Textos de la conferencia de "Lutte Ouvriere" - La situación económica

Yazdır
Mayo, Junio y Julio de 2001

Los economistas de la burguesía consideran el año 2000 como un año de crecimiento económico, aún mayor que el del año anterior. Para el conjunto de los países industrializados, la tasa de crecimiento, que ha sido del 3 % en 1999, se estima en un 4 % para este año. La economía americana que encabeza las potencias imperialistas ha salido de la recesión en 1991. Con cuatro años de retraso, Europa occidental le pisa los talones, aunque con un ritmo globalmente muy inferior al de los Estados Unidos y que difiere de un país europeo a otro. Incluso Japón parece salir de la recesión en la que lo hundió la crisis financiera asiática de 1997.

El crecimiento del comercio mundial, por su parte, se ha acelerado a lo largo de la década. Si, en los años 80, el comercio mundial ha aumentado en un 4,2 % de promedio, en los años 90, esta tasa alcanza el 6,3 %. Sin embargo, hay que recordar que entre 1945 y 1975, considerando un periodo de treinta años, la media anual de incremento del comercio mundial ha sido del 9,4 %, eso sí sobre bases, en valor absoluto, más reducidas.

La economía de los Estados Unidos

Lo que maravilla a los comentaristas es sobre todo el crecimiento americano durante nueve años seguidos, tanto más que es la economía americana la que tira del resto de la economía mundial.

El incremento de la demanda en el mercado interior americano, que favorece sobre todo a los capitalistas del país, favorece también en cierta medida a los capitalistas europeos o japoneses capaces de acceder a este mercado. En realidad, lo que tira del comercio mundial para adelante son las importaciones de Estados Unidos. La parte correspondiente a los Estados Unidos en las importaciones mundiales ha alcanzado el 18 % el año pasado, lo que es un nivel récord. La Organización Mundial del Comercio, a la par que se alegra del incremento importante del comercio internacional este año, reconoce que si no se tuviera en cuenta el incremento de la parte correspondiente a los Estados Unidos, el valor nominal del comercio de mercancías y servicios se hubiera quedado en un nivel inferior al de 1997.

Se presenta el crecimiento americano como "el periodo más largo de expansión económica" desde hace más de un siglo. Aunque sea más largo que el periodo de expansión de la economía de los años 60, su amplitud, sin embargo, sólo es comparable en términos de valores bursátiles. Considerando un mismo periodo de ocho años, el crecimiento de la Bolsa ha sido del 291,6 % en los años 90 mientras que, en los años 60, sólo ha sido del 46,5%. Al mismo tiempo, considerando un periodo de una misma amplitud de ocho años, la tasa del crecimiento del PIB ha sido del 52 % en los años 60 y sólo del 36 % en los años 90.

Por muy imprecisas y ambiguas que puedan ser las nociones de producto interior bruto y la medida de su evolución, la comparación con los años 60 indica que la cantidad de productos suplementarios, de bienes materiales o de servicios creados durante el periodo actual de crecimiento en Estados Unidos, es inferior a la de los años 60.

Ante todo, el periodo actual de crecimiento americano es la expresión de relaciones de fuerza. Durante estos diez últimos años, los Estados Unidos han aumentado la diferencia con las demás potencias imperialistas, no sólo las de Europa, sino también con Japón que hace veinte o treinta años, buen número de comentaristas dados a lo sensacional decían camino de superar a los Estados Unidos.

La desregulación generalizada, el levantamiento de los obstáculos ante la circulación y la inversión de capital, las privatizaciones en los sectores públicos, el abandono por un número creciente de países del tercer mundo de toda veleidad de asegurar cierto desarrollo económico por el proteccionismo hacia el exterior y el estatismo en el interior marcan la evolución de la economía mundial desde hace una quincena de años.

Dicha evolución es benéfica ante todo para los grandes grupos industriales, lo que significa que es benéfica sobre todo para los Estados Unidos cuyos trusts son los más poderosos y numerosos en el mundo. La preponderancia del imperialismo americano sobre la economía mundial le da posibilidades de pillaje superiores a las de los imperialistas que compiten con él.

Los economistas burgueses citan la reanudación de las inversiones y el incremento del consumo entre las razones mayores internas del crecimiento americano. Y, efectivamente, si uno mira las estadísticas, desde mediados de los años 90, se reanudan las inversiones. A lo largo de los tres últimos años, las inversiones habrían incluso superado el nivel de los años 60. Sin embargo, las estadísticas más que mostrar la realidad muy a menudo la disimulan. Por dar sólo este ejemplo, la misma denominación "inversión directa" se aplica tanto a la recompra de una fábrica existente como a la construcción y al equipamiento de una fábrica nueva. Sin embargo, en el primer caso, sólo cambia el propietario, en el segundo, lo que varía es la fuerza productiva a la disposición de la sociedad.

