¿Qué perspectiva puede tener hoy el pueblo palestino, en furia contra la opresión y las masacres que sufre por parte del ejército israelí, y contra la pobreza en la que se ahogan las capas populares, obreros y pequeños campesinos despojados de sus tierras? ¿Qué perspectiva puede tener el pueblo de Israel y los que no viven sino de su trabajo en el país, transformados en soldados permanentes para mantener un orden injusto?
La población de los países de Oriente Medio vive bajo el yugo de regímenes dictatoriales que protegen a los explotadores y a la pequeña minoría de clases adineradas. Esta población resulta víctima de un orden imperialista dominado en la actualidad por los Estados Unidos que, multiplicando divisiones artificiales, ha provocado una situación caótica en la región.
Las burguesías locales, apegadas al orden capitalista, tratan de hacerse un hueco en él a costa de su propio pueblo.
Pero, contrariamente a lo que pueden decir los “especialistas”, que son en realidad promotores del orden imperialista, la división de los pueblos de Oriente Medio no viene de una oposición secular, de odios religiosos y culturales: es la consecuencia de una política de división deliberada e impuesta por las potencias imperialistas, primero Francia e Inglaterra, y luego Estados Unidos, que se ha alzado por encima de sus competidores.
Esta división comenzó al final de la Primera Guerra Mundial, en 1917-1918, con el desmembramiento del Imperio Otomano, aliado de Alemania, en el que musulmanes, judíos y cristianos habían coexistido durante siglos sin demasiados problemas.
Las tendencias a la unidad han sido combatidas por los ejércitos franceses e ingleses. Para ejercer su dominación, las dos potencias han creado Estados trazando literalmente líneas sobre un mapa. Así es como el imperialismo francés ha desprendido el Líbano de Siria y ha instaurado un régimen basado en divisiones confesionales.
Igualmente en Palestina, para combatir toda ola anticolonialista, Gran Bretaña ha abierto hacia finales de la Primera Guerra Mundial una vía para un establecimiento de colones judíos en nombre del sionismo, a pesar de la posición ultraminoritaria de dicho movimiento en las comunidades judías en todo el mundo.
Fue la Segunda Guerra Mundial y la masacre de la mitad de la comunidad judía europea a manos de los nazis -seis millones de hombres, mujeres y niños- lo que provocó la llegada a Palestina de cientos de miles de supervivientes que buscaban un refugio protector en esta tierra que había sido prometida dos veces.
De hecho, la corriente religiosa del sionismo se apoyaba en la Biblia hebrea, la Torá, para designar así una franja de tierra situada entre Jordania y el Monte Líbano. El imperialismo inglés había prometido proteger el establecimiento de judíos en 1917... al mismo tiempo que prometía permitir la creación de un gran reino árabe.
Tras la creación del Estado de Israel en 1948, sus dirigentes iban a conducir a su población hacia una política de expoliación de tierras ocupadas por los palestinos árabes.
El imperialismo americano tomó definitivamente las riendas a partir de 1956 tras la intervención franco-inglesa para tratar de recuperar el control del canal de Suez, nacionalizado por el presidente egipcio Nasser, en una intervención apoyada por el ejército israelí. El Oriente Medio, con su petróleo, se había convertido en una región estratégica para el imperialismo.
Los pueblos de Oriente Medio han vivido la quiebra de todas las políticas nacionalistas burguesas. El imperialismo ha utilizado la existencia de Estados y de nacionalismos contrincantes, arrojando los unos contra los otros cuando esto era necesario para imponer su dominación. Los pueblos de la región han conocido así una sucesión de conflictos, que eran agresiones directas o indirectas de los ejércitos imperialistas.
Aun así, la energía de estas masas y juventudes tan desamparadas, todas ávidas de cambio, ha podido manifestarse en múltiples ocasiones a lo largo de las últimas décadas, en Palestina o Líbano, o durante la Primavera árabe, por dar unos pocos ejemplos. El estancamiento político-económico, pasado y presente, se debe en parte a su propia burguesía; al mito de la unidad nacional bajo los explotadores locales, que no valen más que los gigantes imperialistas, pues siempre se convierten en sus auxiliares tarde o temprano.
Para que las masas explotadas de esta región pongan fin a su explotación y opresión, es indispensable romper los aparatos estatales rivales que permiten a las distintas burguesías apropiarse del botín y enfrentarse entre sí. Es lo que permite al imperialismo manipularlas. Los intereses de las clases explotadas no tienen absolutamente nada en común con los intereses de sus explotadores locales.
Acabar con la dominación imperialista de la región significa unir a los trabajadores de los diferentes países y derribar las fronteras, los regímenes, los Estados y las burguesías locales que los defienden.
Esto significa instaurar el poder de los trabajadores a la escala de la región, respetando el derecho de cada pueblo a gozar de su existencia nacional bajo la forma que elija. La forma política de este poder de los trabajadores no puede ser sino una Federación socialista de los pueblos de Oriente Medio.
Paul SOREL