Brasil ocho meses de gobierno de Lula : un buen comienzo para los capitalistas

Εκτύπωση
Octubre-Noviembre 2003

Luis Inacio da Silva, más conocido por Lula, ha assumido sus funciones de presidente de Brasil el 1º de enero de 2003, al mismo tiempo que el gobierno nombrado por él. Este país de 170 millones de habitantes, que ocupa casi la mitad de América del Sur, se encuentra así dirigido, desde hace ocho meses, por un ex-obrero metalúrgico y ex-dirigente sindical, lo cual le valió varias veces la prisión durante algunas semanas en los años setenta, y que es el líder indiscutido del principal partido de izquierda : el Partido de los trabajadores (PT).

Su elección por 61% de los votantes, en la segunda vuelta de la presidencial en octubre de 2002, es el resultado de 25 años de marcha hacia el poder, en circunstancias que han hecho del PT el único gran partido obrero de izquierda del país. Como tal, esta elección ha sido saludada por la casi totalidad de la izquierda en Francia y en el mundo, desde los partidos socialdemócratas como el PS hasta la mayoría de los partidos de extremaizquierda.

La prensa en Francia saluda el éxito de Lula. Con 83% de opiniones favorables en las encuestas, "pasa el límite de los 100 días conservando su popularidad", según Le Monde. Para Liberation, "Lula conserva aún su crédito". En cuanto a Courrier International, titula: "Un comienzo de partida ganada para Lula".

Pero ¿qué recubre este "éxito" de Lula? ¿Lo es verdaderamente para los trabajadores?

La trayectoria del PT desde hace veinticinco años, así como la campaña electoral de 2002 y de los dos meses que han pasado entre la elección y la toma de funciones, anunciaban sin duda posible, una política al servicio de los poseedores, brasileños e imperialistas, y no al servicio de los trabajadores y de las capas populares. Las primeras medidas del gobierno de Lula, en el transcurso de estos cuatro últimos meses, confirman esta orientación.

EL PT: un partido surgido de las luchas, pero reformaista desde un principio

El Partido de los trabajadores ha sido fundado a principios de 1980. Durante estos veintitrés años de existencia ha logrado mantener su reputación de partido radical y su electorado obrero. Pero todo su recorrido revela que no ha sido nunca un partido revolucionario, que se ha fijado por objetivo derribar el sistema capitalista, sino que su objetivo fue desde el principio llegar al poder gracias a su influencia en la clase obrera pero no al servicio de ésta.

La dictadura militar brasileña, de 1964 a 1985, había destruido ampliamente las organizaciones obreras, sindicales y políticas, que se habían formado desde principios de siglo. Y esto en el momento mismo en que el desarrollo rápido de una industria pesada (el "milagro brasileño") reunía en las grandes aglomeraciones del sudeste del país una nueva clase obrera, numerosa, concentrada, pero sin tradiciones ni organización . Esta clase obrera tomó conciencia de su fuerza y entró en lucha por los salarios y las condiciones de vida. En sus grandes huelgas de 1978 y 1979, una nueva generación de militantes apareció y una nueva capa de dirigentes se formó, a la cual Lula pertenecía.

El PT ofreció una expresión política a esta nueva corriente. Militaba por la democracia, contra la dictadura militar decadente, pero no contra la burguesía. Se presentaba sin ambages en sus primeros textos como obrero, revolucionario y antimperialista. Era cuestión de moda o de lenguaje. Pero la direccón del partido, compuesta de dirigentes sindicales, de militantes cristianos y de intelectuales socialdemócratas, apuntaba desde el comienzo hacia el poder gubernamental. Toleraba la presencia de militantes revolucionarios trotskistas o maoistas porque necesitaba su dinamismo y sus cualidades de organizadores. Pero tendía a asimilarlos o a deshacerse de aquellos que una vez utilizados no hubiese podido dirigir.

El PT no se llamó nunca socialista o marxista, menos aún comunista. Su gran fuerza no residía en las ideas o los principios, variables según los militantes y los momentos, sino en su influencia sobre la clase obrera, por intermedio de miles de militantes sindicales que habían organizado las luchas, la resistencia a la burguesía y a la dictadura. El PT quería controlar esas luchas, utilizarlas por su propia cuenta y no hacer de ellas un instrumento al servicio de la revolución social.

