El deterioro de la crisis de la economía capitalista

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2020
Diciembre de 2020

Este texto es una traducción de uno de los textos votados en el último congreso de Lutte Ouvrière, en diciembre de 2020, publicado en la revista Lutte de classe de diciembre de 2020-enero de 2021.

La crisis de la economía capitalista ha conocido este año un deterioro brutal. La pandemia de coronavirus ha sido un factor de amplificación, pero no la causa fundamental. El hecho de que la crisis económica coincidiera con la crisis sanitaria sirvió a numerosos economistas burgueses para oscurecer la realidad, entre lo que es debido a la interrupción forzada de la actividad económica y lo que es debido al funcionamiento del capitalismo en crisis.

Sin embargo, las peculiaridades de este deterioro de la situación económica se integran en la evolución general de la economía capitalista mundial en la época de su “crisis secular” cuyas primeras manifestaciones fueron la crisis y luego el derrumbe del sistema monetario internacional de Bretton Woods en 1971, la caída brutal de la producción de los primeros años 1970 y la primera crisis petrolera de 1973.

Este medio siglo viene marcado por una sucesión de sacudidas, con más frecuencia financieras, seguidas por recuperaciones de la economía. Más allá de estas fluctuaciones, la economía capitalista es marcada por el estancamiento, o incluso el retroceso de las inversiones productivas, implicando por todos lados la persistencia del desempleo masivo. Sin embargo, ni las fases de expansión, ni las fases de recesión han parado el movimiento de concentración de las grandes fortunas entre un pequeño número de manos cada vez más restringido.

La acumulación de capital a escala internacional, que en la época imperialista se realiza bajo forma de capital financiero, abandona cada vez más la forma del capital industrial –fábricas, extracción minera, redes de transportes– para privilegiar las operaciones financieras. La gran burguesía que posee las grandes empresas multinacionales dispone permanentemente de enormes excedentes financieros. A falta de interés en invertir en la producción de una manera que estime rentable, prefiere las inversiones financieras. Resulta de ello una financiarización creciente de la economía mundial, con una multitud de consecuencias, tanto en el funcionamiento de esta como en la gestión de cada empresa.

No obstante, la producción de la plusvalía, su realización por la venta en el mercado y su capitalización, es la que asegura la reproducción del capital y su acumulación. Al mismo tiempo que vuelve a iniciar los ciclos de producción, este proceso es el que convierte el dinero en capital, en potencia social, reproduciendo una y otra vez las relaciones capitalistas.

El predominio de los intereses financieros sobre los intereses productivos no cambia la plusvalía global. Sólo garantiza para las operaciones financieras una ventaja en el reparto de la plusvalía global. En realidad, la creciente financiarización mina la economía capitalista y agrava sus contradicciones, al tiempo que disimula algunas de ellas.

Estatismo de ayer y de hoy

En cada sacudida financiera que amenazase desembocar en lo que sus economistas llaman una crisis sistémica, los Estados imperialistas administraron como remedio una inyección masiva de dinero y de crédito en la economía, por un lado, y por otro lado se esforzaron por facilitar las inversiones financieras y movimientos de capitales en la finanza. Resulta de ello, de crisis en crisis, un crecimiento extremadamente rápido de liquidez, créditos y deudas a nivel internacional. El volumen extravagante de capital-dinero acumulado y la facilidad con la que estos enormes importes se pueden mover en búsqueda de inversiones ventajosas dan a la vida económica un carácter inestable, febril, siempre al límite de la embolia. Los miles de millones derramados en los circuitos financieros durante las últimas semanas no han hecho sino hinchar el volumen de capital-dinero errante. Los propietarios de capitales no tienen más motivos que antes de orientarlos hacia las inversiones productivas. Los llamamientos de los gobiernos a que usen las cantidades de dinero distribuido para inversiones no pueden nada contra la ley de base del capitalismo: sólo se produce lo que se espera vender con ganancias. Sigue siendo exacta la expresión popular No se hace beber un burro que no tiene sed”, que se ha usado mucho para describir las reticencias de los capitalistas a la hora de invertir en la producción o los servicios útiles a la sociedad.

