Discusión sobre los textos

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2023
3 de diciembre de 2023

Como siempre, muchos temas han sido tocados y discutidos en las asambleas locales. Publicamos aquí fragmentos de las discusiones sobre las amenazas de la extrema derecha en Francia, sobre el supuesto “imperialismo” de China, sobre el estalinismo y también sobre la intelligentsia y la revolución.

Sobre el texto acerca de la situación interior en Francia

Este texto no ha dado lugar a ningún problema real.

Un compañero lamentaba que no desarrolláramos sobre la política antiobrera de Macron que consiste, en buen gobierno burgués, en hacer pagar la crisis a la clase obrera. Lo hacemos a diario, y es verdad que lo hacemos cada año en nuestros textos de congreso. Igualmente lo podíamos haber hecho este año otra vez. Los ataques que caen encima de la clase trabajadora no son en nada irrisorias. Encontrarse con 200 euros menos en su pensión, apañarse para curarse o desplazarse, privarse para poder comer o calentarse, perder sus derechos al paro… es lo esencial para los que lo sufren.

También hace parte de una degradación lenta y continua de las condiciones de vidas de las clases populares. Es precisamente el caldo de cultivo para la descomposición que observamos en los barrios obreros desde bastante tiempo. Sin medir esto, es difícil entender la subida de la delincuencia por ejemplo, al igual que es difícil entender la persistencia o la subida del racismo. Hace falta que guardemos esto en nuestros razonamientos siempre, y no olvidar tampoco de vincular estos ataques a la crisis general del capitalismo.

Pero, este año, hemos querido un texto corto, compacto. Porque no queríamos, desarrollando las actuaciones del gobierno francés que es la quinta rueda del imperialismo occidental, ahogar todas las consecuencias de la crisis y de las guerras, y los peligros adicionales que plantean.

El gobierno se ataca a los trabajadores, pero no tiene poder sobre la evolución de la crisis económica ni sobre la evolución de la política mundial. Y todos los que, como Mélenchon o Le Pen, pretenden poder actuar, el uno sobre la crisis y las desigualdades, la otra sobre la inmigración, no tendrán más control que Macron. El poder esta a manos de la gran burguesía que domina a través de un sistema plagado de contradicciones, que hasta los políticos más potentes no pueden resolver.

A fines de que todos los textos formen un todo ubico, quisimos sobre todo poner la evolución de la vida política francesa en el marco internacional, ensenando como la atmósfera internacional, el nacionalismo y las guerras favorecen la derechización y aceleran, como en muchos mas países, la normalización de la extrema derecha.

La amenaza de la extrema derecha

Aquí es donde nos gustaría ampliar nuestro razonamiento. En el texto, hacemos hincapié en el ascenso de la extrema derecha y en cómo los llamamientos a la "unidad nacional" le hacen el juego. Argumentamos que la llegada de Le Pen al poder sería una continuación del gobierno actual y no podría equipararse al advenimiento del fascismo. Añadimos: "Sin embargo, la situación podría cambiar bruscamente y los que siguen a Le Pen podrían con la misma rapidez volver a los sueños fascistas del padre".

Esta última idea no está desarrollada. Sí, las cosas pueden cambiar muy rápidamente. La emergencia de un movimiento fascista es totalmente posible. Y el activismo actual de la extrema derecha, de Le Pen, Zemmour y los grupúsculos identitarios y neonazis lo atestigua.

Para los camaradas extranjeros que no hayan seguido la historia, el sábado pasado entre 80 y 100 identitarios y neonazis emprendieron una expedición punitiva contra un barrio obrero de inmigrantes en Romans-sur-Isère, una pequeña ciudad del departamento de Drôme. Armados con bates de béisbol y nudillos de metal, y al grito de "Islam fuera de Europa", afirmaron buscar justicia para Thomas, un chico de 16 años apuñalado hasta la muerte una semana antes en un baile campestre por jóvenes, algunos de los cuales procedían de esta urbanización. Desde entonces, ha habido una serie de concentraciones autorizadas y no autorizadas y patrullas nazis en diversas ciudades, lo que demuestra una actividad que no se veía desde hacía mucho tiempo. Estos acontecimientos nos recuerdan que existen elementos humanos para estructurar un movimiento fascista.

Y no es nada nuevo. La derecha francesa siempre ha incluido corrientes monárquicas, antisemitas, racistas y nacionalistas. Y demostraron su influencia y su peso, incluso en el ejército, en la época del asunto Dreyfus. Action Française, que sigue existiendo hoy en día, ya estaba a la cabeza. En los años veinte, y más aún en los treinta, proliferaron los grupos, ligas y nebulosas fascistas, como la Cagoule, la Croix de feu, el Parti populaire français del antiguo comunista Doriot y los Jeunesses patriotes de Taittinger, gran industrial y propietario de los champanes Taittinger.

Más tarde, sus vástagos políticos se unieron a la OAS, la Organización Armada Secreta, fundada en 1961 para defender la Argelia francesa por todos los medios, incluido el terrorismo, lo que no le impidió mantener numerosos vínculos con el aparato del Estado, empezando por el ejército y la policía. En 1973 se produjo una oleada de asesinatos y violencia racista contra los magrebíes, perpetrada principalmente en la región de Marsella, donde se calcula que ese año fueron asesinados entre 20 y 50 trabajadores argelinos.

Así pues, desde hace tiempo existen individuos capaces de acciones provocadoras, violentas y abiertamente racistas. Hoy, según los especialistas, este movimiento, al que llaman ultraderecha, se estima en 3.000 individuos, 1.500 de los cuales están en la lista S, es decir, bajo vigilancia policial. Están divididos en multitud de grupos, que cambian de nombre a medida que se imponen prohibiciones y se disuelven grupos. La lista de sus actividades incluye manifestaciones contra centros de solicitantes de asilo; patrullas contra inmigrantes en la frontera franco-italiana; provocaciones y peleas contra simpatizantes norteafricanos; ataques a locales anarquistas o de izquierdas; y la dispersión de mítines, como el ataque a una reunión pro Palestina en Lyon hace quince días.

La expedición punitiva intentada en Romans-sur-Isère por 80 neonazis fue espectacular. Pero también mostró los límites de este movimiento de ultraderecha, ya que incluso el entorno extremadamente activo de los nazis de Lyon, a 100 km de distancia, fue incapaz de montar la operación en solitario. Tuvieron que venir individuos de Besançon, Nantes, París, Montpellier... Y su desfile, visiblemente mal preparado, se convirtió en una humillación para algunos y acabó, para otros seis, en la cárcel. Pero vale la pena señalar de paso que aún así consiguieron recuperar la lista, los nombres y las direcciones de los jóvenes acusados del asesinato de Thomas, lo que demuestra las conexiones que pueden tener en la policía o en el sistema judicial. Así que, de momento, tienen los cuadros para un futuro movimiento fascista, pero les faltan las tropas.

El auge electoral de la extrema derecha, que ha sido continuo en los últimos años, no ha permitido, hasta ahora, que estos pequeños grupos recluten ampliamente. Esto no nos sorprende, porque siempre hemos insistido en la diferencia entre votar contra los inmigrantes y movilizarse y actuar contra ellos, es decir, estar dispuesto a luchar... y, no por casualidad, recibir palizas y pasar unos meses en la cárcel.