Bajo una fachada ultrademocrática y un poco libertaria, el PT es un partido burocrático. Su forma de organización, que deja en apariencia, total libertad a la base, da en realidad el poder a la dirección nacional, quien elabora y lleva adelante su política totalmente independiente de los militantes de base. Estos no están organizados: no existen las tarjetas ni las cotizaciones, ni grupos de base, ni reuniones periódicas, ni prensa regular. Las orientaciones son dadas por la dirección a través de los medios de difusión, en general los miembros electos; es "petista" quien está de acuerdo y sigue esta orientación. Las acciones concretas son dejadas à la iniciativa de los militantes, que eran millones cuando la caída de la dictadura y cuya propagande era percibida en todas partes. El tiempo ha enfriado este entusiasmo y la propaganda del PT depende hoy y sobre todo de sus finanzas (y el dicho asegura que en el PT la izquierda tiene los militantes y la derecha el dinero).

Los militantes pueden intentar hacer presión sobre las orientaciones del partido pero no determinarlas, ni siquiera de manera formal como pasa en los partidos de izquierda en Europa. El primer congreso del PT fue realizado en 1990, diez años después de la fundación del partido (Lula había obtenido ya el año anterior 47% en la segunda vuelta de las presidenciales). El segundo tuvo lugar recién a fines de 1999. La dirección del PT se las arregla muy bien sin la opinión de la base. Y se ha visto más de una vez que cuando una de sus decisiones es discutida, la dirección pasa por encima, aunque esto desmoralice militantes o le cueste perder algunos. Fue lo que pasó en Río en 1998. La dirección impuso el apoyo desde la primera vuelta a la candidatura de Garotinho como gobernador, entonces miembro del partido de Brizola (el PDT, vagamente de izquierda, que forma parte de la Internacional socialista), y que estaba acusado de corrupción. Los militantes de Río intentaron en vano imponer su propio candidato. Garotinho, apoyado por el PT, fue electo gobernador. Muchos militantes se sintieron traicionados. Y Lula ha vuelto a encontrar como opositor en la última elección presidencial al propio Garotinho.

Los dirigentes son seleccionados por el aparato, única instancia que funciona en permanencia. Y éste selecciona gente a su imagen y semejanza. Aparte de Lula, los dirigentes más relevantes del PT son intelectuales y pequeñoburgueses (a veces grandes), en todo punto de vista idénticos a sus homólogos de los demás partidos brasileños.

El funcionamiento del PT está centrado en las elecciones. Lo más importante consiste en elegir los candidatos, los temas de campaña, las alianzas. Rápidamente el aparato se redujo a los miembros electos, gobernadores, alcaldes, senadores, diputados, consejeros regionales, y a centenas de permanentes a los que éstos puestos permiten pagarles un salario. A veces, estos permanentes tienden a confundirse con los cuadros del aparato administrativo de las municipalidades y de los Estados (ya que Brasil es una federación).

El PT nació después de las grandes luchas y huelgas de 1978 y 1979. Pero desconfía de las luchas, incluso cuando éstas demuestran serle favorables. En 1992, cuando la corrupción escandalosa del presidente Collor (quien había utilizado todos los fraudes posibles contra Lula en 1979) era denunciada por cientos de miles de manifestantes en las calles, el PT rechazó la consigna: "Fuera Collor". Y cuando la Cámara impuso finalmente la renuncia de Collor, el PT se negó a reclamar nuevas elecciones que hubiera podido ganar como opositor de Collor que siempre había sido. Por el contrario, hizo todo lo posible para asegurar el acceso a la presidencia de Itamar Franco, el vicepresidente elegido por Collor.

Desde los primeros éxitos electorales del PT, no se cuentan los miembros electos, los notables que lo han abandonado para irse a partidos más cercanos del poder o que ofrecían mejores perspectivas de carrera. Esta "movilidad" es sin duda una característica de la política brasileña. Pero el PT se ha negado a hacer presión sobre los miembros electos que se les iban a otras formaciones políticas, bajo pretexto que ello les hubiera hecho partir más rápido. Y cuando por esas cosas volvían, habiendo encontrado que no todo es oro lo que reluce, eran recibidos con los brazos abiertos y sin que se les pida cuentas. Si este movimiento centrífugo se ha calmado un poco, es porque el PT se ha acercado al poder, dirigiendo Estados, municipalidades, administrando millones de habitantes, gestionando fondos públicos importantes, dirigiendo decenas de miles de empleados, desde el barrendero al secretario general de una ciudad de más de diez millones de habitantes como Sao Paulo.

Estos imponen su política al partido, que no les impone nada. Y sin embargo este ejercicio del poder local provoca frecuentemente choques con los trabajadores. Pero para los dirigentes del PT, los miembros electos del partido tienen siempre razón. Así, cuando los maestros y profesores de Río Grande do Sud entraron en huelga en 2000 y que el gobernador PT del Estado les mandó la policía, ciertos diputados locales se hicieron solidarios de los huelguistas; resultado: su actitud fue condenada por el partido bajo amenaza de exclusión. De la misma manera que la dirección se muestra tolerante con todo lo que es derechista, se muestra suscesptible e intolerante contra las corrientes de izquierda.