Los trucos de la economía financiarizada para sustituir estas inversiones ausentes por las operaciones sobre una multitud de títulos financieros, no atenúan la contradicción entre la dinámica de la producción capitalista y los límites del mercado, es decir del consumo solvente. El mercado se extiende con excesiva lentitud respecto a las necesidades de la producción capitalista. Las cantidades de dinero vertidas por los Estados no amplían los mercados. Al contrario, el crecimiento del paro contribuye a restringirlos.

“Plan de recuperación”, he aquí el bonito nombre otorgado a los miles de millones vertidos en la economía por los gobiernos de todos los países.

100 mil millones desbloqueados por el gobierno francés. 130 mil millones por Alemania. “Histórico”, afirmaba el diario Le Monde el 8 de septiembre de 2020, añadiendo: En algunas semanas, con una velocidad y una determinación que no se le conocía, Alemania se ha liberado de sus tabús, aquellos que eran el corazón de su política económica desde años.” “Desde el 3 de junio, un mes después de las primeras medidas de desconfinamiento, Berlín adoptó un plan de recuperación monumental de 130 mil millones de euros.” “El presupuesto votado en el mes de junio prevé la emisión de nuevas deudas, llevando el endeudamiento total para el año 2020 a 218.500 millones de euros, algo nunca visto antes.

La actitud de Alemania hacia la decisión de los jefes de Estados de la Unión Europea de implementar una forma de plan de recuperación de 750 mil millones de euros, es más significativa aún de un verdadero giro. Más que el importe gigantesco de este plan, hecho de una mezcla de subvenciones y de créditos, sorprende el hecho de que, por primera vez, Alemania, principal potencia imperialista de la Unión Europea, no haya vetado esta forma de mancomunar el préstamo y el reembolso para financiar esta suma. Los representantes de la burguesía alemana han aceptado financiar, al menos en parte, el endeudamiento de los países imperialistas de Europa más endeudados que Alemania, pero también de los países del Este de la Unión Europea, más pobre. Es cierto que, si bien los dirigentes de Polonia y Hungría han podido presentar como una victoria la obtención de la garantía de la Unión Europea para sus préstamos en el mercado de capitales, sus principales empresas, que serán las mayores beneficiarias de las subvenciones y préstamos procedentes del fondo europeo, pertenecen a capitales alemanes o franceses (Audi, Mercedes, Peugeot. Renault, Volkswagen…) y, en menor medida, japoneses.

Los Estados Unidos de Trump, detractor del estatismo y vocero de la lógica del “dejar hacer” del capitalismo americano, han actuado como los demás Estados. Anunciaron un “plan de recuperación económica histórico”, por un importe de 2.000 mil millones de dólares, eso es tres veces más que el plan Paulson después de la crisis hipotecaria. Por no quedarse atrás, los demócratas acaban de prometer 2.200 miles de millones de dólares en el caso de acceder a la presidencia.

Es la afirmación cruda del estatismo al socorro del capital privado, “cueste lo que cueste”, retomando la expresión de Macron. Esto viene tras años de discursos sobre las virtudes de los mercados, la necesidad del equilibrio presupuestario, el carácter mortífero de la deuda pública y otras necedadesque sirvieron para justificar las políticas de austeridad, que todos los gobiernos han impuesto a sus pueblos. Fue en nombre de estas políticas que los banqueros de las potencias imperialistas estrangularon a Grecia y a sus clases populares.

Giro brusco en el languaje de los dirigentes. Ahora, los bancos centrales de todos los países imperialistas, como el Banco Central Europeo, mantienen sus arcas abiertas al sistema bancario y a las grandes empresas. El tipo de interés está cerca del cero, cuando no está por debajo. Los déficits presupuestarios se disparan sin que los abogados más ruidosos de la ortodoxia presupuestaria se opongan a ello.