Por lo tanto, sólo una parte de las denominadas "inversiones directas" representan inversiones en equipamientos, inversiones productivas en el sentido real de la palabra. O sea que es prácticamente imposible situar, incluso a posteriori, el inicio del nuevo arranque de las inversiones productivas en Estados Unidos, y aún menos saber si esas inversiones alcanzan el nivel de los años 60.

Lo único seguro es que la tasa de provecho de antes de la crisis ha empezado a restablecerse a mediados de los años 80 en los países imperialistas, debido a las políticas de austeridad y a la mayor explotación de la clase obrera. Pero, durante los años posteriores, la restauración de los beneficios de las empresas no ha llevado nunca a una reanudación de la acumulación capitalista mediante inversiones productivas. Durante varios años, los beneficios liberados por las empresas han alimentado exclusivamente por así decirlo los circuitos financieros y las especulaciones de todo tipo. La acumulación del capital se hace por lo esencial de manera financiera. Ha sido benéfica sobre todo para los grupos industriales y financieros más poderosos.

Son inicialmente razonamientos financieros o especulativos los que han orientado los poseedores de capitales hacia la compra de acciones de ahí la estrepitosa subida de los valores en la Bolsa. Luego, la importancia de los capitales financieros acumulados por los grandes grupos se ha conjugado con la rentabilidad de las empresas para hacer de la recompra de empresas algo posible y a la vez interesante a nivel financiero. De ahí la vertiginosa subida de esa forma especiosa de "inversiones directas", que consiste en la pelea a base de miles de millones, entre grandes grupos, por las empresas existentes. Este movimiento de "fusión-adquisición" que alimenta las estadísticas sobre las "inversiones directas" no es sin embargo más que la expresión de la concentración de los capitales. No conlleva necesariamente una utilización más racional de las fuerzas productivas existentes, y todavía menos su incremento.

Muy a menudo, al contrario, muchas fusiones-adquisiciones se realizan para adquirir una posición de monopolio o de semi-monopolio que permite reducir las capacidades de producción manteniendo o aumentando los precios, por lo tanto los beneficios. Además, las privatizaciones de partes enteras del sector público en muchos países desarrollados y la apertura a los capitales privados de las empresas del Estado en los países del tercer mundo han favorecido dicho movimiento.

A finales de los años 90, las fusiones-adquisiciones representarían más de la tercera parte de los flujos de inversiones directas en el extranjero lo que no deja mucho sitio para las verdaderas inversiones productivas. Cuando tal prensa económica ponía recientemente en sus titulares "las inversiones directas extranjeras estallan", sólo significa que las cantidades de dinero en juego en las fusiones-adquisiciones han aumentado en un 30 % durante el año 1999. Las estadísticas no existen en este ámbito, escondidas en gran medida detrás del secreto de los negocios, los centros bancarios especializados en las estimaciones evocan la cantidad astronómica de 3.435 mil millones de dólares. Incluso si buena parte de estas fusiones se pagan en acciones, esta cifra significa de todos modos que los trusts han despilfarrado una cantidad trece veces superior al presupuesto de un estado como Francia para recomprarse mutuamente.

Por lo tanto, el alto nivel de las inversiones en Estados Unidos representa en gran medida la simple adquisición de empresas existentes. Por ejemplo, es significativo que las estadísticas que hablan de inversiones elevadas desde el principio de la década de los 90 sólo empiezan a indicar un incremento de la productividad a partir de mediados de la década, sin ni siquiera que se pueda atribuir más a la utilización de material moderno que a la agravación de la explotación de los trabajadores. El aumento de la productividad, signo de verdaderos progresos en un número limitado de sectores, entre los cuales la fabricación de material para la informática, es globalmente inferior al de los años 60.

Los que finanzan las inversiones en Estados Unidos, de cualquier tipo que sean, son en gran medida capitales provenientes de Europa o de Japón. No es reciente el que, con motivo tanto del incentivo del mercado americano como del papel del dólar en el sistema monetario internacional, Estados Unidos atraigan capitales procedentes del mundo entero, en especial de las demás potencias imperialistas. Durante los periodos de recesión, los capitales venidos de fuera se invierten en bonos del Tesoro americano. Con la recuperación económica, se invierten también en la compra de empresas y en cierta medida en las inversiones en equipamientos. En el primer caso, el Estado americano utiliza el dinero procedente de Europa, de Japón e inclusive quizás de las clases ricas de países pobres para pagar el déficit de su presupuesto. En el segundo caso, lo utiliza para financiar el incremento del capital fijo de los Estados Unidos.

Todo esto conlleva al endeudamiento externo colosal de la economía americana. Pero Estados Unidos es la única potencia económica en el mundo que puede financiar su deuda externa con moneda propia.

