¿Existe un peligro de extrema derecha en Europa occidental?

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febrero 2007

Estos últimos meses, la prensa ha hablado mucho de éxitos electorales de cierto número de formaciones de extrema derecha.

Pero ante todo, hay que hacer una diferencia entre el fascismo, que es un fenómeno político y sobre todo social, y las formaciones de extrema derecha que se quedan en el ámbito político.

La extrema derecha puede tener opiniones que se pueden considerar como fascistas, ya que presentan ciertos rasgos ideológicos del fascismo, pero el fascismo es una forma de dominación de la burguesía basada en la destrucción total de las organizaciones obreras, incluso reformistas y cooperantes.

Solo puede darse el caso en situaciones sociales y económicas de crisis donde la burguesía tiene la absoluta necesidad de tal régimen y está dispuesta a arriesgarse a instalarlo en el poder, movilizando a amplias masas, incluso enfrentándolas, es decir a arriesgarse a una guerra civil.

Si no, los partidos políticos de extrema derecha, incluso si sueñan con tomar el poder, no son obligatoriamente socialmente fascistas, incluso si esperan llegar a serlo. En efecto, no pueden llegar a serlo solo por la vía electoral. Y, en este ámbito, no representan un peligro especial hoy en día. No sería lo mismo en caso de crisis económica y /o social donde, no sólo la burguesía lo juzgara necesario, sino también en el caso en el que estas organizaciones no sólo reclutaran a electores sino a gente, pequeños burgueses arruinados o trabajadores desclasados, dispuestos a dar todo de sí mismos, es decir, a llegar a las manos para destruir las organizaciones obreras. Ésto sólo podría hacerse si la extrema derecha pudiera construir un partido de masas que tuviera organizaciones de combate.

Por supuesto, se pueden considerar dictaduras militares, o variantes de ambas mezcladas, pero, hasta ahora, en las dos únicas situaciones donde hemos visto el fascismo realmente en el poder, el fascismo italiano y el nazismo alemán, no han llegado a él por un golpe de estado militar sino sobre la base de organizaciones de masas.

Entonces lo que ocurre en Europa y de lo que vamos a hablar, es solamente de organizaciones de extrema derecha que, de momento, no representan ningún peligro de fascismo, sobre todo en el contexto económico e internacional actual, lo que no quiere decir que esta situación no pueda cambiar algún día.

Éste texto solo habla por lo tanto de las organizaciones o de los partidos de extrema derecha, aunque son conocidos en general con apelaciones más presentables.

En las elecciones regionales que tuvieron lugar en Alemania en septiembre de 2006, en el land de Mecklemburg-Pomerania occidental, el Partido nacional demócrata obtuvo el 7,3% de los sufragios contra el 0,8% en 2002.

El mismo mes, el partido de los Demócratas de Suecia, que solo obtuvo el 2% de los votos en las elecciones legislativas a nivel nacional, alcanzó el 10 % de los votos en Escania, en el sur del país, y el 20% en las elecciones municipales en ciertos municipios (cuatro consejeros municipales en la ciudad portuaria de Karlskrona que tiene 60 000 habitantes).

En Suiza, las "votaciones" sobre los proyectos de ley que apuntan a limitar el derecho de asilo y las posibilidades de inmigración han obtenido el 68 % de aprobación, lo que constituye un incontestable éxito para la UDC (Unión democrática del centro), convertida en las elecciones legislativas de 2003 en el primer partido de la Confederación helvética.

En octubre de este año, en Austria, las dos formaciones de extrema derecha presentes en las elecciones legislativas han totalizado el 15 % de los votos.

En el Flandes belga, si el Vlaams Belang (Interés flamenco) ha fracasado con el 33,5% de los votos en su intento de conquistar la municipalidad de Amberes (una ciudad de más de 450000 habitantes), sí ha progresado un 5,6% en el conjunto de Flandes con respecto a las elecciones municipales de 2000.

Dramatizar los resultados electorales de las formaciones calificadas de extrema derecha es natural por parte de la prensa que ve en ello la posibilidad de vender. Ésto no desagrada a los grandes partidos clásicos de la derecha, ya que ello tiende a acreditar la idea de que estas formaciones no tienen nada que ver con ellos. Ésto sirve también a la izquierda reformista, quién a falta de defender los intereses de las clases populares, puede presentarse como muralla contra "el extremismo".

Dos observaciones se imponen en cuanto a la realidad de esos progresos reales o supuestos de la extrema derecha.

