Las luchas por la emancipación de las mujeres y el movimiento obrero

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marzo de 2018

Fue en Copenhague, en marzo de 1910, cuando los militantes, hombres y mujeres, de la II Internacional Socialista, en nombre de las mujeres miembros de partidos socialistas del mundo entero, decidieron organizar un día internacional de las mujeres trabajadoras. En ocasión de este 8 de marzo, presentamos a nuestros lectores la traducción del texto de una conferencia del Círculo León Trotsky, conferencias que organizan periódicamente en París nuetros compañeros de la UCI de Lutte Ouvrière. En este documento quedan expuestos los fundamentos de nuestra concepción de la lucha por la emancipación de las mujeres, en base a lo que fue para generaciones de militantes revolucionarios, hombres y mujeres, antes que nosotros.

La II Internacional, cuando toda vía era revolucionaria, luchaba por la igualdad política y social de las mujeres y sobre todo por la emancipación completa de las mujeres. Sus militantes pensaban que esa emancipación sólo se podría dar con el socialismo, es decir, una sociedad donde se elimine la desigualdad social, la opresión y la explotación, hoy en día se diría una sociedad comunista. De forma recíproca decía Clara Zetkin, dirigente socialista de la época, que “sólo con la mujer proletaria triunfará el socialismo”. Esa perspectiva sigue siendo nuestra.


En esta exposición, hablaremos no solo de las injusticias sufridas por las mujeres, sino también de las luchas que han llevado a cabo por su emancipación.

Porque somos comunistas y revolucionarias, combatimos todas las formas de opresión, en particular contra las mujeres… Son nada menos que la mitad de la humanidad. Entonces, esta lucha es la nuestra, pero la llevamos a cabo como comunistas, es decir, como militantes convencidas que esta opresión no es inherente a las relaciones entre hombres y mujeres.

La opresión contra las mujeres aparece con el desarrollo de las sociedades basadas en la explotación y la propiedad privada y su emancipación no será posible más que poniendo fin a la última de estas sociedades de explotación, la sociedad capitalista.

Hemos elegido aquí hablar de mujeres que han luchado contra sus cadenas. Desde las revolucionarias de 1789 a las de 1848, de las “petroleras” de la Comuna de París hasta las sufragistas, desde las revolucionarias rusas a las militantes feministas; pocos de sus nombres nos son conocidos, o bien han sido olvidados, a excepción pudiera ser del de Olympe de Gouges o Louise Michel. Es por ello que hemos elegido citar ciertos nombres.

Desde que han sido oprimidas, ha habido siempre formas de resistencia entre las mujeres para intentar, como podían, salir de su situación. Pero fue con el auge del capitalismo cuando ellas se convirtieron en un elemento importante de la clase obrera naciente y empezaron a intervenir de manera masiva en las luchas sociales. Así, incluso privadas de cualquier derecho civil o político, las mujeres han participado en todas las revueltas y revoluciones, en las luchas de la clase obrera, lo que les permitió a menudo ganar derechos para ellas. Y es con orgullo que afirmamos que el movimiento obrero, en tanto ha estado marcado por las ideas comunistas y revolucionarias, ha sido portador de las ideas de esta emancipación.

Pero hoy en día hay que constatar que la situación de las mujeres a escala del planeta retrocede dramáticamente. Esta situación es una de las consecuencias del mantenimiento del orden capitalista putrefacto y está ligada también al retroceso del movimiento obrero. Porque su orden social está basado en la explotación, la burguesía para mantener su dominación sobre toda la sociedad, deja sobrevivir las formas más bárbaras de opresión, en particular la de las mujeres.

Desde Arabia Saudí, dónde ellas no pueden salir sin estar acompañadas por un hombre y donde ha sido preciso esperar a 2013 para que tengan simplemente el derecho a montar en bici, a esos países donde el derecho a castigar a su mujer está codificado por ley, pasando por otros como Irlanda o Malta, donde el aborto es casi imposible, en numerosos países las mujeres son consideradas menores de edad.

Entonces, por todas partes, nuestra solidaridad va hacia aquellas que resisten, que luchan una y otra vez, con sus medios, por poder conducir o votar o ir a la escuela, o simplemente por existir. Sí, somos solidarios de las mujeres del mundo entero que rechazan la sumisión: sumisión a los hombres que las oprimen, o sumisión a un dios que les impone esconderse tras un velo o una peluca. Solidarios de las mujeres que se oponen a las corrientes más reaccionarias que abaten la sociedad, tanto en los países pobres como en los ricos.

Pero nuestra convicción esencial, portada por generaciones de militantes comunistas antes que nosotros, es que la lucha por la emancipación de las mujeres está estrechamente ligada al movimiento obrero. La solución está entre las manos de las mujeres y hombres de la clase obrera, la única clase que puede hacer caer al sistema capitalista y acabar con todas las opresiones. Como decía Louise Michel, es un engaño pedir a una sociedad dirigida por hombres que acuerden derechos para las mujeres porque –escribía ella– “el sexo fuerte es tan esclavo como el sexo débil y no puede dar aquello de lo que carece; todas las desigualdades caerán de golpe cuándo hombres y mujeres se entreguen a la lucha decisiva.”

La opresión de las mujeres, una consecuencia de la aparición de la propiedad privada

Para nosotros que somos comunistas, la igualdad entre mujeres y hombres no es una reivindicación… pues esta igualdad es un hecho. Afirmar esto no es borrar las diferencias biológicas evidentes que existen entre los sexos. Pero, ¿por qué estas diferencias sexuales deberían siempre implicar una desigualdad? Claro que no tienen por qué. Las desigualdades entre mujeres y hombres no son naturales, contrariamente a lo que proclaman los dogmas de todas las religiones monoteístas, que hacen de las mujeres seres inferiores. Estas desigualdades aparecieron tardíamente en la larga historia de la humanidad como consecuencia de la propiedad privada, una novedad en la organización de las sociedades primitivas. Y después, en todas las sociedades de explotación que se han sucedido bajo el reino de esta propiedad privada, las mujeres han sido rebajadas a un grado inferior.

Pero hace doscientos años, con el desarrollo de la sociedad de explotación capitalista, por primera vez en la historia de la humanidad fueron creadas las condiciones para la desaparición de la propiedad privada, la explotación y las opresiones que conlleva. Revolucionando la sociedad, el capitalismo ha dado los medios de liberar a la humanidad. Como escribía Marx y Engels en el “Manifiesto del Partido Comunista” la burguesía produce su propio enterrador dando nacimiento a la fuerza social capaz de derrocar el orden capitalista: la clase obrera, compuesta tanto por hombres como por mujeres.

Porque querían revolucionar la sociedad, Marx y Engels se dedican a comprender la organización social en su conjunto y en su evolución. No solo eran solidarios con los oprimidos y por consiguiente con las mujeres, cuya aspiración a que fueran consideradas como iguales a los hombres sostenían. También aportaron la posibilidad de comprender los orígenes y los mecanismos de la opresión. Comprender mejor para poder no solo luchar, sino también encontrar una salida política. Daban así la posibilidad a las luchas de todos los oprimidos de unirse a la de la clase obrera para derrotar al capitalismo y, aboliendo la propiedad privada, acabar de una vez por todas con las sociedades basadas sobre la explotación del hombre por el hombre.

Las ideas revolucionarias de Marx y Engels sobre la familia y el lugar de la mujer en la sociedad se encuentran en un libro publicado en 1884 que se titula El Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. En esta obra, Engels defiende la idea de que la familia, tal y como existe en la sociedad burguesa y en la biblia, con dos padres y los niños, no ha existido siempre. Afirma que como todo cuerpo social, la familia tiene una historia.

Comienza con un cierto estado de desarrollo de la sociedad, hace solamente 10.000 años, cuando los grupos de cazadores-recolectores se sedentarizaron para practicar la agricultura y la ganadería. Esta revolución permitió la aparición de un excedente que no se consumía, un excedente acaparado por una minoría. Es el nacimiento de la propiedad privada. Y con él se instala el problema de su transmisión a la descendencia. Pues el único medio de estar seguro de su descendencia, cuando se es hombre, es reglamentar relaciones sexuales exclusivas para las mujeres. Es apropiarse del vientre que lleva dentro al niño que va a nacer. Dicho de otra manera, la propiedad privada de los medios de producción incluye igualmente la propiedad privada de los medios de reproducción que son las mujeres.

Generalmente la defensa de la propiedad privada y de los privilegios que conlleva implica la necesidad de crear una fuerza armada, de un Estado, para mantener un orden injusto. Engels enlaza entonces la propiedad privada, el nacimiento del Estado y el sometimiento de las mujeres en la familia patriarcal. Escribe “el derrocamiento del derecho maternal fue la gran derrota histórica del sexo femenino. Hasta en la casa fue el hombre quien tomó el timón y la mujer fue degradada, esclavizada, se volvió esclava del placer del hombre y simple instrumento de reproducción.”

Con este texto, Engel pone una de las bases científicas de la emancipación de las mujeres: puesto que la opresión tiene una historia, también tendrá un fin. Y este fin coincide con la emancipación del conjunto de los oprimidos. Razonando a escala de toda la sociedad, sin dejarse encerrar en tal o cual particularidad, Engels da una perspectiva política tanto para las mujeres como para el conjunto de los explotados y oprimidos.

Y es con este mismo análisis que seguimos abordando la cuestión de la opresión de las mujeres, con la convicción profunda de que su opresión no podrá desaparecer más que con el fin de la propiedad privada y que la única clase social capaz de atacar el fundamento de la potencia capitalista, es la clase obrera.

La participación de las mujeres del pueblo en la Revolución Francesa

Para hablar de las luchas de las mujeres, es necesario ante todo evocar la gran Revolución Francesa de 1789-1794. En primer lugar porque fue la primera intervención política masiva de las mujeres. Luego porque las habitudes tomadas por las masas en lucha durante la revolución han inspirado al movimiento obrero durante decenas de años.

Durante el siglo 18 las mujeres eran privadas de derechos pero sin embargo jugaron un papel importante durante los acontecimientos revolucionarios.

No se movilizaron para reclamar la igualdad con los hombres pero, al calor de la tormenta revolucionaria, aprovecharon para emplazar sus propias reivindicaciones.

Porque ellas hacen hervir la marmita, las mujeres del pueblo son el motor de los motines del hambre que se desencadenan regularmente durante los años revolucionarios.