El endeudamiento juega también un papel importante en el crecimiento del consumo interior. El endeudamiento privado alcanza niveles inigualados. La pequeña burguesía muy numerosa del país recurre a los préstamos no sólo para financiar su consumo sino también para especular en Bolsa. Lo que, en caso de bajón bursátil, podría conllevar un bajón de la cadena de hipotecas y el retroceso del consumo, con las consecuencias que se adivinan para la producción.

La agravación de la explotación

Sin embargo, el incremento global del consumo disimula el hecho de que el de las capas más pobres de la clase obrera sólo aumenta un poco, incluso retrocede en algunas de sus componentes.

El crecimiento americano es sobre todo el de las desigualdades. La diferencia entre la renta del capital y los salarios no deja de agravarse, en detrimento de estos últimos. Desde 1977, la fracción en la renta del 1 % más rico de la población ha duplicado. Unos 2,7 millones de personas disponen de tantos ingresos como los 100 millones menos acomodados.

El año pasado, el salario de un trabajador americano de cada tres, trabajando con un horario completo, era insuficiente para mantener a una familia con dos niños por encima del umbral de pobreza oficial. Una amplia fracción de asalariados sólo consigue obtener un salario conveniente con horas extras o si no añadiendo una segunda actividad asalariada a la actividad principal.

La duración media del tiempo de trabajo en Estados Unidos es especialmente superior a la de Alemania, de Francia, de Inglaterra e incluso de Japón.

Los transvases sociales no disminuyen sino agravan las desigualdades. En el país más rico del mundo 44 millones de personas ( el 16 % de la población) no tienen ninguna cobertura social. Según la Organización Mundial de la Salud, si el 10 % más rico de la población se beneficia de condiciones de protección social sin igual en el mundo, las del 5 al 10 % más pobre serían comparables con las del frica subsahariana.

De forma más general, el crecimiento de la economía, incluso en los países imperialistas ricos, se debe menos a un incremento de la demanda que a una agravación de la tasa de explotación de la clase obrera. La economía no es independiente de la relación de fuerzas entre el proletariado y la clase capitalista. El empeoramiento de esta relación de fuerzas, desde el punto de vista del proletariado, no se manifiesta sólo por el decrecimiento del número de huelgas, fenómeno casi general en todos los grandes países imperialistas, sino incluso por la disminución de la capacidad de resistencia molecular y cotidiana de los trabajadores frente al incremento de la explotación.

Los economistas consideran como un punto positivo importante del crecimiento de los años 90 el hecho de que, incluso donde en Estados Unidos principalmente - el paro ha bajado a un nivel relativamente bajo, esto no haya llevado a aumentos salariales debidos a la simple competencia entre capitalistas. Esto demuestra solamente que la generalización de la precariedad, la flexibilidad de los horarios de trabajo le dan a los patronos más soltura en la gestión de los trabajadores. El número importante de precarios pesa sobre los salarios de semejante manera que el propio peso del paro.

El Observatorio económico del Banco de Francia habla de una fuerte alza de la duración de utilización de los equipamientos, la encuesta del Banco de Francia insiste en el amplio recurso al trabajo en equipos, la utilización de las máquinas durante los días festivos y la reducción, cuando no la supresión, de los "puentes". Todo esto se añade a la intensificación del ritmo de trabajo para incrementar la tasa de explotación.

Los Estados podrían, en cierta medida, compensar la agravación de las desigualdades que la economía produce de forma muy natural en un periodo en el que la relación de fuerzas es desfavorable para la clase obrera. No sólo los Estados no juegan ese papel sino engrasan los mecanismos fuente de desigualdades de la economía capitalista, tanto volviendo la legislación social más favorable a los patronos como utilizando la fiscalidad y los presupuestos sociales.

En un país como Francia, el presupuesto del Estado y el de la Seguridad social representan 45 % del producto interior bruto. Esto le da al Estado medios considerables de redistribución social.

Pero para incrementar la parte del presupuesto consagrada a ayudar a los patronos de mil y una maneras, el Estado economiza a costa de los servicios públicos y de la protección social. Es uno de los principales artesanos de la disminución de la parte correspondiente a la clase obrera en la renta nacional comparada a la clase capitalista.

La clase obrera no sólo está mantenida al margen del crecimiento. Al contrario, el crecimiento se debe a una mayor explotación de los trabajadores.

Esto significa también que el crecimiento actual tiene estrechos límites. El incremento de la demanda de productos de consumo proviene de la burguesía, pequeña y grande, mientras que las posibilidades de consumo de la mayor parte de la clase laboral están limitadas por el estancamiento de la masa salarial total y por el incremento de las retenciones.

La especulación bursátil continúa

El alto nivel de los beneficios y su incremento conducen desde hace años a anticipaciones que provocan la subida de las acciones en la Bolsa. Desde 1995, el precio de las acciones en la Bolsa se ha multiplicado de promedio por tres. La tasa del crecimiento bursátil está muy alejada de la tasa del crecimiento económico, después de todo modesto incluso en Estados Unidos y con más razón en los demás países.