La burguesía, ha acogido cada vez con más entusiasmo la evolución derechista del PT. Hay que ver que éste ha puesto en ello mucho ímpetu, aplicando al pié de la letra las consignas de economía y de reducción de servicios públicos en los Estados y las municipalidades que dirige (como Marta Supplicy en Sao Paulo). Los gobernadores del PT, desde ese punto de vista, han sido los mejores apoyos de Cardoso, el predecesor de Lula. Han rechazado toda posición "demagógica" contra éste. Por su lado, Lula ha cambiado su look de "sapo barbudo" que tanto denunciaban sus adversarios de derecha. Ha aprendido a hacer buena figura en los salones. Al mismo tiempo, la política del partido perdía lo que podía aún tener de áspera. Se volvía positiva, proponía más de lo que criticaba. El slogan afirmaba: "Un partido que dice sí". El PT se ha hecho reconocer, y aceptar, por los militares, los economistas, los grandes patrones. El presidente de la Federación de las industrias de Sao Paulo (FIESP), predecía en 1989 que en caso de victoria de Lula un millón de patrones se irían del país: cuatro años más tarde, afirmaba que Lula había cambiado y que sería un presidente conveniente.

Una política de alianzas cada vez más amplias ha acompañado esta evolución del PT. Al principio se presentaba solo. Pronto renunció a este aislamiento que sus candidatos más arribistas encontraban "sectario". Se alió a los dos partidos comunistas, PCB y PCdo B, y al PDT, el partido de Brizola. Después extendió sus alianzas más allá de la izquierda, a toda fuerza pudiendo aportarle votos y puestos. Aliándose con partidos burgueses respetables, se volvía también respetable. Esta "respetabilidad", se acompaña de un cierto número de asuntos sucios, en los cuales se han visto comprometidos algunos de sus barones. Pero es también una forma de mostrarse "responsable" hacia el aparato político, ya que no está bien visto ser incorruptible en un país donde la corrupción de los políticos es un hecho.

El PT, que era un partido reformista desde el principio, ha logrado ser reconocido por la burguesía brasileña y por las potencias imperialistas. Estaba entonces apto para acceder al poder del Estado.

Los signos claros de 2002

Ese momento se presentó en 2002. Toda la política del PT consistió entonces en suscitar la menor cantidad de ilusiones posibles en la clase obrera y en dar cada vez más garantías a la burguesía brasileña y mundial. Es lo que se ha constatado en la campaña de 2002, la cual debía elegir al presidente pero también a los gobernadores de los Estados, los dipudados federales de los Estados y a una parte de los senadores. Esta campaña sonaba desde el comienzo como una marcha hacia la presidencia y al gobierno ya que en Brasil es el presidente quien lo nombra y lo constituye.

La derecha estaba dividida. Debilitada por la crisis económica, la devaluación del real de 50% en pocas semanas a principios de 1999, las medidas de austeridad, la crisis de la provisión de electricidad de 2001, el presidente Cardoso se encontraba al cabo de su segundo y último mandato sin heredero que lograra la unanimidad. El candidato que él apyaba, su ex-ministro de la salud José Serra, buscaba incluso darse un aire de opositor. Frente a Serra y a dos líderes de la derecha, Lula era el gran candidato de la oposición, primero desde el comienzo de la campaña.

Seguro del apoyo de la clase obrera, todos sus esfuerzos apuntaban a ganar apoyos en la burguesía. Así, se alió al Partido liberal, un partido de derecha vinculado a la Iglesia universal del reino de dios, la más grande y la más dinámica de las sectas evangélicas, una de las más reaccionarias también. Eligió como vicepresidente a un político de ese partido, José Alencar, el patrón brasileño más poderoso del sector textil. Lula afirmaba sin ningún escrúpulo que éste era "el patrón que Brasil necesitaba".

Muchos otros patrones hicieron campaña por Lula, entre los cuales varios dirigentes de trusts de dimensión internacional. A los industriales, calificados de "inversores", Lula prometía desgravar las cargas sociales -cotizaciones e impuestos-. Y ellos le hacían fiestas, al igual que los generales. Para caer en gracia esta élite, Lula llegó hasta halagar la política económica de la dictadura, que había coincidido con el desarrollo y el pleno empleo. En cuanto a los especuladores de la deuda, a los medios financieros y al imperialismo, se comprometió a respetar los acuerdos pasados por su predecesor con el Fondo monetario internacional (FMI).

