Estados Unidos ¿ Quién suprime los empleos industriales ?

Junio 2004

Este texto es la traducción de un artículo del periódico Class Struggle, editado por la organización trotskista americana The Spark.

El mundo es un pañuelo cuando los capitalistas de los diferentes países argumentan para justificar sus decisiones o, más exactamente, la manera en que los políticos, incluso dirigentes sindicales, utilizan los argumentos que los justifican a ellos.

La amenaza de deslocalización, hasta el punto de hablar de "desindustrialización", es esgrimida en Estados Unidos del mismo modo que en España o Europa, cuando, allí como aquí, no se trata en absoluto de desindustrialización, ni de una baja de la producción industrial. Se trata sencillamente, para los capitalistas, de producir más con menos obreros, y sin introducir más máquinas y tecnología, alargar el tiempo de trabajo e intensificar el ritmo.

La confederación sindical AFL-CIO acaba de publicar un informe titulado Revitalizar la industria americana, que trata de la importante disminución del número de empleos en este sector económico. Según este documento, el empleo industrial ha alcanzado su máximo en junio de 1979, hace un cuarto de siglo. Había entonces 19,5 millones de empleos en las empresas americanas. Hoy se cuentan algo más de 14,5 millones. La pérdida de empleos se ha acelerado recientemente: cerca de tres millones de puestos han sido suprimidos durante los cuatro últimos años. Y a pesar de la recuperación económica que ha empezado oficialmente en noviembre de 2001, ahora (en el momento en que escribimos) hace cuarenta y tres meses que el sector industrial pierde empleos sin parar.

La expresión "pérdida" de empleos no describe correctamente la realidad. Asistimos a un verdadero desmoronamiento del número de empleos industriales, catástrofe cuyos efectos se hacen sentir en todo el país, en cada familia afectada por el paro - tanto más cuando el sector industrial no es el único en perder empleos.

AFL-CIO explica este hundimiento del número de empleos por lo que llama la "erosión" de la industria americana, que estaría ligada a su "falta de competitividad". AFL-CIO pretende que una parte creciente de la producción industrial se externaliza y que las importaciones sustituyen los productos que se fabricaban en Estados Unidos porque los salarios y los otros costes de producción son mucho menos elevados en el extranjero.

El último informe de AFL-CIO resume la situación de la manera siguiente : " Los años setenta han visto la emergencia de competidores internacionales que, en un sector tras otro, han socavado la posición antes dominante de los industriales americanos en el mercado interior y el mercado mundial." Más lejos, el mismo documento insiste : " La base industrial de Estados Unidos padece una erosión. En todo el país, empresas cierran e industriales destruyen su propia capacidad productiva externalizando (llevando) la producción al extranjero, en países donde los sueldos son menos elevados."

Nada podría ser más falso.

¿La industria americana víctima de la competencia mundial ?

En la economía mundial, los Estados Unidos siguen siendo el país industrial "dominante", con más de la cuarta parte de la producción industrial mundial. Ningún otro país se acerca siquiera a esta cifra. La producción americana es de 50 % superior a la de su principal competidor, Japón. También es de 33 % superior a la suma de las producciones de Alemania, Francia y Gran Bretaña, los tres países europeos más potentes económicamente.

No sólo los Estados Unidos son la principal potencia industrial, ¡sino que su dominación incrementa! Entre 1980 y 2000, cuando el empleo industrial estaba casi a su nivel máximo, los Estados Unidos han aumentado su parte de la producción mundial en la mayoría de los sectores industriales. Según la Organización de desarrollo industrial de las Naciones unidas (ODINU), los Estados Unidos encabezan hoy trece sectores industriales sobre catorce. La comparaciones entre países deben, evidentemente, ser manejadas con prudencia, ya que los criterios estadísticos difieren de uno a otro, sin hablar de los problemas de tipo de cambio. Pero la industria americana está tan por delante de sus principales competidores que no se puede uno equivocar mucho.