En octubre de 1789 mujeres amotinadas van en manifestación contra la carestía de los precios y hacen volver al rey de Versalles a París, bajo escolta. A finales del año 1792 todavía, invaden la Convención con los “sans culottes” y hacen presión para obtener en el acto medidas contra la carestía de la vida. En febrero de 1793, los sans culotttes invaden las tiendas y obligan a los comerciantes a ceder sus mercancías a precios que ellos mismos habían fijado. Entre ellos numerosas mujeres, lavanderas sobre todo, que se quejan de los altos precios del jabón.

Porque ellas querían poder ganar su vida honestamente, las mujeres del Tercer Estado reclamaban la libertad de trabajo tanto para los hombres como para las mujeres. Exigían el fin de los privilegios de las corporaciones, heredados de la Edad Media, para poder tener libre acceso a todas las profesiones artesanas.

Porque saben lo que han ganado con la revolución, las mujeres revolucionarias no quieren ni un paso atrás, ninguna victoria de la reacción. Ellas también reclaman el derecho para llevar armas, como Pauline León que en marzo de 1792, se dirige a la Asamblea Nacional para leer una petición, firmada por más de 300 parisinas, demandando que las mujeres fueran autorizada a tener picas, pistolas, sables y a poder entrenar todos los domingos.

Se han metido en el torbellino de la revolución y cuestionan el orden social, anteponiendo sus propias reivindicaciones: la educación para las niñas, el derecho al divorcio, la igualdad de derechos políticos. Olympe de Gouges fue famosa por haber escrito en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y Ciudadana, en la cual expresa su temor de que solo los hombres disfruten de las libertades ganadas por la revolución, manteniendo aún a las mujeres bajo su dominación.

De la tempestad revolucionaria, de la movilización del pueblo en la guerra de clases, van a salir leyes que destruirán el viejo poder de la nobleza para instaurar el de la burguesía. Y entre todas estas leyes, algunas conciernen directamente a la cuestión de la igualdad hombres-mujeres. Una ley de septiembre de 1792 es primordial pues trata de la igualdad de los esposos. Los niños, ya sean del sexo masculino o femenino, son declarados iguales ante los derechos de sucesión o para el acceso a la mayoría de edad. La ley hace del matrimonio un simple contrato civil que autoriza el divorcio por consentimiento mutuo.

A partir del 1793, con el fin de la subida revolucionaria, se va acabando el periodo de libertad conquistada entre 1789 y 1792. Los hombres políticos de la burguesía del Comité de Salud Pública, entre ellos Robespierre, quieren volver a tomar las riendas y reprimir los movimientos populares, que sin embargo son los que permitieron en todas partes que la revolución burguesa venciera a la nobleza. El Comité de Salud Pública prohíbe a las mujeres reunirse y continuar acompañando a los ejércitos revolucionarios. El club de Mujeres Republicanas Revolucionarias, creado por Louise Lacombe y Pauline León, se prohíbe. Todas las sociedades populares están vigiladas. Todas las expresiones democráticas del pueblo revolucionario son recortadas unas tras otras. La caída de Robespierre y de sus partidarios, en julio de 1794, acentúa aún la reacción.

En la primavera de 1795, los últimos sobresaltos de la Revolución son debidos a la iniciativa de las mujeres del pueblo de París que llaman a los obreros a movilizarse. Entonces, el poder reaccionario que ha reemplazado a Robespierre decide desembarazarse definitivamente de la presión de las masas y decreta “que todas las mujeres se retiren (…) a sus domicilios respectivos y aquellas que una hora después de colgar el presente decreto, fuesen encontradas en las calles, agrupadas más de cinco, serán dispersadas por la fuerza y sucesivamente arrestadas hasta que la tranquilidad pública sea restablecida en París.”

Las fuerzas políticas burguesas, en su conquista del poder, se apoyaron sobre la energía revolucionaria de las masas, comprendida la de las mujeres. Con el reflujo de la revolución, las masas no solamente iban a abandonar la escena política, sino que sus voces iban a ser calladas en beneficio de los burgueses, grandes vencedores de la revolución y que aspiraban a disfrutar apaciblemente de sus conquistas.

El Código Civil de Napoleón: un arsenal contra las mujeres

El Imperio napoleónico impone el silencio a las mujeres con el Código Civil de 1804. Es un verdadero instrumento legal para dominar y castigar a las mujeres. El Imperio restaura la autoridad de un jefe para Francia y la autoridad del padre para cada familia. Pues para asentar el poder del nuevo Estado, Napoleón quiere acabar con los disturbios y poner en marcha todo un arsenal legislativo para proteger la propiedad privada.

El Código Civil reglamenta el derecho de propiedad burguesa y permite a las clases pudientes quedarse con los bienes adquiridos antes o durante la Revolución. Napoleón aumenta los poderes de la policía, amordaza a la prensa y prohíbe a los obreros hacer huelga. El Código Civil decreta la inferioridad de las mujeres pues para el emperador, “la mujer es nuestra propiedad, nosotros no somos la suya”. El Código Civil priva a las mujeres de derechos jurídicos de forma similar a como hace con los criminales o los débiles mentale.

Ellas deben total sumisión a su padre, después a su marido. El matrimonio se convierte en una institución defendida por el Estado. Y el adulterio es reprimido… pero únicamente para las mujeres, con una pena de prisión de 3 meses a 2 años. En cuanto al marido adúltero, para él será una simple multa. Este monumento de la reacción napoleónica contra las mujeres está a la medida del miedo que ellas han hecho reinar sobre las clases pudientes durante la Revolución.

Con la caída del Imperio y la restauración de la monarquía en 1814, la reacción política se abate sobre Francia como por otras partes sobre toda Europa. Pero ello no impide el desarrolló de la burguesía que continúa revolucionando la sociedad, modificando las relaciones sociales. Arrancando a los campesinos de sus campos, de sus hogares, para arrojarlos en las manufacturas, después en los suburbios industriales, la burguesía transforma radicalmente el lugar de las mujeres, después las costumbres.

Haciendo trabajar igualmente a los niños, es un agente destructor de las familias populares. Lo que no le impide crear el mito de la Mujer, de su rol natural como esposa y madre en el seno de la familia. De hecho, el derecho al divorcio se abolió en 1816.

Sin embargo, desarrollando numéricamente a la clase obrera y el número de sus elementos femeninos, la burguesía contribuye a la vez, a su pesar, a desarrollar al movimiento obrero y al renacimiento de las reivindicaciones de igualdad entre hombres y mujeres.

La reacción no consigue ahogar las voces de aquellas y aquellos que quieren la igualdad

La contestación del nuevo orden social burgués nació primero en los medios privilegiados, entre aquellos que, influenciados por los pensadores del siglo 18, continúan luchando por una sociedad más justa, más igualitaria. Saint-Simon, uno de los primeros socialistas, se indigna tanto por la opresión de las mujeres como de la explotación del hombre por el hombre.

Tras la muerte de Saint-Simon, sus discípulos continúan propagando sus ideas universalistas: la abolición definitiva de los privilegios por nacimiento y el acceso de todos a la educación. Militan por un mundo nuevo en el cual los hombres y las mujeres sean iguales.

Es por ello que en el seno del movimiento sansimoniano estuvieron numerosas mujeres: Jeanne Deroin, Suzanne Voilquin, Claire Démar, Désirée Véret, mujeres educadas en la idea que la lucha de las mujeres es la misma que la de los proletarios.

Otro socialista, Charles Fourier, sueña con fundar una nueva organización social. Concretamente creando comunidades en la que los seres humanos viven en armonía. Fourier también es un ardiente partidario de la igualdad hombre-mujer y se posiciona en contra del matrimonio. Escribe que “el matrimonio es la tumba de la mujer, el principio de toda servidumbre femenina”.

En 1830, hombres y mujeres del proletariado luchan por el derecho al trabajo

En 1830 estalla una nueva revolución. En Francia, la lucha de las mujeres hace causa común con la de los obreros, sobre todo a través de la reivindicación de la libertad del trabajo. A través de esta reivindicación los proletarios, mujeres y hombres, reclaman el derecho de tener un salario para vivir.

Durante los 3 días de insurrección parisina, son los proletarios los que han combatido con las armas en la mano. Rápidamente se dan cuenta de que su suerte sin embargo no ha cambiado.

Así, las semanas siguientes a la insurrección están marcadas por una gran agitación política en los medios republicanos y entre los proletarios. Hay manifestaciones, peticiones por el aumento de sueldos o por una disminución de los tiempos de trabajo.

Y las mujeres proletarias forman parte de ello. En el mes de agosto de 1830 en París, un sector de costureras se pone en huelga contra una bajada de sus salarios y revindica mejoras salariales. Y después, los obreros y las obreras van contra las máquinas que se introducen en ciertos oficios y son consideradas por los trabajadores como responsables del desempleo.

En septiembre de 1831 en París, 1500 obreros se manifiestan contra los fabricantes de la calle de Cadran que han hecho venir de Lyon una máquina para cortar los chales. “No más máquinas” era su eslogan. La caballería carga y son necesarios cinco días para que el orden sea restablecido.

Frente a esta agitación, el nuevo poder instituye una legislación limitando aún más la posibilidad de fundar asociaciones. A pesar de esto las cajas de socorro mutuo y asociaciones de filantropía se desarrollan. Los periódicos obreros se multiplican, lo que testimonia una gran vitalidad de esta clase social naciente.

Las mujeres también se organizan para defender sus derechos. En 1832 Suzanne Voilquin, una obrera bordadora influenciada por las ideas socialistas de Saint-Simon, funda un periódico que en primer lugar tomó por nombre La mujer libre. Es sostenido por mujeres, jóvenes la mayor parte, que osan publicar sus opiniones firmando con su nombre pues, dicen ellas, el nombre “es lo único que realmente es nuestro”.

Para ellas, libertad e igualdad no significarían nada mientras la mitad de la humanidad sufriera la dominación de la otra mitad.

Las mujeres hacen peticiones en favor de un restablecimiento del derecho al divorcio. Denuncian los “muy infelices matrimonios” debidos a la presión de las “conveniencias sociales”. El matrimonio, que humilla a la mujer, es asimilado a una forma legal de prostitución.

Para los herederos de Saint-Simon, la lucha de las mujeres es la misma que la de los proletarios

Claire Démar, socialista sansimoniana, escribe en 1833 un Llamamiento de una mujer al pueblo sobre la emancipación de la mujer. Denuncia el Código Civil, verdadero instrumento de dominación contra las mujeres, así como la propiedad privada, la herencia, la acumulación de riquezas, la guerra.

Detesta la ley que da la razón a los más fuertes. Por lo tanto está en contra del rey, en contra del poder dominante de los hombres, y toma así pues partido por los proletarios.