Un signo claro de que la burguesía había aceptado a Lula fue que dos ex-presidentes de derecha, hicieran campaña por él: José Sarney e Itamar Franco. En cuanto a Collor, el ex-presidente acusado de corrupción, al político reaccionario Paulo Maluf, al ex-ministro de Finanzas de la dictadura Delfim Netto, al cacique corrupto de Bahía, Antonio Carlos Magalhaes, todos lo favorecieron implícitamente. Hasta el presidente saliente Cardoso, su rival victorioso de 1994 y de 1998, mostraba su simpatía diciendo que si su candidato Serra era eliminado, daría su apoyo a Lula en la segunda vuelta.

Lula aseguraba al final de la campaña que sería electo desde la primera vuelta, como forma de llamar a no desperdiciar votos en dos candidatos "pequeños" de la extremaizquierda. No fue así como sucedió: sólo alcanzó 47% de los votos. Pero obtuvo en la segunda vuelta la alianza de los dos líderes eliminados con una docena de partidos que hacían campaña en su favor.

Como sus rivales, Lula multiplicó las promesas a las capas populares: ayudas en alimentos para 44 millones de personas para combatir el hambre, creación de 10 millones de empleos para luchar contra la desocupación, revalorización del salario mínimo y de los salarios de los funcionarios públicos bloqueados desde hace ocho años, reforma agraria con promesa de tierra para 12 millones de campesinos sin tierra.

Pero para realizar todo eso, no sólo no dijo que iba a despojar a los ricos, sino que dejó suponer lo contrario, comprometiéndose a mantenir el rigor fiscal, a evitar todo déficit en las cuentas del Estado, a defender la moneda y a respetar los acuerdos y deudas contraídos por el país a nivel internacional.

Y son estas garantías hacia la burguesía que han sido confirmadas por sus actos une vez electo e incluso antes de entrar en funciones. Por ejemplo, integró ostensiblemente en su gobierno a notables burgueses que habían apoyado a la oposición: un banquero internacional (nombrado a la cabeza del Banco central y cuyo equipo dirigente permaneció incambiado), un patrón de la agroalimentaria (a la Agricultura), un industrial (ministro de Desarrollo, de Industria y Comercio), un embajador (ministro de Relaciones Exteriores). Los partidos que lo apoyaron en la segunda vuelta, recibieron un ministerio; es así como Ciro Gomes, que había sucedido a Cardoso en el ministerio de Finanzas y que había sido durante mucho tiempo su principal rival en 2002, se encuentra en el ministerio encargado de la Integración nacional.

En cuanto a los ministros surgidos del PT, representan sobre todo el ala más derechista, gestora del partido. Es el caso de José Dirceu, ex-presidente del PT y artesano de su reorientación, nombrado ministro de la Casa civil y que desempeña el papel de jefe de gobierno, y de Antonio Palocci, ministro de Finanzas, quien se ha vuelto campeón de las privatizaciones en la ciudad en que era intendente, muy querido por los financieros. La burguesía imperialista, ha rápidamente significado que Lula le convenía. Es lo que han dicho los dirigentes norteamericanos cuando en diciembre de 2002, Lula fue a Washington a jurarles fidelidad.

Pero la verdadera prueba iba a ser la de los hechos: a partir del 1° de enero de 2003, Lula iba a tener que gobernar, es decir, elegir cuál de entre los discursos contradictorios que hasta ese momento había tenido, sería aplicado.

Cuatro meses de gobierno de Lula

Lula gobierna desde hace ya cuatro meses y la orientación proburguesa de su política ne se ha desmentido. Los trabajadores no han visto realizarse las promesas que les había hecho. Sin embargo ven que las reformas van directamente dirigidas contra ellos. Y Lula cumple escrupulosamente todos los compromisos contraídos en favor de los burgueses.

Las promesas hechas a las capas populares estaban vinculadas principalmente a la desocupación, a la lucha contra el hambre, los salarios y la reforma agraria.

La desocupación es sin duda hoy la principal preocupación de la clase obrera. Hay oficialmente 9% de desocupados en Brasil, 18% de la juventud. Lula se había comprometido a crear 10 millones de empleos. Desde que es presidente, no ha hecho una sola alusión, sólo habla de creación de empleos para justificar la bajada de las cotizaciones concedidas a la patronal, las subvenciones, los regalos.