Este desface representa una amenaza mayor para el conjunto de la economía. Los dirigentes políticos, las cabezas del sistema político están perfectamente conscientes de ello pero no controlan el movimiento errático de los capitales en busca de lo que más les reporta.

Este año ha conocido una mini-crisis bursátil en abril, afectando precisamente a las acciones del sector informático que, los años anteriores, habían conocido un boom espectacular. El capital especulativo se ha contentado con desplazarse a acciones de grandes empresas bien establecidas. El auge extravagante de las cotizaciones en Bolsa se ha ralentizado, este año, pero una vez el bajón evitado, el mecanismo se ha vuelto a poner en marcha. Mientras funcione, por qué privarse de una fuente de dinero fácil y el hecho de que, a pesar de la alerta de este año, en los diez últimos años, la que ha ofrecido el campo de inversiones más interesante haya sido la Bolsa alimenta esa convicción de que esto puede seguir funcionando.

Sin embargo el pequeño krach de abril y el hecho de que haya afectado al sector de la informática recuerdan que esto puede aún menos durar cuando las empresas de informática, incluidas las más inestables, han recibido, debido al interés de la especulación por las acciones de las empresas "más prometedoras", un flujo importante de capital que son absolutamente incapaces de absorber. Una regulación entre los capitales en competición es inevitable. La pregunta que se plantean los responsables es saber si esto se hará suave o bruscamente, pero ninguno de ellos tiene la respuesta.

Europa

A pesar de la interdependencia económica de los diferentes países de Europa, todavía no hay una economía europea, en el sentido en que hay una economía de Estados Unidos o de Japón. La Unión europea sigue siendo una coalición heteróclita de Estados de acuerdo entre ellos para crear un espacio económico único pero cada Estado teniendo como preocupación prioritaria el favorecer la posición de sus propios grupos capitalistas en este espacio único.

A nivel político, la Unión europea y sus instituciones no han puesto punto final a las rivalidades nacionales, es decir a las rivalidades entre sus burguesías respectivas. Las instituciones europeas están sobre todo destinadas a proporcionarles un marco en el que pueden superar sus divergencias de forma pacífica. Los organos ejecutivos de las instituciones europeas son, recordémoslo, la emanación de los Estados nacionales. Las decisiones esenciales siguen siendo tomadas por el Consejo europeo, reunión de jefes de Estado o de gobierno de los países miembros, o si no por los Consejos de ministros, que reúnen a los ministros concernidos de los diferentes países. En cuanto a la Comisión europea, llamada "Comisión de Bruxelas", si asegura la permanencia de una especie de aparato ejecutivo, se compone de representantes de los Estados miembros, y su política es por lo tanto la expresión del compromiso sacado de la confrontación de las voluntades respectivas de éstos.

El Parlamento europeo, única institución que no sea la emanación directa de Estados, sólo tiene como función el proporcionar un aval seudo-democrático a decisiones tomadas en otras instancias. Las prerogativas que le son conferidas desde el Tratado de Amsterdam, especialmente la de "co-decisión" con la Comisión europea en cierto número de ámbitos, pueden ser esquivadas con facilidad.

O sea que no hay un Estado europeo, ni siquiera de forma embrionaria. Hay una delegación de poder para despejar el terreno, de común acuerdo, con respecto a lo que, en las legislaciones nacionales, en las regulaciones diversas, fragmenta el mercado europeo en una combinación de mercados nacionales.

A pesar de la interdependencia desde hace mucho tiempo de las economías de los diferentes países de Europa, cada uno de estos países tiene su propia historia económica, marcada ante todo por los vínculos trenzados a lo largo de esa historia entre cada burguesía y su Estado nacional. Estos vínculos no han desaparecido y ni siquiera se han aflojado con la construcción europea. Al contrario, podríamos decir. Las burguesías nacionales necesitan a sus Estados respctivos para representar sus intereses específicos en el foro del mercado vuelto más o menos común. Por el contrario, el desarrolllo histórico en el marco nacional ha dejado multitud de escorias en las prácticas económicas, en las normas, en las regulaciones que pueden haber tenido sentido e interés para tal o tal burguesía, en tal o tal momento de su historia, pero que, hoy, fragmentan inútilmente el mercado. Para no dar más que este ejemplo, la adopción por Francia de la definición llamada SECAM para las pantallas de televisión era, en su tiempo, una medida proteccionista de los fabricantes franceses de televisores frente, en especial, a sus competidores alemanes que habían adoptado la definición llamada Pal o americanos, adeptos del NTSC. Esta singularidad es hoy más bien una desventaja en el mercado mundial. Sin embargo, incluso en los ámbitos en donde la homogeneización de las normas corresponde al interés de los trust de todas nacionalidades, sigue sin respuesta la pregunta : quién conseguirá imponer sus propias normas como norma común.