La primera, es que no se trata de todos modos de una subida continua. En un pasado reciente, semejantes formaciones habían obtenido resultados más importantes en cierto número de estos países. Así, en Suecia, la Nueva Democracia, también calificada de extrema derecha había obtenido hace quince años el 6,7% de los votos en las elecciones legislativas de 1991. Pero tres años más tarde, había caído al 1,2 %. En Austria, si la extrema derecha ha progresado con respecto a las anteriores elecciones legislativas, está lejos de volver a obtener el 27% de los votos obtenidos por el FPÖ, Partido liberal de Austria, en 1999, bajo la dirección de Jörg Haider. En Bélgica, si el Vlaams Belang progresa con respecto a las elecciones municipales de 2000, retrocede un 2,5% si se comparan los resultados de las elecciones provinciales de 2006 a las elecciones para el parlamento flamenco de 2004.

La segunda observación que conviene hacer, es que el término "extrema derecha", tan ampliamente utilizado, puede encubrir realidades sensiblemente distintas. El NPD alemán y sus forzudos de cabeza rapada, enarbolando emblemas que se esfuerzan en invocar al nazismo sin caer bajo la ley, y los Demócratas de Suecia ¿tienen en común otra cosa que la xenofobia... ampliamente compartida por formaciones a las cuales jamás se les aplica el epíteto "extrema derecha"? Desde hace años, el retroceso del movimiento obrero ha ido a la par de una progresión de las ideas de derecha. Esta evolución también ha tenido evidentemente algunas repercusiones que han beneficiado a los partidos más reaccionarios, los más xenófobos, más sensibles aún cuando su audiencia electoral era muy reducida.

Este deslizamiento a la derecha está sin embargo visible en la manera en la que la derecha parlamentaria francesa reivindica su posicionamiento político.

En la elección presidencial de 1974, Arlette Laguiller podía preguntarse en un mitin:"Cuando se oye a los candidatos mismos, uno se puede preguntar donde está (la) derecha... Cada cual intenta desmarcarse de la etiqueta infamante". El futuro presidente, Giscard d'Estaing, declaraba por cierto al periódico Le Monde:"El verdadero debate tendrá lugar entre el centro (es decir él) y la extrema izquierda (Mitterand, para Giscard)". Hoy los políticos de derechas reivindican al contrario en su mayoría esta etiqueta.

Aunque hay en las extremas derechas de diferentes países verdaderos nostálgicos del fascismo italiano o del nazismo, sería falso ver en los éxitos recientes de la extrema derecha alemana, o en el papel jugado en Italia por los "post-fascistas" del MSI (convertidos en Alianza nacional), una resurgencia del pasado de estos países, que vieron respectivamente a los nazis en el poder durante doce años, y a Musolini durante más de veinte años. Podemos notar al contrario que en los tres países de Europa occidental que más recientemente han conocido regímenes dictatoriales (Grecia y Portugal hasta 1974, España hasta 1975) la extrema derecha que se reclama de esos regímenes no obtiene más que resultados electorales insignificantes. Pero las ideas xenófobas no dejan por ello de estar en progreso, y de ser explotadas por el personal político de la burguesía.

Distinguir una "derecha republicana" de la extrema derecha, como la izquierda reformista ha querido hacerlo en Francia después de las elecciones regionales de 1998, distinguiendo a los políticos electos de derechas que habían pactado con los del Frente nacional para la elección de los ejecutivos regionales, de los que no lo habían hecho, resulta ser -por cierto- una estafa política. No hay varios tipos de derecha, separadas por fronteras, ni en un sentido, ni en el otro. Buen número de responsables actuales de la derecha parlamentaria:Longuet, Madelin, Devedjian, Goasguen, son antiguos miembros de Occidente, un movimiento de inspiración abiertamente fascista de los años sesenta. A la inversa, un número importante de dirigentes de la extrema derecha vienen de la derecha parlamentaria : Jean-Claude Martínez, venido en 1985 (después de los primeros éxitos electorales del FN) del RPR donde trabajó al lado del antiguo ministro Bernard Pons, Bruno Mégret quién dejó el RPR en la misma época por culpa según él de su "deriva a la izquierda", sin olvidar al mismo Le Pen, que fue diputado del CNI (Centro nacional de los independientes) de Antoine Pinay de 1958 a 1962. Otros han tenido un itinerario más sinuoso, como el actual alcalde de Niza, Jacques Peyrat, sucesivamente miembro del RPF, del CNI, de los Republicanos independientes de Giscard, del Frente nacional, adscrito al RPR en 1996 declarando a la vez: "No he cambiado para nada y sigo compartiendo la mayoría de los valores nacionales del partido de Jean-Marie Le Pen".