Ella escribe: “Atrás pues […] vuestras Cartas donde se declara a los hombres iguales ante la ley, cuando entre los mismos hombres un pequeño número acumula en la ociosidad toda la masa de riquezas y de felicidad arrancada por la otra de las entrañas de la tierra o de las combinaciones del cerebro, por el otro que se muere de hambre trabajando para el que mariposea no haciendo nada, y si sus leyes son falsas para los hombres, por cuántas razones no lo serán también para las mujeres, para las mujeres que usted tiene en servidumbre, para las mujeres a las que usted expulsa de toda dirección política, y a las que usted conserva en el interior de su hogar como estos caballos de parada que se engalanan y a los que se enjaeza para los días de fiestas, pero que, endeble y poco hechos para los trabajos importantes, son relegados en la cuadra el resto del año dónde se les cuida y se pide respeto para ellos porque gusta cuidar y respetar lo que nos pertenece.”

Otra lucha es llevada a cabo por estas militantes socialistas: el acceso a la educación para las mujeres, que son dejadas voluntariamente en la ignorancia. Clémence Robert, un novelista socialista, escribe en 1833: “Saber es vivir, y mantener a alguien en la ignorancia es casi un homicidio”.

Con el desarrollo del movimiento obrero en los años 1830-1840, otras mujeres iban a vincular estos dos combates, el de los proletarios y el de las mujeres para su emancipación. Fue el caso por ejemplo de Flora Tristán. Casada a pesar suyo a los 18 años con un hombre que también era su patrón, acaba por huir del domicilio conyugal y comienza entonces una vida de “paria”. Es ella la que utiliza esta palabra “paria” porque en una sociedad donde el divorcio está prohibido, ella no tiene ningún lugar reconocido. Durante los numerosos viajes que efectúa, se forja su opinión y se une a la causa de los trabajadores. En 1843 publica un libro, La Unión obrera. Este libro afirma la necesidad de “la unión universal de los obreros y de las obreras (…) que tendría por finalidad constituir la clase obrera”. Escribe también: “la emancipación de los trabajadores será obra de estos mismos trabajadores. El hombre más oprimido puede oprimir a otro ser humano, su mujer. Ella es el proletario del proletario mismo.”

El Manifiesto Comunista de Marx y Engels contra la propiedad de las mujeres

Al mismo tiempo que se desarrolla la clase obrera, surgen las ideas revolucionarias capaces de hacer caer el poder de la burguesía. Marx y Engels publican en 1848 el Manifiesto del Partido comunista. Explican en él que “la historia de todas las sociedades (…) es la historia de la lucha de clases”.

Analizan el funcionamiento económico de la sociedad capitalista y afirman claramente el papel histórico del proletariado, la única fuerza social capaz de sacudir y hacer caer el edificio burgués por una revolución y dar nacimiento a una sociedad liberada de la explotación y la opresión.

Feroces adversarios del orden establecido, denuncian la propiedad de las mujeres y disparan con toda su artillería contra la familia, pilar del orden burgués. “¿Sobre qué base reposa actualmente la familia burguesa? Sobre el capital, el beneficio individual. La plenitud de la familia no existe más que para la burguesía, pero tiene por corolario la supresión forzada de toda familia para el proletario y la prostitución pública.”

En este texto fundador del movimiento comunista, atacan igualmente al matrimonio, esta institución que hace de la mujer la propiedad de su marido.

Se ríen de los burgueses, que acusan a los comunistas de querer introducir la comunidad de las mujeres:

“Para el burgués, su mujer no es más que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser explotados en común y concluye, naturalmente, que las mujeres serán socializadas. No sospecha que se trata precisamente de arrancar a la mujer de su rol actual de simple instrumento de producción.”

Durante la revolución de 1848, las mujeres entran de nuevo en la lucha

En 1848 una nueva revolución estalla en París. Así dos generaciones han conocido tres periodos revolucionarios.

Sobra decir que entre el pueblo llano, entre el proletariado, la costumbre de reunirse, de organizarse, de intervenir en los asuntos públicos, de control, de discusión en los clubs, todo esto vuelve a brotar en 1848. Y se expresa alto y fuerte las ideas que habían animado las precedentes revoluciones, las ideas de igualdad, de fraternidad. Y con el desarrollo de la clase obrera, estas ideas se tiñen también de socialismo.

Durante la revolución de 1848, fue fundado el periódico La Voz de las Mujeres y en él se reunían aquellos y aquellas que revindicaban el acceso a los derechos políticos para las mujeres. De hecho Jeanne Deroin, antigua sansimoniana que participaba en este periódico, no esperó a que se le otorguiese estos derechos y se presentó a las elecciones legislativas en 1849, mientras que la ley no lo autorizaba.

Las mujeres aprovechan la situación revolucionaria de 1848 para reclamar el derecho al voto, pero también el derecho al trabajo, es decir, el derecho a la independencia económica. Las mujeres no obtiene el derecho a voto pero, en el marco de la formación de la Comisión de Gobierno para los Trabajadores presidida por Luis Blanc y que tiene su sede en el Palacio de Luxemburgo, las obreras obtienen no solo el derecho de votar sino también la elegibilidad. Son elegidas, para esta Comisión de Luxemburgo, tejedoras, lavanderas, etc.

Desirée Véret, una costurera, sansimoniana también ella, sale elegida por los obreros del segundo distrito de París como delegada a esta Comisión. Ella dirige un taller y denuncia la tutela masculina que allí reina. Bien pronto se la destituye de sus funciones. Pero durante los pocos meses que separan la revolución de febrero de la insurrección obrera de junio de 1848 las mujeres aprendieron mucho ejerciendo por primera vez su derecho al voto y eligiendo sus delegados a esta Comisión. Ellas debatieron proyectos de gestión común de las tareas domésticas. Tomaron postura sobre la organización del trabajo, criticándola vivamente, y por fin ellas sufrieron la represión de junio que se abatió contra los obreros insurrectos.

El movimiento obrero frente al trabajo de las mujeres

Tras el aplastamiento de la insurrección obrera de junio de 1848, el movimiento obrero se ralentiza pero rápidamente retoma su trabajo de organización. Está influenciado por diferentes corrientes que desarrollan cada una teorías y tácticas diferentes: los blanquistas, que buscan organizar la toma del poder por un pequeño grupo de hombres decididos, los anarquistas que se oponen a cualquier formas de Estado, los mutualistas que fundan sus esperanzas en la organización de cooperativas obreras, y los comunistas reagrupados alrededor de Marx y Engels.

Estas corrientes se agrupan en la Asociación Internacional de Trabajadores fundada en 1864.

Está encaminada a la organización de los obreros a escala internacional a fin de luchar contra la pugna que los patrones utilizan para enfrentar a unos contra otros, a los trabajadores de diferentes países. En el seno de esta Primera Internacional, donde las mujeres militan y forman incluso parte de la dirección, se debate sobre numerosos temas, como la legitimidad de la huelga o las reivindicaciones salariales. Estos militantes también debaten sobre el derecho al trabajo para las mujeres.

Proudhon, el precursor del anarquismo francés, se opone al trabajo de las mujeres. Considera que las mujeres son física, intelectual y moralmente inferiores a los hombres. Incluso inventa una fórmula matemática para calcular el grado de inferioridad de las mujeres. Para él, su razón de existir reside en la unión con un marido y en la fundación de una familia. De esta forma él piensa que el lugar de las mujeres está en el seno del hogar, no en el trabajo.

En este debate que anima al movimiento obrero, los marxistas toman partido muy claramente por el trabajo de la mujer. Se encuentran con militantes colectivistas como Eugène Varlin y Nathalie Lemel. Obrero y obrera encuadernadores, saben, por su experiencia con la huelga de 1865, que el proletariado tiene necesidad de todas sus fuerzas, femeninas y masculinas, y que hay que borrar todo lo que divide a la clase obrera.

Sin embargo, en el seno de la sección francesa de la Internacional, los militantes favorables al trabajo de las mujeres son minoritarios. Lo que no impidió a la Comuna de París ser, durante 10 semanas, el primer Estado dirigido por obreros… y por obreras.

La Comuna de París, primer Estado dirigido por obreros y obreras

En 1870, tras la caída de Napoleón frente a Prusia, la República se proclama en París. Pero la población parisina siente la necesidad de tomar ella misma en sus manos la defensa de París, sitiada por los ejércitos prusianos, pues no tiene ninguna confianza en el gobierno republicano. La Comuna de París se arma, se organiza y desarrolla su propio gobierno. Este primer Estado obrero lucha contra todas las formas de opresión de la que son víctimas los trabajadores, pero también los pobres que son expulsados de sus casas. Critica el dominio absoluto de la religión sobre la sociedad. Decide dar una educación a todos los niños, sean quiénes fueran. Y este gobierno, incluso si no ha dado el derecho a voto a las mujeres, también se ocupa de las desigualdades que existen entre los sexos.

“Las mujeres forman la cabeza de esta masa aterradora.” Es así como se expresa con horror el abad Coullié, de Saint-Eustache, en el cuaderno que él va rellenando durante la Comuna. Un corresponsal del Times, citado por Carlos Marx, se entusiasma por la implicación de las mujeres en la revolución, escribiendo: “¡si la nación francesa no se compusiese más que de mujeres, qué terrible nación sería!”

Entre los 92 elegidos que forman el gobierno de la Comuna, no hay ninguna mujer, pero sin embargo ellas están por todas partes. Están en los clubs que resurgen: la señora André, una lavandera, es secretaria del club de la revolución social y Blanche Lefebvre, una modista, toma la palabra casi todas las tardes ceñida con un pañuelo rojo y con el revólver en la cintura. Están en los comités de vigilancia, como en el de Montmartre, dirigido por Louise Michel, una institutriz blanquista, luego anarquista. En cada distrito, ellas tienen permanencias, 24 horas al día, dónde vienen voluntarios para organizar la defensa de la Comuna, el avituallamiento y la educación. Montan guardia a las puertas de París y están armadas, como Louise Michel. En el distrito 12, una legión de mujeres se han organizado bajo la comandancia de la coronela Adelaïde Valentín, obrera, y de la capitana Louise Neckbecker.

La ciudad de París está sitiada, muchos no comen. Sin embargo, la Comuna no da largas a ciertas medidas que conciernen a los derechos de las mujeres, como el reconocimiento legal de la unión libre o de todos los niños nacidos fuera del matrimonio. La Comuna instituye también el derecho a la separación matrimonial, el derecho a una pensión alimentaria. Prohíbe la prostitución, considerada como una forma de “explotación comercial de criaturas humanas”. Prohíbe el trabajo de noche de las mujeres.