Lo esencial de las actividades de las instituciones europeas es en todo caso intentar homogeneizar las prácticas en una multitud de ámbitos que van del color de los faros de los automóviles al tamaño y a la edad a partir de los cuales se pueden pescar los peces industrialmente, pasando por la cantidad de monóxido de carbono autorizado en los gases de escape o también la cantidad de grasas vegetales autorizada en el chocolate. Incluso esta homogeneización de las normas a la que el Parlamento está tanto más convidado que da a las decisiones tomadas el aval de "la opinión pública" - es sin embargo un proceso lento. No sólo porque el número de productos es grande y las normas más o menos distintas entre los 15 países de la Unión, sino porque cada decisión, pudiendo favorecer a un grupo industrial frente a otro, da lugar a duros regateos en torno a la Comisión de Bruxelas y a un "lobbying" intenso en torno al Parlamento europeo.

Sin embargo, todos estos regateos sólo contribuyen a unificar el mercado y no los capitales. A pesar de todos los tratados desde la firma del acto fundador del Mercado Común, en 1956, a pesar de la puesta en marcha de un número creciente de instituciones con toda una burocracia europea, no ha emergido un capital europeo. Es significativo, por ejemplo, que, si Europa ha conocido durante los últimos años, como el conjunto del mundo imperialista, gran número de fusiones- adquisiciones, el porcentaje de fusiones que ha afectado dos empresas europeas de países diferentes (23 %) no sólo ha sido inferior al de las fusiones entre trusts de un mismo país (44,5 %) sino incluso al de las fusiones entre grupos capitalistas de un país europeo y grupos exteriores a Europa (americanos, japoneses, etc.) (32,5 %)

Además, en los cinco últimos años, si las fusiones entre trusts nacionales han tenido tendencia a disminuir, ha sido en beneficio de fusiones con un socio no europeo mientras que las fusiones propiamente europeas se quedan estancadas. El sector automovilístico da buena ilustración de ello, con Mercedes-Benz que se ha aliado con el americano Chrysler y Renault que se ha apoderado del japonés Nissan.

El gran orgullo de la Unión europea es la puesta en marcha de una única moneda, el euro. Recordemos sin embargo que el euro sólo es la única moneda de 11 países de los 15 que forman la Unión europea. Ha hecho falta inventar neologismos del tipo de "euroland" para describir una situación en la que la Unión europea no está tan unida como se pinta sobre una cuestión esencial. Y, dentro de los 4 países que conservan su moneda, está una de las principales potencias económicas de Europa, la de gran Bretaña. La existencia del euro sí protege los intercambios europeos de las fluctuaciones monetarias. Es una ventaja nada despreciable porque lo esencial del comercio exterior de los países europeos se desarrolla en el interior de la Unión europea.

Sin embargo, la puesta en marcha del euro no ha alcanzado uno de sus objetivos esenciales, es decir hacerle competencia al dólar en los mercados internationales. Ni siquiera ha frenado la especulación con el dólar ni con el yen, ... ni inclusive con la libra esterlina. En cierto modo, los tipos de cambio se han vuelto más volátiles debido a la heterogeneidad de los 11 países que han adoptado el euro. En todo caso, desde que nació, el 1 de enero de 1999, el euro ha perdido más del 25 % de su valor frente al dólar e incluso a la libra esterlina, y aún más frente al yen. Y, a pesar de las declaraciones estruendosas de los dirigentes europeos sobre la infravaloración del euro, los especuladores no parecen dejar de jugar en contra de la moneda europea. Esta baja del valor del euro favorece momentáneamente a los capitalistas exportadores, pero encarece al mismo tiempo las importaciones. Y, sobre todo, compromete y es un eufemismo la ambición del euro de volverse una moneda de transacción en el mercado mundial y una moneda de reserva compitiendo con el dólar.

Y, por fin, aunque es precisamente al final del año que viene cuando el euro debe reemplazar la moneda nacional en los 11 países concernidos, nadie, ni siquiera sus promotores, está seguro de su perenidad.

El porvenir dirá si los Estados conseguirán avanzar camino de una Europa federal o si el estancamiento actual indica lo máximo que las diferentes burguesías de Europa aceptan hacer juntas. En todo caso, no es sólo una cuestión de Constitución, sino sobre todo una cuestión de relación de fuerzas, ante todo, entre los tres imperialismos que dominan Europa, Alemania, Francia y Gran Bretaña.

Gran Bretaña no ha aceptado ni siquiera hasta ahora la moneda única.

En cuanto a la burguesía alemana, la caída del euro, si persiste, le obligará a una difícil elección entre una moneda sólida, el deutsche mark, pero que sólo es la moneda de una economía estrecha, y el euro que, a pesar de su pretensión de ser la moneda de una entidad más amplia, es una moneda débil.