Poder votar contra los inmigrantes puede incluso, hasta cierto punto, servir de válvula de escape para el odio racista. Y ese es, en parte, el papel desempeñado por Le Pen y, en menor medida, por Zemmour. Pero eso puede cambiar. Esos mismos grupos pueden crecer en tamaño y estructura. En cualquier caso, el clima político está maduro para ello.

La banalización de las ideas racistas o contrarias a la inmigración en el debate político no es baladí. Ser políticamente correcto hoy en día es decir "sí, hay un problema con la inmigración". Es decir "sí, el terrorismo viene de los musulmanes". Lo que resulta sulfuroso es pedir la apertura de las fronteras y la regularización de todos los inmigrantes ilegales.

Volviendo a la tragedia de Crépol, no puede dejar de sorprendernos la facilidad con la que la derecha, la extrema derecha y el gobierno han aprovechado lo que parece cada vez más una banal pelea de salón que se les fue de las manos, para desarrollar sus teorías racistas y crear un clima de guerra civil que enfrenta a los suburbios árabes con el campo blanco.

Esta omnipresencia de las teorías de extrema derecha ejerce una presión sobre el conjunto de la sociedad, echa leña al fuego de los racistas e induce sin duda a un cierto número de personas a pasarse a su bando antiinmigración. La pregunta es: ¿cuántos de ellos se alegran de las acciones de los aprendices de fascistas? Y de los que sí, ¿hay gente dispuesta a unirse a ellos?

Las tropas potenciales están ahí. En primer lugar, entre la burguesía y la pequeña burguesía, donde históricamente han reclutado la derecha y la extrema derecha. Estas categorías sociales, que viven lejos de los barrios obreros, se apresuran a fantasear con el empobrecimiento de estos barrios de inmigrantes. Mucho más que los hombres y mujeres que viven en ellos.

Pero la clase obrera no es inmune, empezando por la del campo. Hay que recordar que entre todos los que se movilizaron en el marco del movimiento de los Chalecos Amarillos, una parte no tuvo reparos en mostrar su racismo y su rechazo a los inmigrantes. Además, hay toda una franja de mujeres y hombres inseguros y marginados por la crisis, cegados por la rabia, que buscan chivos expiatorios. Y, una vez más, está todo el clima nacionalista, belicista y violento en el que estamos inmersos desde la guerra de Ucrania, con gente que se apunta a la guerra y que los belicistas nos presentan como héroes.

Así que está la estrategia de Le Pen, que es electoral, y están aquellos en los que influye y que pueden flanquearla por la derecha. Sobre todo porque Zemmour no tiene reparos en jugar con fuego. En las elecciones presidenciales, obtuvo el 7% de los votos, es decir, 2,5 millones de sufragios, con su teoría del Gran Reemplazo. Su partido, Reconquête, lanzado gracias a grandes donantes de la burguesía, pretende contar con 100.000 afiliados a principios de 2023. Y a diferencia de Le Pen, que condena las acciones de la ultraderecha, Zemmour se niega a hacerlo. "El peligro no son los que quieren defender la identidad francesa, es la escoria árabe-musulmana", declaró. Los más enfurecidos, los hartos del agua tibia servida por Le Pen, tendrán la bendición de Zemmour para pasar a la acción directa. ¿Planea Zemmour hacer carrera como dirigente fascista? No se puede descartar, pero si se acaba estructurando un movimiento fascista, veremos surgir candidatos para ese papel en cualquier caso, Zemmour u otro.

Frente a esta amenaza autoritaria y fascista, ¿qué proponen los líderes de la izquierda? Piden que se respeten las instituciones y la República. A la pregunta sobre la actuación de los grupos identitarios, el líder del PCF, Roussel, no tiene más que decir que hay que apoyarse en las instituciones republicanas, la policía y la justicia. Eso es exactamente lo que nos explica Darmanin, el ministro del Interior, haciéndose pasar por garante de las instituciones, que, según nos dice, libran una lucha sin cuartel contra la ultraderecha. Darmanin también puede aprovecharse de que seis aprendices de fascista han sido condenados a penas de prisión de entre seis y diez meses y de que tiene previsto disolver tres de esos grupos. Quizá Roussel acabe dándole las gracias.

En cuanto a Mélenchon, como no tiene ninguna perspectiva de apoyarse en las luchas de la clase obrera, ¡acaba siempre recurriendo a las mismas tonterías republicanas y llamando a la unidad popular!

Como dice Trotsky en el Programa de Transición: "Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia está más segura allí donde la burguesía se halla armada hasta los dientes y los obreros desarmados". Y Trotsky continúa proponiendo métodos proletarios de lucha en los que todavía podemos inspirarnos:

El deber de acabar de una vez por todas con esta política servil. Los demócratas pequeño-burgueses incluso los social-demócratas, los socialistas y los anarquistas gritan más fuerte acerca de la lucha con el fascismo cuanto más cobardemente capitulan ante el mismo.

Las bandas fascistas sólo pueden ser contrarrestadas victoriosamente por los destacamentos de obreros armados que sienten tras de sí el apoyo de millones de trabajadores.

La lucha contra el fascismo no se inicia en la redacción de una hoja liberal, sino en la fábrica y termina en la calle. Los elementos amarillos y los gendarmes privados en las fábricas son las células fundamentales del ejército del fascismo.

Los PIQUETES DE HUELGAS son las células fundamentales del ejército del proletariado. Por allí es necesario empezar. Con ocasión de cada huelga y de cada manifestación callejera, debemos propagar la idea de la necesidad de crear DESTACAMENTOS OBREROS DE AUTODEFENSA. Es preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. En todas partes donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es preciso constituir prácticamente milicias de autodefensa, adiestrándoles en el manejo de las armas.”

Por supuesto, cada circunstancia es distinta, pero la idea de que sólo el movimiento obrero, organizado y luchador, puede aplastar al fascismo, es fundamental. Y ésta es también una de las situaciones y una de las tareas que debemos anticipar.

Acerca de la situación internacional

La esencia de este programa marxista revolucionario no procede de nosotros. Lo heredamos de la experiencia de la corriente comunista revolucionaria del movimiento obrero, tal como la entendieron y formularon ante todo Marx y Engels, pero también un gran número de militantes cuyo legado reivindicamos: Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky, por citar sólo a los principales. Pero también militantes como Kautsky, Plejánov y otros que, en un determinado periodo, encarnaron la continuidad del marxismo, antes de dejar de hacerlo.

En una discusión con dirigentes del SWP, Trotsky añadía : “Se podría decir que hasta ahora no teníamos un programa. Y sin embargo hemos actuado. Pero este programa ha sido formulado en diferentes artículos, diferentes mociones, etc. En este sentido, el proyecto de programa no presagia una nueva invención, no es el escrito de un solo hombre. Es la suma total del trabajo colectivo realizado hasta la fecha. Pero tal suma es absolutamente necesaria para dar a los camaradas una idea de la situación, una comprensión común.” (Discusión sobre el Programa de Transición, 7 de junio de 1938).

Esta “comprensión común de los acontecimientos y de las tareases imprescindible para mantener la cohesión de nuestra organización en el terreno del proletariado y en base al marxismo. Dentro del marxismo, del cual nos reivindicamos, esta obviamente el aporte de Lenin, es decir el bolchevismo y toda la experiencia de la primera revolución proletaria victoriosa, y igualmente el aporte de Trotsky que nos ha dado la llaves para comprender la degeneración del primer Estado obrero, y el surgimiento de una burocracia – que claramente Marx no podía prever. Ya no está ni Marx, ni Lenin, tampoco Trotsky, para llevarnos la mano ahora.