El programa "Cero Hambre" ha sido anunciado en diciembre al son de trompetas. Lula afirmaba en su discurso de investidura, el 1° de enero en Brasilia: "Si cada brasileño puede cada día, al final de mi mandato, tomar un desayuno, comer un almuerzo y una cena, habré cumplido la misión de mi vida". La publicidad para este programa está pegado en grandes carteles en todas las ciudades: "Es al hambre al que hacemos la guerra". La prensa dice incluso que la "jet set", está de moda donar para este programa una joya o el collar (en oro) de su perro. Pero las medidas concretas han esperado más de cien días: el 15 de abril debía comenzar el programa de ayuda alimenticia en doce municipalidades de las mil que tenían que participar en total. En cuanto a los fondos previstos para ello, se han visto reducidos a la tercera parte de su monto inicial por el año en curso, con el fin de generar excedentes que servirán a rembolsar la deuda. Para Lula, los hambrientos pueden esperar, no los especuladores que asfixian al país mediante la deuda.

A su electorado obrero, Lula prometía revalorizar los salarios. Había llegado incluso a decir que duplicaría el salario mínimo en el curso de los cuatro años de su mandato. Por el momento, ha hecho pasar el salario mínimo, que está por debajo del mínimo vital, de 200 a 240 reales (el equivalente de 75 euros). Es un aumento niminal de 20% pero un aumento real de 1,8% solamente, una vez compensada la inflación. En cuanto a los funcionarios federales, que dependen directamente de él y cuyos salarios han permanecido bloqueados durante los ocho años de la presidencia de Cardoso, ¡les ha concedido 1%! Por el contrario, hasta ahora, se ha negado a pagar el aguinaldo a muchos funcionarios públicos, lo cual desencadenó una huelga de 200000 de entre ellos a principios de abril. Queda claro porqué el ministro de Finanzas Palocci, ha criticado agriamente a ciertos industriales de la región de Sao Paulo, los cuales han otorgado por adelantado 10% de aumento a sus asalariados, ¡pensando ingenuamente que el gobierno no iba a otorgar menos!

Hace ya más de medio siglo que la reforma agraria es la piedra angular de todos los gobiernos brasileños. Sobre este punto, el plan propuesto por Lula es uno de los más tímidos, incluso con relación al que propuso Cardoso. Y sin embargo el ministro que lo ha planteado pertenece a la corriente del PT y al Secretariado unificado. Está previsto instalar este año a 60000 familias (hay 12 millones de campesinos sin tierra). Pero sus fondos han sido reducidos a la mitad por las mismas razones que el programa "Cero hambre", y en el mejor de los casos, sólo permitirá dar posesión a 27000 familias. Por el contrario, el ministro Dirceu asegura que el gobierno no va a revocar el decreto 2027 que excluye del beneficio de la reforma agraria a toda persona que participe a la ocupación de tierras. Cuando este decreto fue promulgado en 2000, ¡el PT afirmaba que era anticonstitucional!

Lula repite que no tiene prisa: "tengo cuatro años para cumplir mis promesas". Para lo único que no es avaro con los trabajadores son los guiños demagógicos durante el transcurso de sus viages oficiales a los cuatro puntos cardinales del país. Por ejemplo, durante una visita a una fábrica de aluminio en compañía de los grandes patrones del trust, dice a los obreros: "Ah, ¡estos señores no se hubieran desplazado por mí hace veinte o veinticinco años!" Pero no son "estos señores" quienes han cambiado en veinticinco años, sino él. Y elogia la competencia del obrero brasileño, tan hábil como el japonés o el europeo, incluso más. Este es su antimperialismo.

La clase obrera no esperaba sin duda que Lula realizara de pronto milagros. Esta se muestra muy paciente, sobre todo que la Central única de los trabajadores (CUT), la confederación sindical más importante y más combativa, ligada al PT, cubre al gobierno y calma las esperanzas. Su futuro presidente, Marinho, dice que el 1% otorgado a los funcionarios públicos corre el riesgo de provocar grandes luchas pero declara: "hay que estabilizar una economía asfixiada antes de poder tomar otra dirección".

Palocci, el ministro de Finanzas, es aún más brutal. Afirma que la política llevada adelante hoy será continuada, que no existe otra posible. ¿Aparece esto en contradicción con la política del PT cuando estaba en la oposición? Pues el presidente PT de la Asamblea declara inocentemente que la oposición de su partido a la política de Cardoso venía del hecho que éste se hallaba en competición con él por el poder. Dicho de otra manera, las prioridades sociales mostradas por Lula eran puramente electorales y sólo han dado garantías a quienes han creído en ellas.