La dificultad de definir una frontera entre la extrema derecha y la derecha resulta manifiesta cuando se compara, en Francia, el lenguaje de Le Pen y de Mégret, el de de Villiers y el de Sarkozy, o en Italia cuando se busca distinguir lo que separa Berlusconi de sus aliados "post-fascistas" de la Alianza nacional, o incluso de Alessandra Musolini, la nieta del "Duce", que sigue proclamándose fascista, y con la cual Berlusconi ha firmado un acuerdo electoral poco antes de las últimas elecciones legislativas.

En la ideología de la extrema derecha europea en el transcurso de los últimos veinte años, hay por supuesto particularidades locales.

El Vlaams Belang se reclama de un nacionalismo flamenco que proviene en parte de la larga subordinación de Flandes en el conjunto belga, ilustrada por el hecho de que durante todo el siglo XIX, el francés era la única lengua oficial del país. Pero en la zona francófona, la extrema derecha tiene de todos modos una presencia importante, con el "Frente nacional" que ha obtenido más del 8% de los votos en las elecciones regionales de 2004.

En Italia, la Lega Nord de Bossi se reclama de una Padania (la región del Po) que nunca ha tenido existencia histórica, denunciando las ayudas dadas a las regiones desheredadas del sur. Lo que no le ha impedido participar en el gobierno Berlusconi, al lado de los "post-fascistas" de Fini que se las dan al contrario de defensores de las provincias meridionales.

Pero más allá de las particularidades locales, el fondo común de esta extrema derecha, es la voluntad de imputar la responsabilidad del paro, de la regresión del sistema de protección social, de la crisis de la vivienda, a la población inmigrante.

Esta demagogia xenófoba, anti-inmigrante, la practica por cierto ampliamente la derecha clásica, y no solo en Francia, donde Sarkozy ha decidido ir abiertamente a por votos del electorado de Le Pen y de De Villiers. Lo dicho por un dirigente de la CDU alemana, Jörg Schöhnbohm, cuando declara que "el tiempo de la hospitalidad llega a su fin", o lo dicho por Aznar, antiguo presidente del gobierno español, cuando afirma después de que el Papa haya acusado al islam de ser sinónimo de violencia:"Ningún musulmán me ha pedido perdón por haber ocupado España durante ocho siglos" son de la misma calaña. Pero desgraciadamente la izquierda reformista (y de hecho no hay otra) no siempre desdeña recurrir a este tipo de demagogia, en particular cuando está en el gobierno.

Los comentaristas subrayan fácilmente los resultados electorales del Frente nacional en las regiones y en los arrabales desheredados. Pero los electores del FN distan de pertenecer todos a las capas pobres de la población. Encuentra también buena parte de su electorado entre los pudientes. La burguesía, no solo la grande al servicio de la cual gobiernan los políticos de derecha o izquierda, sino también la mediana y la pequeña hacia las cuales no son parcos en regalos, electorales o no, no sufren sin embargo por la situación económica. Gran parte de esas clases sociales son lo suficientemente hostiles a la clase obrera para votar al FN, porque está siempre dispuesta a considerar a los trabajadores como holgazanes y a los parados como parásitos.

Todos los nostálgicos de los tiempos en los que el cristianismo regentaba la sociedad, de la moral patriarcal, de una época donde los patronos no veían sus prerrogativas limitadas por algunas leyes llamadas sociales, quieren oír a los políticos hablar un lenguaje más abiertamente reaccionario, ello expresa el deslizamiento hacia la derecha. Los éxitos del Frente nacional en algunos de los pueblos ricos vitícolas de Alsacia, donde no se han visto casi nunca a inmigrantes, son significativos de esa mentalidad.

Es cierto sin embargo, que al invitar a la población pobre, desmoralizada por el paro o por el miedo a perder el trabajo, la pauperización o su temor, y que se siente abandonada por todos los partidos políticos que participan o han participado en el gobierno, a volver su descontento contra gentes más explotadas que ella, más oprimida que ella, el Frente nacional ha conseguido que le presten oído los menos conscientes de sus verdaderos intereses entre los parados y los trabajadores.

