Gaza: los palestinos se enfrentan al terrorismo de Estado israelí

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Textos del mensual Lutte de classe - Febrero de 2024
Febrero de 2024

Tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, el gobierno israelí se embarcó en una guerra que, por su violencia, duración y destrucción, supera todo lo que este territorio ha visto en los últimos veinte años.

Desde que Hamás tomó el control de este enclave de 360 kilómetros cuadrados y 2,4 millones de habitantes en 2007, su población ha sido objeto de frecuentes bombardeos israelíes. En dos ocasiones, en 2008 y 2014, unidades israelíes entraron en Gaza. A las acciones militares se han sumado los efectos de un bloqueo, en ocasiones casi total, que ha paralizado la actividad económica y ha dejado a más del 70% de los gazatíes dependientes de la ayuda humanitaria distribuida por la ONU.

Esta vez, el gobierno israelí ha lanzado realmente una guerra que ha devastado totalmente Gaza y ha provocado una masacre masiva. Ya el 9 de octubre, su ministro de Defensa, Yoav Gallant, anunció, con el abierto desprecio racista que son capaces de mostrar los dirigentes israelíes: "Estamos imponiendo un asedio total a Gaza. No hay electricidad, ni agua, ni gas, todo está cerrado. [...] Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia", declaró.

La responsabilidad de las grandes potencias

Esta masacre a gran escala no habría sido posible sin el apoyo y la ayuda activa de las grandes potencias, en primer lugar de Estados Unidos. Sin reservas de bombas teledirigidas ni de munición de artillería, el Estado israelí depende totalmente de las entregas estadounidenses. Si Estados Unidos decidiera suspender las entregas, el ejército israelí tendría que detener su ofensiva a los pocos días por falta de municiones.

En cuanto a la Unión Europea, sigue siendo el primer socio comercial de la economía israelí y también tendría una influencia considerable sobre los dirigentes del Estado hebreo... si tuviera la voluntad de hacerlo, ¡lo que no es en absoluto el caso!

Ninguna de las grandes potencias quiere obligar al Estado israelí a poner fin a la guerra, porque sigue siendo el principal policía del orden imperialista en esta región de Oriente Próximo. Se han limitado a pedir al gobierno israelí que tenga más en cuenta a la población civil, una monstruosa muestra de hipocresía. Sin olvidar que, como Francia durante la guerra de Argelia, o Estados Unidos en Vietnam, Irak y Afganistán, estos Estados han hecho ellos mismos gala de la misma barbarie en numerosas ocasiones para asegurarse su dominación del mundo.

Limpieza étnica y guerra sin fin

Desde los primeros bombardeos, Netanyahu ha proclamado que la guerra durará hasta que "Hamás sea erradicada". Y desde finales de diciembre repite en cada aparición pública que será "una guerra larga que no va ya a acabar". El propio Netanyahu tiene un interés directo en prolongar la guerra, que le permite mantenerse en el poder silenciando las críticas de la población israelí.

En una reunión de su partido, el Likud, declaró que iba a "reducir la población de Gaza a su mínima expresión", con lo que preveía abiertamente expulsar a gran parte de ella. La prensa israelí informó de planes para abrir las fronteras marítimas del enclave y permitir "una huida masiva hacia países europeos y africanos". Este escenario sería una continuación de lo ocurrido cuando se creó el Estado de Israel en 1948, durante la Nakba ("catástrofe" en árabe), cuando entre 700.000 y 800.000 palestinos se vieron obligados a abandonar sus propiedades y tierras y exiliarse. Esto se repitió en menor medida tras la Guerra de los Seis Días de 1967. La gran mayoría de los habitantes de Gaza son descendientes de estos refugiados, cuando no refugiados ellos mismos.

Netanyahu adopta así el programa de la extrema derecha ultranacionalista y racista, que incluye a varios ministros de su gobierno, y de la que recibe constantes presiones. Su ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, líder del Partido Sionista Religioso, ha propuesto una cifra objetivo: "100.000 o 200.000 árabes en Gaza", lo que supondría expulsar a más de dos millones, y se ha declarado partidario de que Israel vuelva a ocupar Gaza.

La mayoría de los dirigentes del gobierno israelí, sobre todo en el Estado Mayor, no parecen estar a favor de la anexión de Gaza. Recuerdan que en 2005 el gobierno israelí de entonces, aunque estaba dirigido por Sharon, famoso por sus posiciones ultranacionalistas, se vio obligado a poner fin a la ocupación del territorio, que consideraba demasiado difícil y costosa, y a evacuar los asentamientos que se habían establecido allí, para no tener que garantizar su protección.

Expresando ciertamente el punto de vista dominante de las cupulas del Estado israelí, el 4 de enero el ministro de Defensa Gallant presentó un plan que descartaba por completo el regreso de los colonos judíos. "Sin Hamás, no hay administración civil israelí", resumió. También mencionó el despliegue de una fuerza internacional. En otras palabras, tras haber reducido Gaza a un campo de ruinas, propone cínicamente dejar la carga de cualquier reconstrucción a la "comunidad internacional", como después de cada una de las anteriores campañas militares contra el enclave palestino.

A pesar de todo, Hamás se ha mostrado capaz de seguir disparando cohetes contra territorio israelí casi todos los días, demostrando que el ejército israelí no ha conseguido destruir a la organización islamista, ni siquiera después de tres meses de intensos bombardeos. Esta guerra sólo puede alimentar los sentimientos de odio y el deseo de venganza entre los gazatíes y los palestinos en su conjunto.

