particularismo.

El hecho de que los dirigentes del imperialismo americano presenten la lucha contra el terrorismo como el eje de su polÃtica internacional y de su polÃtica interior es especialmente cÃnico ya que hay que acordarse de que las corrientes islámicas y sus prácticas terroristas han sido protegidas por Estados Unidos, financiadas y armadas por sus secuaces regionales, Arabia Saudà y Pakistán, mientras se trataba de usarlas como instrumentos contra la ocupación soviética de Afganistán. Desde entonces, la criatura ha escapado a sus creadores.

Pero muchos episodios, incluido en torno al atentado del 11 de septiembre de 2001, recuerdan los vÃnculos turbios que existen entre tal o cual componente del aparato de Estado americano y los medios terroristas. Sin embargo, los dirigentes americanos continúan una polÃtica de sobrearmamento - ¡como si la "guerra de las galaxias" permitiese encontrar a Bin Laden en las montañas de la zona tribal de Pakistán! - e imponen en el interior mismo del paÃs una multitud de restricciones de las libertades y, a nivel internacional, guerras como las llevadas a cabo en Afganistán y en Irak, en nombre de la lucha contra el terrorismo.

Estados Unidos, en nombre de la lucha contra el terrorismo, continúa en Irak una guerra empezada contra esas "armas de destrucción masiva" que nunca se han encontrado.

Pero esta guerra, en vez de debilitar al terrorismo y a las organizaciones terroristas, al contrario los refuerza. En el interior mismo de Irak, los elementos del antiguo poder baasista que parecen encuadrar a las organizaciones que practican los atentados, se benefician de una simpatÃa indudable en buena parte de la población, exasperada por la presencia americana y por los bombardeos ciegos de los cuales los civiles son las principales vÃctimas, y por el desprecio sin lÃmites del cual el comportamiento de los soldados americanos en la prisión de Abu Ghraib ha aportado la prueba. La ocupación americana refuerza igualmente, y por las mismas razones, la influencia de los jefes religiosos más radicales, chiitas tanto como sunitas. Por otra parte, Irak ofrece aparentemente un terreno de entrenamiento para grupos terroristas de otros paÃses, ligados o no a Al Qaeda.

Las tropas americanas parecen controlar cada vez menos la situación en Irak. No solo cierto número de grandes ciudades sino parte de la capital misma se les escapa.

La guerilla iraquà no tiene por supuesto la fuerza militar para echar a las tropas americanas fuera. El imperialismo americano puede escoger quedarse presente, aunque suponga sacrificar a miles de soldados americanos, ingleses o rehenes. En cuanto a las vÃctimas iraquÃes, cuyo número probablemente sea sin común medida con los mil muertos del ejército americano, no cuentan para los dirigentes de Washington.

Esta guerra sobre el terreno dura desde hace dos años. Pero hay que acordarse de que los Estados Unidos se quedaron en Vietnam durante una decena de años. Sin embargo, esto implica cada vez más americanos enviados sobre ese terreno. Incluso si los dirigentes de Washington intentan asociar tropas de otros paÃses a su berenjenal y llevar a cabo su guerra con el pellejo de militares de paÃses pobres o del Este europeo, se verán obligados a incrementar la presencia de sus propias tropas. Está por ver si la opinión pública americana acepte el aumento incesante del número de muertos y el crecimiento de los gastos militares.

Habiendo escrito este texto antes de las elecciones americanas, los resultados solo pueden ser estimados. Incluso suponiendo que Kerry sustituya a Bush, no es el cambio de presidente el que provocará por si mismo una retirada eventual de Irak. Como mucho, puede ser la ocasión o el pretexto para ello.

Sin embargo, del mismo modo, podemos considerar que, apoyándose en su reputación de "hombre de izquierdas", Kerry aproveche al contrario para intensificar la guerra. Esto se ha visto, y un Guy Mollet que, después de haber sido elegido para hacer la paz en Argelia, intensificó esa guerra, no es una especificidad francesa. Además, Kerry se guarda bien aunque solo sea de prometer la retirada de las tropas americanas.

De todos modos, retirarse de Irak plantea al imperialismo americano un problema muy gordo, dada la situación de anarquÃa que reina allÃ. Parece evidente que un régimen sancionado por elecciones, cuando no democrático, no podrá estabilizarse. Pero hay sobre todo el riesgo del estallido del paÃs, al menos en sus tres componentes kurda, chiita y sunita, seguido o precedido de masacres interétnicas o interreligiosas, con consecuencias incalculables que se extenderÃan a toda la región.