Pero este deslizamiento a la derecha no tiene de momento nada que ver con lo que se vio en Europa en los años posteriores a la crisis de 1929, años que precedieron a la llegada al poder del nazismo en Alemania en 1933, al aplastamiento de la clase obrera austriaca en 1934 y la victoria del franquismo en la guerra civil española de 1936-1939.

En estos tres casos, es la existencia misma de un movimiento obrero organizado y potente la que estaba en juego en la lucha en una situación de crisis económica. Para llevar a cabo su eliminación, la burguesía necesitaba, en un grado o en otro, a organizaciones paramilitares de extrema derecha. En Alemania, las secciones de asalto, que el gran capital financiaba desde hacía tiempo, jugaron, como policía supletiva, un papel esencial en la destrucción del Partido comunista, de la Social-democracia y de los sindicatos. En Austria, fue con la ayuda de las organizaciones paramilitares de la Heimwehr que el canciller Dollfüss acabó con las organizaciones social-demócratas. En España, el pronunciamiento militar encontró una preciada ayuda en las milicias de la Falange y del Partido carlista. La victoria del fascismo en Alemania, y de sus formas más o menos bastardas en Austria y en España, solo fue posible porque las clases poseedoras tenían que derrotar a una clase obrera a la que temían. Además, en el caso de Alemania en particular, había la necesidad de reprimir a la clase obrera para poder llevarla a una guerra de revancha que pusiera en tela de juicio el tratado de Versalles, lo que era vital para el imperialismo alemán. Existían entonces en el país organizaciones de extrema derecha que contaban con miles de militantes lo suficiente determinados por culpa de la crisis para involucrarse en ese combate, tanto más que estaban financiados por las cumbres de la burguesía.

Hoy, si bien existen pequeños grupos de nostálgicos del fascismo o del nazismo que sueñan con imitar a sus homólogos de los años treinta, no hay en ninguna parte esas masas de pequeños burgueses empobrecidos, cuando no arruinados, vueltos rabiosos, que han constituido el grueso de la base social del nazismo.

La extrema derecha, en las clases sociales donde se recluta actualmente, no tiene esas características. En lo que se refiere a la fracción de las clases populares que vota a la extrema derecha, lo que siente es más la desmoralización que la rabia, el rechazo de toda política que la voluntad de encontrar una salida política (aunque sea engañosa). En cuanto a las fracciones de la pequeña burguesía (o de la menos pequeña) que le dan sus votos, su extremismo es un extremismo de gente que vive bien, dispuesta a aplaudir los golpes contra la clase obrera, pero no a transformarse en soldados de alguna contrarrevolución.

En cuanto a la gran burguesía, a la cual pertenece la última palabra en lo que se refiere a la utilización de eventuales masas fascistas, es cierto que existen racistas en sus filas, no solo hacia los africanos o magrebíes, sino también antisemitas, integristas, gente que puede ser hostil a toda colaboración con los partidos políticos que se dicen de izquierdas o confederaciones sindicales obreras. Pero, como clase, verdaderamente no tiene ninguna razón de querer aplastar al movimiento obrero.

Más allá de las medidas demagógicas destinadas a halagar a su electorado, Le Pen, como Sarkozy, deberían gobernar en el marco de lo que desea actualmente la gran burguesía.

A nivel de las pocos municipios que el Frente nacional ha tenido la ocasión de gestionar en el pasado, incluido en grandes ciudades como Toulon y Orange, se ha podido ver que esos éxitos electorales no han cambiado gran cosa:supresiones de subvenciones a algunas asociaciones o grupos artísticos catalogados de izquierdas, algunos gestos simbólicos destinados a ilustrar la divisa " los franceses primero", pero ninguna regresión catastrófica en la vida cotidiana des los trabajadores de estas ciudades. De hecho, muchas municipalidades UMP han tenido la misma actitud hacia las asociaciones.

Aun cuando Le Pen accediera mañana, en las condiciones actuales, a la presidencia de la República, ésto no significaría la instauración de un poder fascista en Francia, ni tampoco la expulsión de todos los trabajadores inmigrantes, demasiado necesitados por los patronos. Evidentemente, ésto complicaría un poco más la vida a la clase obrera y, en particular, a los trabajadores inmigrantes y a los parados. Pero Sarkozy sería capaz de hacerlo igual, y nada garantiza lo contrario.

5 de noviembre de 2006