Decía la ministra de trabajo Yolanda Díaz que la reforma laboral era un acuerdo histórico, que mejoraría la vida de los trabajadores; también declaraba el mismo día que se aprobó que era “uno de los días más importantes de esta legislatura” y que “se pasa página a la precariedad en España” …
¡Mucho ruido para pocas nueces! También se suele decir “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, porque en efecto, muchísimos medios se hicieron eco de sus palabras para explicar que con esta reforma se iba a reducir el trabajo temporal en España y que se rompía con la precariedad.
Recordemos que esta reforma laboral es fruto del consenso con sindicatos pero también con la patronal, y que ésta, ante las primeras críticas por la insuficiencia y cortedad de las medidas aprobadas, defendía con uñas y dientes la nueva ley, sin estar dispuesta a tocar –decían- ni una sola coma.
Pues como las mentiras tienen las patas muy cortas, llegó el mes de abril y se hizo la primera constatación: de los 1,4 millones de contratos firmados en abril, casi la mitad son indefinidos. Hasta aquí todo bien, ¿no? ¡Pues no! Porque resulta que hecha la ley, hecha la trampa y si antes la patronal recurría y abusaba de los contratos por obra y servicios –ahora eliminados- pues ya han aprendido el nuevo camino y recurren ahora al fijo discontinuo y al contrato a tiempo parcial… indefinidos.
Contratos indefinidos se hacen más, pero recurriendo a la parcialidad, con las horas más baratas, así como la cotización e indemnización. De esta forma tenemos el dato que respecto a abril de 2019 la parcialidad se ha multiplicado por tres y la figura del fijo discontinuo por diez.
Los trabajadores no quieren más falsas promesas; hay que decir la verdad y decir alto y claro, denunciándolo al mismo tiempo, que los que tienen el poder real, el Ibex35, deciden cómo los trabajadores deben vivir, cuánto deben cobrar, cuáles serán los precios, cuáles serán las condiciones de vida, en función de cómo van sus beneficios con la crisis.