Incluso si la economÃa capitalista mundial puede vivir sin el pétróleo iraquà - lo quiera o no, es lo que ocurre hoy en dÃa - no puede vivir sin el petróleo de Oriente Medio. Ahora bien, es el conjunto de la región el que puede ser desestabilizado por las consecuencias de la situación iraquÃ. Arabia SaudÃ, principal exportador de petróleo del mundo, ya se ve taladrado por corrientes islámicas y más aún por la mezcla de modernismo material permitido por la riqueza extravagante de su minorÃa dirigente y de barbarie medieval. En cuanto al rosario de mini-Estados dibujados en torno a los pozos de petróleo, son demasiado artificiales para resistir a deflagraciones que afecten la región, y además viven las mismas contradicciones que Arabia SaudÃ.

La guerra también sigue en Afganistán, donde las tropas occidentales se añaden a las bandas armadas autóctonas de los señores de guerra. Incluso si las elecciones de principios de octubre no se aplazan, el poder resultante de esta elección apenas controlorá la capital, Kabul, y sus entornos inmediatos, como lo hace el gobierno actual. Incluso la apariencia de unidad impuesta en su momento por los talibanes se ha hecho pedazos. La media docena de señores de guerra que se reparten el paÃs controlan sus regiones respectivas, recaudan impuestos, imparten justicia y no obedecen en nada al gobierno central.

A diferencia de Irak, el ejército americano presente en el paÃs está flanqueado de contingentes de otras potencias imperialistas, de Francia en particular.

Israel y Palestina siguen constituyendo otra zona álgida del planeta. La segunda Intifada, el conflicto armado que opone el Estado de Israel y la población palestina, entra en su quinto año. El gobierno del hombre de extrema derecha Sharon sigue llevando a cabo una polÃtica de terrorismo estatal contra la población palestina. Se ve alentado por la polÃtica de Estados Unidos que permite a los dirigentes israelÃes asimilar la represión contra toda forma de resistencia palestina a la lucha contra el terrorismo internacional.

Bush, que habÃa evocado el año pasado una "hoja de ruta" para llegar en el 2005 a la creación de un Estado palestino, ha abandonado hasta la idea, dejándole asà las manos libres a Sharon. Ãste multiplica las incursiones y los bombardeos, especialmente en la banda de Gaza. El conjunto del territorio palestino, ya ahogado por su dependencia económica total hacÃa Israel, es vÃctima de los frecuentes acordonamientos de los puntos de paso, cada vez menos numerosos por cierto, que sus trabajadores deben tomar para ir a sus lugares de trabajo. Además, está literalmente arruinado por los bombardeos y las destrucciones sistemáticas de edificios. Los territorios palestinos están totalmente pauperizados.

Rehusando toda discusión con las autoridades palestinas, amenazando periódicamente a Arafat de expulsión cuando este último se ve de todos modos reducido a la impotencia, Sharon se ha lanzado en una polÃtica unilateral que pretende separar completamente las dos comunidades israelà y palestina, sin embargo entremezcladas, además en un territorio exiguo. Una de las materializaciones más bárbaras de esta polÃtica es el muro erguido por el Estado de Israel sobre el teritorio palestino. Tal muro, que se añade a los que existen que separan las ciudades y los pueblos palestinos de las colonias israelÃes, crea numerosos enclaves dentro del territorio palestino que agravan aún más el desmembramiento de este último.

Mientras alienta las implantaciones de colonias en Cisjordania, Sharon completa sin embargo su "plan de paz" unilateral con el proyecto de evacuar las colonias de la banda de Gaza que suponen fuerzas militares demasiado importantes para protegerlas.

Sin embargo, Sharon ha encontrado a más derechistas que él entre los polÃticos que explotan la rabia de parte de su clientela electoral, especialmente la de las colonias creadas bajo su impulso, que se niegan a aceptar cualquier abandono de colonias ya existentes.

Los estragos de la guerra que lleva a cabo el Estado de Israel contra el pueblo palestino no solo se miden con el número de muertos. Más grave aún que el muro de hormigón alrededor de los territorios palestinos es el muro erguido entre los dos pueblos que viven en el mismo territorio. El terrorismo del Estado de Israel y el terrorismo de las organizaciones palestinas se conjugan, multiplicando los muertos por parte y parte - aunque no en las mismas proporciones - y transforman la desconfianza en ruptura moral profunda entre dos pueblos.

La lógica y la naturaleza de los enfrentamientos impulsan adelante a los grupos más violentos en cada uno de los bandos: la extrema derecha en Israel y el Hamas por parte de los Palestinos. Producto del enfrentamiento, este deslizamiento hacia las fuerzas de extrema derecha se convierte en un factor agravante del mismo.