No ha hecho falta mucho tiempo tras la muerte de Trotsky, y en realidad incluso antes, para darse cuenta de que siempre reivindicándose de Trotsky y del Programa de Transición, algunos podían adoptar posiciones que ya no tenían nada que ver con la idea fundamental de representar los intereses políticos del proletariado. A los escritos de la literatura marxista, hace falta añadir nuestras propias posiciones y la coherencia de aquellas a lo largo del tiempo.

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Los congresos, los textos políticos elaborados en esas ocasiones y la elección de la dirección forman un todo. De todas las organizaciones trotskistas, somos la única que celebra un congreso anual. Sobre la base de estos textos políticos elegimos a nuestra dirección. Durante varios años, nuestra organización tuvo una fracción cuya existencia, cuando se hizo permanente, planteó problemas completamente diferentes, políticos, materiales, etc. Esta fracción propuso sus propios textos políticos. Esta facción proponía sus propios textos políticos. Esto no es así desde hace varios años. Nuestra organización se encuentra en un único conjunto de textos políticos.

Aunque permitimos la discusión política fuera de los periodos de congresos -a diferencia de la mayoría de las principales organizaciones de extrema izquierda, que son más o menos trotskistas-, no consideramos que la existencia de las tendencias A, B, C, D, etc., sea en sí misma una ventaja para una organización, cuando detrás de las distintas letras no hay ninguna diferencia política real. Llevamos más de 50 años redactando y publicando estos textos de congresos. Además de demostrar la cohesión de nuestra organización en un momento dado, muestran la coherencia de sus posiciones políticas a lo largo del tiempo.

Por ejemplo, en un primer texto de orientación, en 1971, tuvimos que combatir la posición de quienes consideraban que el régimen de Mao era comunista y, dentro del movimiento trotskista, que el Estado chino era un Estado obrero deformado (o incluso sólo ligeramente deformado, en comparación con la URSS de Jruschov). Siempre nos hemos negado a hablar de Estado obrero, cualquiera que sea el adjetivo que se le ponga -degenerado, deformado, etc.- para los Estados que no surgieron de la Unión Soviética. - Para los Estados que no surgieron de una revolución proletaria. Ni China, ni Vietnam, ni las democracias populares, ni Zanzíbar... Volvamos a dos puntos que se discutieron en las asambleas locales.

¿Es China imperialista?

Este primer punto se debatió, de un modo u otro, en todas las asambleas locales. Las preguntas sobre China surgieron a raíz del texto sobre África. Algunos camaradas se preguntaron por las razones de la presencia de China en África: ¿está la burguesía china en proceso de arrebatar cuota de mercado a las burguesías estadounidense y francesa? Esta pregunta llevó a otra: ¿estamos seguros de que China compite con el imperialismo estadounidense para fabricar ropa muy barata para la población de África? En realidad, a los grandes grupos de un país imperialista como Estados Unidos no les interesa en absoluto este mercado y están encantados de cederlo al "taller del mundo" en que se ha convertido China.

La industria textil de Haití, por ejemplo, ¡no compite con la industria estadounidense! En la mayoría de los casos, es el capital estadounidense el que se invierte en fábricas en Haití, cuya producción se envía de vuelta a Estados Unidos para ser vendida en grandes cadenas minoristas estadounidenses como Wal-Mart. Lo mismo ocurre a una escala mucho mayor con China. No es la burguesía china la que está robando cuota de mercado a las burguesías estadounidense y francesa. Es la burguesía imperialista, principalmente la estadounidense, la que se enriquece, entre otras cosas, de lo que China produce para ella, en forma de productos acabados o componentes de diversas producciones.

Cuando hablamos de imperialismo, ¿de qué hablamos? A nivel general, es el mundo capitalista, es decir, nuestro mundo, el que se ha vuelto imperialista en su conjunto. Todos los Estados del mundo, incluida la antigua URSS y Rusia, forman parte del mundo imperialista.

Para caracterizarlo en una sola expresión: el imperialismo es el capitalismo de los monopolios. Y una de las consecuencias más importantes del análisis marxista de la evolución del capitalismo es el hecho de que el capitalismo de libre competencia, por el hecho mismo de la competencia, ha engendrado su contrario. Dos tendencias profundas, la concentración de empresas y la globalización, son los elementos dominantes del desarrollo capitalista. Son las mismas leyes del desarrollo capitalista que, bajo la propiedad privada de los medios de producción y la fragmentación del planeta en Estados nacionales, dan origen al imperialismo. Y es el mismo desarrollo que crea las bases de lo que podría ser una sociedad socialista o comunista, es decir, una economía organizada y planificada a escala internacional. Esta evolución por la que el capitalismo de libre mercado ha engendrado su contrario no se ha producido de forma lineal, al mismo ritmo en todas las regiones del mundo. Fue este "desarrollo desigual" el que creó inicialmente una brecha entre los futuros países imperialistas en vías de convertirse en imperialistas y los países subdesarrollados y, a partir de cierto momento, fue el desarrollo de los primeros el que provocó el subdesarrollo de los segundos y fijó esta situación.

Pues no fue así en absoluto como evolucionó en China. No fue a partir de la burguesía compradora de la época de Chiang Kai-shek que la economía se desarrolló sobre una base capitalista. Fue contra esta burguesía compradora, contra los señores de la guerra, contra Chiang Kai-shek que Mao tomó el poder. Apoyándose en este levantamiento campesino, fue capaz de construir un aparato estatal que, en un principio, era lo suficientemente poderoso como para resistir la presión imperialista, hasta la guerra inclusive (era la época de la guerra de Corea...). Luego, utilizando los recursos del Estado, el Estado chino de Mao desarrolló la economía sobre una base capitalista.

En otras palabras, la centralización y el monopolio en Estados Unidos, Francia, etc., fueron el resultado de la evolución orgánica del propio capitalismo, que en cierta medida estaba en su base, rodeado de todo un tejido industrial; donde las alturas de la burguesía descansaban sobre una vasta pequeña, mediana y gran burguesía, todas subordinadas al capital financiero. En China, en cambio, la concentración no fue el resultado de un proceso interno en el desarrollo del capitalismo, sino una reacción de autodefensa contra él. La concentración de la economía china sólo fue posible porque, en el propio interés del futuro desarrollo de China durante muchos años, el Estado chino prescindió de la competencia entre capitalistas individuales.

China logró desarrollarse por una multitud de razones, entre ellas su tamaño, su población, su riqueza mineral, pero sobre todo, la movilización revolucionaria del campesinado detrás de una política nacionalista que permitió a China construir un poderoso aparato estatal. Al principio, esto permitió a China resistir el dominio político del imperialismo (compárese con China entre las dos guerras mundiales). Posteriormente, al apoyarse en un poderoso aparato estatal, pudo lograr, mediante el estatismo, un avance económico que estaba fuera de su alcance bajo la dominación de la burguesía compradora de la época de Chiang Kai-shek.

Se trata de dos desarrollos diferentes y preferimos mantener la palabra "imperialismo" y sobre todo las palabras "potencias imperialistas" en su significado marxista.