En lo que se refiere a Francia, su entusiasmo hacia Europa está ampliamente condicionado por las ventajas que obtiene de la política agrícola común, así como por los apoyos que encuentra en las instituciones europeas para la preservación de sus intereses en su antiguo imperio colonial o en sus posesiones de ultramar.

Además, si el porvenir de Europa está ligado ante todo al acuerdo entre estas tres principales potencias imperialistas de Europa, está tanto menos claro que conseguirán imponer su santa voluntad a los imperialismos menores (especialmente espagnol, italiano, belga o holandés) que sutiles alianzas de intereses prolongan, entre estos últimos, la rivalidad entre los tres imperialismos dominantes.

De forma general, si a los imperialismos europeos les vale más unirse sin lo cual se condenan a ser insignificantes frente a la competencia mundial, las relaciones que cada uno mantiene con los Estados Unidos y su economía son muy diferentes de un imperialismo europeo a otro. En muchos de los regateos entre los Estados Unidos y la Unión europea, esta última es incapaz de presentar un frente unido porque los intereses de tal o tal de sus componentes convergen más con los intereses del capitalismo americano que con los de los "socios" europeos.

El problema de la ampliación de la Unión europea a los 12 países candidatos hace resurgir las divergencias. A nivel simplemente jurídico, esta integración plantea el problema de una reforma de las instituciones y de su funcionamiento. La discusión en torno a esta reforma podrá servir de soporte para expresar muchas otras divergencias de intereses. Si las principales potencias imperialistas de Europa parecen más bien partidarias de la ampliación que facilitará el control de sus trusts sobre la economía de los países candidatos, se pronuncian a favor con una intensidad diferente y estando dispuestas a pagar por ello un precio más o menos elevado.

Por ejemplo, no es evidente que los beneficiarios de las subvenciones europeas a la agricultura, entre los cuales figura Francia en cabeza, acepten que esta ventaja sea extendida a Polonia o Hungría. Lo mismo que no es seguro que los países que reciben más ayudas y subvenciones de fondos europeos llamados "estructurales" acepten que su parte correspondiente sea reducida en beneficio de nuevos adherentes.

La ampliación de la Unión europea, en vez de reforzarla en la competencia internacional frente a los Estados Unidos o Japón, puede, al contrario, subrayar la hetereogeneidad de esta Unión y su fragilidad. No es una casualidad si, en los círculos dirigentes del imperialismo francés o alemán, se habla de forma más o menos abierta de una Europa con dos velocidades, institucionalizando más la dominación de las grandes potencias sobre los otros países de la Unión europea. Pero, de todos modos, esta europa con dos velocidades ya existe, dentro y fuera de las fronteras actuales de la Unión europea en la cual el papel otorgado a los países no imperialistas es sencillamente ampliar el espacio económico en el cual se desarrollará la competición entre los grandes trusts.

Los países subdesarrollados

Uno de los balances anuales recientes del Fondo Monetario Internacional subrayaba que "la mayor participación de los países en desarrollo representa uno de los rasgos destacados de la expansión del comercio y de los flujos de capitales observados en el mundo a lo largo de los diez últimos años". Y, de hecho, si se creen estadísticas de conjunto, el nivel de integración de los países subdesarrollados en la economía mundial ha aumentado. Entre 1985 y 1997, lo que se suele llamar el "grado de apertura" del conjunto de los países subdesarrollados, y que se mide con la relación entre el comercio exterior y el producto interior bruto, ha pasado del 22 % al 38 %. Otra indicación : el flujo de capitales en dirección de estos países ha pasado entre 1990 y 1996 de 60 mil millones a 200 mil millones de dólares. Pero el FMI que proporciona estas cifras no separa los flujos especulativos de capitales de los que se invierten en dichos países. Los países pobres de Asia, afectados por la "crisis asiática" de 1997 han pagado muy caro el capital especulativo e, incluso si la economía de algunos de ellos ha vuelto a ponerse en marcha en el tiempo transcurrido, las consecuencias sociales de la crisis no se han reabsorbido. Sin embargo, parte de este flujo de capitales ha alimentado las"inversiones directas". Lo que hemos dicho al respecto para los países imperialistas vale también para los países pobres : estas "inversiones directas" han servido más para volver a comprar empresas existentes o para apoderarse de infraestructuras colectivas (electricidad, agua, etc.), en especial en el marco de privatizaciones impuestas, que para desarrollar las fuerzas productivas locales. Sin embargo, el resultado de esto es la integración económica creciente en la economía mundial, que se traduce especialmente por un incremento de la parte correspondiente a los países subdesarrollados en las exportaciones mundiales de productos manufacturados, que habría pasado del 7 % al principio de los años 70 al 25 % hoy en día.