El crédito y la influencia adquiridos por Hamás son consecuencia de la situación desesperada a la que los gobiernos israelíes han forzado a los palestinos, negándoles el reconocimiento de sus derechos y desposeyéndoles de sus tierras y propiedades durante los últimos 75 años.

La política de los dirigentes israelíes condena a los dos pueblos a una guerra sin fin. Mientras el ejército israelí bombardea Gaza, lleva a cabo operaciones de represión a gran escala en Cisjordania. Se han distribuido miles de armas a los colonos, que atacan a los palestinos. Desde el 7 de octubre han muerto más de trescientos palestinos, y el número de asentamientos no autorizados y nuevas carreteras para colonos ha crecido a un "ritmo sin precedentes", según la ONG israelí Peace Now.

La guerra actual ya no se limita a Gaza. Decenas de miles de civiles han sido evacuados de ambos lados de la frontera entre Israel y Líbano. La aviación israelí bombardea regularmente pueblos del sur de Líbano en respuesta a los disparos de Hezbolá y, el 2 de enero, uno de los principales dirigentes de Hamás fue ejecutado al dispararse un misil contra un edificio de Beirut. En Siria, las infraestructuras son regularmente alcanzadas por los ataques israelíes, en particular el aeropuerto de Damasco, por donde transitan las armas enviadas por Irán.

La amenaza de que la guerra actual se extienda por Oriente Próximo es muy real, sobre todo porque tiene lugar en un contexto de crecientes tensiones políticas y militares en el mundo imperialista.

El derrocamiento del imperialismo, única perspectiva emancipadora de los pueblos

Los comunistas revolucionarios reconocemos el derecho de los pueblos a la autodeterminación y, naturalmente, el derecho del pueblo palestino a tener su propia existencia nacional, un derecho que los dirigentes del Estado de Israel le han negado desde su creación. Es un derecho que ha estado en el centro de la lucha de muchos pueblos, en particular en la oleada de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial.

Para muchos, la conquista de la independencia nacional significó el sentimiento de haber conquistado la dignidad o, al menos, de haber puesto fin a una de las formas más odiosas de opresión, la que adopta la forma de desprecio nacional o racial. Es cierto que en ninguna parte ha puesto fin a la explotación, a la división de la sociedad en clases y al capitalismo. Incluso es cuestionable en cada caso hasta qué punto ha acabado realmente con el racismo, con las diversas formas de desprecio que sufren los pueblos, tan cierto es que el propio sistema capitalista hace resurgir constantemente discriminaciones de todo tipo.

De hecho, en el marco del capitalismo y del sistema de dominación imperialista al que dio lugar, muy a menudo incluso este simple derecho a la propia existencia nacional sólo se ha reconocido de forma incompleta, o no se ha reconocido en absoluto. Este es el caso de muchas minorías y de ciertos pueblos, entre ellos el pueblo palestino, por ejemplo el pueblo kurdo, que se encuentra dividido entre varios Estados en los que sufre diversos grados de opresión nacional.

Sufriendo la feroz opresión del Estado de Israel, con todos los aspectos de desprecio social, racista y antiárabe que ello conlleva, la reivindicación del derecho a su propia existencia nacional es necesariamente un elemento fundamental de las luchas de los palestinos. Los dirigentes nacionalistas de la OLP y luego de Hamás, al utilizar este sentimiento para consolidar su influencia, no han hecho otra cosa que seguir el modelo de otros dirigentes nacionalistas, de Argelia, Vietnam y muchos otros países, que se impusieron así a sus pueblos para conquistar el derecho a tener su propio Estado y a dirigirlo en nombre de su burguesía. En el contexto de Oriente Próximo, esto significaba exigir el derecho a gobernar un pequeño Estado palestino, a condición de que se le permitiera un lugar junto a los demás Estados de la región, incluido Israel.

A pesar de algunas profesiones de fe panárabes y a veces socialistas, los dirigentes palestinos no pretendían cuestionar la división de Oriente Próximo entre estos Estados, tal como existía y tal como había sido impuesta por el imperialismo, y a menudo daban pruebas de ello. Pero es precisamente esta concesión la que ni el imperialismo ni los dirigentes israelíes han aceptado jamás hacerles, salvo en la forma de ese Estado basura que es la Autoridad Palestina, sin verdadera autonomía ni libertad de acción, a la que Israel no ha confiado en el fondo más que el papel de policía de su propio pueblo.

En la era del imperialismo, puede decirse que todas las luchas nacionalistas conducen en un momento u otro a un callejón sin salida, porque el imperialismo acabó con la época en que las distintas burguesías podían encontrar un espacio para su desarrollo nacional.

Extrayendo lecciones del fracaso de la revolución china de 1925-1927 como resultado de la política de la Internacional Comunista estalinista, Trotsky escribió en 1931 en su obra Revolución Permanente:

"En las condiciones de la época imperialista, la revolución democrática nacional sólo puede triunfar si las relaciones sociales y políticas de un país están maduras para llevar al proletariado al poder como dirigente de las masas populares. ¿Y si las cosas aún no han llegado a ese punto? Entonces la lucha por la liberación nacional sólo conducirá a resultados incompletos, dirigidos contra las masas trabajadoras".

Esto es aún más cierto hoy, cuando el imperialismo ya no puede ofrecer a los pueblos del mundo más que la crisis permanente de su economía y la marcha hacia la guerra generalizada. Y esto es aún más cierto para el pueblo palestino.

La única perspectiva emancipadora real sólo puede ofrecerla el proletariado, la única clase que puede derrocar al imperialismo y sustituirlo por una organización capaz de poner fin a todas las formas de opresión, nacional y social, a escala planetaria.

13 de enero de 2024