También hay quien se pregunta: "Si es por un camino original, ¿no puede China acabar engendrando el imperialismo? Tal vez. Pero no somos historiadores que anticipan el futuro desarrollo de China, ni escritores de política-ficción. China es sin duda el país donde el proletariado es numéricamente más poderoso. Si, en las próximas décadas, este proletariado no despierta a la conciencia política, a la conciencia de su tarea revolucionaria, no es sólo la naturaleza imperialista de China lo que planteará la historia, sino algo totalmente distinto.

Las tareas de los revolucionarios frente a la guerra

Hubo un debate sobre otro pasaje del texto Para acabar con el caos capitalista...: "Si nuestra clase, habiendo sido incapaz de impedir la guerra, es movilizada, nuestros militantes participarán en ella, como toda nuestra clase. Incluso de uniforme, no sólo seguiremos defendiendo nuestras ideas, las ideas de la lucha de clases, sino que tendremos que ganarnos a otros soldados, a nuestros camaradas; individual y clandestinamente mientras no sea posible de otro modo; en contingentes enteros cuando sea posible gracias al ascenso revolucionario. Tendremos que negarnos a huir de la guerra y desertar. No nos contentaremos con exigir la paz, sino que tendremos que llevar la lucha de clases dentro del ejército. ″Transformar la guerra de la burguesía en guerra civil″, este fue el programa de Lenin y del Partido Bolchevique que condujo a la clase obrera a la conquista del poder."

Cuando, al comienzo de la guerra en Ucrania, pusimos de relieve la amenaza de una generalización de la guerra, todo el mundo recuerda todavía cómo nos etiquetaron nuestros antiguos camaradas, ahora en el NPA bis: "alarmistas", "pájaros de mal agüero", "Cassandras", etcétera. Escribíamos esto para subrayar en nuestros discursos y publicaciones que el capitalismo no es sólo explotación y todo lo que de ella se deriva, sino también la amenaza permanente de la guerra, la continuación de la competencia por medios militares. No se trataba de una discusión abstracta. Y llegamos a la conclusión práctica de pedir a los camaradas que centraran sus debates en este aspecto de la evolución del capitalismo. No pasó mucho tiempo para que incluso la televisión y la prensa se volvieran "alarmistas", y hoy pseudoespecialistas u oficiales militares de alto rango hablan de la posibilidad de una tercera guerra mundial...

Queremos insistir en la idea de que, aunque el proletariado no consiga impedir la guerra, la guerra en sí no detiene la lucha de clases. Al contrario, la exacerba. Y el deber de los revolucionarios no es huir de la lucha de clases, precisamente cuando está particularmente exacerbada, sino, por el contrario, dirigirla.

No somos pacifistas. Tampoco somos anarquistas. Y nuestro eje de intervención no será ni la actitud anarquista, es decir, individualista, de desertar, ni el pacifismo dichoso que exige la paz a los dirigentes y a los estados mayores del imperialismo. Será permanecer junto a los nuestros, junto a los proletarios movilizados para, como resumía Lenin, "transformar la guerra de la burguesía en una guerra civil" de las clases oprimidas contra la burguesía capitalista. Podemos especular cuanto queramos sobre cómo y cuándo la guerra pondrá en movimiento al proletariado, pero lo que es seguro es que no hay otra forma de impedir la guerra o de ponerle fin definitivamente que la victoria de la revolución proletaria.

En conclusión

Socialismo o barbarie

En noviembre de 2020, publicamos un artículo en nuestro mensual Lutte de classe titulado "Hoy como ayer, socialismo o barbarie". Posteriormente retomamos este artículo y lo presentamos como uno de los textos de orientación a votar en nuestro 50º Congreso de diciembre de 2020.

Pues bien, ¡hoy estamos en proceso de descender a la barbarie!

Entonces hablábamos del asesinato de Samuel Paty por un joven fanático, pero también de la proliferación de movimientos conspirativos en Estados Unidos, donde "el capitalismo en putrefacción ha resucitado al Ku Klux Klan y multiplicado los movimientos conspirativos, variantes modernas de la proliferación de movimientos místicos en la Edad Media ante la pandemia de peste". Dijimos: "Las ideas oscurantistas que retoman estas corrientes no son un vestigio de la Edad Media. No es el pasado el que se apodera del presente, es el producto de una sociedad que fue capaz de enviar hombres a la luna pero es incapaz de dominar su vida económica y social.”

Eso fue hace tres años, ¡antes de que estallara la guerra en Ucrania y resurgiera entre Israel y los palestinos!

Desde hace algunos meses, la barbarie se manifiesta a una escala completamente diferente. En los muertos enterrados bajo edificios bombardeados, desde Kherson hasta Gaza. En el terrorismo a gran escala del Estado de Israel, en respuesta al terrorismo de Hamás. En la matanza de toda una población que huye de las bombas, hambrienta, privada de agua y medicinas. La barbarie es sacar a todos los enfermos del principal hospital de Gaza, convertido en un infierno, con las manos en alto bajo la amenaza de los tanques.

La barbarie no es sólo la guerra en Ucrania y Oriente Próximo, también es, y lo ha sido durante mucho tiempo, el flujo constante de refugiados procedentes de África que intentan cruzar el Mediterráneo arriesgando sus vidas, mientras diputados franceses, alemanes e italianos, bien alimentados y pulcros, esgrimen argumentos jurídicos para negarles la entrada en Europa. La barbarie es la ruta de los Balcanes erizada de alambre de espino, el muro levantado en la frontera con México para cortar la ruta hacia Estados Unidos a los pobres de América Latina.

La barbarie aumenta en todas partes, bajo muchas formas. En Haití, con la proliferación de las bandas. En las fronteras de Sudán, donde decenas de miles de refugiados que huyen de los combates entre mandos militares están estacionados en lo que es difícil llamar un campamento, dado que las personas hacinadas no tienen ningún tipo de cobijo, familias enteras, adultos y niños, duermen en el suelo y sólo tienen como alimento algunos sacos de arroz que se disputan, traídos por las organizaciones de ayuda...

Y de estas múltiples expresiones de barbarie, sólo tenemos imágenes de televisión, cuando las tenemos… Imágenes filtradas, seleccionadas y cargadas de propaganda, en particular sobre la guerra en Oriente Próximo, para sugerir horror y asombro ante el terrorismo de Hamás, pero glosando al mismo tiempo el horror que representan los bombardeos de esta prisión al aire libre que siempre ha sido la Franja de Gaza, transformada con la intervención del ejército israelí en un cementerio...

Luego está la barbarie cotidiana, incluso aquí, en este rico país imperialista, privilegiado en comparación con el resto del planeta, supuestamente civilizado, una barbarie que por el momento se limita a una retórica nauseabunda, a eslóganes y a un endurecimiento político en cuanto afecta a los más pobres.

Por no citar más que un ejemplo de las noticias, que nos dan por televisión, escuchen esta vil discusión sobre el artículo 3 del proyecto de ley del gobierno sobre los trabajadores inmigrantes. Ni siquiera los más desfavorecidos, sino aquellos que tienen el infinito privilegio de ser explotados por una parte de la burguesía, en la construcción, la restauración y otros sectores, una burguesía que se ve obligada a admitir que tiene una necesidad vital de estos trabajadores para su propio negocio.

Pues bien, observen cómo se movilizaron el mecanismo y el formalismo de esta supuesta democracia parlamentaria para aprobar la importante cuestión de si el texto de la futura ley pasaría primero por la Asamblea y luego por el Senado, o viceversa.

