¡Sí, definitivamente tememos un nuevo “Invierno del Descontento”! Y se siente en todos los sectores de la clase trabajadora. Por razones obvias: el aumento del coste de la vida supone al menos el doble de la tasa de inflación, que ya ronda el 15%.
Entonces, ¿habrá huelga general? O mejor dicho, ¿por qué no la hay? Los bomberos, los paramédicos de las ambulancias, las enfermeras, los trabajadores de correos, los ferroviarios, los conductores de autobuses y trenes, los limpiadores, el personal de seguridad, los funcionarios y el personal de las universidades y colegios ya tienen permiso “legal” para hacer huelga. Y los profesores y los médicos en formación lo tendrán muy pronto…
Sin embargo, los dirigentes sindicales no sólo parecen incapaces de organizar una huelga coordinada, sino que se aseguran de que cualquier confraternización entre los huelguistas sea simbólica. Como en alguna que otra manifestación, normalmente organizada por grupos de extrema izquierda.
Vale la pena señalar -ya que a nadie le parece escandaloso- que las huelgas secundarias o de simpatía, por ejemplo, las huelgas “para” las enfermeras u otros trabajadores de la salud/social, por parte de otros trabajadores, ni siquiera fueron consideradas. Claro, fueron prohibidas por el gobierno conservador de Thatcher en 1990. Sin embargo, si alguna vez hubo una ley que valiera la pena romper, ¡es esta ley contra la “simpatía”!
Por ahora, los líderes sindicales siguen esperando que se les invite a unas amables negociaciones, a pesar de que la patronal se niega a ceder en los aumentos salariales a menos que se acuerden “reformas”, es decir, recortes letales de puestos de trabajo y recortes en pensiones y condiciones. Y, lo que es más, ¡a pesar de los ataques contra los activistas sindicales durante las huelgas y en los intervalos entre ellas!
Por supuesto, no son muchos entre las filas de los trabajadores activos los que se hacen ilusiones sobre la capacidad de los dirigentes sindicales para dar la batalla a la patronal y obtener ventajas reales para todos los trabajadores, sin más. Para imaginárselo, ¡habría que haber nacido ayer! En cuanto al líder de RMT (sindicato de ferrocarriles), Mick Lynch, por lo que él mismo admite, no es un revolucionario.
Sin embargo, ahora mismo no se necesitan revolucionarios – aunque la revolución, sin duda, tiene que ser el objetivo final si se quiere acabar para siempre con el sistema capitalista basado en beneficios. No, lo único que se necesitaría es utilizar la máxima fuerza colectiva para presionar hasta que la patronal -que está ganando mucho dinero con esta crisis- ceda. Pero la iniciativa no vendrá de las centrales sindicales, sino de los piquetes. Y cuanto antes, mejor.
Si la patronal y su gobierno se enfrentan a la determinación de más de un millón de trabajadores, es una conclusión inevitable que esta panda de degenerados avariciosos se derrumbará. Así que ¡a por ellos!
Traducido de www.workersFight.org