Las reivindicaciones igualitarias surgen de manera muy concreta. Por ejemplo la cuestión de la unión libre, entonces muy frecuente en la clase obrera, surge, en medio de una reunión, bajo la forma de una pregunta. ¿Por qué la compañera no casada de un guardia nacional no tiene los mismos derechos que la esposa, a quién corresponde un complemento además del sueldo de su marido? Para que todas las mujeres de los guardias nacionales, casadas o no, puedan percibir algunos céntimos, vitales para tener comida, es necesario atacar la ley burguesa, que ante todo protege a la mujer casada antes que a la compañera. La Comuna lo hace.

Esto no significa que la revolución haga desaparecer todos los prejuicios. Pero los que desean pelear contra la persistencia de las ideas sexistas están seguros de poder encontrar puntos de apoyo en el seno del Estado.

André Léo, una comunera, se opone a la brutalidad sexista de los médicos que maltratan a las enfermeras de ambulancia que trabajan bajo sus órdenes. Contra esto, encuentra médicos sin prejuicios sexistas a los que propone ponerse a la cabeza de algunas ambulancias, con tres o cuatro mujeres.

En cuanto a Louise Michel, figura emblemática de la Comuna, interviene a favor de las prostitutas. Éstas se proponen para trabajar en las ambulancias, pero son rechazadas porque, dicen algunos, ellas no tienen las manos suficientemente puras para sanar a los combatientes de la Comuna…

Para Louise Michel esto no es aceptable, porque estas prostitutas, en tanto que víctimas de la sociedad, tienen derecho a su lugar en el nuevo mundo que se está construyendo. Ella se apoya en el Comité de Vigilancia del distrito 18, que conoce y en el que puede confiar, para acoger a estas mujeres que quieren actuar en el seno de la Comuna.

La Unión de Mujeres crea un embrión de organización obrera de la producción

Durante las semanas que dura la Comuna, una organización creada por la Primera Internacional juega un papel importante: se trata de la Unión de Mujeres para la defensa de París y el cuidado de los heridos. Esta organización está compuesta por intelectuales, institutrices o periodistas, pero también y sobre todo por obreras.

A imagen de lo que es la clase obrera femenina en la época, son costureras, mecánicas, modistas, sombrereras, lenceras, zapateras, lavanderas, carboneras, maestras,, encuadernadoras…

Y cuatro de estas obreras pertenecen a la dirección de la Unión de Mujeres. Se llaman Nathalie Lemel, Aline Jaccquier, Blanche Lefebvre, Marie Leloup.

En el seno del grupo dirigente, hay también una joven mujer de origen ruso, Elisabeth Dmitrieff. Salida de la nobleza, pertenecía a las clases intelectuales rusas, de esa generación que despertó a las ideas socialistas en Rusia en los años 1860. Ella contrató un matrimonio de conveniencia y se fue a estudiar a Suiza. Se adhiere allí a la Primera Internacional.

Sus camaradas la eligen para tomar contacto en Londres con Carlos Marx. Éste le pide ser su corresponsal en París. Ella tiene 20 años.

Y fue así que ella se encuentra en París en 1871 y que se convierte en una de las organizadoras de la Comuna a través de la Unión de las Mujeres para la defensa de París y el cuidado de los heridos.

La Unión de las Mujeres milita para que las comuneras organicen la defensa de París, pero también por su derecho al trabajo. Se dirige a Leo Frankel, elegido de la Comuna, responsable de la Comisión del Trabajo y de los Intercambios. Le propone hacer funcionar los talleres que hayan sido abandonados por su propietario, para luchar contra el desempleo y sobre todo el de las mujeres. Propone que la Comuna pase sus comandas de material militar a los talleres organizados por los trabajadores mismos.

Los dirigentes de la Comuna son evidentemente partidarios de esta idea que es inmediatamente adoptada. La iniciativa pertenece a los principales interesados y la realización es rápida y democrática puesto que son los trabajadores mismos los que deciden y los que aplican sus propias decisiones.

Es el embrión de una organización obrera de la producción.

Tras la semana sangrienta, los ejércitos de la represión del gobierno republicano, con Thiers a la cabeza, hicieron pagar muy caro a las combatientes el papel que osaron tomar con la Comuna.

Lissagaray, un comunero, escribía: “El jueves 25 de mayo de 1871, mientras que los guardias nacionales abandonaban la barricada de la calle Château-d’Eau, un batallón de mujeres vino corriendo para reemplazarlos. Estas mujeres, armadas de fusiles, lucharon admirablemente al grito de «Viva la Comuna». Muchas de ellas eran jóvenes. Una de ellas, con 19 años, (…) luchó como un demonio y la mataron de una bala en plena frente. Cuando fueron cercadas y desarmadas por los versalleses, las 52 supervivientes fueron fusiladas.”

El movimiento socialista marxista, un contrapoder que se construye integrando a militantes en sus filas

La Comuna fue vencida, aplastada, pero el movimiento obrero acaba por volver a tomar fuerzas. En la última parte del siglo 19, se organiza alrededor de las ideas de Carlos Marx y Federico Engels. En Francia y por otras partes en el mundo, los partidos obreros se construyen sobre bases marxistas.

Obreras e intelectuales se comprometen en el seno de los nuevos partidos socialistas que surgen. Muy rápidamente, estos partidos retoman las reivindicaciones de igualdad entre hombres y mujeres.

Es así que en 1879, en Francia, el Partido Obrero de Jules Guesde invita a su congreso a Hubertine Auclert, una militante por el derecho al voto de las mujeres. Ella propone a los socialistas un “acto de alianza defensiva y ofensiva contra nuestros opresores comunes”. Su discurso es ovacionado por los 130 delegados reunidos que inscriben en su programa “la igualdad civil y política de las mujeres”.

En un mundo donde la burguesía transforma todo rápidamente, las ideas evolucionistas encuentran su camino. La sociedad capitalista, desarrollándose, ofrece los medios de comprender como combatirla.

Las ideas de Engels expuestas en El Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, que ya hemos mencionado, son popularizadas por Augusto Bebel, un dirigente del partido socialdemócrata alemán, en su libro aparecido por primera vez en 1879 y que se titula La mujer y el socialismo. Como Engels, defiende entre otras ideas que la emancipación de las mujeres está condicionada por el fin de la explotación capitalista.

Fue con este libro que generaciones de militantes socialistas fueron educados en la lucha revolucionaria, en el ideal socialista y también en el hecho de considerar a las mujeres como camaradas de lucha.

Los partidos socialistas-marxistas son partidos de masas que organizan a cientos de miles de proletarios en el mundo. Desarrollan la conciencia de clase de millones de explotados a través de los sindicatos, de asociaciones deportivas y de educación popular, bibliotecas, periódicos, organizaciones de juventud… y de mujeres. Los periódicos socialistas, numerosos en la época, se convierten en armas de denuncia, pero también de venganza de las obreras.

En Lille, un semanario socialista abre una tribuna que se titula “En los presidios”, con el fin de que los obreros puedan denunciar sus condiciones de trabajo, los abusos de los patronos, de los contramaestres, y también el acoso sexual. A menudo se señala a los culpables, así como la fábrica donde los hechos suceden.

He aquí un ejemplo aparecido en el periódico de Lille El Explotado del 12 de octubre de 1884: “¿Es verdad que M. Decoq (…) todos los días, a la hora del desayuno, pasa por los talleres y se pone en posiciones más o menos acrobáticas con el fin de mirar bajo las faldas de las obreras?” Consejo dado a todas las trabajadoras: “Recomendamos a todas las obreras de esta fábrica que cuando pillen a este joven marrano (…) se reúnan todas y le den una buena paliza, si es preciso bajarle sus pantalones y meterle una buena azotaina de la que se acuerde.”

Frente al acoso sexual, hay reacciones diversas y colectivas, como la huelga puesta en marcha en 1905 en Limoges, en una fábrica de porcelana, como consecuencia de un despido de una joven obrera que no cedió al contramaestre. Una huelga que se sitúa en un contexto de luchas potentes y masivas en la región, donde la clase obrera conoce entonces un nivel de organización particularmente elevado.

Por enrolarse en el seno del movimiento obrero, las mujeres socialistas participan en una forma de contrapoder. Una sociedad paralela de alguna manera, la de la clase obrera, con sus propias organizaciones, su prensa, su moral, sus tradiciones de lucha y su solidaridad, sus propias ideas, con sus bibliotecas, sus obras marxistas…

Convertidas en militantes, todas estas mujeres formaron parte del gran ejército de los rebeldes que luchan por otra humanidad.

Porque el oprimido, en el momento en que empieza a luchar, deja de ser un oprimido y comienza a liberarse, sea cual sea el resultado de la lucha.

La juventud de una obrera convertida en dirigente socialista: Adelheid Popp

Adelheid Popp, dirigente de la socialdemocracia austriaca, cuenta su historia en un libro titulado La juventud de una obrera. Al final del siglo 19, ella vive en Austria donde comienza a trabajar con la edad de 12 años. Fue politizada por un amigo de su padre que era socialista. Él le da un periódico. Leyéndolo, comienza a reflexionar sobre su propia condición de obrera, lo que nunca jamás antes le había ocurrido.

Se convierte en una lectora empedernida del periódico que ella vende a su alrededor y del que lee en voz alta pasajes a sus compañeras de trabajo. Después, acompaña a su hermano a una reunión socialdemócrata. Es la única mujer en la sala. Se entusiasmó por el discurso pues comprendía que su suerte no era algo aislado, sino que la compartía con otros trabajadores de su clase social.

Ganada a las ideas socialistas, ella no contempla la adhesión, por su condición femenina. Al cabo de muchísimas reuniones, osa tomar la palabra para evocar su vida de obrera. Y es en tanto que proletaria que ella se reúne con el gran ejército de combatientes contra el capitalismo, volviéndose miembro del Partido socialdemócrata. Después, participa en la redacción de un periódico de agitación en dirección a las mujeres.

Ella cuenta cómo, cuando se convirtió en redactora del periódico, tuvo que imponerse incluso a sus camaradas del sexo masculino. A pesar del frío que reina en la sala de trabajo, elige no ser la que se preocupe de poner la madera en la estufa sino que, como todos los que la rodean, se ocupa de la política; las tareas materiales deben ser compartidas por todos.

Clara Zetkin es una dirigente del partido socialdemócrata alemán y también fundadora y dirigente de la Internacional Socialista de las Mujeres que tuvo su primer congreso en 1907. Allí defendió el mismo año una resolución para el derecho al voto de las mujeres que es adoptada por los delegados presentes.