Destaca en las intervenciones de los Estados imperialistas su carácter puramente financiero. El Estado no busca paliar directamente el fallo de la inversión privada con inversiones públicas. No hay nada comparable, en Francia, a las inversiones del Estado después de la Segunda Guerra Mundial para permitir que la economía capitalista se recupere tras las destrucciones de la guerra. En los Estados Unidos, nada comparable con las grandes obras del New Deal de Roosevelt, aunque modestas por la escala de la construcción de viviendas y la electrificación del campo. Tampoco hay política de grandes obras en Alemania, donde la infraestructura viaria está envejecida –gran parte de la red de autopistas es de la época de Hitler– y algunos puentes tienen que ser cerrados por riesgo de derrumbe.

La falta de preparación del sistema hospitalario de Francia ante el coronavirus, persistiendo a pesar de la alerta de la primera ola, con la falta de camas, de material, y sobre todo la falta de personal competente, basta para ilustrar hasta qué punto este sector siquierasería un amplio campo para inversiones estatales útiles.

El debate esbozado en Francia entre el personal político de la burguesía, sobre si condicionar o no las ayudas y los créditos a las empresas capitalistas, es significativo. Sea cual sea el importe acordado a una empresa en forma de ayuda o de crédito, lo es a fondo perdido. La empresa, es decir, sus propietarios o principales accionistas, cobra el dinero, se hace pagar una parte importante de sus gastos en sueldos, obtiene facilidades para pagar sus deudas, sin la menor obligación de destinar dinero a inversiones productivas, sin la más mínima obligación de no despedir o cerrar sus fábricas. Hace lo que quiere con el dinero recibido. No solamente el Estado rescata los capitales privados, sino que también acepta por adelantado –es decir, alienta– que los capitalistas puedan orientar el dinero-regalo hacia operaciones financieras.

¡Así que la recuperación es sobre todo la de la especulación!

Antes aun de que se hayan distribuido las sumas prometidas, la especulación se intensificó sin más esperar. Los mercados financieros ni siquiera necesitan realmente este dinero. Los tipos de interés nulos, o incluso negativos, bastan por sí mismos.

Wall Street reanuda con los ‘locos años’ anteriores al crac de 1929” titulaba el diario Les Echos del 2 de septiembre de 2020. Escribiendo con cierto humor: “Los efectos secundarios de la Covid son decididamente curiosos. Para algunos, la pérdida del gusto y del olfato ha ido acompañado de una necesidad irracional de tesaurizar…, para otros, ha sido un impulso furioso de jugar en bolsa. En los Estados Unidos y Europa, incluso en Francia, los particulares confinados delante de su pantalla han descubierto o vuelto a descubrir las alegrías del trading en solitario. Hasta el punto que, en Wall Street, ya representan un 20% de los volúmenes negociados cada día, contra menos del 2% después de la crisis de 2009”.

Algo hay que matizar esta observación: son las grandes empresas, la gran burguesía, las que tienen, con mucho, el papel principal en los mercados financieros. E incluso los especuladores que no son de los grandes, entre los que tienen esteimpulso furioso de jugar en bolsa”, suelen pertenecer a la pequeña burguesía más o menos adinerada, y muy pocos son asalariados (incluso entre los mejores pagados).

Cuando la especulación se realiza sobre acciones en bolsa, está relacionada por naturaleza con la producción, o más exactamente con las empresas que producen. Pero son anticipaciones especulativas las que hacen que la capitalización bursátil de la empresa del automóvil Tesla, de Elon Musk, sobrepasa la de Toyota. Esto aunque Tesla sólo produjo y vendió 400.000 vehículos, mientras que Toyota vendió unos 13 millones. Pero el hecho de que Tesla fabrique coches eléctricos suena como una promesa de desarrollo para el porvenir. Como resultado, sus acciones se venden como pan caliente y su cotización en bolsa ha subido un 950% en algunos meses.

