El 22 de septiembre, en la ONU, Macron reconoció oficialmente la existencia de un Estado palestino. Se trata de un gesto simbólico, ya que Macron sabe que no tiene ninguna influencia sobre la política de los dirigentes israelíes y estadounidenses, que se oponen a ello. Y sabe que eso ni siquiera detendrá la mano del verdugo.
Este reconocimiento provoca la ira de Netanyahu y la hostilidad de la derecha y la extrema derecha francesas. Por el contrario, cuenta con el apoyo de muchos de los que se rebelan contra la mortífera política de anexión de Israel.
Pero este reconocimiento es tan tardío como hipócrita. ¡Han tenido que morir al menos 65 000 habitantes de Gaza, 163 000 heridos, un genocidio y una hambruna para que Macron cambie de discurso! Reconoce un Estado palestino cuando Gaza no es más que un campo de ruinas y Netanyahu prepara la anexión total de Cisjordania.
A Macron le da igual la suerte de los palestinos. Al reequilibrar su política y retomar la supuesta «política árabe» de Francia, Macron piensa en reforzar la alianza con Arabia Saudí y los Emiratos y en las repercusiones para los capitalistas franceses en el Líbano, Siria y otros lugares de la región. Piensa en Dassault y en el grupo de transporte marítimo CMA CGM. Actúa como un líder cínico de una potencia imperialista que hace sus cálculos, al igual que sus lejanos predecesores que, junto con los británicos, partieron en pedazos esta región estratégica repleta de petróleo y enfrentaron a los pueblos entre sí.
Incluso cuando pretende actuar por solidaridad, Macron dicta sus condiciones. A cambio del reconocimiento, Mahmoud Abbas, el presidente en funciones de la Autoridad Palestina, tuvo que comprometerse a desarmar a Hamás y apartarlo de cualquier futuro gobierno. En otras palabras, Macron está dispuesto a reconocer a Palestina, pero antes los dirigentes palestinos deben demostrar su buena fe y someterse.
El único papel que los dirigentes del imperialismo estarían dispuestos a dejar a los líderes de un hipotético Estado palestino es el de guardianes de una prisión a cielo abierto.
Este es el papel que ha desempeñado la Autoridad Palestina, creada en los acuerdos de Oslo de 1993 para contener el levantamiento de la juventud palestina. Este embrión de aparato estatal se encargaba de administrar territorios separados por puestos de control y muros, sometidos a la autoridad militar de Israel y dependientes de la ayuda internacional. Impotentes, corruptos y encargados de mantener un orden injusto, los líderes de la Autoridad Palestina no podían sino desacreditarse. Este descrédito permitió a Hamás tomar el poder en Gaza.
Durante 15 años, Hamás también controló a la población, haciéndola aceptar las privaciones, persiguiendo y ejecutando a sus opositores, al tiempo que reforzaba su aparato militar. Financiado con fondos procedentes de Qatar, con el acuerdo de Israel, Hamás participaba, a su manera, en el mantenimiento del orden imperialista. Al lanzar el ataque del 7 de octubre de 2023, quiso obstaculizar por la fuerza los acuerdos de normalización entre Israel y los Estados árabes. En ningún momento se preocupó por las consecuencias previsibles de este ataque para los habitantes de Gaza.
Hace ya casi dos años que el Estado de Israel libra una guerra de exterminio contra los palestinos, un exterminio reivindicado por la extrema derecha que gobierna con Netanyahu. Por ello, muchos enarbolan la bandera palestina como símbolo de solidaridad con los palestinos y de protesta contra la barbarie imperialista.
Pero, en el plano político, la perspectiva estrictamente nacionalista que simboliza es un callejón sin salida. El objetivo de un Estado nacional palestino, aunque sea residual e incapaz de ser económicamente independiente, conviene a los dirigentes de Hamás o de la OLP. Porque si se oponen al orden imperialista es para hacerse un hueco en él y prosperar, ellos también, explotando a los trabajadores, como ya hacen. Tal perspectiva solo ofrece miseria y desempleo a las masas palestinas.
La única emancipación verdadera para los palestinos, como para todos los oprimidos del planeta y los trabajadores explotados que somos aquí, vendrá del derrocamiento del orden imperialista y del capitalismo que lo sustenta.
Esta perspectiva no puede imaginarse sin una ola revolucionaria que vea converger a los pueblos palestino, israelí, libanés, jordano, egipcio... en el rechazo de la política de sus respectivos dirigentes. Entonces, todo el mundo se daría cuenta de que hay espacio para que los dos pueblos, el israelí y el palestino, convivan de forma igualitaria y democrática en esta región.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 22 de septiembre de 2025