Los defensores de la economía capitalista deducen de tales cifras que la integración en una economía mundial global es la mejor manera para los países subdesarrollados de salir del subdesarrollo. Y citan, en negativo, todas las tentativas abortadas de países pobres para salir del subdesarrollo gracias a un estatismo avanzado y proteccionista con respecto al mercado mundial. Es un hecho que el aislamiento del mercado mundial, es decir de la división internacional del trabajo, constituye un handicap que ningún país pobre ha conseguido superar. Sólo la Unión soviética, gracias a las medidas radicales tomadas por una revolución proletaria, había podido conocer durante largo tiempo una tasa de crecimiento tal que el país se había alzado entre las grandes potencias industriales, sin salir sin embargo del subdesarrollo y pagando el aislamiento económico por la burocratización que conocemos.

Pero el balance de la integración creciente en la economía mundial dominada por el imperialismo es desastroso para los países pobres. Dicha integración no ha disminuido sino agravado el abismo entre ambos. Los 3 mil millones de habitantes de los países pobres, que representaban en 1980 un 82 % de la población mundial, habían producido entonces un 29 % de las riquezas mundiales. Menos de veinte años después, en 1998, la población de los países pobres representaba, con 5 mil millones de personas, el 85 % de la población mundial pero sólo el 21,5 % de las riquezas producidas.

Las tres zonas imperialistas del planeta, los Estados Unidos con Canadá, Europa occidental y Japón, que representan el 13 % de la población mundial, representan el 70 % del producto interior bruto mundial, el 79 % de las inversiones en el extranjero y el 90 % de la capitalisación bursátil. La caída de las monedas de la mayoría de los países pobres no sólo con respecto al dólar sino también frente al yen y, desde hace poco, del euro, es a la vez el reflejo de ese abismo pero también un factor de agravación en lo que a ingresos por cápita se refiere. Los ingresos medios por cápita han bajado mucho en el conjunto de los países pobres, incluido en los que, como Corea del Sur o Malasia, sirven de ejemplo por su crecimiento económico.

Por otro lado, en este ámbito como en muchos otros, la estadísticas de conjunto son completamente engañosas. Los capitales de los países imperialistas que, una vez superados los efectos de la crisis de la deuda latinoamericana a mediados de los años 80, han querido invertir de nuevo en países subdesarrollados, en realidad sólo se interesan por una docena de estos países. Entre ellos, los cinco principales China, Brasil, México, Singapur e Indonesia absorben el 55 % de los capitales occidentales. ¡ La pequeña Malasia sola recibe más capital extranjero que el conjunto del continente africano ¡ Una docena de países constituye el 70 % de las exportaciones provenientes de países subdesarrollados. El hecho de que una docena de países de entre los menos subdesarrollados hagan alarde de tasas de crecimiento que asombran a los economistas aunque, aquí también, la crisis asiática ha demostrado la fragilidad de tales situaciones no impide que se queden al margen el otro centenar de países pobres del planeta.

Incluso los países mayormente integrados en el sistema económico mundial a lo largo de las dos últimas décadas no han colmatado su retraso con respecto a los países imperialistas. El único resultado de la evolución reciente es haber añadido al abismo que separa los países imperialistas del resto del conjunto de países pobres otros abismos, esta vez entre los propios países subdesarrollados.

Nueva economía

Desde la guerra, la economía mundial ha conocido dos grandes periodos. Durante el que va del final de la guerra hasta 1973, llamado abusivamente "Los 30 gloriosos", la economía americana ha conocido varios ciclos en los que recesiones sucedían a momentos de expansión. Las fases ascendientes o descendientes de estos ciclos de la economía americana se han repercutido más o menos en la economía de los demás países imperialistas, con desfases debidos en particular a las intervenciones estatales. La necesidad de reconstruir lo que había sido destruido por la guerra, suplida por un periodo de expansión de los mercados en los años 60 han llevado sin embargo a que los ciclos sucesivos se hayan situado en una pendiente ascendente. Distaba de ser un periodo de incremento consecuente de las fuerzas productivas, pero era distinto de los años que iban de la gran crisis de 1929 hasta la guerra. Dicho periodo aseguraba globalmente el pleno empleo, lo que había permitido cierta mejoría de la condición obrera.

Desde 1973, la economía de Estados Unidos va por su tercer ciclo, más precisamente por la fase de expansión del tercer ciclo. Esta duración de la fase de expansión en Estados Unidos y el hecho de que, a pesar de la crisis asiática de 1997, la economía de la mayor parte de los demás países industrializados lo ha alcanzado en la expansión, han alimentado sin embargo entre los economistas incluidos algunos que se reivindican del marxismo un debate en torno a la cuestión de saber si la economía capitalista no está viviendo un "nuevo respiro". O, por lo menos, si la economía no está saliendo del periodo de estancamiento iniciado en 1973.