Misma atracción, y por los mismos motivos, para las grandes multinacionales del sector informático. La cotización en bolsa de Apple ha doblado en menos de seis menos. Su capitalización en bolsa representa 2.000 mil millones de dólares, ¡es decir casi el PIB de Italia, un país de más de 60 millones de habitantes!

La especulación bursátil con los valores de alta tecnología es la que más beneficios proporciona en el plazo más breve posible. Al lado de los grandes grupos financieros, atrae a los bobos de las llamadas clases medias.

Pero son también las apuestas más arriesgadas: lo señalan las fluctuaciones brutales de los altibajos de las cotizaciones de la bolsa. Si millones ficticios se pueden ganar en un solo día, también se pueden perder de un día para otro.

En este gran casino financiero, son ganadores los que tienen bastante dinero y poder como para aprovechar los altibajos. El que apuesta sobre todos los caballos tiene más posibilidades de ganar que el que apuesta por uno solo.

Pero a los grandes operarios del mercado financiero, que juegan su dinero y el de la gran burguesía –hay poderosas entidades financieras especializadas en este tipo de operaciones, como BlackRock– les hace también falta colocar su dinero en valores más estables a largo plazo.

Desde el inicio del capitalismo, o incluso desde la época de las monarquías del antiguo régimen, la deuda pública ha sido uno de los mayores proveedores en esta materia. En este mundo de inestabilidad como lo son los mercados financieros, son los títulos de deuda emitidos por los Estados los que parecen los más seguros, y es aquí donde el futuro préstamo europeo, por ser mancomunado, reduce en cierta medida la diferencia entre los préstamos emitidos por Alemania y los de Italia, España, o peor aún, Grecia. Las cantidades de dinero vertidas en la economía y la necesidad para los Estados de devolverlas después de la crisis del coronavirus, proveen volúmenes considerables de materia prima para la “industria financiera”.

Mucho antes de la pandemia y de la consiguiente disminución de la producción y de los intercambios, los cerebros menos obtusos de la burguesía dieron la voz de alarma ante los peligros que suponen para el capitalismo el exceso de liquidez y los movimientos caóticos de capitales, causas y consecuencias de la financiarización de la economía capitalista. “Entramos en la era de la crisis financiera permanente, hasta que una tormenta más devastadora desencadene una nueva crisis mundial y ponga el planeta a sangre y fuego.” Estas líneas del economista Patrick Artus en su libro La locura de los bancos centrales, subtitulado Porque la próxima crisis será peor, son de 2016. Pero ni él ni nadie controla la evolución de la economía.

El riesgo de derrumbe del sistema bancario en 2008 fue un serio aviso. Los líderes políticos de los países imperialistas y las figuras del mundo financieron se turnaron en aquel momento prometiendo una regulación, una reorganización, o la puesta en marcha de instituciones de control. Como resultado, diez años después, la deuda mundial (Estados, empresas no financieras, hogares) prácticamente ha doblado (Le Monde Économie del 14 de septiembre de 2018).