Pero Lula no realiza las reformas que ha prometido, sino que avanza en la realización de otras reformas que por supuesto no ha anunciado a los trabajadores. Porque se trata de reformas antiobreras, que Cardoso projectaba pero que no había podido realizar y que atañen al sector de la Seguridad social y la legislación laboral.

La reforma de las prestaciones sociales (Seguridad social, jubilaciones, ayudas sociales diversas) consiste en resumen en aumentar las cotizaciones disminuyendo las prestaciones. El gobierno quiere particularmente hacer que los funcionarios públicos jubilados coticen (hasta ahora estaban exonerados). Quiere también unificar las diversas ayudas para reducir el monto global de éstas.

En cuanto a las jubilaciones, quiere crear fondos de pensión y confiar al sector privado la administración de las pensiones complementarias. A los trabajadores que se benefician de un plan de jubilación (sólo una minoría de funcionarios públicos y asalariados de las empresas más grandes, ya que la mayoría no tiene jubilación), el gobierno quiere imponer a la vez una edad mínima (60 años los hombres y 55 las mujeres) y aumentar el tiempo de servicio que da derecho a jubilación. Hasta ahora, por ejemplo, a los funcionarios federales les corresponde una jubilación completa, equivalente a su salario anterior al cabo de 25 años de trabajo. El gobierno no tiene palabras lo suficientemente duras para denunciar a esos "privilegiados".

La reforma de los impuestos es un deseo de muchos brasileños ya que los ricos escapan descaradamente al impuesto. Pero Lula ha cesado de hablar de desgravar a los pobres, sólo habla de equilibrar las cuentas del Estado y para ello, en vez de cobrar impuestos a los ricos hay que "gastar mejor", es decir menos, en detrimento de los servicios públicos.

El proyecto de revisión del Código laboral prevee que la ley no fije sino un mínimo, dejando todo el resto a la "libre" negociación. En realidad se trata de desregular casi todos los contratos de trabajo. Para lograr el "pacto social" que estaba en proyecto, Lula ha creado un Consejo de desarrollo económico y social, al cual ha invitado algunos sindicalistas, pero también y sobre todo a una mayoría de patrones. Se comprende porqué.

En el ámbito económico por el contrario, Lula cumple sus promesas, y a veces va incluso más allá de lo prometido. Vigila la evolución de la moneda: el real ha aumentado un poco, pasando de 4 a 3,2 por un dólar. Para ello ha elevado ya tres veces la tasa bancaria de base, que ha pasado de 25 a 26,5%. Los préstamos serán más costosos pero los capitales afluirán atraídos por la ganancia rápida.

Se había comprometido a respetar el equilibrio presupuestario y a realizar un excedente primario (antes del pago de la deuda) de 3,75%. Hizo mejor, logrando 4,25% de excedente y afirmando que continuará por esta vía. Este excedente permite pagar la deuda. Poco importa que se haya podido obtener mediante la restricción de los presupuestos sociales ("Cero hambre", reforma agraria, salud, educación, etc.).

El superavit del comercio exterior es de 4000 millones de dólares desde enero: un récord.

Se han anunciado ayudas para los industriales. Una línea de crédito de 1000 millones de dólares está destinada a ayudar a los exportadores. El "coste del trabajo" será disminuído, dicen, para las pequeñas y medianas empresas. Pero ¿se ha visto ya que las grandes empresas se pierdan alguna ayuda? Un plan "Primer empleo" comprende una exoneración total de impuestos de 6 meses en el caso de contratar a jóvenes entre 16 y 24 años (franja dentro de la cual el porcentaje de desocupación es más importante).

Y no sólo Lula hace todo lo que puede para asegurar las ganancias de la patronal y de la burguesía, sino que quiere también darles un mayor control de la política económica, haciendo adoptar una enmienda constitucional que permitirá la autonomía del Banco central. Ironía: esta enmienda ha sido propuesta por Serra, el rival desgraciado de Lula en octubre pasado, y que el PT denunciaba como la marioneta de los capitalistas y del FMI.

No es asombroso que la patronal brasileño, por intermedio de la FIESP, juzgue esta política como "sana, serena y ortodoxa". Tampoco lo es que Lula haya sido aplaudido en Davos por la élite financiera mundial. Cabe preguntarse, si la frase de un redactor del cotidiano La Folha de Sao Paulo y que dice: "No se ha podido distinguir aún a Lula de Fernando Henrique Cardoso", debe considerarse como una crítica o como un halago.

El comienzo de una oposicion

Esta política no ha suscitado por el momento, una oposición de gran amplitud en el seno de la clase obrera. En el campo sindical, las críticas vienen de la confederación Força Sindical, políticamente vinculada a la derecha, quien señala las promesas no cumplidas y denuncia la obediencia al FMI creando recesión y desocupación. Pero ésta no influencia a los militantes más combativos y tiene poco peso en las grandes fábricas. Aunque quisiera influenciar, no podría ser amenaza que abriera una brecha entre la derecha y la izquierda del gobierno.