Fue el punto de partida de una campaña activa de militantes socialistas en la sociedad y también… en los partidos socialistas. Porque también en los partidos socialistas, las mujeres debieron luchar contra los prejuicios sexistas que impregnan el conjunto de las costumbres sociales. En esta lucha, pudieron contar con la Segunda Internacional Socialista que incluye, el mismo año, en su programa, la lucha de las mujeres para el derecho al voto.

Los prejuicios sexistas o corporativistas dividen las fuerzas de la clase obrera

Es necesaria toda la conciencia de clase de un partido revolucionario socialista para superar el veneno del sexismo, como cualquier otro veneno que los patronos mantienen siempre en el seno de la clase obrera con el fin de dividirla y aminorar sus fuerzas. Una gran debilidad que beneficia a los patrones, es el corporativismo, idea ilusoria de pertenecer a un cuerpo de oficios particular que sería necesario defender.

El sindicato de los obreros tipógrafos de Lille, por ejemplo, menciona explícitamente en su primer número de su periódico, fechado el 10 de mayo de 1894: “para defender útilmente nuestra causa e incluso diremos, para defender la de todos los trabajadores que fuesen perjudicados si la mujer entrase en nuestra industria, fundamos este periódico.”

Y luego: “desde cerca de 40 años los trabajadores del libro luchan contra el empleo de la mujer en la composición tipográfica y esto no para impedir a la mujer trabajar, como insinúan hipócritamente algunos periódicos que cuentan con la devoción de los economistas, sino para evitar que el empleo de la mujer se convierta en una causa de depreciación de los salarios y de paro (…) ”

Estos prejuicios de los oprimidos son consecuencia de las ideas que la burguesía dominante en la economía quiere difundir en toda la sociedad. Es esta dictadura sobre los espíritus la que condena una militante sindicalista americana, Mama Jones, más o menos en la misma época. Dice, “los trabajadores solo tienen a las YMCA [asociaciones de la juventud cristiana], la patronal, los sacerdotes y los maestros de la patronal, los doctores y los periodistas de la patronal, para infundirles ideas. No tienen muchas, pues.”

Los patrones utilizan la competencia, hombres contra mujeres, o nacionales contra extranjeros. Para combatirla y para superarla, son necesarios militantes, un partido político capaz de representar los intereses generales de los oprimidos más allá de sus diferencias de sexo, color, religión.

Ejemplo de una huelga en Nancy

Cuando la patronal logra dividir, se fortalece. Un ejemplo en Nancy en 1901, en la imprenta Berger-Levrault, donde estalla la huelga de tipógrafos por los salarios. Para romper la huelga, el patrón hace llamar a obreras tipógrafas y encuentra algunas que vienen a trabajar a Nancy. Estas obreras ven incluso la ocasión de entrar en una fortaleza hasta ahora inexpugnable, pues las mujeres no son aceptadas por los tipógrafos que les prohíben su adhesión al sindicato.

Así pues ellas se organizaron aparte, en su propio sindicato. La Bolsa de Trabajo de Nancy decidió entonces excluir al sindicato de las mujeres tipógrafas pues se habían convertido en verdaderas esquiroles. Marguerite Durand, figura del feminismo en Francia y redactora jefe del periódico feminista La Fronde, se hace cargo del asunto y hace campaña para reintegrar el sindicato de las mujeres tipógrafas a la Bolsa de Trabajo. Lo consigue.

El balance de esta lucha, aunque haya habido mujeres que fueron contratadas en la imprenta, incluso aunque el sindicato de las tipógrafas mujeres haya sido reintegrado a la Bolsa de Trabajo de Nancy… no impide ver que es el patrono el que, jugando a la división, es moralmente vencedor. Y durante mucho tiempo las feministas llevaron la imagen de esquiroles.

Un contraejemplo en Méru, cuando la clase obrera supera las divisiones

Afortunadamente la patronal no gana siempre y la conciencia de clase se impone a veces a las tentativas de división de los patrones. Es el caso en Méru, en Oise, en 1909, a la ocasión de una huelga larga y determinada que llevan a cabo los obreros que fabrican botones.

Los botoneros, como se les llama, son obreros pero también obreras que trabajan en los mismos lugares de producción pero en oficios diferentes. Cuando los patronos se dan cuenta de que la huelga está bien asentada, intentan maniobras para dividir a los huelguistas.

Suponiendo que las obreras pueden ceder más fácilmente, proponen aumentos de salarios que conciernen principalmente a los oficios femeninos. Fue un fracaso pues la huelga continuó.

Algunas semanas más tarde, después de haber hecho venir al ejército, que ocupa la ciudad, los patronos intentan de nuevo jugar a la división, pero como tienen un mal recuerdo de su primera tentativa, es más bien a los oficios masculinos a los que proponen ahora aumentos de salarios.

Nuevo fracaso de la patronal, y es sobre una victoria colectiva de los obreros y las obreras que concluye la huelga de los botoneros de Méru.

Las organizaciones feministas burguesas, por el derecho de las mujeres… pero dentro del mardo reducido de la sociedad capitalist

A finales del siglo 19 florecen igualmente organizaciones feministas que reivindican los derechos de las mujeres en el marco de la sociedad capitalista, sin cuestionarla.

En Francia, todas las asociaciones, organizaciones, ligas de mujeres que existen, no luchan en el mismo terreno ni adoptan la misma táctica. El movimiento feminista es plural. Las hay que prefieren no revindicar el derecho al voto porque estiman que conllevaría el riesgo de debilitar la República, aún muy joven y frágil por los ataques de los católicos.

Las hay que buscan ganar sobre el terreno de los derechos civiles como el derecho al divorcio, aquellas que luchan en prioridad por el derecho al voto, argumentando que este condiciona a todos los otros… Están también las que piensan que no hay que demandar todo de golpe, sino que prefieren fraccionar los derechos esperando así obtenerlos más fácilmente.

Es por esto que estas organizaciones, a menudo dirigida por mujeres de la burguesía, son calificadas de feministas burguesas por los socialistas pues difunden la ilusión de que es posible llegar a la igualdad hombre-mujer sin revolucionar la sociedad.

En Alemania existe un fuerte antagonismo de clase entre las militantes obreras y las burguesas feministas e incluso un ostracismo. En 1894, por ejemplo, la Federación de las Asociaciones de Mujeres alemanas (BDF) rechaza la adhesión de las organizaciones obreras porque éstas defienden los intereses de las trabajadoras. La socialista Clara Zetkin lucha para que las obreras se organicen independientemente de las mujeres de la burguesía, sobre todo de las sufragistas de Gran Bretaña.

El movimiento socialista se construye contra la sociedad capitalista y sus numerosas injusticias. Por lo tanto toma su parte de las luchas de las mujeres para tener derechos, pero dándoles otras perspectivas.

He aquí lo que Rosa Luxemburgo, dirigente del Partido Socialista alemán, dirigente reconocida de la Segunda Internacional, escribió en 1912: “El sufragio feminista, es el objetivo. Pero el movimiento de masas que podría obtenerlo no es un asunto de las mujeres, sino una preocupación de clase, común a las mujeres y a los hombres del proletariado. La falta actual de derechos de las mujeres en Alemania es solo un eslabón de la cadena que traba la vida del pueblo.”

Lo que da un impulso a las organizaciones feministas “burguesas”, es que las trabajadoras están cada vez más presentes en los sectores de la producción, así como en los aparatos de Estado como empleadas. Sin embargo, siguen siendo menores ante la ley, sin ningún derecho, ni civil ni político. Es una contradicción aberrante entre la evolución de la sociedad, en la que las mujeres vienen desempeñando un papel cada vez más importante, y la arcaica estructura jurídica que regenta su dominación.

Pero al capitalismo le sobran las contradicciones, y esto alimenta las luchas feministas que quieren sacudir el marco estrecho en el cual la sociedad burguesa recluye a las mujeres.

En los Estados Unidos, en Francia, en Gran Bretaña, aunque las dirigentes de las organizaciones feministas pertenezcan a la pequeña burguesía, incluso a la burguesía o a la aristocracia, no están por ello menos oprimidas en tanto que mujeres. Además, para llevar a cabo su lucha, tienen que romper la solidaridad con los de su clase social de origen. Hace falta para ello bastante coraje pues los miembros de su clase no se lo perdonan y se lo hacen pagar muy caro.

En Gran Bretaña, las sufragistas utilizan la violencia

Gran Bretaña ,a finales del siglo 19, también conoce una subida de la combatividad obrera. Numerosas huelgas estallan y el movimiento obrero se refuerza. Al mismo tiempo, sufragistas, militantes del sufragio femenino, intentan numerosas veces, a golpe de peticiones, interpelar a los políticos, convencer a los diputados de adoptar una ley para el derecho al voto de las mujeres.

Incluso la idea de un sufragio censitario, es decir únicamente para las mujeres que pagan impuestos, fracasó. El Partido Laborista, creado en 1900 por iniciativa de sindicatos y pequeños grupos socialistas, no adopta en su programa la reivindicación del derecho al voto para las mujeres aunque muchos otros partidos socialistas sí la tenían en Europa. El Partido Laborista no deseaba desmarcarse de los partidos tradicionales burgueses. Es por eso que a comienzos del siglo 20 las obreras se reúnen en las organizaciones que militan por los derechos civiles, hasta entonces compuestas más bien por miembros de la clase media e incluso acomodadas.

Como los hombres políticos que esperaban convencer acumulan cobardía y vacilaciones para sostener el voto femenino, una parte de las militantes por los derechos políticos deciden endurecer su lucha.

Las organizaciones feministas se dividen sobre esta cuestión entre las que buscan convencer por medios legales y las que, como Emmeline Pankhurst, deciden recurrir a la violencia para hacerse escuchar.

Emmeline Pankhurst es la presidenta de La Unión Política y Social de las Mujeres (WSPU), sociedad fundada en 1903 para revindicar los derechos civiles de las mujeres. Ella pertenece a una familia acomodada y milita muy pronto por estos derechos. Se casó con un abogado que comparte totalmente su lucha, así como tres de sus hijas Cristabel, Sylvia y Adele. ¡El feminismo es como una historia familiar entre los Pankhurst!

En 1905, tras el enésimo abandono de un proyecto de reforma constitucional por el parlamento, su organización se lanza una campaña cuyos métodos se vuelven espectaculares. Se trata de acciones cada vez más radicales con el fin de hostigar a los políticos para hacerles votar leyes en favor del derecho de voto de las mujeres. Las sufragistas perturban los mítines, interpelando a los oradores a propósito del sufragio femenino. Rompen las ventanas de los políticos conocidos por sus opiniones antisufragistas. Incendian las porches de las iglesias en las que los pastores tienen sermones contra el sufragio femenino.

