La situación en Francia

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2022
Diciembre de 2022

Nueva temporada del circo político

Una vez reelegido a la presidencia de la república, Macron no logró en las legislativas una mayoría absoluta, por lo que tiene que echar mano de cualquier trampa inventada por quienes concibieron la Constitución, con el fin de que se voten las leyes que exige la gran patronal. El gobierno de Borne no consigue ganar a los diputados LR (Les Républicains, la derecha) y alterna dos opciones: buscar una mayoría de circunstancia o imponerse por fuerza con el artículo 49.31.

Desde el momento en que se trata de textos presupuestarios, se puede usar el 49.3 sin límite. En dos meses de sesión parlamentaria, Borne ya lo usó cuatro veces, empeñando cada vez la responsabilidad del gobierno. El guión ya es conocido: el gobierno presenta su texto; los partidos de oposición proponen una serie de enmiendas y cantan victoria cuando se aprueba algunas; gracias al 49.3, el gobierno impone un voto bloqueado sobre su texto; luego LFI (La France insoumise, el partido de Mélenchon) y el RN (el partido de Le Pen) presentan mociones de censura, que no tienen salida puesto que la derecha no quiere sumarse.

En los meses por venir, este acto de equilibrio se va a complicar, porque, fuera de textos presupuestarios, sólo se puede usar el 49.3 dos veces por sesión parlamentaria. El gobierno necesitará pues del respaldo de los diputados de la derecha. Macron agita la amenaza de disolución del Parlamento para amedrentar a los diputados, tanto a los de su propio bando que tendrían anhelos de rebelión como a los de LR, que a menudo han sido elegidos con pocos votos de diferencia y no tienen ganas de volver a presentarse a elecciones. En este póker mentiroso, con la mayoría gubernamental y la derecha cazando en el mismo terreno, nadie se salva de un posible accidente. La disolución es un arma de doble filo, así como lo aprendió a sus expensas la derecha en tiempos de Chirac en 1997 – pero igual Macron parece planteársela en serio.

Por ahora, cada diputado desempeña su papel y sigue el espectáculo, ya sea desde las bancadas o en la tribuna. Los ambiciosos echan mano de cualquier polémica mezquina y artificial, a veces contra su propio bando. Hace poco, un diputado del RN especialmente desollado se hizo famoso al decirle a un diputado negro “¡Que regrese a África!”. Además de la vileza del debate político, el teatro de la asamblea nacional es el reflejo de una economía en crisis y el desconcierto tanto de la burguesía como de sus servidores políticos.

El parlamento nunca fue otra cosa más que una tapadera, detrás de la cual se disimula el poder de la burguesía. Lo han convertido en una zarzuela, destinada a entretener al público, ocultar la realidad del poder y hacer creer a las masas que, con las elecciones, ellas determinan la vida política del país. Para eso, la burguesía consiguió la colaboración de todos los partidos políticos, ya sean defensores del capitalismo o críticos con él, como lo hacen los partidos reformistas que abanderan ideas de izquierdas o ecológicas.

La izquierda y los ecologistas contribuyen tanto como la extrema derecha a difundir la creencia de la soberanía popular. Esta mentira electoralista ha desorientado y desmoralizado al mundo laboral, porque las esperanzas que se tenía con la candidatura de Mitterrand, de Jospin o de Hollande siempre han sido decepcionadas. Con Mélenchon pasará lo mismo.

El juego parlamentario de la Nupes y el RN

Fruto de una alianza entre LFI (Mélenchon), el Partido Socialista, el Partido Comunista y los ecologistas de EELV, que se negoció de cara a un escrutinio mayoritario, la Nupes (“Nueva unión popular, ecológica y solidaria”) cuenta con 142 diputados. Desde las legislativas, LFI presenta el resultado como un avance de la izquierda, pero se desvanece la ilusión óptica cuando se analiza la verdadera correlación de fuerzas: en junio, la Nupes no obtuvo más votos de las que los partidos que la forman obtuvieron por separado en 2017. A pesar de ello, los diputados de la Nupes siguen pavoneando. En junio, el diputado Quatennens, entonces estrella en ascenso de LFI, decía que “Macron no tenía mayoría suficiente como para aprobar la jubilación a los 65 años o el trabajo gratis a cambio del ingreso mínimo”. Las cortinas de humo nunca han sido un arma de combate para los oprimidos.