A nivel económico, frente al pueblo palestino reducido a la creciente miseria, la población israelà conoce también el precio de los gastos militares importantes (a pesar de la ayuda americana) y un paro en crecimiento debido al estado de guerra.

La militarización del conjunto de la sociedad israelà en torno a una polÃtica de represión refuerza el papel polÃtico del ejército y de su estado mayor. Desde hace algún tiempo, la prensa habla de la eventualidad de que parte del ejército rechace la retirada de las colonias de la banda de Gaza, propuesta sin embargo por un Primer ministro de extrema derecha.

La democracia israelÃ, presentada durante mucho tiempo como una excepción en un Oriente Medio dominado por dictaduras, no lo ha sido nunca para la población palestina. Pero nadie puede descartar la posibilidad de que toda la población israelÃ, que ya paga con la inseguridad y con la agravación del paro la polÃtica de opresión llevada a cabo por sus dirigentes, acabe pagándola con la desaparición de los aspectos democráticos del régimen en beneficio de un poder militar.

En el combate que opone un Estado de Israel opresor a una población palestina desposeida y oprimida, somos solidarios de esta última. Sin embargo, no estamos más próximos de las organizaciones nacionalistas palestinas y de sus métodos que de los dirigentes israelÃes. Por sus polÃticas, ambos ponen a sus propios pueblos contra la pared.

Como comunistas revolucionarios, estamos a favor de la coexistencia, con igualdad de derechos, de los dos pueblos entremezclados en ese mismo territorio, bajo la forma que los dos pueblos hayan decidido de un común acuerdo. Pero la igualdad entre ambos pueblos supone no solo el reconocimiento para cada uno del mismo derecho a la existencia nacional, sino también una igualdad a nivel material. La historia del medio siglo transcurrido muestra que la lucha por solo la independencia nacional, sin la emancipación social de toda la región, lleva a un atolladero.

Muchas otras zonas de tensión existen en el planeta. Si no hay más conflictos a nivel del mundo que en tiempos de la URSS, no hay menos tampoco. Es cierto que con la desaparición de la URSS han desaparecido el apoyo diplomático que prestaba a ciertas guerras de guerrilla, asà como sus entregas de armas. Al menos sobre este último asunto, en nada hace falta la URSS : los traficantes de armas se complacen en suministrar a todos los antagonistas. No es por nada que el tráfico de armas es hoy el sector del comercio mundial que realiza el mejor volumen de negocio.

En �frica especialmente, innumerables conflictos perduran. La situación no se ha estabilizado verdaderamente en Liberia y no lo ha hecho en absoluto en el Congo ex-Zaire sometido a la ley de los señores de guerra locales. En cuanto a la guerra terrible y mortal que se desarrolla en el sur de Sudán, en Darfur, si empieza a producir declaraciones lenitivas por parte de las organizaciones internacionales y algunas resoluciones, ninguna gran potencia tiene ganas de ir más allá mientras no vea otro interés que el de proteger a una población diezmada.

En Costa de Marfil, paÃs de Ã?frica que nos concierne de más cerca como antigua colonia de nuestro imperialismo, la frontera que separa el Norte semi-secesionista del Sur se ha estabilizado debido a la presencia de las fuerzas francesas asà como de fuerzas africanas.

Mal que le pese, el gobierno francés apoya el gobierno de Gbagbo, tanto más que es él quien controla la zona mejor provista de riquezas naturales, que produce el cacao en particular, en la que también se encuentran las inversiones francesas más importantes. Sin embargo, Gbagbo no duda en completar la demagogia etnista de su prensa y de sus segundones por una demagogia en contra del gobierno francés erigiéndose en vÃctima del "imperialismo francés" como "patriota marfileño" y en vÃctima del gobierno de derechas en Francia como "socialista". Sin embargo, el gobierno francés lo apoya a falta de alguien mejor. En todo caso, hasta la próxima elección presidencial de la que podrÃa salir victorioso un Bedié, ex-presidente y protegido del viejo servidor del imperialismo francés Houphouët-Boigny o un Ouattara, ex-alto funcionario del FMI. Pero, llegado el caso, Gbagbo seguirá bastando, mientras sus declaraciones demagógicas para uso interno no sean seguidas de actos en contra de los intereses franceses, lo que no se da actualmente.

Sin embargo, la estabilización de la lÃnea de frente no significa de ninguna manera la estabilización de la situación interior. No solo sobresaltos étnicos se producen periódicamente, sino que el estado de guerra sirve de pretexto a los militares de ambos bandos para dedicarse, a un nivel bien distinto que antes, a todo tipo de extorsiones, de violencias y de exacciones. Los hombres de confianza del partido de Gbagbo - reclutados esencialmente en la pequeña burguesÃa estudiantil - proceden a linchamientos contra los oriundos del norte del paÃs o de Burkina. La situación de las clases trabajadoras, ya difÃcil en tiempos de paz, se ve todavÃa más agravada. Los grandes grupos industriales franceses que dominan los segmentos más rentables de la economÃa local, siguen sin embargo realizando consecuentes beneficios.