Las sufragistas son detenidas y sufren violencia y humillación por parte de los policías. Les ponen multas. Como rechazan pagarlas, son enviadas a prisión. Encarceladas, hacen huelga de hambre para continuar protestando. Son alimentadas a la fuerza. El Estado británico no vacila en recurrir a muchas formas de violencia para acallar a las sufragistas. Pero esto es una causa perdida y la lucha no se debilita.

En 1913, una de ellas, Emily Davison, se arroja a los pies de los caballos del Rey en una carrera hípica. Muere por haber querido hacer pública la reivindicación de los derechos civiles para las mujeres. Solo la Primera Guerra Mundial acallaría la lucha de las sufragistas cuando Emmeline Pankhurst se alineó con la política guerrera e imperialista del Reino Unido.

La política de la escalada de la violencia es la elección de las militantes sufragistas que no quieren someterse más a las leyes que las desprecian, mujeres que buscan los medios para romper el lazo político que las encierra. Esta política, aún radical, tiene como objetivo para ciertas dirigentes de este movimiento, no la emancipación de todas las mujeres y la desaparición de la opresión, sino abrir la vía para que las mujeres de la burguesía puedan integrarse al aparato de Estado.

La unión de la familia Pankhurst se rompe por otra parte con esta estrategia reformista puesto que Sylvia y Adela dejan la organización de su madre. Silvia mira hacia el movimiento obrero y finalmente se entusiasma con la Revolución Rusa de 1917 y las ideas comunistas.

En el Reino Unido, las mujeres de más de 30 años obtienen el derecho al voto en 1918.

Es el resultado de sus luchas, pero también una consecuencia indirecta de la oleada revolucionaria que sacude a Europa. Los dirigentes burgueses prefieren hacer concesiones a las poblaciones que tanto han sufrido por la guerra, más que alimentar las fuerzas revolucionarias que amenazan con llevarse todo el orden burgués.

Y justamente en estos años de la posguerra, un nuevo poder nace en Rusia.

La Revolución Rusa comienza tras el día international de las mujeres, el 8 de marzo de 1917

Antes de la revolución, en este país semifeudal que era Rusia, el analfabetismo era mucho más elevado en las mujeres que en los hombres y afectaba en 1914 a dos tercios de entre ellas. En Rusia, una mujer casada a la que no se pegase, era excepción. La ley, explícitamente, lo autorizaba. Además, en las grandes familias, la tradición consistía en que el padre regalaba el látigo a su yerno el día de la boda.

Sin embargo en todas las páginas de la historia del movimiento revolucionario ruso encontramos nombres de mujeres. A finales del siglo 19, entre los narodniki, esos militantes que querían levantar al pueblo contra el zar recurriendo al terrorismo individual, numerosas son mujeres salidas de las clases intelectuales. El 24 de enero de 1878, Vera Zassoulitch dispara sobre el prefecto de Petersburgo para poner fin a la represión de la que son víctimas los narodniki. Vera Figner participa en la creación del ala paramilitar de su organización y en la planificación del atentado contra el zar Alejandro II.

Sofia Perovskaïa participó en la preparación del fusilamiento fallido contra Alejandro I en Moscú en noviembre de 1879, así como en el atentado que fracasó en Odessa en la primavera de 1880. Fue el 13 de marzo de 1881 cuándo el zar fue finalmente asesinado por las bombas de los narodniki, en un atentado también dirigido por Sofía Perovskaïa. Ella es la primera mujer rusa colgada por motivos políticos.

Más tarde, intelectuales y obreros se unen y militan en el seno del partido socialdemócrata ruso.

El 8 de marzo de 1917 la revolución comienza por la revuelta de las obreras textiles de San Petersburgo, este contingente del proletariado explotado y oprimido más que todos los demás. La revolución se hace con numerosas obreras que hacen huelga, se manifiestan y se arman. Luchan en el seno de las secciones de ametralladoras, de los servicios de información y espionaje. En el Ejército Rojo cavan trincheras. Montan guardia en las barricadas de la carretera impidiendo la huida de desertores que, a la vista de estas combatientes armadas, dispuestas a luchar y a morir, se sienten avergonzados y moralmente obligados a volver a su puesto.

El Consejo de los Comisarios del Pueblo es el primer gobierno del mundo en el cual las mujeres tienen su sitio desde el primer mes; una mujer es nombrada comisaría del pueblo para Asistencia Social, Alejandra Kollontai, una dirigente bolchevique. En Ucrania, y hasta el otoño de 1921, la militante bolchevique Majorova ocupa un puesto parecido. En provincias hay numerosas mujeres comisarias obreras y campesinas.

Las medidas tomadas por el poder de los Consejos obreros y campesinos y la política llevada a cabo por el Partido Bolchevique son ejemplos del que nos podemos sentir orgullosos. Con razón, Lenin afirmaba: “Ningún Estado, ninguna legislación democrática ha hecho por la mujer ni la mitad de lo que el poder soviético ha hecho desde los primeros meses de su existencia.”

El poder bolchevique realiza aquello por lo que luchan las feministas en Europa y Estados Unidos

Están en primer lugar los decretos promulgados por el gobierno soviético. Siete semanas después de la toma del poder en octubre de 1917, el matrimonio religioso fue abolido y se convierte en una simple formalidad civil. Todos los niños tienen los mismos derechos, ya sean nacidos fuera o dentro del matrimonio. El divorcio tan solo es un trámite simple y de orden privado en caso de consentimiento mutuo.

El adulterio y la homosexualidad ya no son considerados delitos ni castigados por la ley. La autoridad del jefe de familia desaparece del Código Civil.

El Código de la Familia de diciembre de 1918 es único en esta época en Europa por su espíritu de libertad, estableciendo la igualdad absoluta entre el marido y la mujer. El derecho a herencia es suprimido. Fue el primer Estado en legalizar, a finales de 1920, la interrupción del embarazo.

Con respecto a las poblaciones musulmanas de Rusia, el primer congreso que les concierne, en 1920, decide la abolición de la poligamia, la prohibición del matrimonio para las niñas pequeñas y el fin de la obligación de llevar velo. La instrucción se vuelve obligatoria, tanto para las niñas como para los niños.

Pero los comunistas en el poder no se contentan con la igualdad en derechos. Saben que la opresión de las mujeres es una consecuencia de la división de la sociedad en clases sociales y que el fin de esta opresión no puede darse con simples decretos, por muy justos que sean. Es necesario un cambio radical del lugar que las mujeres ocupan en la sociedad, concretamente dándoles los medios de participar plenamente en la producción de riqueza.

Como dice Alejandra Kollontai en 1921: “El acto revolucionario más importante es la introducción del trabajo obligatorio tanto para los hombres como para las mujeres adultas. Esta ley ha aportado un cambio sin precedentes en la vida de la mujer. Ha modificado el papel de la mujer en la sociedad, el Estado y la familia, de forma mucho más importantes que todos los demás decretos desde la Revolución de Octubre y que otorgaban a la mujer la igualdad política y civil.”

Esta igualdad en el trabajo productivo es la condición necesaria para la igualdad en muchos otros aspectos de la vida social. La igualdad política, añadida al trabajo obligatorio para todos, contribuye a hacer reconocer a las mujeres como seres completos.

Luego está la acción militante y voluntaria del partido para que la ley entre en la vida y cambie realmente la sociedad. Para ello, el partido llama a la acción a las propias mujeres. En 1921, tras una reunión de la Internacional Comunista, Alejandra Kollontai defiende un plan de ataque contra las costumbres sociales, para enganchar a las mujeres que por su lugar en la vieja sociedad no tienen confianza en ellas mismas.

El Partido Bolchevique se pone como objetivo hacer entrar a las obreras, a las campesinas, a las amas de casas o empleadas en todas las organizaciones ligadas a los soviets. Vigila para que las obreras sean elegidas en los Consejos de industria. Es necesario que las mujeres sean elegidas a todos los niveles de organización de la producción.

El partido pide a las militantes ir a trabajar como obreras o empleadas allí donde no hay un gran número de mujeres para hacer propaganda e intentar modificar las costumbres. En las fábricas mixtas, el Estado anima a las mujeres a participar, en igualdad con los hombres, en toda la vida del soviet. El partido también tenía una política respecto a las mujeres en el hogar: cada militante debía pasar al menos una vez por semana por la casa de una decena de amas de casa, con el fin de hacer propaganda para la igualdad e intentar asociar el máximo de mujeres posible al funcionamiento del Estado obrero. Cómo Lenin lo deseaba: “cada cocinera debe aprender a dirigir el Estado”.

Además el Estado soviético no cierra los ojos sobre los problemas considerados a menudo como de la esfera privada. Toma medidas para liberar a las mujeres de las tareas del hogar. Lenin afirma en 1919: “A pesar de todas las leyes que hemos hecho para la emancipación de la mujer, continúa siendo una esclava doméstica porque el trabajo doméstico la retrasa, la estrangula, la encierra y la degrada, la encarcela en su cocina donde ella despilfarra su tiempo y su trabajo en tareas ingrata.”

La sociedad capitalista ha desarrollado las técnicas, ha creado verdaderas concentraciones humanas como son las ciudades industriales, ha transformado muchísimas tareas en tareas colectivas con la división del trabajo… pero cuando se trata de las tareas del hogar, continúa haciéndolas recaer sobre los individuos y sobre todo sobre las mujeres, a las que limita al interior de su hogar.

Esta organización de la vida doméstica es demasiado individual y mezquina. No corresponde en absoluto a las inmensas posibilidades de desembarazarse de un trabajo aburrido y vano. Y el Estado soviético se pone a ello desarrollando restaurantes colectivos y lavanderías públicas.

El Estado soviético tiene en cuenta las cargas ligadas a la maternidad y a la educación de los niños, que recaen casi exclusivamente sobre las mujeres.

Alexandra Kollontai dice: “El hecho de que la mujer no sea únicamente ciudadana y fuerza de trabajo, sino que también trae los niños al mundo, la colocará siempre en una situación particular. Es lo que las feministas rechazan entender, contentándose con hablar de igualdad formal.

El proletariado no puede permitirse ignorar esta realidad esencial pues se trata de construir nuevos modos de vida.” Luego: “Si queremos dar a las mujeres la posibilidad de participar en la producción, la colectividad debe descargarlas del pesado fardo ligado a la maternidad.”

Es por ello que el Estado obrero construye guarderías y escuelas infantiles. Igualmente promulga decretos que instituye la gratuidad de la alimentación para los niños hasta la edad de 17 años, decretos que aseguran, con los presupuestos del Estado, la existencia de la mujer embarazada y de la joven madre.