La estrategia de Le Pen es otra. Gracias a su éxito electoral y a la derechización de la sociedad, ella se plantea como “fuerza tranquila” que espera el buen momento. Quiere demostrarle a la burguesía que su partido está dispuesto a gobernar, a costa de calmar con más o menos éxito los impulsos racistas de su bando, y de poner de relieve perfiles de tecnócratas que puedan participar en las labores de la asamblea. Con sus 89 escaños, el RN sigue tejiendo su tela dentro de la alta administración y los órganos de Estado como la policía y el ejército.

Se mantiene una tendencia identitaria capaz de emprender actos de provocación, violencia y racismo desollado. La campaña presidencial de Zemmour fue caja de resonancia para las ideas reaccionarias más abiertas, y parece que fortaleció esa tendencia, pero con su origen en los barrios pijos, se quedará al margen mientras no se radicalicen las categorías pequeñoburguesas. Éstas, de momento, aguardan detrás de Le Pen.

El RN ya puede jactarse de influir en la vida política. La izquierda y los macronistas se acusan los unos a los otros de favorecer al RN al mezclar sus votos con los de la extrema derecha, pero al mismo tiempo no dudan en usar algunas formulas o incluso ideas suyas. Así pues Macron hace poco hizo suya la idea de un vínculo entre inmigración y delincuencia. Bien puede Darmanin (el ministro de Interior) preparar la regularización de unos millares de trabajadores sin papeles por satisfacer a la patronal, esto no impide que el gobierno endurezca su política contra los inmigrados y por ello contribuya al ambiente xenófobo y nacionalista.

La política de Macron, tambaleante pero leal para con sus ordenantes burgueses

La palabra clave de la política de Macron es el pragmatismo: manera de decir que se adaptará y andará con rodeos para compensar su poca mayoría. Se justificar por antelación las fluctuaciones y los vuelcos de su política. El aspecto caótico de la gobernanza de Macron – por ejemplo, el vuelco dado en el tema nuclear y la nacionalización de EDF – procede del caos de la propia sociedad capitalista, sometida a las leyes del mercado y la competencia, y, en nuestros tiempos, a la incertidumbre y el riesgo que provocan la guerra de Ucrania.

La burguesía francesa, al igual que sus competidoras, afronta una crisis con múltiples facetas que cambia y pone en peligro los fundamentos de su prosperidad desde décadas, al tiempo que abre nuevas posibilidades para los capitalistas más potentes. Cambios en la correlación de fuerzas entre capitalistas, en los equilibrios en Europa, en el comercio internacional, en los circuitos de abastecimiento, en las tecnologías… la situación se hace cada día más inestable.

Macron no controla la situación – nadie lo puede – pero la burguesía le otorga su confianza. La pequeña burguesía le agradece el “cueste lo que cueste”2 de la época de los confinamientos. La gran burguesía por su parte le agradece su determinación a la hora de oponerse a cualquier nueva imposición de las ganancias.

Fiel a sus ordenantes, Macron mantiene el rumbo antiobrero: los trabajadores deberán sacrificarse por que la burguesía, y en particular su parte más potente, se salga con la suya a pesar de la guerra, la inflación, la subida de los tipos de interés y la recesión que se está instalando. Uno de los aspectos más importantes de la lucha de clases es la cuestión de la indexación de los salarios a los precios. Macron se opone a ello con firmeza y ayuda a los explotadores a incrementar la plusvalía que les sacan a sus trabajadores, empobreciendo a la clase obrera. Al volver a poner al orden del día el ataque contra las pensiones, Macron abre otro frente. Quiere aumentar el número de años cotizados que se requieren para jubilarse con una pensión completa, y a la vez subir a los 64 o 65 años la edad de jubilación. De esta manera, se pasaría la línea roja que el muy moderado sindicato CFDT planteó. Es una manera de demostrar su determinación frente al conjunto de los sindicatos y las movilizaciones.

