El Estado de las autonomías, terreno de enfrentamientos por la renta fiscal. Lecciones desde una perspectiva histórica

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diciembre de 2017

El sábado 18 de noviembre una multitudinaria manifestación en Valencia organizada por las instituciones autonómicas, sindicatos y partidos, reivindicaba una financiación justa de la autonomía valenciana por parte del Estado. Como en Cataluña el eje fiscal y de financiación recorre todo el entramado autonómico. También las manifestaciones de la presidenta de la Junta andaluza Susana Díaz sobre el mismo tema o la deuda histórica andaluza, que se encauzan a través del marco institucional creado en el Estado de las autonomías. En un contexto de crisis económica y social que sufren las clases populares es una forma de dirigir la indignación de los problemas sociales y económicos al terreno interclasista del conflicto entre autonomías, regiones, nacionalidades, entre ellas mismas y el Estado central. La crisis catalana ha abierto la crisis autonómica por el reparto de los presupuestos.

Para explicar el porqué de estas situaciones hay que entender el devenir histórico de nuestro país. La monarquía parlamentaria que nace en la Transición es un régimen parlamentario organizado a través del llamado Estado de las autonomías. Históricamente los distintos nacionalismos en el siglo XIX recogieron y desarrollaron las identidades culturales que han pervivido en el Estado español.

La pervivencia de lenguas romances como el catalán o el gallego, y otras como el euskera, dio lugar a identidades culturales que el romanticismo del siglo XIX, la iglesia católica y más tarde movimientos políticos reivindicaron. Esta pervivencia fue posible por los avatares de la unificación peninsular. La debilidad de la burguesía a la hora de realizar su revolución y el retraso social y político de la monarquía absoluta, en el llamado Antiguo Régimen, el mantenimiento del feudalismo hasta épocas recientes, explican estas pervivencias. Contrariamente a otros países capitalistas de nuestro entorno, como Francia o Italia, la unificación burguesa del país se hizo a través de la monarquía borbónica y de guerras civiles donde el peso social del absolutismo, la aristocracia y la iglesia más reaccionaria fue un factor de retraso en todos los órdenes de la sociedad.

El carlismo, por ejemplo, defensor de la corona para Carlos hermano de Fernando VII contra su hija Isabel II, supuso esa lucha por mantener los fueros, costumbres, idiomas y leyes viejas que los Austrias, como monarcas absolutistas del Antiguo Régimen, habían mantenido. Precisamente el carlismo fue unos de los antecedentes remotos de los nacionalismos modernos peninsulares. Las zonas con raigambre nacionalista, Galicia, Euskadi y Cataluña, fueron zonas carlistas.

Marx en unos artículos sobre la revolución en España se preguntaba: “¿Cómo explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en forma más acusada antes que en todos los demás Estados feudales, jamás haya conseguido arraigar la centralización?”, y contestaba explicando que “en España, al contario que las monarquías absolutas europeas, mientras la aristocracia se hundía en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdían su poder nacional sin ganar en importancia moderna. (…) A medida que declinaba la vida comercial e industrial de las ciudades, se hacían más raros los intercambios internos y menos frecuentes las relaciones entre los habitantes de las distintas provincias… Así la vida local de España, la independencia de sus provincias y municipios (…) se afianzaron y acentuaron finalmente…” Y sigue explicando que como la monarquía absoluta y su despotismo se basaban, no en la riqueza desarrollada por el primer capitalismo, sino en la subsistencia de una red de gobernadores y virreyes que dominaban cada cual con sus fueros y leyes dependiendo de las regiones y sus antiguos reinos, esto mantuvo “que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes, costumbres, monedas… y sus respectivos sistemas de contribución”. En definitiva el atraso secular del imperio español basado en esta monarquía absoluta mantuvo las distintas identidades culturales que pervivieron y que después en el siglo XIX desarrollarían los nacionalismos peninsulares.