Y toda esta política, el Estado obrero la intenta llevar a cabo mientras atraviesa las peores dificultades y peligra hasta su supervivencia, incluso en los años más negros de la Guerra civil.

Queda además la manera en que los bolcheviques han llevado a cabo su política. Los bolcheviques en el poder no han tenido una política autoritaria. Más bien han luchado contra la influencia de la Iglesia en la sociedad, sobre todo sobre la familia, y buscaron convencer. Por ejemplo cuando en 1923 comienza la elaboración de un nuevo Código de la Familia, este se discutió durante meses en toda la población.

A partir de 1925, miles de asambleas se organizaron en pueblos, en las fábricas, que permitieron discusiones públicas. También el periódico Pravda publica cartas de lectores que dan su punto de vista sobre la cuestión. Después de un año de debates, en 1926, el nuevo Código de la Familia decide finalmente la igualdad en derechos entre el matrimonio civil y la unión libre.

En materia de igualdad de derechos, la Rusia bolchevique realizó aquello por lo que luchaban las feministas en Europa y Estados Unidos. Y no solo en el plano político donde las mujeres obtienen el derecho al voto, el derecho de ser candidata y elegida, sino también dándoles los medios de revolucionar los modos de vida.

En algunos años las rusas ganaron aquello que las feministas de otros lugares tardarían decenas de años en obtener.

El fracaso de la revolución mundial y la estalinización de la Internacional: las ideas de la burguesía penetran en los partidos

La Rusia revolucionaria sale agotada de la Guerra civil. La oleada revolucionaria que atravesaba Europa no concluye en ninguna parte. La Rusia comunista se encuentra aislada en un periodo de reacción política generalizado en Europa.

Como consecuencia, el nuevo poder debe aguantar tan solo para preservar posibilidades políticas ante la próxima subida revolucionaria. La burocracia, que hace funcionar al Estado soviético ruso, toma poco a poco el poder y se emancipa de los controles de las masas obreras, agotadas tras 7 años de guerra, de revolución y de guerra civil. Los dirigentes estalinistas rompen con la tradición revolucionaria eliminando a toda la vieja guardia bolchevique.

La estalinización del poder se traduce por pasos atrás sobre numerosos derechos conquistados por los explotados con la caída del poder de la burguesía y de los poderosos, así como para las mujeres. Es la vuelta de los viejos valores burgueses, desde el trabajo a destajo en la fábrica hasta la familia tradicional. En 1936, el mismo año en que comienzan los procesos de Moscú, la dictadura estalinista prohíbe el aborto. Decreta también el aumento de los gastos por divorcio. Es necesario “proteger a la nueva familia soviética” y luchar contra lo que los burócratas llaman “una actitud ligera y negligente hacia el matrimonio”.

Esta degeneración estalinista tiene consecuencias sobre todos los partidos de la Internacional Comunista. No solo se convierten en simples ejecutantes de la política contrarrevolucionaria dictada por la diplomacia estalinista, sino que toman para sí las ideas reaccionarias sobre las mujeres, invitadas a procrear y a ocuparse de su hogar. En Francia, el Partido Comunista estalinizado abandona todas las luchas que habrían podido hacer de él un partido revolucionario, entre las cuales la lucha de las mujeres por su emancipación.

Sin embargo, en sus orígenes, el Partido Comunista se opuso a una ley indigna de 1920, ley que condenaba los abortos y tachaba de criminales a las que abortaban. En estos años el Partido Comunista ligado a la Revolución rusa no tenía miedo de defender la contracepción, el derecho al aborto y la posibilidad para las mujeres de presentarse a las elecciones. Así en 1924, una militante obrera, Joséphine Pencalet, fue elegida, en una lista comunista, al Consejo Municipal de Douarnenez, en Finisterre. Y ello, en un momento en que que las mujeres no tenían ni derecho al voto ni el de poder ser elegidas.

El PCF y su voluntad de integrarse a la sociedad burguesa

En 1936, el mismo año en el que se alía con los radicales y socialistas para sabotear la huelga general, el Partido Comunista deja de revindicar la derogación de la Ley contra el aborto de 1920 y considera que deben ser tomadas medidas para favorecer los nacimientos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista, convertido en el Partido Comunista Francés, participar en el gobierno. A partir de 1945, el PCF celebra la fiesta de las madres y se presenta como un “defensor de las familias francesas”.

En 1949, Jean Kanapa, figura intelectual del PCF, despotrica contra el libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo. Escribe que se trata de una “basura que revuelve el estómago”. Este libro tiene sin embargo, el mérito inmenso de poner en primer plano las ideas feministas defendidas en otros tiempos por el Partido Comunista.

En febrero de 1956 el PCF se pone en pie de guerra contra una proposición de ley por el control de la natalidad y la legalización de los medios contraceptivos. Jeannette Vermeersch, vicepresidenta de la Unión de las Mujeres francesas, una organización satélite del PCF, se opone a este proyecto de ley. Como se ve, crear una organización específica para las mujeres no es garantía de feminismo.

Esta dirigente del PCF se expresa así: “El control de la natalidad, la maternidad voluntaria, es un engaño para las masas populares, pero es un arma entre las manos de la burguesía contra las leyes sociales (…) ¿Y desde cuándo las mujeres trabajadoras reclaman el derecho a acceder a los vicios de la burguesía? Jamás.”

En abril de 1956, ella dirige una nota al Secretariado del partido en la que afirma que una legalización de la propaganda para los medios de contracepción conllevaría una “baja alarmante de la natalidad”. Ella teme igualmente un “desencadenamiento de la propaganda para la educación sexual” que tendría por consecuencia a la vez “agudizar los problemas de clase”, “herir los sentimientos familiares y humanos” y favorecer la disminución de la natalidad.

En cuanto el secretario general del PCF, Maurice Thorez, afirma: “Nos parece superfluo recordar que el camino de la liberación de la mujer pasa por las reformas sociales, por las revoluciones sociales y no por las clínicas de aborto.” La posición defendida por el PCF en 1956 se mantiene durante muchos años. Hay que esperar a 1965 para observar una primera inflexión sobre esta cuestión, seguida por la movilización de la opinión pública por el planning familiar.

El estalinismo rompió con las ideas revolucionarias del movimiento obrero y se adaptó a la sociedad capitalista. El PCF estalinista abandonó las luchas que llevaba a cabo el movimiento comunista contra todas las opresiones: anticolonialismo, lucha contra el nacionalismo, contra el racismo… y también las luchas cotidianas contra todo lo que oscurecía la conciencia de los explotados, desde el alcoholismo a la religión. Abandonó igualmente la lucha feminista.

El renacimiento del movimiento feminista en los años 1960 y 1970, fuera de las organizaciones reformistas del movimiento obrero

Es por ello que los movimientos de protesta feminista, que se desarrollan en los años 1960/1970, lo hicieron fuera de las organizaciones reformistas del movimiento obrero.

Es por ello que en los años 1970, el movimiento de liberación de las mujeres, el MLF, desfila en las manifestaciones del primero de mayo con los revolucionarios y no detrás del Partido Comunista Francés o el Partido Socialista. Pues las feministas luchan sobre un terreno desierto por las organizaciones que afirman sin embargo representar los intereses de los trabajadores y los oprimidos

Es hacia final de los años 1960, en los Estados Unidos, que el movimiento feminista reaparece, al mismo tiempo que el movimiento de la población negra por los derechos civiles y el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam.

En Francia el movimiento feminista sale de la sacudida social de mayo de 1968. En este contexto de agitación social y de cuestionar los valores del orden establecido, se fundan en 1973 el movimiento Choisir y el MLAC (Movimiento para la Libertad del Aborto y de la Contracepción), movimiento en el que participan muchas organizaciones políticas de extrema izquierda, entre ellas Lutte Ouvrière con nuestra camarada Arlette Laguiller. El MLAC se pone como objetivo imponer la abolición de la ley de 1920 que prohíbe a las mujeres abortar.

Antes de la ley Veil votada en 1975, la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado estaba castigada con penas de prisión para aquellas que abortaban y para aquellos o aquellas que les ayudaban. En realidad, reinaba la hipocresía puesto que cada año cientos de miles de mujeres ponían fin a un embarazo no deseado. Las que podían, porque tenían los medios, lo hacían en buenas condiciones sanitarias en el extranjero. Las otras debían arreglárselas arriesgando su salud, y cada año más de 300 mujeres morían tras un aborto clandestino.

Sin embargo esta ley de 1975 no fue un regalo del gobierno sino el resultado de una lucha encarnizada. En 1971, 343 mujeres célebres firmaron y publicaron un manifiesto en el que afirmaban haber abortado. Se llamaban Simone de Beauvoir, Gisèle Halimi, Catherine Deneuve, Jeanne Moreau, Agnès Varda, Delphine Seyrig, Christiane Rochefort… Desafiaron así la ley de prohibir el aborto. Fueron desprestigiadas por la jauría de defensores de la familia, ya fuesen de derecha o de izquierda.

Al año siguiente en 1972, fue el proceso de Bobigny. Una joven de 17 años, que aborto tras una violación, se encontró sentada en el banco de los acusados, con su madre que la había ayudado. Era la abogada Gisèle Halimi, militante feminista, la que defendía su causa ante el tribunal mientras que un gran movimiento de apoyo se constituía alrededor de aquellas que la ley consideraba culpables. Fueron absueltas.

Esta gran victoria animó a muchas otras mujeres a participar en las manifestaciones siguientes, a levantar la cabeza y a atreverse a hablar alrededor suyas, a mantener discusiones y defender otro punto de vista que no fuera el de los partidarios de la familia.

Un año más tarde, en 1973, 331 médicos declaran haber practicado abortos clandestinos, sin ser finalmente molestados por la justicia. Asociaciones, como Planning familial o el MLAC, instalan centros en los cuales médicos practican abortos y organizan públicamente viajes en autobús hacia los países donde es posible abortar. Y sobre todo, todas estas acciones fuera de la ley fueron acompañadas por grandes manifestaciones.

Como balance en Francia, el movimiento feminista logró, por sus luchas, imponer leyes por el derecho a disponer de sus bienes sin la autorización del marido, el derecho a tener una cuenta en el banco, el derecho a utilizar medios de contracepción, la supresión de la noción “jefe de familia”, el derecho a abortar, la obligación de la mixticidad en las escuelas, el divorcio por consentimiento mutuo, la despenalización del adulterio.

Los años 1960/1970 estuvieron marcados por ciertas liberalización de costumbres que permitió a generaciones acabar con los viejos modelos de sumisión de las mujeres.

