El capitalismo en crisis hacia el caos

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2022
Diciembre de 2022

La burguesía está tan ciega y desorientada ante la crisis de su propio sistema como lo estaba durante la crisis que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

En 2021, en el foro de los banqueros centrales del mundo imperialista, que son como los cerebros de la gran burguesía imperialista, todos aplaudieron al más importante, el presidente de la Fed (la Reserva Federal de los Estados Unidos), cuando decía que la inflación era momentánea y recomendaba mantener unos tipos de interés bajos. Esto significaba poner a disposición del gran capital un crédito barato, casi gratuito.

En la sesión agosto de 2022, los mismos banqueros centrales aplaudieron al mismo presidente Jerome Powell, cuando propuso exactamente lo contrario: firmeza en la subida de tipos de interés de los bancos centrales. El diario económico francés Les Échos titulaba el pasado 29 de agosto: “Unión sagrada de los bancos centrales contra la inflación”.

Igual de contradictoria es la sucesión de decisiones que se toman en una serie de campos económicos, políticos y diplomáticos. La crisis energética, además de ser una pesadilla para las clases populares, es un baile desenfrenado entre pro y contra la energía nuclear, el carbón o la energía eólica…

Al comentar las incertidumbres en la política de Macron, el diario Le Monde cuenta pensamientos críticos de determinadas personas del entorno presidencial, que le reprochan su “falta de proyección estratégica” o se irritan con “el poder que patina”.

Sería un error pensar que el reproche lo suscita la persona de Macron o el debilitamiento de la posición de presidente de la república por perder la mayoría absoluta en las últimas elecciones legislativas.

El personaje Macron es muy poco relevante. En realidad, él “patina” como patinan, cada uno a su manera, sus colegas de Alemania, del Reino Unido, Italia u otros países. Basta con recordar lo ocurrido con la primera ministra británica: tan pronto como anunció la reducción del impuesto a los más ricos entre la burguesía, tuvo que dar marcha atrás y renegar de su propio plan. Es la clase burguesa entera la que patina, sin controlar nada, manteniendo una dirección única: “mientras tengamos ganancias, lo demás importa poco.” En resumen: “tras de nosotros, el Diluvio”, o sea ganemos todo lo posible y luego, que los demás se las arreglen.

“La propia burguesía no ve salida”, así comentaba Trotsky, en el Programa de Transición, la actitud de la clase capitalista ante la gran crisis de su economía, que empezó en 1929: “Todos los partidos tradicionales del capital se encuentran en una situación de desconcierto, que roza por momentos la parálisis de la voluntad”, es lo que escribió en un periodo en el que, tal y como lo vemos hoy, “Las crisis de coyuntura, en una situación de crisis social de todo el sistema capitalista, agobian a las masas con privaciones y sufrimientos cada vez mayores. El auge del desempleo ahonda a su vez una crisis financiera del Estado, y socava los sistemas monetarios ya estremecidos.”

¡Trotsky no era un vidente, ni tampoco un tarotista, por anunciar lo que ocurriría ochenta años después de su muerte!

Pero es que se mantuvo el capitalismo decadente, y hoy día balbucea.

Donde no hay “parálisis de la voluntad” es en el reparto de dividendos que este año han batido los récords. Tampoco la hay en la guerra contra las condiciones de vida de las masas explotadas, primero con el desempleo, la precariedad generalizada y la destrucción insidiosa o brutal de todo aquello en los servicios públicos que ayude a los explotados.

Bien se sabe adónde llevó la crisis del 29: a la Segunda Guerra Mundial con sus 50 millones de muertos en los campos de batalla, 100 millones si se tiene en cuenta a los civiles muertos por los bombardeos, las privaciones y el hambre.

En las relaciones internacionales pasa lo mismo. “Bajo la presión creciente del declive capitalista, escribe Trotsky, los antagonismos imperialistas han alcanzado el límite más allá del cual los conflictos y estallidos sangrientos (Etiopía, España, Oriente Extremo, Europa y Europa Central) deben ineludiblemente mezclarse en un incendio global.”

Ahora la guerra que se lleva toda la atención es la que opone a Rusia y Ucrania, apoyada ésta por el bando imperialista. La guerra, con las sanciones y contra-sanciones que provoca, se suma al cortejo de los conflictos armados sin terminar, desde Oriente Medio hasta África y Asia; con la correspondiente búsqueda de alianzas y carrera armamentística, evidencia la carrera general hacia el incendio mundial.

Fue Putin el que tomó la iniciativa de invadir Ucrania, pero es el imperialismo estadounidense el que alimenta y prolonga la guerra. Parece que los dirigentes americanos tienen interés en que dure la guerra. El imperialismo ya logró la reanimación de la OTAN, cuando hace un año Macron decía que ésta se encontraba “en estado de muerte cerebral”.

Es el imperialismo estadounidense el que saca provecho del debilitamiento de Rusia, así como de las dificultades que conlleva la guerra para sus propios aliados – y sin embargo rivales – de Europa, en particular Alemania.

Al contrario de lo que pasó en Vietnam o en Afganistán, los Estados Unidos ni siquiera tienen que mandar tropas al campo de batalla: les basta con la vida de ucranianos y rusos. Además, las armas que tan generosamente se envían abren un nuevo mercado para sus vendedores de cañones.

No obstante, ni siquiera los Estados Unidos, principal potencia imperialista, están seguros de que con su política bélica no se están disparando a ellos mismos.

El desarrollo económico del pasado, la globalización, han creado tantos vínculos entre las economías nacionales, sus clases dirigentes están tan compenetradas, rivales y cómplices a la vez, que nadie lo puede desenredar todo y a ver quién más tiene que perder en el juego de sanciones y contra-sanciones. Lo cierto es que los más débiles sufrirán más.

El mundo entero se está hundiendo en un caos sangriento.

Trotsky resumía “la situación política global en su conjunto” afirmando que “la caracteriza ante todo la crisis histórica de la dirección del proletariado”. Desde entonces, la “crisis histórica de la dirección del proletariado” ha desembocado en el naufragio total de las direcciones sucesivas, socialdemócrata y estalinista.

La principal, si no la única, conclusión es que, en vez de buscar dar una nueva vida a los zombis en los que se han convertido las direcciones socialdemócrata y estalinista, el proletariado tenga una nueva dirección revolucionaria. No con el objetivo de arreglar o mejorar un capitalismo que se hunde en la crisis y la sangre, sino con la perspectiva de tumbar el poder económico y político de la burguesía sobre el mundo. La tarea fundamental de nuestra época sigue siendo construir el partido mundial de la revolución proletaria.

10 de octubre de 2022