Al nivel mundial, la deuda pública y privada que representaba el 61% del PIB en 2001, el 116% en 2007… pesa el 225% en 2018, según los datos del FMI”, escribía Les Echos del 14-15 de septiembre de 2018. El mismo artículo comentaba sobriamente: “Para los bancos centrales, es difícil volver a una política monetaria más normal.” El Estado y sus intervenciones han tenido un papel mayor en el desarrollo capitalista a lo largo de su historia. El estatismo acompañó el desarrollo del capitalismo industrial, e incluso lo adelantó. No cabe aquí repasar su importancia decisiva en los principios del capitalismo moderno, tanto en Inglaterra, cuna del capitalismo industrial, como en Francia. Sin embargo, recordemos el papel que desempeñó en Inglaterra el desarrollo estatal de los transportes –excavación de canales, construcción de carreteras y ferrocarriles–, por no hablar de la construcción naval, que dio a Gran Bretaña su preeminencia sobre los mares. En Francia, donde la revolución industrial se retrasó con respecto a Gran Bretaña, no se puede pasar por alto el estatismo al estilo de Colbert, ya bajo la monarquía absoluta, que despejó el terreno ante los capitales privados, tanto para el surgimiento de la industria textil como para la siderúrgica. Los altos hornos de Le Creusot, aunque construidos con capitales privados (donde ya se encontraba a uno de la familia de Wendel), se beneficiaron de la ayuda financiera del gobierno de Luis XVI. Estos altos hornos hicieron entonces la fortuna de la familia Schneider.

La construcción de los ferrocarriles desempeñó un papel central en la unificación política de una Alemania fragmentada, pero también como plataforma de lanzamiento del capitalismo alemán de la industria pesada.

El papel del Estado también fue predominante en la industrialización del Japón de la era Meiji.

El estatismo en favor de la burguesía ascendente era un estatismo progresista desde el punto de vista de la evolución de la sociedad. Participaba en el desarrollo del capitalismo que estaba sustituyendo lo que subsistía de la economía feudal. Ha perdido este carácter progresista con el surgimiento del imperialismo, edad senil del capitalismo, la edad de la competencia mundial del capital y todo lo que se deriva de ella: la puesta del Estado al servicio de grupos monopolísticos y de sus intereses, militarismo, conquista de colonias, gastos de armamento y préstamos internacionales como medios para favorecer la penetración del capital en los países poco o nada desarrollados. Hoy, el estatismo es reaccionario en todos los aspectos de su intervención.

Observando que “el imperialismo es una inmensa acumulación de capital-dinero en un pequeño número de países”, Lenin subrayaba hace más de un siglo el “parasitismo y la putrefacción del capitalismo” llegado a su fase imperialista. Esta acumulación de capital-dinero en los países que se han vuelto imperialistas ya no encontraba uso rentable en estos países. De ahí la tendencia a exportar capitales, en vez de exportar mercancías, una de las características esenciales de la economía en la era imperialista.

Estas exportaciones de capitales originaron las relaciones imperialistas entre naciones, es decir, la subordinación de las naciones mantenidas en el retraso respecto a las potencias imperialistas. No obstante, una parte de los capitales exportados acababan transformándose en capital productivo.

Analizando la economía capitalista en su obra La acumulación del capital, Rosa Luxemburgo insistía en el papel del militarismo, de la construcción de ferrocarril y de los préstamos internacionales como ámbitos de acción del capital.

Refiriéndose al préstamo internacional, afirmaba: “Sirve para transformar el capital-dinero en capital productivo a través de empresas nacionales como la construcción de ferrocarriles y el suministro de armamento; sirve para transferir el capital acumulado de los antiguos países imperialistas hacia nuevos países capitalistas.” Aparte de financiar el suministro de armamento a los dictadores de los países pobres, este papel de los préstamos internacionales se ha reducido, o incluso ha desparecido.

Los préstamos internacionales de los países pobres –es decir, los de las instituciones financieras de los países imperialistas– sirven hoy sobre todo para ahogarlos con la cuerda de la deuda financiera, y estrangularlos sin ninguna repercusión en la producción o los transportes de estos países.

La creciente financiarización de la economía lleva el parasitismo del imperialismo a un grado más elevado aún, siempre manteniendo las relaciones de subordinación. Los préstamos internacionales ya ni siquiera dejan huella, o casi ninguna, en la economía productiva.