Desde el bando de los trabajadores

Los trabajadores están dándose cuenta del retroceso de su poder adquisitivo. Se dan cuenta de que esto va a durar porque la crisis empeora y lleva a la quiebra a pequeñas empresas. Con parones y huelgas, buscan la mejor manera de defenderse. El sindicato CGT busca aprovecharse de ese estado de ánimo. Está multiplicando los días de movilización. CGT se suma a las iniciativas de los sectores más combativos, con lo cual les da satisfacción al mismo tiempo que deja a los demás sin movilizarse. Donde la rabia se ha acumulado, como en las refinerías con sus huelgas en septiembre y octubre, CGT con su política le da una salida sin peligro. Mientras la CFDT ensalza la negociación y se opone a las huelgas, CGT aparenta combatividad y radicalidad porque no teme que los trabajadores se salgan de sus límites.

Si bien CGT mantiene su fama de sindicato más combativo, no ofrece ninguna perspectiva a una movilización que busca un camino. Esto necesitaría presentar un plan de combate a los trabajadores, empezando por explicar la profundidad de la crisis en la cual nos estamos hundiendo y la ofensiva feroz por parte de la burguesía, como resultado de ella. Necesitaría presentar una estrategia con objetivos de reivindicaciones y acciones capaces de unir las fuerzas de los trabajadores en un solo movimiento. Defender semejante plan de combate está entre las posibilidades de una gran confederación como CGT. Si no lo hace, es porque no lo quiere hacer.

La política de los militantes comunistas revolucionarios

En el ambiente actual de descontento, los comunistas revolucionarios deben ser los más decididos y los más combativos. Sin embargo, nuestra propaganda no debe quedarse en llamamientos repetidos a movilizarse. Lo más importante es animar a los trabajadores a pensar y a prepararlos para la lucha necesaria con el fin de cambiar la correlación de fuerzas con la patronal. Es posible hacerlo hablando de las reivindicaciones que se tiene que abanderar, tanto como de la manera de dirigir las luchas.

Una misma reivindicación puede defenderse desde el reformismo o la revolución. LFI ya ha convertido en proposición de ley la indexación de los sueldos, con lo cual vende la moto de que sólo es una cuestión de mayoría parlamentaria. Cuando se trata de determinar cuánto han de subir los sueldos, se oponen dos lógicas de clase. La primera consiste en adaptarse a cuánto dinero la patronal está dispuesta a poner encima de mesa, en función de su supuesta situación financiera y la coyuntura – esto equivale a razonar desde el punto de vista patronal. La segunda consiste en basarse en las necesidades de los trabajadores, y reivindicar partiendo de ello.

Nuestra tarea sigue siendo la que Trotsky definió en el Programa de Transición: “La tarea estratégica del próximo período -período pre-revolucionario de agitación, propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y descorazonamiento de la vieja dirección, falta de experiencia de la joven). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.

La socialdemocracia dividía su programa en dos partes independientes una de otra; el programa mínimo, que se limitaba a algunas reformas en el cuadro de la sociedad burguesa y el programa máximo, que prometía para un porvenir indeterminado el reemplazo del capitalismo por el socialismo. Entre el programa máximo y el programa mínimo no existía puente alguno. La socialdemocracia no tenía necesidad de ese puente, porque sólo hablaba de socialismo los días de fiesta. La Internacional Comunista ha entrado en el camino de la social democracia en la época del capitalismo en descomposición, cuando a éste no le es posible tratar de reformas sociales sistemáticas, ni de la elevación del nivel de vida de las masas; cuando la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el doble de los que diera con la izquierda (impuestos, derechos aduaneros, inflación "deflación", vida cara, desocupación, reglamentación policíaca de las huelgas, etc.); cuando cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta cualquier reivindicación progresiva de la pequeña burguesía, conducen inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.