Tanta palabrería, regateos y gritos entre estos "representantes de la nación" para una decisión cuyo contenido se limita a humillar a esta pequeña franja de trabajadores inmigrantes que trabajan aquí desde hace años, que pagan sus impuestos y cotizan a la seguridad social, y a hacerles la vida más difícil mediante trabas administrativas suplementarias.

El restaurador Thierry Marx declaró recientemente en la radio que todo este debate le parece absurdo, sin duda no por humanismo, sino sencillamente porque sabe que su sector no puede funcionar en absoluto sin el trabajo de los cocineros, camareros y friegaplatos inmigrantes. Hace unos meses, un reportaje de Le Monde Magazine ponía de relieve un prestigioso restaurante situado junto a la Assemblée Nationale, donde iban a comer numerosos parlamentarios de todos los partidos, a pesar de que parte del personal seguía siendo sin papeles…

Y he aquí, en todo su esplendor, esta "democracia", cuya defensa contra el terrorismo invocan los portavoces del imperialismo para justificar los bombardeos indiscriminados de Gaza, las bombas de fragmentación suministradas a Zelinski, ¡y todo lo demás! Este tipo de barbarie, republicana o democrática, no es ciertamente la misma que la de las bombas que aplastan Gaza o Kherson en Ucrania, ¡pero conduce a ella! Porque estas son las personas que dirigen el mundo, o más exactamente que sirven de decoro democrático a las grandes empresas. Sí, el mundo capitalista nos hunde en la barbarie, con la ligereza de la República y sus "instituciones democráticas" aquí en Francia. Con una violencia brutal en otras partes del mundo. Pero esto no es más que el principio. El aumento del clima bélico anuncia la generalización de la guerra como característica casi permanente del capitalismo.

Y lo peor es que se está convirtiendo en algo habitual. Tras el estallido de la guerra en Ucrania, hubo una pequeña reacción, una pequeña preocupación. Nos dimos cuenta de ello y llegamos a la conclusión de que teníamos que aprovecharlo para centrar nuestros debates en lo que nos aguarda el capitalismo, que no es sólo retrasar la edad de jubilación, ni la explotación sin más.

Como la gente estaba un poco más concienciada, pudimos tener más discusiones y llevarlas un poco más lejos que antes, sobre todo en las caravanas. Pero también constatamos que, una vez despertada la conciencia colectiva, el interés decaía, sin que se llegara a la conclusión de que, para evitar la guerra, era necesario algo más que conmoverse viendo las imágenes de Marioupol en televisión, y mucho más tarde las imágenes aún más violentas de Gaza siendo bombardeada. Sí, en el fondo, en el privilegiado país imperialista que es Francia, incluso nuestra propia gente reaccionaba interiormente con un "es triste, pero no nos puede pasar a nosotros"...

Tuvimos la misma sensación cuando Hamás atacó. Al día siguiente de la incursión de Hamás en suelo israelí, algunos periódicos hablaban de conmoción en Israel. Pero, ¿qué pudo aturdir hasta tal punto a la población israelí en su conjunto? Debe ser que no se daban cuenta de que su Estado estaba en proceso de aplastar a la población palestina, con su complicidad. Sin embargo, los palestinos, la población judía se codeaba con ellos todos los días, no sólo los que vivían en Cisjordania, sino también los de Gaza, y más aún los que vivían en el propio Israel. Israel se creía tan superior, tan invulnerable porque estaba protegido por una coalición de todas las potencias imperialistas, empezando por Estados Unidos, que pensó que ¡no podía ocurrir! Pues bien, ocurrió. Pero, ¿acaso estamos más a salvo de quedarnos "pasmados" el día que la guerra nos golpeará aqui?

Si perdura la leyenda de una Europa Occidental que vive en paz desde 1945, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ¿cuántas generaciones, en cuántos países del Tercer Mundo, viven ya un estado permanente de guerra? Nosotros mismos hicimos las cuentas hace unos años. En medio de lo que se conoce como un período de paz, porque no hubo guerra mundial, desde 1945, ¡sólo Congo Kinshasa, ahora Zaire, ahora Congo Kinshasa, ha visto tantas muertes debidas a conflictos armados como, en conjunto, una buena parte de los países occidentales que participaron en la Segunda Guerra Mundial! Durante mucho tiempo, la paz fue un privilegio de los países ricos. Los pobres de muchos países africanos padecieron tanto la pobreza como la guerra. Y los que nos gobiernan fingen preguntarse por qué los pobres no se quedan en casa en vez de cruzar el Mediterráneo, ¡arriesgando sus vidas!

No se trata sólo de preguntarse qué época es la más bárbara: ¿a la que se refería Victor Serge en su libro Medianoche en el siglo o la que se abre ante nosotros? Sólo en el ámbito de los daños militares podemos adivinar la respuesta: la guerra que quizá está en vías de generalización en una guerra mundial será aún más mortífera y superará con creces el número de víctimas directas e indirectas de la Primera Guerra Mundial (20 millones de muertos: 10 millones de soldados y 10 millones de civiles) y de la Segunda Guerra Mundial (de 60 a 90 millones de muertos: de 20 a 30 millones de soldados y de 40 a 60 millones de civiles).

Porque, en el intervalo, la ciencia y la tecnología han progresado considerablemente, haciendo que el armamento sea mucho más eficaz, mucho más destructivo o, para utilizar su lenguaje, mucho más competitivo en el mercado mundial de armas.

Más allá de la responsabilidad política decisiva del estalinismo, sobre la que volveremos, la calma frente a las amenazas que plantea el mantenimiento del orden burgués tiene una base social. Y esta base social es la influencia de la pequeña burguesía, incluida su intelectualidad, sobre la opinión pública en general y sobre lo que ciertos marxistas han llamado la "fracción más aburguesada de la clase obrera", es decir, la aristocracia obrera.

En definitiva, el estalinismo retomó, en una versión bien pulida, los tópicos de la aristocracia obrera reformista. Nunca debemos olvidar que los antagonismos de clase son esenciales para comprender la sociedad, pero las diferentes clases no están separadas por murallas chinas. Y la aristocracia obrera, al negarse a la revolución, al creerse fuera de las filas del proletariado, copia la mentalidad, el comportamiento y el razonamiento de la pequeña burguesía, que a su vez copia la misma mentalidad, comportamiento y razonamiento de la gran burguesía. Exactamente como hace la burocracia ex-soviética…

La humanidad pagará cara una organización social que conlleva explotación, competencia, rivalidad económica permanente y las guerras que de ello se derivan.

Del Manifiesto Comunista a nuestros días

Todos conocemos la primera frase del Manifiesto Comunista: "Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo".

El Programa de Transición, portador de la misma convicción comunista revolucionaria que el Manifiesto Comunista, es de un tono completamente distinto: "Las premisas objetivas de la revolución no sólo están maduras, sino que incluso han empezado a pudrirse. Sin la revolución socialista, y ello en el próximo período histórico, toda la civilización humana amenaza con ser barrida por una catástrofe".

Estos dos textos constituyen la base de nuestro programa y, por tanto, de nuestra lucha.

Si, después de 175 años, el Manifiesto Comunista sigue siendo nuestro punto de referencia fundamental, es porque, a pesar de todos los progresos realizados por la humanidad en multitud de campos -ciencia, tecnología- y a pesar de su creciente dominio sobre su entorno natural, la sociedad capitalista no ha cambiado en lo fundamental.