Esto explica también el terreno abonado para que floreciera el republicanismo y federalismo tan arraigado en las revoluciones del siglo XIX. La I República, el cantonalismo y las revoluciones de esta época beben en las concepciones democráticas basadas en la soberanía de los municipios, cantones y regiones. Pi y Margall, uno de los primeros socialistas proudhonianos, desarrolla intelectualmente el republicanismo federal como propio de la península ibérica. El anarquismo, la AIT y después la FTRE y la FAI, ya en el XX, nacen con este componente, para organizar la sociedad entorno a una federación de comunas independientes y libres.

Con estos antecedentes el siglo XX se abre con una crisis económica y social acentuada por la gran crisis capitalista de 1929. El movimiento obrero desarrolla un programa revolucionario que se concretará en la revolución asturiana de 1934, y después en la guerra civil con el desarrollo de los comités, el control obrero en las empresas, sobre todo en Cataluña, y las colectivizaciones animadas por la CNT. En este contexto los nacionalismos catalán y vasco se desarrollan entre sectores de la pequeña burguesía y campesinado. El vasco será un nacionalismo reaccionario y católico del PNV que evolucionará hacia posiciones democráticas burguesas. En Cataluña ERC centralizará las aspiraciones nacionalistas y ayudará a la burguesía republicana y al estalinismo a sepultar la revolución española con los hechos de mayo de 1937.

La dictadura franquista supuso la anulación y opresión de toda identidad cultural fuera del castellano y del imperio. Este nacionalismo, llamado españolista, arrasará a sangre y fuego al movimiento obrero y a los distintos nacionalismos. A partir de los años 60 el franquismo va entrando en crisis política, acentuada por la crisis económica mundial de 1973. Un nuevo movimiento obrero se desarrolla a través de CCOO y una nueva generación que nuclea los partidos de izquierda y de extrema izquierda. El nacionalismo reaparece en Cataluña de la mano de la izquierda. El PSUC, que representaba en su origen el estalinismo y como tal una forma de nacionalismo, impulsa las reivindicaciones democráticas, en principio la ruptura política con el régimen junto con los “derechos históricos” del pueblo de Cataluña. Lidia Falcón, militante en la época de este partido, cuenta como impulsó las Diadas en la dictadura: “La convocatoria suicida de manifestarnos en los años sesenta el 11 de septiembre para conmemorar el momento que hirieron al conseller Casanovas, que nos imponía el PSUC, solamente favorecía a los Heribert Barrera y los Pujol, que no vi nunca en aquellas manifestaciones.”

En los años sesenta en el País Vasco una rama de las juventudes del PNV funda ETA y comienza la lucha armada contra la dictadura. Es la época de las revoluciones coloniales de esos años y las guerrillas latinoamericanas.

En este periodo del final del franquismo el pacto de los antiguos franquistas como Suárez con Santiago Carrillo, Felipe González y los nacionalistas catalanes y vascos dará lugar a lo que es llamado el régimen del 78. La ausencia de “ruptura” política en esta época es lo que aparentemente aparece como signo del mantenimiento del Estado franquista que vuelve cuando la represión se generaliza. Pero no debemos perder de vista que el pacto de la Transición obedecía al mantenimiento del sistema capitalista debido a la debilidad de la propia oposición antifranquista y a una relación de fuerzas del movimiento obrero que no sobrepasó las movilizaciones locales y regionales. El pacto supuso la integración en el Estado reformado y despojado de los aspectos más reaccionarios del franquismo, pero manteniendo todo su aparato represor, de la oposición del PCE y PSOE a cambio de puestos políticos en el parlamento.

La falta de un partido obrero y revolucionario que mantuviera una perspectiva de clase y comunista a las luchas, a la militancia y a la generación de luchadores nacidos al final del franquismo supuso un hándicap terrible para el reflujo de las luchas, el desencanto posterior y el mantenimiento de esta sociedad capitalista y opresora.

El periodo revolucionario o prerrevolucionario que muchos en la extrema izquierda creían que vivían se quedó en agua de borrajas. Confundieron la amplia movilización obrera con los comienzos de la revolución democrática y social.