Los préstamos del país todavía subdesarrollado que era la Rusia zarista se tradujeron aún en la construcción de líneas de ferrocarril, y las exportaciones de capitales franceses, ingleses o alemanes en la creación y desarrollo de grandes fábricas como Pútilov, que se convirtió en uno de los baluartes del proletariado ruso, con el papel que le conocemos en la toma del poder en 1917. Ya en aquel tiempo, una de las funciones esenciales de los préstamos internacionales era la financiación de los gastos de armamento de la clase privilegiada contra su propio pueblo. En nuestra época, esta función se ha vuelto casi exclusiva.

Entonces, ¿qué es exactamente lo que van a recuperar los planes de recuperación? ¡Las operaciones financieras y la especulación sin duda alguna! ¿Cómo y cuándo desembocará en una catástrofe financiera? Lo dirá el porvenir.

El actual resurgimiento de la crisis ha afectado profundamente a ciertas actividades económicas. Ha favorecido a otras.

Los periodos de crisis son periodos de guerra a muerte fundamentalmente entre la burguesía y el proletariado, pero también entre los capitalistas. Incluso cuando la actividad productiva se reanude, estará marcada por movimientos de capitales importantes, y por una alteración de la correlación de fuerzas entre los grandes grupos capitalistas. Es precisamente a través de la competencia aguda, de la desaparición de empresas y de las concentraciones que se realiza la regulación económica en el sistema capitalista.

Nuestro programa resulta de la situación objetiva

Nuestro problema no es adivinar quién saldrá vencedor de la rivalidad entre los capitalistas, agudizada por la crisis, sino militar a favor de un programa de lucha para preservar a la clase obrera.

Desde el inicio del año, el hundimiento de las clases trabajadoras en la pobreza ya se hace visible. Seguirá hasta que la depresión alcance su punto más bajo. ¿Cuándo y cómo? Evidentemente, no lo sabemos.

Tenemos que seguir defendiendo el programa de defensa de los intereses de los trabajadores, inspirado en el Programa de Transición. Tenemos que preservar y popularizar este programa sin desanimarnos, sin contar con una reacción explosiva inmediata de la clase obrera. Es normal que la primera reacción de nuestra clase ante los golpes que redoblan sea la inquietud, una actitud expectante, con todo lo que este estado de ánimo puede favorecer como falsas esperanzas en esta o aquella forma de superar la crisis de la economía sin tocar al imperio del gran capital o bien como ilusiones en un supremo salvador.

Incluso en la precedente gran crisis del capitalismo, después del crac del Jueves Negro de 1929, las primeras reacciones masivas de la clase obrera tardaron años. Y recordemos que la misma intensificación de la lucha de clase que desembocó en las grandes movilizaciones de la clase obrera, desde junio de 1936 en Francia hasta la insurrección obrera en España, pasando por las potentes huelgas en los Estados Unidos, también llevó al poder la peor forma de régimen para preservar la dominación de la burguesía, el nazismo.

La actitud expectante de la clase obrera es también reforzada por la actitud de la burguesía en los países imperialistas, principalmente en los que tienen una fuerte tradición estatista.

En Francia especialmente, el Estado buscó y aún busca preservar los amortiguadores sociales, asumiendo adicionalmente, en este periodo de crisis, la carga parcial del desempleo de una parte de la clase obrera.

Las medidas del gobierno sobre el desempleo parcial no son en absoluto una señal de generosidad por su parte. Los capitalistas y sobre todo sus representantes políticos quieren mantener la posibilidad de una recuperación. Prefieren conservar a aquellos de sus asalariados de los que no podrían prescindir en caso de reanudación de la actividad productiva, sobre todo si el Estado es quien se encarga de pagarlos.

Todo indica que la crisis continuará agravándose en el periodo por venir. Las empresas que ya están virtualmente por quebrar, cerrarán. Entre proveedores y subcontratas se producirán reacciones en cadena. Incluso sostenidas a duras penas por el Esatdo, a falta de ampliación del mercado, las empresas cerrarán o multiplicarán los despidos.

Después de los trabajadores precarios, ya echados a la calle, será el turno de los trabajadores cualificados. Se unirán a ellos muchos más, procedentes de esta fracción de la pequeña burguesía en vías de ruina, empujados hacia la proletarización.