En un texto escrito en marzo de 1903, veinte años después de la muerte de Marx, Rosa Luxemburg evaluaba así la principal contribución de Marx al movimiento obrero: "Si tuviéramos que resumir en pocas palabras lo que Marx ha hecho por el movimiento obrero actual, podríamos decir que Marx ha descubierto, por así decirlo, la clase obrera moderna como categoría histórica, es decir, como clase sujeta a condiciones específicas de existencia y cuyo lugar en la historia corresponde a leyes precisas. Antes de Marx, existía sin duda en los países capitalistas una masa de asalariados que, empujados a la solidaridad por la similitud de sus existencias en el seno de la sociedad burguesa, buscaban a tientas una salida a su situación y, a veces, un puente hacia la tierra prometida del socialismo. Marx sólo los elevó al rango de clase al vincularlos a una tarea histórica particular: la tarea de conquistar el poder político con vistas a la transformación socialista de la sociedad". ("Karl Marx", 14 de marzo de 1903).

Este pasaje resume la transformación del socialismo utópico en socialismo científico. Pero eso no es todo. Al mismo tiempo, existe la diferencia fundamental entre un comunista revolucionario y un sindicalista. El marxismo no es sólo parcialidad a favor de la clase obrera y menos aún compasión por su suerte. El marxismo consiste en ver en la clase obrera, cualquiera que sea su estado de ánimo en un momento dado, la clase social capaz de conquistar el poder político y, escribió Rosa Luxemburg, "con vistas a la transformación socialista de la sociedad".

Marx llevó el socialismo de la utopía a la ciencia al descubrir la dinámica interna del capitalismo. El capitalismo nunca ha dejado de basarse en la explotación y la opresión de la mayoría de la sociedad en beneficio de una minoría privilegiada. La carrera por el beneficio ha sido siempre su motor, con todas sus consecuencias: competencia, anarquía en la producción, despilfarro, rivalidad y guerra. Pero al mismo tiempo, durante su periodo ascendente, ha contribuido al progreso de la humanidad, al aumento de las fuerzas productivas del hombre, a la unificación del planeta, a su creciente dominio sobre la naturaleza. La competencia capitalista ha sido un formidable motor de progreso frente a otras formas anteriores de sociedad de clases. En palabras del Manifiesto Comunista, "la burguesía ha creado maravillas distintas de las pirámides de Egipto, los acueductos romanos, las catedrales góticas...".

Pero el desarrollo del capitalismo dio lugar a su opuesto, los monopolios, el imperialismo - esa etapa última y senil del capitalismo - que se convirtió, hace más de un siglo, en el principal obstáculo para el progreso de la humanidad.

Los 140 años transcurridos desde la muerte de Marx también han confirmado ampliamente la incapacidad de la organización capitalista de la sociedad para superar sus contradicciones y abrir una vía que pudiera dar la razón a quienes, siguiendo a Bernstein y compañía, preveían la disminución creciente de las contradicciones capitalistas en favor de una evolución armoniosa hacia una forma de socialismo.

"Por encima de todo, la burguesía produce sus propios sepultureros".

Al desarrollar las fuerzas productivas de la humanidad, al forjar vínculos entre todas las regiones del planeta, el capitalismo ha preparado los materiales para reorganizar la sociedad sobre bases distintas a las de la propiedad privada de los medios de producción y la fragmentación por Estados.

Pero la historia no es un mecanismo de relojería. Es obra de clases sociales de carne y hueso. Sólo sobre la base de este análisis de la sociedad, es decir, sobre la base del marxismo, puede reconstituirse una fuerza revolucionaria capaz de derrocar al capitalismo.

"La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores" no es sólo un eslogan. La expresión elimina la idea de cualquier mecanismo automático. Aquí es donde la expresión de Rosa Luxemburg, hablando del descubrimiento de "la clase obrera moderna como categoría histórica", enlaza con el Programa de Transición, en particular con la idea que Trotsky repite varias veces de diferentes formas: "La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria". O: "La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección proletaria".

Estas frases son una constatación de las décadas pasadas pero, al mismo tiempo, resumen lo que tenemos que hacer. No es necesario volver sobre aquellas décadas que transformaron la victoriosa revolución proletaria en Rusia en su contrario. Es decir, una de las formas más democráticas de poder, la de los consejos obreros -los soviets- en una de las peores formas de dictadura sobre la clase obrera, que Trotsky comparó tantas veces con el fascismo, al tiempo que los oponía por sus respectivas bases sociales.

El estalinismo y el trotskismo

El análisis de la degeneración burocrática forma parte del trotskismo. Nos enfrenta a todos aquellos que, desde Stalin a Mao Zedong y una miríada de imitadores menores, se han reivindicado de Marx y del marxismo en algún momento de su existencia política.

La cuestión de por qué ha surgido esta crisis en la dirección del proletariado no puede plantearse sin mencionar la responsabilidad del estalinismo. No sólo su responsabilidad directa e inmediata, en los años 1920-1930, por la completa eliminación de la dirección del partido bolchevique, cuyos miembros no murieron de muerte natural. No sólo su responsabilidad en la caza de todos aquellos que intentaron reanudar los vínculos con el pasado revolucionario del proletariado. No sólo en la introducción del gangsterismo en las relaciones entre los componentes del movimiento obrero, los asesinatos, la tortura y los campos de concentración.

La responsabilidad histórica del estalinismo no se limita a la brutal lucha de clases librada por la burocracia usurpadora contra la clase obrera. No son sólo las oportunidades perdidas por la clase obrera por falta de una dirección política válida, desde Inglaterra y Alemania hasta China en los años 20; no son sólo las revoluciones traicionadas, como la de España en 1936. No fueron sólo las revoluciones directamente sofocadas o aplastadas en los países de Europa del Este en los años 50: Alemania del Este, Polonia y Hungría. También estaba todo el daño que dejó el estalinismo, que sigue pudriendo la conciencia de clase.

El estalinismo como tal está muerto, al igual que Stalin. Las leyes de la biología bastan para explicar por qué ya no quedan supervivientes de aquella época, algunos de los cuales fueron ejecutores o cómplices directos del estalinismo. Hoy no son muchos los que se declaran estalinistas, pero sus consecuencias destructivas continúan hasta nuestros días. Fue el estalinismo el que difuminó la línea entre la conciencia de clase proletaria y el vil magma que crearon los partidos estalinistas, conservando la etiqueta comunista: una especie de populismo, vagamente teñido de obrerismo y de consignas antiimperialistas. Este magma fue propagado por todos los PC bajo la influencia de la burocracia soviética, a medida que evolucionaban hacia el estalinismo. Se transformó en religión de Estado en la URSS como en las democracias populares; propagado por las autoridades y todos sus órganos; difundido por la radio y, llegado el momento, por la televisión, enseñado en las facultades bajo el nombre de marxismo-leninismo.

A medida que pasaba el tiempo y la burocracia moscovita forjaba alianzas diplomáticas con la Etiopía de Mengistu, la Somalia de Siad Barre, la República Popular del Congo-Brazzaville y muchos otros, la etiqueta de comunista o asimilado llegó a cubrir regímenes que, no teniendo nada que ver con la Revolución de Octubre ni con el proletariado, sólo tenían en común su carácter antiobrero.

Durante años, en la avenida principal de Brazzaville, los retratos del dictador de turno, Ngouabi o Sassou N'Guesso, se codeaban con los de Marx, Engels, Lenin y, al menos hasta cierto punto, Stalin, ¡retratos mucho más numerosos que en las democracias populares, que, sin embargo, estaban directamente dominadas por la burocracia soviética!