Es bastante frecuente que los economistas burgueses obligados a ganarse la vida se aprovechen de una fase de expansión para escribir tesis sobre el final de las crisis y la aurora de una nueva economía. Esta vez, la expresión "nueva economía" pretende apoyarse en lo que algunos llaman con grandilocuencia la "revolución informática". Si la informática, la comunicación y todo lo que les rodea han inyectado en el mercado nuevos productos (ordenadores, software, teléfonos móviles, etc.), si le han permitido a algunos hacer fortuna y renovar la galería de retratos de las dinastías burguesas más ricas con algunas caras nuevas, si han provocado auges bursátiles excepcionales, si han ampliado la gama de productos vendidos, esto no significa una ampliación del mercado y aún menos un nuevo dinamismo para la economía capitalista.

Por otro lado, a pesar de las afirmaciones que son sobre todo publicidad, estos nuevos productos no han revolucionado en absoluto la productividad en el conjunto de la economía. De momento, sólo han modificado notablemente los métodos de trabajo en una parte del sector terciario (bancos, seguros, etc.,y, de otra manera, el comercio). Pero recordemos que, si estos sectores son indispensables para el buen funcionamiento de la economía en su conjunto, no producen valor. La mejoría de su "productividad" no revoluciona los medios de producción, permite como mucho a los banqueros y aseguradores retener, durante un tiempo, una parte mayor de la plusvalía global.

En el sector productivo, la introducción de la informática no ha modificado gran cosa. Ha tenido un efecto en la organización de la cadena productiva facilitando el método llamado del "flujo continuo" entre las diferentes empresas que representan etapas de un proceso de producción y tendiendo hacia el "cero almacenamiento". No es seguro sin embargo que esto represente de veras un progreso del punto de vista de las fuerzas productivas. Como mucho, este tipo de funcionamiento enmarca más el ritmo de trabajo y, por lo tanto, agrava la explotación de los trabajadores.

A pesar de una aceleración del incremento de la productividad desde la segunda mitad de los años 90 debida, seguramente, en buena medida y, probablemente, esencialmente a la intensidad del trabajo y a la agravación de la explotación de los trabajadores -, el conjunto del largo periodo de crisis se aparenta a el de un declive del crecimiento de la productividad en Estados Unidos. Efectivamente, sabiendo aquí también que las estadísticas valen lo que valen, entre 1959 y 1973, la productividad del trabajo ha aumentado siguiendo un ritmo anual del 2,94 %, mientras que entre 1983 y 2000, a pesar de una aceleración al final, el ritmo ha caído a un 1,41 %. Ahora bien, este segundo periodo es precisamente el del desarrollo de la utilización de ordenadores. Un Premio Nóbel de economía, oponiéndose a los que se entusiasman demasiado ruidosamente con la revolución de la informática, había resumido en una fórmula lapidaria : "Vemos ordenadores en todos sitios, menos en las cifras de productividad". A pesar de las divagaciones recurrentes en torno a este tema, la informática no ha revolucionado las fuerzas productivas, como lo hicieron "el molino de agua o el motor de explosión", como lo ha afirmado perentoriamente, hace poco, un economista haciendo estragos en la páginas de un periódico.

En una discusión fechada a principios de los años 20, Trotsky, en particular, se había alzado contra la idea que se estableciera una analogía entre los ciclos cortos del capitalismo, en los que las fases de expansion y de recesión se suceden por así decirlo automáticamente como modo de funcionamiento de la economía, y los periodos más largos de desarrollo o de retroceso de la economía capitalista. "La recurrencia periódica de los ciclos cortos está condicionada por la dinámica interna de las fuerzas capitalistas y se manifiesta en todos sitios y una vez que existe el mercado". Sin embargo, afirmaba, no hay nada automático cuando a periodos más o menos largos de estancamiento o de declive de las fuerzas productivas suceden periodos de nuevo crecimiento. Estos periodos, afirmaba, "su carácter y su duración están determinados no por el juego interno de las fuerzas capitalistas, sino por las condiciones externas que permiten su desarrollo". "Son la conquista por el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, por ese camino, los acontecimientos de orden super-estructural de importancia tan esencial como las guerras y las revoluciones, que determinan el carácter y la sucesión de fases ascendentes, estancadas o declinantes del desarrollo capitalista".

Incluso la dislocación de la economía planificada en la Unión soviética no le ha ofrecido al capitalismo un nuevo campo de acción, si no es de forma marginal. La pretendida "nueva economía no ha abierto una nueva era de expansión ante el capitalismo en su conjunto. Incluso nada indica que se abre un nuevo periodo, comparable por lo menos al periodo que precedió la crisis de 1973.

Sólo la reanudación de la iniciativa y de la actividad consciente del proletariado internacional podría cambiar la situación, no para volver a darle un "nuevo respiro" a un capitalismo sin aliento sino, al contrario, para ponerlo fundamentalmente en tela de juicio.