Si no hay un núcleo de trabajadores dispuestos a luchar por que la huelga sea dirigida democráticamente por los propios huelguistas, la subida de la combatividad obrera será llevada por los jefes sindicales hacia un callejón sin salida. Como pasó en 1936, en 1947 o en 1968, si una oleada de huelgas irrumpe en el país, las fuerzas políticas más influyentes entre la población trabajadora lucharán por recuperarlas y desviarlas hacia el campo parlamentario.

Al partido LFI le gustaría sustituir al PC como portavoz del movimiento social. Mélenchon convoca grandes concentraciones, tal y como lo hizo el pasado 16 de octubre, deseando hacer, según dice, demostraciones de fuerza. Al igual que el PC, preconiza la lucha tanto en la calle como en las urnas, pero no tiene la implantación en la clase trabajadora que el PC hereda de su pasado. Los diputados LFI acuden a los piquetes y hablan de las reivindicaciones obreras. En medio del vacío militante actual, muchos trabajadores pueden sentirse representados por ese partido.

Hoy día, los trabajadores son debilitados por la división y competencia permanente que hay entre las organizaciones sindicales. Aun cuando defienden la misma política fundamentalmente, las confederaciones justifican su existencia por separado defendiendo reivindicaciones diferentes, convocatorias distintas. La división también impera en el campo político, puesto que la clase obrera se dispersa entre la abstención, el voto al partido de izquierda que les parezca más radical y el voto a la extrema derecha.

Cuando vuelva la combatividad obrera, ninguna organización sindical podrá agrupar a todos los trabajadores bajo su propia bandera. La única vía para unir a todos los combatientes será asegurar la democracia obrera a través de amplias asambleas diarias y comités de huelga, que permitan a todos los trabajadores, incluso la gran mayoría no sindicalizada, tomar responsabilidades en la organización y la dirección de la huelga.

La democracia obrera es fundamental para unir a los trabajadores en un amplio movimiento. Para los comunistas revolucionarios, se trata de algo más que de un principio. Es la condición indispensable del combate de los trabajadores para defender día tras día, y llevar a cabo el aprendizaje de su poder colectivo. Está en el corazón de la lucha política de todos aquellos que son fieles a la perspectiva que trazaron la AIT y Marx: “La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos”.

Aun sin ser comunistas revolucionarios, existen muchos trabajadores que atribuyen importancia a la democracia obrera. Más si se tiene en cuenta la desconfianza hacia los aparatos sindicales, que se expresó durante el movimiento de los chalecos amarillos. Sin embargo, la democracia obrera es una lucha. El núcleo de trabajadores convencido de su importancia debe formarse antes de que se produzca la huelga. Hacer surgir ese núcleo y fortalecerlo debe ser uno de los objetivos inmediatos de los revolucionarios.

Dentro del marco de un momento determinado, un núcleo de trabajadores puede bastar para convencer a trabajadores reunidos en una asamblea general de que se tiene que poner en marcha un comité de huelga elegido democráticamente por todos los huelguistas. Si surgen comités de huelgas en grandes empresas, pueden convertirse en la organización de todos los trabajadores de la zona industrial o de la ciudad, ya procedan de una gran empresa o una pequeña, o estén desempleados o jubilados.

Sólo la profundidad de un movimiento y su radicalidad pueden salirse del control de los aparatos destinados a supervisar a los trabajadores. No obstante, no toca realizar pronósticos en cuanto a la evolución de la combatividad, ni tampoco preguntarse si los revolucionarios pesarán lo suficiente en un periodo de radicalización de la clase obrera. Toca defender la perspectiva de una salida política favorable a una remontada obrera, o sea la perspectiva comunista revolucionaria.