Algunos sectores sin embargo, ya han entrado en lucha. Los funcionarios públicos en particular los maestros y profesores que han organizado huelgas en algunos Estados. El gobierno es su patrón y han comprendido rápidamente que no les daría nada. Los campesinos sin tierra han vuelto a ocupar tierras, con o sin la autorización del MST, Movimiento de los sin tierra. La dirección del MST, que ha hecho campaña por Lula, incluso si éste tomaba ostentosamente distancia de él, se dice decepcionada pero no propone otras perspectivas políticas.

Esta política proburguesa del PT no encuentra ninguna oposición política de parte de los partidos políticos brasileños. Todos aquellos que han apoyado a Lula, han sido asociados al gobierno y tienen la boca tapada. En cuanto a aquellos que se sitúan más a la derecha, aunque no se alíen (como trata de hacerlo una parte del PMDB, el gran partido de centro), no van a reprochar a Lula, llevar adelante una política que es la suya. El gobierno ha obtenido en la Cámara una mayoría de 330 diputados sobre 508.

Es del lado de las tendencias de extremaizquierda, dentro y fuera del PT, que las críticas claras a la política de Lula se han hecho sentir.

Primero del lado del PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado), una organización trotskista de la corriente morenista surgida del PT en 1992. Antes de la campaña presidencial, el PSTU se había dirigido al PT para proponerle apoyar a su candidato, Lula, con la condición de que éste adoptara un programa obrero y antimperialista, y que presentara un vicepresidente del MST. Ante el rechazo del PT, éste presentó como en 1998 a su candidato Ze Maria de Almeida, quien obtuvo un 0,5% o sea 400000 votos. Después de la elección de Lula y más aún después que éste tomara el mando, el PSTU ha continuado criticando de forma virulenta la continuidad de la política de Lula con relación a la de Cardoso, la composición del equipo y de su gobierno, sus medidas antiobreras y su respeto del imperialismo, simbolizado por el FMI y el ALCA, -el área de libre comercio de América- una especie de mercado común interamericano que está en vías de negociación, bajo la dirección de los Estados Unidos naturalmente y que debería entrar en aplicación a fines de 2005.

Pero la oposición más evidente que se expresa diariamente en los periódicos, a menudo en la televisión, es la que se manifiesta dentro del mismo PT, en la persona de cuatro de sus parlamentarios: los diputados federales (que han estado ligados al PSTU) Lindberg Farias, Luciana Genro, Baba Araujo y la senadora Heloisa Helena. No son los únicos que tienen esta actitud. La corriente lambertista O Trabalho, ligada al PT francés, se declara "por un auténtico gobierno del PT, que rompa con el FMI" y hace llamados y peticiones a Lula para que revoque tal o cual medida "que viene de Cardoso". Otras corrientes de izquierda hacen peticiones similares. Pero la oposición de los parlamentarios es la más visible y el relieve que le da la prensa da la impresión de sugerir al PT que se deshaga de esos extremistas, de esos "chiitas" como los califican los periodistas, que nada tienen que hacer en un partido respetable.

Esos opositores critican la política económica y social del gobierno. Luciana Genro, de la corriente Movimiento de la izquierda socialista, declara: "Es necesario un cambio radical en el terreno económico". Lindberg Farias pronostica "cuatro años de rigor fiscal". Baba Araujo, de la Corriente socialista de los trabajadores, dice: "Constatamos con inquietud cómo las orientaciones que han sido tomadas refuerzan la base del viejo modelo rechazado por las urnas. Hay que continuar la lucha contra el modelo neoliberal". Y llama a Lula a "cumplir con el contrato hecho con los pobres", a conservar el control del Banco central, a suspender el pago de la deuda y a rechazar el ALCA.

Estas críticas implican una fidelidad fundamental hacia el PT. Los diputados opositores hacen un llamado en cierta forma a la verdadera naturaleza del partido, a su verdadero programa, a sus auténticas aspiraciones. Y ello les conduce en los hechos a apoyar al gobierno. Para Lindberg Farias, "el fracaso del gobierno sería el fracaso de toda la izquierda". Y Baba Araujo declara: "No soy un loco que quiere desestabilizar al gobierno".