Es cierto que nuestros medios de propaganda y de agitación son limitados. Pero tenemos que defender nuestro programa y una política que corresponda a la situación del momento. En un período de crisis, las cosas cambian muy rápidamente. Como se pueden modificar las relaciones entre los distintos componentes de la pequeña burguesía y de la clase obrera. La intensificación de la lucha de clase nos llevará a defender muchos más puntos del Programa de Transición que los relativos a la preservación de los empleos y de los sueldos.

En un período en el que el movimiento obrero está ausente de la escena política, en todo caso desde un punto de vista de clase, los enfrentamientos políticos se limitan a opciones que apuntan todas a preservar el capitalismo y la dominación de la burguesía. Por muy diferentes que parezcan estas opciones, por muy violenta que pueda volverse su expresión mañana, contribuyen, todas, a envenenar a la clase obrera, a dividirla según opciones favorables a la burguesía, a desviarla de la conciencia de clase.

Defender una política de clase va mucho más allá de defender un programa de combate para los futuros enfrentamientos. Consiste en demostrar lo falaces que son todas las políticas inspiradas en la preservación del orden capitalista.

En este momento, es necesario ir en sentido contrario a todas las formas de repliegue nacional, de proteccionismo o de soberanismo, propagadas tanto por los reformistas como por la extrema derecha. No solamente señalando lo absurdo que es dentro de una economía globalizada desde hace mucho tiempo, sino también combatiendo su carácter reaccionario.

El soberanismo es, en el mejor de los casos, una demagogia sin contenido porque, en una economía globalizada, la burguesía imperialista sólo puede concretarlo en ámbitos limitados y parciales. E incluso dentro de estos límites, a coste de un enorme despilfarro de trabajo humano.

Trotsky escribía, en 1933, en un texto dedicado al estatismo capitalista defendido tanto por los reformistas como por los fascistas: “…a la actual ‘economía planificada’ se la debe considerar una etapa completamente reaccionaria; el capitalismo de Estado pretende apartarla de la división mundial del trabajo, adaptar las fuerzas productivas al lecho de Procusto del Estado nacional, constreñir artificialmente la producción en algunas ramas y crear de manera igualmente artificial otras ramas a través de enormes inversiones improductivas. La política económica del Estado actual comenzando con los impuestos al estilo de la antigua China y terminando con las prohibiciones episódicas de utilizar maquinaria en la ‘economía planificada’ de Hitler logra una regulación inestable al costo de la declinación de la economía nacional, de provocar el caos en las relaciones mundiales…

Esta afirmación de Trotsky se fundamentaba en su visión marxista del mundo.

La agonía del mundo capitalista resulta ser mucho más larga de lo que Marx y varias generaciones de revolucionarios podían contemplar.

Las formas de organización social no están modeladas en el organismo humano. Todo los aspectos del mismo capitalismo, la globalización tanto de la economía como de las ideas, la creciente absurdidad de la propiedad privada y de las fronteras nacionales respecto a los avances de la técnica y de la cultura, muestran hasta qué punto la sociedad lleva el potencial de una forma de organización colectivista a escala internacional. Pero el dominio de la burguesía no desaparecerá hasta que sea derrocada.

“No se trata de comprender el mundo, sino de transformarlo”, decía Marx en sustancia ya en 1845. Seguir paso a paso la agonía el capitalismo sólo tiene sentido y utilidad para preparar el derrocamiento revolucionario del orden social existente.

Por muy poderosa que sea la burguesía, por muy sólido que esté asentado su poder político, las fuerzas profundas que trabajan la economía y la sociedad son mucho más potentes. Como en tiempos de Marx, y en mucho mayor grado aún, todas las tendencias de la economía van en la dirección de una creciente socialización de la misma economía.