Cuando Trotsky escribió en el Programa de Transición que “la situación política mundial del momento se caracteriza ante todo por la crisis histórica de la dirección del proletariado”, la obra destructora del estalinismo ya había avanzado algo. La dictadura estalinista eliminó a los mejores dirigentes de la clase obrera agrupados en Rusia en la Oposición de izquierda, alteró y deformó el capital político revolucionario transmitido por Marx y Lenin. Pero el objetivo de que la clase obrera tomara el poder no era una abstracción para la generación que vio los acontecimientos revolucionarios y todas las luchas políticas desenvueltas después de la Primera Guerra Mundial. Aun sin una dirección política válida, muchos trabajadores guardaban en su conciencia la perspectiva revolucionaria. Ochenta años más tarde, sólo es el caso de una pequeña minoría.

Desde que Trotsky escribió el Programa de Transición, no han faltado luchas en las que participaran trabajadores, pero nunca han conseguido llevarlas a su terreno de clase, ni tampoco declarar su candidatura al poder. En todas partes, esa posibilidad fue ahogada por la corriente reformista, ya fuera en sus variantes estalinistas o nacionalistas.

Ahora la idea de derrocar la dominación burguesa y la conciencia de que la clase obrera debe sustituirla en la dirección de la sociedad casi han desaparecido. Las elecciones, que sólo reflejan de manera deformada el estado de ánimo de los trabajadores, señalan sin embargo la debilidad de la corriente comunista revolucionaria. En las elecciones presidenciales, nuestra candidata reunió 197.141 votos, es decir el 0,56%. En las legislativas, nuestros 554 candidatos lograron 229.810 votos, o sea el 1,04%. Es muy poco, pero este hilo une a los trabajadores de hoy con los revolucionarios del pasado, y es la única garantía para que nuevas generaciones se apoderen de las ideas comunistas revolucionarias.

Hasta los menos politizados entre los trabajadores ya pueden darse cuenta de la quiebra de las clases dirigentes. Se cuestionan, dudan, se preocupan. Buscan respuestas y nuevas perspectivas. La extrema derecha de Le Pen, Meloni, Trump o Bolsonaro, les ofrece respuestas sencillas que responden a los miedos y satisfacen los prejuicios reaccionarios; otras tantas ofrecen los militantes del integrismo religioso. En la búsqueda de ideas antisistema, es preciso que los trabajadores encuentren en su camino las ideas comunistas revolucionarias.

En 1903, en un texto de homenaje a Carlos Marx, preguntó Rosa Luxemburgo: “¿De dónde nos viene esa fuerza moral interior de aguantar y sacudir las peores opresiones con el coraje burlón que tenemos? ¿Acaso sería la tenacidad de los desfavorecidos en la búsqueda de cualquier pequeña mejora material de su condición? […] ¿Será, como en tiempos de los primeros cristianos, el estoicismo ascético de una secta, cuyo resplandor brilla en proporción directa de la persecución sufrida? […] ¿Será la legitimidad de la causa que defendemos, la que nos hace tan invencibles?

A esas preguntas, contestó Rosa Luxemburgo que no. Lo explicó: “Si el movimiento obrero actual, enfrentándose a los golpes del bando enemigo, sacude con vigor su melena, se debe por lo esencial a la serena comprensión de las leyes de la evolución histórica objetiva, a la comprensión de que “la producción capitalista produce ella misma su propia negación con la misma fatalidad que determina las metamorfosis de la naturaleza” (Marx), es decir, la expropiación de los expropiadores, la revolución socialista; se debe a esa comprensión en la cual el movimiento obrero vislumbra la firme garantía de la victoria final, de la cual saca tanto su fogosidad como su paciencia, su fuerza de actuar y el valor de perseverar.

El periodo actual nos ofrece la posibilidad de dirigirnos a trabajadores atentos porque buscan una salida en un contexto cada día más inquietante. Nos permite agruparlos en las empresas y construir nuevas relaciones políticas y organizativas con ellos. Nos ofrece oportunidades para reforzarnos y reclutar; nos toca aprovecharlas.

11 de noviembre de 2022

 

1. Se trata de un artículo de la Constitución francesa que permite que se apruebe una ley sin debate parlamentario.

2. Así se refieren a ayudas del Estado a las empresas, especialmente a las pymes, para mantenerlas cueste lo que cueste a las arcas públicas.