La senadora Heloisa Helena comparte estas críticas y esta fidelidad, considerando al gobierno de Lula como "su" gobierno. Pero su posición es aún más ambigua ya que ella pertenece a la corriente Democracia socialista ligada al Secretariado Unificado, quien ha otorgado a Lula su ministro de Desarrollo rural, Miguel Rossetto, encargado en particular de la reforma agraria.

Democracia socialista es una corriente relativamente importante dentro del PT, actualmente la más importante de las corrientes trotskistas. Milita desde siempre dentro del PT y ocupa posiciones relevantes en particular en Rio Grande do Sul, donde ha ocupado puestos de gobernador de Estado e intendente de la capital, Porto Alegre. Está muy bien integrada a la dirección del partido. Pero la participación en el gobierno no obtiene la unanimidad. Ha sido decidida mayoritariamente y es la posición que mantienen en Francia el semanario de la LCR, Rouge, y la revista Inprecor, según la cual Democracia Socialista no podía sustraerse a sus responsabilidades.

Además, para el SU, nada está perdido: François Sabado descubre "desacuerdos en el seno de la dirección del PT y del gobierno" (Rouge n° 2010). En cuanto a Joao Machado, dirigente de DS, concluye así un artículo ("Las dos almas del gobierno de Lula", en Inprecor 478-479): "Las orientaciones del gobierno de Lula no están definidas a priori. Lo serán en el transcurso de un proceso de luchas políticas y sociales, cuando la defensa de los cambios se apoyará sobre toda la trayectoria del PT, sobre su historia identificada con los intereses populares y sobre el mensaje fundamental de la elección". Y en Rouge n° 2001, los dirigentes del SU afirman a la vez que "el gobierno de Lula es un gobierno que va a administrar los asuntos de las clases dominantes" y que "la constitución del gobierno de Lula es una victoria de las clases populares contra el imperialismo y las clases dominantes de Brasil". Un portavoz de Democracia socialista concluía una entrevista con estas perspectivas entusiastas (Rouge n° 2000): "Este gobierno puede revolucionar -en el ámbito de la coyuntura actual- el marco democrático del país, para transformarse en un gobierno democrático popular y convertirse luego en un gobierno eminentemente socialista".

Heloisa Helena, senadora desde 1998 del pequeño estado del nordeste: Alagoas, ha retirado su candidatura al cargo de gobernador cuando Lula eligió al industrial Alencar como vicepresidente. Desde el comienzo del año se ha negado a votar por el banquero Meirelles como dirigente del Banco central y pour el ex-presidente Sarney, uno de los caciques de la derecha, como presidente del Senado, a pesar de que era ésta la consigna de voto del PT. Critica la continuidad de la política de Cardoso, la sumisión al FMI, la autonomía del Banco central. Pero también ha afirmado su solidaridad con "su" gobierno: "El éxito del gobierno es de una importancia fundamental" (Rouge n° 2003). Disculpa a Lula ("No creo que lo que pasa sea culpa de Lula") y quiere "ayudar al PT a recordar nustros discursos de oposición a Cardoso". La dirección del PT la ha criticado violentamente, evocando muchas veces una amenaza de exclusión sin pasar a los actos.

Pero todos esos "opositores", que figuran a menudo en la primera página de los periódicos, han participado hasta ahora a la elaboración de la política del PT en su totalidad, han llamado a la población a otorgarle su confianza y continuan apoyándolo. Su presencia al interior del partido de Lula era, situándose en su propia óptica, el comienzo de la traición. Ya que si quienes se pretenden revolucionarios han militado más de veinte años y continúan haciéndolo en el partido que está en el gobierno, es porque según ellos, el PT es un partido revolucionario, o casi revolucionario. Este hecho anula, de por sí, a los ojos de la población, todas sus críticas y todas las contrariedades que puedan expresar.

Una existencia independiente, que es lo único que permitiría criticar claramente la política del PT y alertar a la clase obrera, sería por cierto muy incómoda, ya que los trabajadores dan masivamente su confianza al PT y a Lula. Pero únicamente esta actitud podría preparar el futuro y las luchas de la clase obrera contra la burguesía, incluso cuando sus intereses son defendidos por ministros, un gobierno y un presidente del PT.

Porque la clase obrera, que parece por el momento estar a la expectativa, puede constatar muy rápido, en las condiciones de la crisis mundial y de un país dominado por el imperialismo, que el gobierno de Lula no funciona en beneficio suyo, sino contra ella, en favor de la burguesía. Para que su reacción no se transforme en hastío de la política o en la adhesión a demagogias reaccionarias, sino en la lucha contra la burguesía y por otra sociedad, tendrá que dotarse de una dirección que merezca su confianza y que haya demostrado su lucidez y su coraje político.

4 de mayo de 2003

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