Fue el estalinismo el que dio a una multitud de corrientes nacionalistas burguesas la oportunidad de esconderse tras una retórica antiimperialista al principio, antes de revelar su verdadera identidad política, reaccionaria y cada vez más vinculada a la religión.

El papel del proletariado

Marx nos ha dejado un análisis de la dinámica del capitalismo que ha resistido al paso del tiempo, al igual que el papel insustituible del proletariado, que él había descubierto, según Rosa Luxemburg, ha resistido al paso del tiempo, a pesar de las sacudidas de la lucha de clases que hacen la historia.

Por la importancia numérica de su presencia en todo el planeta y por su papel en todos los aspectos del funcionamiento económico, el proletariado es hoy infinitamente más fuerte que en la época de Marx, e incluso mucho más tarde, en la época de la revolución rusa.

En la época de Marx, el proletariado moderno se limitaba a los países que ya habían vivido la revolución industrial o estaban en vías de hacerlo, esencialmente los de Europa, o al menos su parte occidental, y Estados Unidos.

Hoy, el proletariado está en todas partes porque el capitalismo está en todas partes. Y no se ha vuelto amorfo, está luchando. Fíjense en Bangladesh, que nos recuerda que mientras la industria textil ha decaído en Francia, Estados Unidos y una serie de países que se han vuelto imperialistas, ¡las fábricas de Manchester, Liverpool, etc., están hoy en Daca!

Cuando Rosa Luxemburg escribió que "antes de Marx, existía una masa de asalariados que se veían empujados a la solidaridad por la similitud de su existencia dentro de la sociedad burguesa", estaba haciendo la observación de que los trabajadores eran conscientes de formar parte de la misma clase. Pero fue Marx quien "los elevó al rango de clase sólo vinculándolos a una tarea histórica particular: la tarea de conquistar el poder político con vistas a la transformación socialista de la sociedad".

Pues bien, la diferencia entre la época de Marx y la de Lenin y Trotsky no radica en las posibilidades o la fuerza del proletariado, sino en la incapacidad de la intelectualidad para levantar de sus filas siquiera una minoría de intelectuales capaces de transmitir las ideas de Marx a los obreros en lucha.

El puente que Marx tendió entre el movimiento proletario, tal como surgió de forma elemental del suelo de la sociedad actual, y el socialismo", escribió Rosa Luxemburg en el mismo texto, "fue, por tanto, la lucha de clases por la toma del poder político".

La intelligentsia, la revolución y el estalinismo

La intelligentsia siempre ha sido un producto de la burguesía. En el período ascendente de la burguesía, la intelligentsia estuvo en la vanguardia de las luchas de su clase, todavía progresista. Pero una fracción de ésta supo ir más lejos, romper con sus mayores y parientes e impulsar el deseo de transformación social que la sociedad albergaba mucho más allá de los límites de la sociedad burguesa.

Esta categoría de intelectuales era minoritaria, pero aportó a los trabajadores las ideas del futuro. A la época de Marx y Engels sucedió la de Guesde, Lafargue y muchos más, que desempeñaron un papel fundamental en la transmisión del socialismo revolucionario al proletariado durante la época de la Segunda Internacional.

Lo mismo le ocurrió a la intelectualidad rusa un poco más tarde, incluso antes del bolchevismo. Buscó la vía de la transformación política y social del zarismo recorriendo toda una serie de caminos equivocados: "ir al pueblo", alfabetizar a los campesinos pobres, diversas formas de populismo y terrorismo. Pero este ensayo y error político, con todos sus errores, abonó el terreno en el que creció el bolchevismo. Esta generación produjo a Plejánov, que reconoció que el marxismo era una herramienta mucho más eficaz que los ataques terroristas, y a Lenin, que fue capaz de añadir al compromiso de la generación anterior la profesionalidad que le permitió expresarse de una forma que le puso en condiciones de triunfar.

Toda esta continuidad fue interrumpida por el estalinismo. Y no sólo interrumpida, sino pervertida.

La victoria del estalinismo en la URSS fue la victoria de una contrarrevolución que produjo la burocracia soviética. En el dominio del estalinismo sobre el movimiento obrero en otros lugares que en el país de la revolución proletaria derrotada, el papel de la intelectualidad fue fundamental. Aquí en Francia, tenemos razones para recordar a Aragon, Kanapa, Politzer, Roger Garaudy y cientos de otros que se pusieron al servicio de la burocracia y literalmente se vendieron para cantar las más bajas alabanzas de Stalin y sus sucesores. Pero más allá de eso, ¿cuántos artistas de la talla de Picasso, científicos como Joliot-Curie, actores como Yves Montand o Simone Signoret, dieron su apoyo y crédito al estalinismo, asimilándolo al comunismo?

No estamos hablando de esa fracción de la intelligentsia, la gran mayoría, que nunca ha abandonado el campo de la burguesía y a la que ésta mantiene por dinero, por ambición, garantizándole unas condiciones de vida envidiables comparadas con las del proletariado. Hablamos de esta fracción minoritaria que, pretendiendo elegir el campo obrero, ha ayudado sobre todo al estalinismo a pervertir la conciencia política de clase de los trabajadores. Ha desempeñado un papel fundamental ayudando a la burocracia estalinista a erigirse en continuadora del comunismo.

En lugar de ser un puente entre las ideas de Marx y la clase obrera, fue, directa o indirectamente, un puente entre el movimiento obrero y los intereses de la burocracia estalinista y, por la misma razón, un puente hacia el nacionalismo burgués disfrazado de comunismo de Mao, Ho Chi Minh, Kim Il-sung y muchos otros.

Estos dirigentes nacionalistas, que adoptaron la etiqueta comunista abandonando sus perspectivas, dieron una solución llave en mano a las burguesías nacionalistas de los países pobres, para engañar a sus masas populares y ponerlas al servicio de la creación de un Estado burgués capaz de resistir el dominio político del imperialismo.

Una vez que el estalinismo hubo hecho su trabajo de demolición de la conciencia política de clase, dio paso a otras fuerzas políticas mucho más abiertamente reaccionarias.

Por ejemplo, el escritor Arthur Koestler (1905-1983) era el prototipo de representante de la intelligentsia judía que podría haber intentado ser un puente hacia los palestinos pobres, oprimidos y explotados de la región. Desde su juventud se sintió atraído por el sionismo, aunque su elección no fue definitiva, pero también por el comunismo, un comunismo pervertido por el estalinismo.

Sin embargo, Koestler comprendió muchas cosas que le llevaron a romper con el estalinismo, como puede verse en una de sus novelas más conocidas, El cero y el infinito (1945). Podría haber sido uno de los que sirvieron de puente entre las ideas de Marx y el proletariado judío y palestino. Sin embargo, la lectura de La torre de Esdras, una novela interesante, muestra cómo, aunque entendía muchas cosas de política, Koestler tenía ya ese desprecio por los campesinos, los pobres palestinos incultos, que sufrían y toleraban la opresión de sus señores feudales, que acabaría por hacerle impermeable a la necesidad de ganarse a los pobres palestinos. Koestler no era sólo un caso, sino el prototipo social de una intelectualidad austrohúngara del mismo tipo que había surgido en la Rusia zarista. Le faltó voluntad para encontrar el oído de los proletarios y de los palestinos pobres, y él, el intelectual con la cultura de un país relativamente rico y que formaba parte de las élites cultivadas de Europa Central, acabó uniéndose al sionismo. En la Rusia zarista también había una tradición de izquierdas, sobre todo del Bund y de su primera dirección, que era más bien socialdemócrata; y además, la idea del kibbutz era una ilustración no del socialismo en un solo país, sino de koljoses con democracia en una sola granja.