La situación de las mujeres cuando las fuerzas reaccionarias están a la ofensiva

Es necesario no olvidar que esta evolución no es tan antigua… y que hizo falta arrancar cada derecho. Desde los sansimonianos a las militantes por el sufragio, pasando por las militantes socialistas y después comunistas, ha sido necesario el coraje moral de ir a contracorriente. Ha sido necesario el coraje físico para ir a manifestarse sabiendo que estaban las porras o la prisión.

Sí, la humanidad puede estar orgullosa de estas mujeres que se atrevieron. De la energía, la combatividad, la perseverancia que tuvieron para construir organizaciones, para hacer huelgas, para participar en las guerras sociales. Es a este precio que las mujeres, en ciertos países del planeta, ganaron el derecho de votar, de trabajar, de acceder a la libertad de disponer de su propio cuerpo.

Durante décadas, desde el siglo 19 al 20, las luchas por la emancipación de las mujeres han sido respaldadas por las intervenciones políticas de las masas obreras, por las luchas de la socialdemocracia, después de los jóvenes partidos comunistas. Partidos que cuestionaban el poder de la burguesía sobre la sociedad, que construían ellos mismos sus propias redes y, lo hemos dicho, sus propios valores: la solidaridad de clase, la fraternidad, el internacionalismo, las ideas colectivistas…

Hoy, todo aquello que representaba una contestación a la dominación de la burguesía, incluso reformista, incluso deformada por el estalinismo, ya no existe. Hoy en día, las fuerzas políticas que están a la ofensiva son aquellas que defienden el orden existente, corrientes reaccionarias dispuestas a cualquier cosa para mantener el sistema capitalista en crisis permanente, un sistema que parasita toda la economía. Y esto se traduce por el retroceso de toda la sociedad. Cuando las luchas cesan, cuando los oprimidos sufren, los derechos adquiridos a través de las luchas pueden retroceder. La situación actual de las mujeres es un indicador de la marcha atrás de toda la sociedad pues, como lo escribió Charles Fourier en el siglo 19, “en cada sociedad, el grado de emancipación de las mujeres es la medida natural de la emancipación general.”

En los países pobres del planeta donde las poblaciones están sometidas a dictaduras infames o a guerra incesantes, la suerte de las mujeres apenas ha progresado e incluso se volvió espantosa en ciertos aspectos: bebés niñas abandonadas al nacer, matrimonios forzados, esclavitud, mutilaciones sexuales, violaciones de guerra, crímenes de honor, ejecuciones públicas, homicidios… Incluso cuando las mujeres han ganado derechos participando en luchas por la independencia de ciertos países, han sido aplastadas por el empuje de las fuerzas reaccionarias. Las chicas y las niñas que habían conseguido arrojar su velo, se ven obligadas a volver a llevarlo y a sufrir un Código de la Familia retrógrado, como en Argelia.

En Arabia Saudí las mujeres están obligadas a desaparecer bajo un velo negro que les cubre de la cabeza a los pies. Su sexualidad está bajo control y pueden ser lapidadas en una plaza pública por adulterio. No tienen derecho de salir sin estar acompañadas por un hombre de la familia. No tienen el derecho de conducir un coche. La mixticidad está prohibida…

En numerosos países, el lugar de las mujeres en la sociedad se limita a lo que los Estados y las mentalidades acuerdan, incluso el derecho a existir. Una canción popular de la India dice “¿Por qué naciste, mi hija, cuando un chico quería? Vete ya al mar a rellenar tu cubo, ojalá te caigas y allí te ahogues.” En China y en la India, en estos dos países que concentran a un tercio de la población mundial, hay un déficit de nacimientos de niñas de más de 100 millones. Este desequilibrio demográfico tiene como consecuencia secuestros o comercio de mujeres en las regiones donde los hombres son mucho más numerosos.

En los países donde el imperialismo putrefacto se agarra a sus privilegios sembrando la guerra, no acaba más que generando bandas armadas que aterrorizan a las poblaciones que quieren controlar. Y todos estos integristas religiosos ya sean talibanes en Afganistán o Boko Haram en Africa o Daesh en Siria, erigen su odio hacia las mujeres en religión de Estado y dan hasta al más pobre de los pobres, la posibilidad de atropellar a otro ser humano, la mujer, que se le entrega para que se desahogue. Es el rostro de una reacción extrema, la imagen más bárbara del retroceso que el imperialismo impone al mundo para su mantenimiento.

En los países ricos también, la condición de las mujeres retrocede ante la reacción

Esta evolución reaccionaria se manifiesta incluso en los países ricos. En noviembre del año pasado por ejemplo, en Estados Unidos, un loco perdido ha disparado por los alrededores de un centro de interrupción del embarazo en Colorado.

Este ataque es simbólico de otros, menos llamativos puede ser pero iguales de violentos, contra el derecho al aborto. En Francia, abortar se vuelve cada vez más un calvario a causa de las medidas de austeridad tomadas por los diferentes gobiernos contra el hospital público, con la supresión de puestos de trabajo, el cierre de centros de interrupción del embarazo, la penuria de ginecólogos.

La crisis, los ataques contra los servicios públicos de salud, hacen retroceder el derecho al aborto… Surgen situaciones vueltas del pasado con las mujeres, las que tienen recursos, que tienen que ir a abortar en el extranjero, cuando los plazos legales se han agotado.

Y luego están los enemigos del aborto como Marion Maréchal Le Pen que quiere suprimir las subvenciones a la asociación Planning familial y todos sus acólitos que quieren imponer su visión retrógrada de la familia con un papa, una mamá, un matrimonio… evidentemente en la iglesia.

Pero lo que amenaza también el derecho al aborto y los derechos de las mujeres en general, es el retroceso de las conciencias. Para cuántos miles y miles de jóvenes mujeres hoy en día, y sin duda son decenas de miles, es imposible abortar pues en los institutos, los que defienden el derecho al aborto sufren la presión de los otros, el peso de una moral de otros tiempos…

Hasta tal punto que la simple idea de que las mujeres tienen derecho a disponer de su propio cuerpo sigue siendo una lucha por llevar. Las ideas reaccionarias están en el aire al mismo tiempo que el racismo, la misoginia, la homofobia, las ideas oscurantistas y religiosas.

Hasta las ideas de los filósofos de la Ilustración ya no están de moda en esta sociedad que clama alto y fuerte que es normal que haya desigualdad y que los débiles se vean aplastados. Y los integristas religiosos, productos del pudrimiento de la sociedad, quieren hacer creer en su lucha por el poder que es luchando contra todas las ideas progresistas, particularmente contra el feminismo, como mejor se puede luchar contra la dominación de Occidente.

Para poner fin a la opresión de las mujeres, así como para la liberación del conjunto de la sociedad, es vital que renazca el movimiento obrero

Contra el reflujo importante de las ideas progresistas, contra todas las corrientes políticas reaccionarias, es vital que renazca el movimiento obrero, sus luchas, sus valores.

Pues son las intervenciones masivas de la clase obrera, sus luchas, las que han hecho progresar la sociedad y las que han dado derechos a los oprimidos que no los tenían, en particular a las mujeres.

Y es necesario también que renazca un partido que represente los intereses políticos del proletariado.

Un partido que se opondrá a todas las formas de desigualdad y de opresión, en los barrios, en las empresas, en las escuelas, en toda la vida social.

La opresión de las mujeres se ha erigido en sistema desde que la sociedad se dividió en clases sociales sobre la base de la propiedad privada de los bienes de producción. Cierto, las mujeres no constituyen una clase social. Aún así forman una parte de la clase obrera.

Para las mujeres proletarias que directamente sufren la explotación capitalista, no hay apenas elección sino luchar contra la precariedad, los bajos salarios, el desprecio patronal y las desigualdades inherentes a su condición femenina; deben vincular su combate al del conjunto de los trabajadores contra el explotador común.

También deseamos dirigirnos a las mujeres que por buenas o malas razones, no se sienten parte de la clase obrera, o no aún. Si ellas quieren liberarse realmente de su opresión, su lugar no está aparte sino al lado de aquellas y de aquellos que luchan contra esta sociedad de explotación. Las mujeres no podrán liberarse completamente de su opresión más que luchando y destruyendo la sociedad capitalista, en las que se basan las desigualdades y la explotación. Para ser feministas consecuentes, así como para ser antiracistas o anticolonialistas consecuentes no se puede ser más que comunista.

Nuestra convicción profunda es que la humanidad no se divide entre hombres y mujeres, entre negros y blancos, entre aquellos que tienen papeles y los que no los tienen. Es la organización capitalista la que divide a la sociedad en dos clases sociales con intereses antagonistas. Y tenemos la convicción de que la clase de las trabajadoras y trabajadores tiene un papel histórico a jugar para acabar de una vez por todas con este mundo bárbaro.

Y cuando nuestro mundo acabe con esta división, entonces será el comienzo de otra historia, la de la humanidad liberada. Las diferencias serán riquezas, y ¿qué será entonces de las relaciones entre hombres y mujeres, cuando la sociedad se desembarace de la propiedad privada, de las relaciones de poder y dominación? Cuando los seres humanos se quiten del medio todos los prejuicios, presiones, estereotipos.

¿Somos capaces siquiera de imaginar lo que podrían ser las relaciones sociales en una humanidad distinta? Pero esto no nos impide luchar para que las generaciones futuras puedan vivir plenamente, libres y conscientes.

Y para concluir, he aquí lo que decía nuestra camarada Arlette Laguiller, en 1974. Ella era entonces la primera mujer, una trabajadora, en presentarse a las elecciones presidenciales en Francia.

“Mujeres, hermanas, obreros, hermanos. (…)

Para los socialistas revolucionarios, la igualdad del hombre y de la mujer no es un derecho, es un hecho. Si la mujer ocupa hoy una situación inferior al hombre, no es debido a su falta de capacidad, que no existe más que en la cabeza de los reaccionarios; es porque vivimos en una sociedad de explotación, una sociedad que está en base a la injusticia y la desigualdad. Y las mujeres, todas las mujeres, incluso las de la burguesía, son víctimas de esta sociedad de explotación. (…) Pero no es casualidad que sea precisamente una militante de extrema izquierda la única en defender estas ideas, en tanto que mujer, en esta campaña electoral…

Esto significa que solo los revolucionarios socialistas ponen sus actos de acuerdo a sus ideas. Porque la libertad no se divide. Las mujeres no serán realmente libres e iguales, es decir, consideradas en su valor humano, más que cuando todos los individuos sean libres. Todos los individuos, incluso aquellos que hoy soportan la opresión y la explotación bajo todas sus formas. (…) Todas estas cadenas, todas estas opresiones están ligadas, y en la gran lucha única por la libertad, las mujeres tienen un lugar que les corresponde por derecho.”