Por su parte, la ex-Unión soviética se ve desgarrada por una multitud de conflictos. Los más virulentos se producen en el Cáucaso, en Rusia, pero también en la vecina Georgia. En particular, el poder ruso no ha conseguido, a pesar de una represión feroz, consolidar su influencia sobre Chechenia. La toma de rehenes de Beslan y su desenlace han ilustrado los métodos abyectos de los clanes independentistas chechenos tanto como las del poder ruso.

Pero, ¿ es necesario recordarlo ?, no solo Rusia lleva a cabo su guerra con la aprobación abierta o apenas disimulada, de las grandes potencias, sino que dichas grandes potencias han llevado a cabo ellas mismas guerras semejantes. Por sangrienta que sea la represión en Chechenia con los bombardeos de las ciudades y el terror ejercido contra la población civil, Putin está lejos de haber hecho el número de vÃctimas que los gobiernos franceses en Argelia o el ejército turco entre los Kurdos.

A la vez que lleva a cabo la guerra contra el "secesionismo" checheno, el gobierno ruso alienta a los secesionistas abjacio y osetio en Georgia. Las maniobras diplomático-militares de Rusia se enfrentan sin embargo, aunque de manera relativamente discreta de momento en el Cáucaso tanto como en Asia central, a las maniobras opuestas de los Estados Unidos.

Por mucho que el imperialismo americano apoye el nuevo régimen instalado en Rusia desde la dislocación de la URSS, no olvida por ello sus propios intereses. El Cáucaso, que se sitúa entre Rusia y Oriente Medio, tanto como Asia Central, representan intereses estratégicos. Estados Unidos retoma de forma natural la polÃtica que era antaño la del imperio británico, rival, en aquella época, de la Rusia zarista por el control de la región. Estados Unidos ha aprovechado la independencia de los Estados de Asia central para instalar bases militares en cuatro de esos cinco Estados. Ha aprovechado los lÃos de Georgia con Rusia para establecer relaciones privilegiadas con el nuevo equipo gubernamental georgiano. La rivalidad entre Estados Unidos y Rusia viene bien a los jefes de guerra locales y solo puede avivar las oposiciones nacionales y étnicas en el Cáucaso.

Putin, ex-alto oficial del KGB, ha edificado buena parte de su fortuna sobre la polÃtica de represión en Chechenia. Elegido de nuevo en marzo de 2004 con una cómoda mayorÃa, disponiendo de un Parlamento a sus pies, está intentando instaurar si no una dictadura, al menos un régimen fuertemente autoritario. Parece beneficiarse de un consenso resignado por parte de una población cansada de la guerra entre burócratas mafiosos y empobrecida por los pillajes de los clanes burocráticos.

Medios de comunicación y una prensa controlada por la presidencia, un Parlamento transformado en cámara registradora: no queda mucho de las promesas de democracia tan repetidas después de 1989 por los que alababan los cambios intervenidos en el lenguaje de la burocracia. La ascensión de Putin es al mismo tiempo la de los "órganos", de los aparatos burocráticos procedentes del KGB, del cual muchos oficiales reconvertidos se encuentran a diferentes niveles de responsabilidad.

La alta burocracia parece haber reanudado la vieja práctica de las luchas entre sus diferentes aparatos como método de selección del dirigente supremo, incluso si la instalación en el poder es consagrada por elecciones.

La consolidación del poder de Putin no representa sin embargo necesariamente la estabilización del Estado ruso.

Los dirigentes rusos se jactan de la mejorÃa de la situación económica. Ãsta se basa sin embargo esencialmente en la subida estrepitosa de los precios del petróleo del que Rusia es uno de los principales exportadores. Los ingresos presupuestarios se han visto desde luego aumentados por ello, pero Rusia está integrada en el mercado mundial cada vez más como productor de materias primas (petróleo, gaz o metales), es decir en posición subordinada. Por lo demás, la huida del capital - debida a una burocracia saqueadora que prefiere invertir su botÃn en los bancos de los paÃses imperialistas de Occidente - ha tomado gran escala. En cuanto a las inversiones occidentales, según la estimación de la OCDE, son las más débiles que ha tenido Rusia "desde principios de los años noventa". Hay que creer que el gran capital occidental considera que la situación está insuficientemente estabilizada en Rusia para arriesgar en ella capitales, fuera del petróleo y de ciertas materias primas.

1 de octubre de 2004