Si hay una conclusión social que sacar de todo esto, no es ciertamente que el proletariado haya fracasado como clase con "una tarea histórica particular, la tarea de conquistar el poder político con vistas a la transformación socialista de la sociedad".

Es la intelligentsia la que ha fracasado en sacar de su seno siquiera una pequeña minoría capaz de recuperar las ideas de la revolución social y, sobre todo, de transmitirlas a la clase social que es la única capaz de realizarlas.

Las tareas que son las nuestras

No se trata de lamentar las oportunidades perdidas en el pasado. Tenemos que reconocer que esta tarea no se ha cumplido, y que es necesario hacerlo. Corresponde a las generaciones futuras, proletarios e intelectuales, llevarla a cabo.

Los 140 años que nos separan de la muerte de Karl Marx son mucho tiempo, pero en su época se produjo la Comuna de París y más tarde la Revolución Rusa, y algunas otras que, incluso derrotadas, demostraron que la clase obrera era capaz de luchar por el poder.

En la historia de la lucha de clases, incluso los fracasos son a menudo una experiencia de aprendizaje para el futuro. La cultura política marxista no sólo se compone de episodios victoriosos, sino también de fracasos. Algunos son tan graves como para hacer volver atrás a una clase oprimida que lucha. Fue el caso del fascismo y también, sobre una base social diferente, del estalinismo. Otros son desilusiones, como las que siguieron a todos los episodios del Frente Popular y sus traiciones.

La burguesía, clase social antaño oprimida por las clases feudales, tardó unos 800 años en llegar al poder, ¡tras muchas batallas pero también muchos fracasos!

Además, la historia la hacen los propios hombres, y no hay un árbitro supremo que sostenga el cronómetro.

Como todos los revolucionarios, Marx y Engels actuaron como si la revolución fuera a llegar mañana. Todo el trabajo que realizaron durante y a raíz de la oleada revolucionaria europea de 1848-1849 demuestra que preveían y obviamente esperaban que esta oleada revolucionaria no se detuviera en los límites de la revolución burguesa, sino que se convirtiera en permanente (la palabra y el concepto datan de ese período) y que pudiera transformarse en una revolución proletaria.

Muchos otros, muy superiores a nosotros, han sostenido que si el proletariado hubiera tomado el poder cuando el imperialismo, el poder de los monopolios, sustituyó al capitalismo de libre mercado, la humanidad se habría ahorrado muchos sufrimientos, empezando por la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.

La única conclusión que podemos sacar es que lo que aún no se ha hecho, hay que hacerlo.

¿Qué podemos esperar en el próximo periodo? El año transcurrido nos ha mostrado la rapidez con que las llamas de la guerra se han propagado de Ucrania a Oriente Próximo, sin olvidar las múltiples llamaradas de guerra desde el Cáucaso hasta Sudán. También ha mostrado la interdependencia de los acontecimientos y de la crisis, en particular a través de las sanciones. Los múltiples vínculos forjados entre las economías de distintos países, que podrían y deberían dar a la humanidad un formidable punto de apoyo para controlar su vida económica y su organización social, son en cambio una fuente de caos.

El incendio puede provenir del interior de la propia economía, con consecuencias tanto para las relaciones entre naciones como entre clases. Por poner sólo un ejemplo: en la fase actual de la crisis económica no se ha producido, o todavía no se ha producido, una crisis bursátil de la magnitud de la del Jueves Negro del 24 de octubre de 1929. Ni siquiera una crisis financiera de la magnitud de la que estuvo a punto de engullir el sistema bancario mundial en 2008-2009... Pero el sistema financiero ha dejado tantas bombas de relojería que todos los dirigentes de la burguesía internacional temen un nuevo cataclismo. ¿Cómo reaccionarán las diferentes clases sociales ante una crisis financiera brutal, en la que la especulación desempeñará inevitablemente un papel destructor?

Detrás de las bombas de relojería de la esfera financiera, están las de la esfera social, las reacciones respectivas de las dos principales clases populares, la clase obrera y la pequeña burguesía, y sus relaciones respectivas en una sociedad dominada por la gran burguesía. ¿Serán capaces de ponerse de acuerdo contra su explotador y opresor común, la gran burguesía? ¿O conseguirá la burguesía engañar a ambos mediante su política de frente popular? ¿O enfrentará a la pequeña burguesía con la clase obrera? La evolución de la política hacia la derecha y la extrema derecha demuestra que los elementos humanos de una evolución hacia el fascismo siguen ahí. El fascismo no es sólo discurso de odio y demagogia racista antiárabe o antisemita. Es, sobre todo, la cólera capaz de movilizar a la pequeña burguesía, de volverla contra la clase obrera y de proporcionar a la burguesía el instrumento de represión que respalde su aparato oficial de Estado.

De lo único que podemos estar seguros es de que todos los amortiguadores puestos en marcha para atenuar las convulsiones sociales, incluso -y especialmente- en los países imperialistas, no serán suficientes.

La mera duración de la crisis, intercalada con conflictos armados, hará que la burguesía no haga concesiones a las clases trabajadoras, ni siquiera en el sentido del "al mismo tiempo" macronista. El periodo que tenemos por delante volverá a poner de actualidad las reivindicaciones de transición. ¿En qué orden? ¿Con qué prioridades? La propia lucha de clases nos dará la respuesta. A condición de que prestemos atención. Nuestra presencia en las empresas es limitada. Aunque se amplíe un poco más con las caravanas y las actividades locales, tenemos que aprovechar la inquietud, que empuja un poco más a la gente a buscar soluciones, para crear una mayor cantidad de vínculos.

Hemos dicho en varias ocasiones en los últimos dos o tres años que es el resurgimiento de la inflación lo que ha dado un impulso repentino a reivindicaciones como la escala móvil de salarios y la indexación de los salarios a los precios. Y la actualidad de las guerras ya está actualizando los capítulos del Programa de Transición que tratan de la expropiación de las industrias de guerra. Por otra parte, debemos ser conscientes de que la tendencia a la militarización de todos los regímenes se acelerará inevitablemente. Debemos estar preparados para ello.

Y necesitamos reclutar, como decimos todos los años. Sobrevivir significa sobrevivir como marxistas, sin abandonar nuestras ideas, sin poner agua en nuestro vino. Los horrores de la situación hacen que haya un cierto interés entre los jóvenes por la transformación social. Tenemos que encontrarlos y ganárnoslos. Pero sobre todo, ya sean de origen proletario o intelectual, deben convertirse en cuadros, capaces de transmitir las ideas comunistas revolucionarias y, por tanto, de adquirirlas e implantarlas en el proletariado.

En 2024 habrá elecciones europeas. Dada la rapidez con que se suceden los acontecimientos, discutiremos nuestras formulaciones con más detalle a medida que nos acerquemos a los plazos. En cuanto a nuestro eje, será el de nuestra propuesta de moción: una afirmación de nuestra identidad comunista revolucionaria. Denunciaremos el capitalismo, sus crisis, sus guerras y el callejón sin salida en el que el gran capital está atrapando a la sociedad.