Curiosidades: las cofradías de Semana Santa contra la II República. El ejemplo sevillano

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Abril de 2024

La Semana Santa “celebra”, nunca mejor dicho, la muerte y resurrección del mito de Jesucristo. Una de las armas culturales -para integrar a la población y permanecer en el poder-, que ha tenido la Iglesia Católica en España ha sido unir la fiesta y las redes de socialización, que son las cofradías o hermandades de Semana Santa. Estas empiezan a florecer en el siglo XVI debido a la represión contra aquellos que osaban criticar los estamentos eclesiásticos y su poder. La unión del poder de las clases dominantes y sus políticos, con la jerarquía eclesiástica, condujo a una dictadura brutal que se cebó contra los “heterodoxos” que se atrevían a pensar críticamente en esta época. La inquisición y los autos de fe en Sevilla y Valladolid muestran el imperio totalitario de la ideología dominante. Posteriormente sirvieron de protección y sostén para las capas más explotadas. Esto se confirma en la popular cofradía sevillana de los negritos, creada por los esclavos negros de la época. En Sevilla y en Andalucía hay hoy un cierto auge de la fiesta, debido a otras características de nuestra sociedad, el turismo y la socialización a través del espectáculo en la calle. Vicente Blasco Ibáñez expresó literariamente en su novela “La Catedral” la pervivencia de estas tradiciones: “—¿Sabe usted—dijo el joven cura— por que el catolicismo conserva sus apariencias de poder? Porque desde muy antiguo tiene tomadas en los paises latinos todas las avenidas por donde ha de pasar necesariamente la vida humana.” El papel reaccionario de las cofradías sevillanas durante la II República es el ejemplo vivo de esta cultura religiosa dominante y reaccionaria.

Desde finales de 1931 venía tomando cuerpo la posibilidad de que las cofradías sevillanas decidieran no salir a la calle. En octubre se formó una comisión de cofradías de Sevilla y su Provincia, uno de cuyos objetivos era tratar todo lo referente a la semana santa de 1932. En paralelo se estaba discutiendo en las Cortes Constituyente la futura Constitución de la República. Las cofradías sevillanas participaban activamente en las campañas contrarias a los principales artículos de aquella, argumentando la defensa de los “Derechos de la Iglesia”.

Este desafío al gobierno y a las autoridades municipales iba a poner a prueba de hasta dónde era capaz el régimen republicano de mantener los principios laicistas que proclamaba. Ya en octubre de 1931, dos diputados sevillanos, adscritos al partido al Partido Republica Radical, habían logrado introducir una enmienda al artículo del proyecto constitucional que prohibía la celebración pública de los cultos, abriendo la posibilidad de la salida de las hermandades procesionales.

Ante la posibilidad de que finalmente las hermandades no procesionaran, la corporación municipal sevillana intentó por activa y por pasiva que tal cosa no ocurriera. El Ayuntamiento empezó a pagar a las cofradías las subvenciones, acordadas por las corporaciones monárquicas, que no se habían quedado satisfechas y prometió traspasar todos los ingresos de la recaudación por el alquiler de sillas, palcos, etc. a las cofradías. El gobernador civil Vicente Sol, reunido con éstas, les garantizó que se respetaría el orden público y se evitaría cualquier incidente.

A pesar de todo, el 11 de febrero de 1932 los hermanos mayores de las cofradías se reafirmaron en no salir a procesionar. El acuerdo tenía que ser ratificado por los cabildos. La Hermandad de la Estrella fue la única que voto en contra de no salir, a pesar de las fuertes presiones que recibió.

La maniobra de las hermandades contó con el apoyo más o menos velado, más o menos explícito del Palacio arzobispal y la derecha católica de Gil Robles, aunque en realidad todos estos actores eran la misma cosa.

En 1936, tras el triunfo del Frente Popular, los mismos protagonistas intentaron un nuevo boicot a la salida de las procesiones y nuevamente el alcalde, esta vez Horacio Hermoso del partido de Azaña, se empeñó en que procesionaran. Esta vez, el asunto no pasó de un boicot de los señoritos sevillanos a la ocupación de los palcos.

Tras el golpe de Queipo, tanto el alcalde de la corporación republicana de 1931, el radical José González y Fernández de la Bandera y Horacio Hermoso fueron fusilados. Al parecer la vida de este último quedó en manos del arzobispo de Sevilla Eustaquio Ilundain. La Iglesia tenía muy claro en quien podía apoyarse.