Al menos que se produzca una catástrofe de tal magnitud que ponga en peligro la existencia misma del género humano, la burguesía no puede hacer retroceder la historia, sólo puede ralentizarla y retrasar los plazos. Un siglo y medio después de los análisis de Marx, todas las tendencias que desveló en la sociedad y sobre las cuales fundó sus convicciones socialistas se manifiestan hoy, y con mucha más fuerza que en su época. Es precisamente lo profundos que fueron estos análisis lo que hace de su socialismo un socialismo científico en oposición al socialismo utópico de sus predecesores. Científico en el sentido de un socialismo que se derivaba no de un sueño utópico, sino del análisis de la sociedad capitalista y de su dinámica interna.

Lo que, en los escritos de Marx, era a menudo una anticipación sobre la evolución futura, se ha vuelto un hecho. La economía está socializada en un grado mucho más elevado que en su tiempo. El capitalismo no solamente se ha desarrollado en una docena de países de Europa Occidental y América del Norte como en tiempos de Marx. Ha conquistado el mundo entero.

La socialización de la producción es a escala mundial

Desde la extracción de materias primas hasta el producto terminado, cualquier producto contiene el trabajo de cientos, de miles de trabajadores a nivel de todo el planeta. De hecho, la producción pone en contacto a trabajadores de todo el mundo y los hace depender los unos de los otros, aunque la mayoría de ellos no tienen conciencia de ello, o incluso no conocen el país donde se realizó la etapa anterior de la producción.

Es decir que la globalización y la interdependencia de los seres humanos ha alcanzado un grado que no se puede comparar con la época de Marx. Los dictadores más poderosos al servicio del gran capital no pueden hacer nada contra este hecho.

El llamado “soberanismo” que exhiben como objetivo los demagogos de hoy, no todos de extrema derecha, fue llevado a su extremo por el régimen nazi en Alemania. La política de conquista encarnada por Hitler para alejar las fronteras, que condujo a la Segunda Guerra Mundial, fue ya una demostración por reducción al absurdo de la inanidad de su planteamiento. Y una vez derrotado el nazismo, la Alemania capitalista se reconstruyó reintegrando la división internacional del trabajo y convirtiéndose en la principal potencia exportadora de Europa.

La globalización no es solamente económica, sino también cultural, humana, aunque sólo sea por todos los inventos de la técnica moderna, desde Internet hasta todos sus derivados.

Todas estas tendencias que hacen evolucionar la sociedad profundamente han sido concretadas por la burguesía bajo el capitalismo y encerradas en la camisa de fuerza de la ganancia privada. La contradicción entre la dinámica de la sociedad y su organización capitalista se torna en contra de la humanidad. La energía atómica domada puede tanto proveer la electricidad de la que carece África, como desembocar en un Hiroshima. La comunicación instantánea está puesta al servicio de la especulación financiera automatizada.

Pero todo aquello otorga medios a la colectividad humana, técnicos y sociales, para controlar su destino. Medios con los que Marx sólo podía soñar. Seguía siendo verdad medio siglo más tarde, en los tiempos de Lenin. Cuando este último formulaba, en pocas palabras, que el socialismo era el poder de los soviets más la electricidad, la electrificación de Rusia era aún un objetivo a alcanzar para el poder de los soviets.

Cien años después, lo mismo sigue siendo en muchas regiones subdesarrolladas del planeta. Pero mientras tanto el hombre ha pisado la Luna y ha empezado a explorar el espacio.

Las condiciones económicas y sociales están presentes. Al proletariado le corresponde asumir su papel histórico. Las tendencias colectivistas de la dinámica del capitalismo sólo pueden realizarse mediante el derrocamiento revolucionario del poder de la burguesía, la expropiación de la última de las clases dominantes en la historia de la humanidad y la toma en sus manos de su destino por la colectividad humana.

Entonces, por retomar la expresión de Marx: “¡bien has hozado, viejo topo!”

15 de octubre de 2020