A la hora en que esto escribimos la violencia machista ha asesinado a 4 mujeres en tan solo 8 días; una espiral de odio que parece no tener fin; también hay la posibilidad, se está estudiando, de una quinta muerte. De estas muertes quedan 3 huérfanos. A estos asesinatos hay que sumarles los anteriores, así que el mes de mayo acaba con el triste balance de 18 muertes a causa de la violencia contra la mujer.
Es fácil constatar que la violencia contra la mujer está lejos de haber terminado; y no solo esto, sino no es difícil adivinar que con los recortes generalizados de los servicios públicos y su degradación subsiguiente, y con la precariedad laboral que golpea a tantos trabajadores, en gran parte mujeres porque son más explotadas en numerosas ocasiones, no es el marco propicio para que las mujeres maltratadas puedan salir de su infierno y escapar a la violencia de género.
Por ello no hay que dejar de luchar contra toda opresión, sobre todo contra la mujer, pero también contra la precariedad laboral que constituye otra forma de opresión, en la base de muchos otros problemas. La lucha contra todo ello requiere ir más allá de las leyes que se suponen deben protegerlas y ayudarlas, pero que en muchos casos no lo hace.
La opresión contra la mujer está en el ADN del capitalismo pues este es un sistema cuyo fundamento es la explotación, la dominación por las buenas o por las malas, por eso ninguna ley va a acabar totalmente con este problema, que no es personal, sino social. Y de hecho, siguen existiendo demasiados prejuicios en todos los ámbitos, incluso en muchas empresas, cuándo la mujer denuncia a un jefe que se sobrepasa es puesta en cuestión.
Por ello, gobierne quien gobierne las mujeres se tienen que defender y luchar junto con el hombre, contra esta sociedad que pretende ser civilizada pero que levanta violencias y barbaries por todas partes, de las cuales la violencia contra la mujer es una de las más odiosa y que refleja el sistema podrido del capitalismo, incapaz a pesar de todas sus riquezas existentes, de erradicarla.
Hay que indignarse por la falta de medios para la protección de mujeres víctimas de violencia, pero también hay que exigirlos; así como exigir e imponer que puedan desarrollar su vida dignamente lejos del maltratador, con un trabajo que les permita tener una independencia económica.
Por ello la lucha contra la violencia machista está unida también a una lucha por los salarios y las condiciones laborales, en definitiva, a largo plazo, una lucha para transformar la sociedad. Es por ello que este cambio no va a salir de las urnas, de leyes impuestas desde arriba por ministerios más o menos progresistas; esta exigencia de transformación de la sociedad es requisito indispensable para acabar con la lacra social de la opresión machista.