En algunos casos, el aumento de la parte americana en la producción mundial ha sido espectacular. En el sector de la goma y de los plásticos, por ejemplo, ha pasado del 18 % en 1980 al 26 % en 2000, y en el sector alimentario del 18 % al 23 %. Pero lo que llama aún más la atención es la situación en los sectores que supuestamente han sido mermados por la competencia extranjera, especialmente el textil y la confección, la siderurgía y el automóvil. En realidad, en estos sectores, la parte de los Estados Unidos en la producción mundial no disminuye. ¡ Al contrario, entre 1980 y 2000, la parte de la producción americana de textil ha aumentado pasando del 16 % al 19 % de la producción mundial ! En el año 2000, una quinta parte de la producción textil mundial se realizaba en Estados Unidos. Ocurre lo mismo con la confección. Durante los años noventa este sector (que abarca las industrias indumentarias, del cuero y del calzado) ha pasado del 18 % al 21 % de la producción mundial. En cuanto a la parte de Estados Unidos en la producción de vehículos y de metales, incluidos el hierro y el acero, no solo no ha disminuido sino que ha aumentado ligeramente. Los Estados Unidos siguen produciendo más de la cuarta parte de todos los medios de transporte del mundo.

En otros términos, los Estados Unidos siguen dominando la industria mundial y, en la mayoría de los sectores, incluso han incrementado su dominación.

Crecimiento de la producción interior

Los comentarios sobre el cierre de empresas y la externalización dejan entender que la industria americana estaría en declive.

Es sencillamente falso.

La producción no disminuye, sino al contrario, crece con regularidad. Entre 1973 y 2003, durante los años en que la capacidad productiva habría sido destruida según AFL-CIO, la producción interior de Estados Unidos ha duplicado. En los años noventa, las empresas que se suponía desaparecían del paisaje, han aumentado sin embargo su producción global más del 40 %.

Por supuesto, acabamos de vivir una recesión y la producción ha declinado en 2001. Pero la recesión se ha visto seguida de una recuperación al principio del año 2002, recuperación que se ha confirmado a finales de 2003. Durante el primer trimestre de 2004, el sector industrial ha conocido su tasa de crecimiento más elevada desde hace cuatro años. Sin embargo, el número de empleos industriales no ha aumentado, él, y nuevos empleos han sido suprimidos.

El problema no es el de un pretendido "declive" de la producción ; el problema son las supresiones de empleos.

Lo que hay que "revitalizar", para emplear el término de AFL-CIO, no es la industria. La industria está de maravilla, gracias. No, lo que debe ser revitalizado, son los empleos. Si, durante los treinta últimos años, el número de trabajadores hubiera aumentado en la misma proporción que la producción, habría hoy en torno a 40 millones de obreros en este país - en vez de 14,5 millones.

¿ Qué ha sido de los 25,5 millones de trabajadores que hubiesen debido tener un empleo en las empresas ? ¿ Los habría desintegrado una bomba de neutrinos, suprimiendo así la mayor parte de la clase obrera del sector industrial ?

Una productividad incrementada y trabajadores expoliados

No. En verdad, las empresas industriales que buscan el provecho máximo han sencillamente obligado a trabajadores cada vez menos numerosos a producir cada vez más.

No es un secreto para nadie y AFL-CIO lo sabe muy bien. Su informe cita incluso estadísticas gubernamentales sobre la velocidad a la cual ha aumentado la productividad del trabajo. Durante los años setenta y ochenta, la productividad del trabajo aumentaba del 2,8 % por año de media. En los años noventa, ha pasado a 3,9 % por año. Y en este periodo de recuperación y de "pérdida de empleos", quizás aumente todavía más rápido.

Pero para la clase obrera, este aumento de la productividad se ha traducido sobre todo por una intensificación desenfrenada del trabajo.

Por supuesto, los capitalistas dicen que han obtenido una mejor productividad gracias a sus inversiones en ordenadores, robots y otras formas de automatización del trabajo. En realidad, las inversiones industriales del sector privado se han quedado a un nivel relativamente poco elevado durante este periodo. Los capitalistas han preferido comprarse y venderse sus empresas, "invirtiendo" en fusiones y ofertas públicas de adquisición. Haciendo esto, se preocupaban poco de modernizar sus viejas empresas ruinosas e insalubres. Por ello, las máquinas y las herramientas son a menudo muy antiguas, como lo saben todos los obreros de fábrica de este país.

De hecho, los patronos han conseguido aumentar la productividad obligando a los obreros a trabajar más intensamente y más tiempo. Algunas veces, han logrado aumentar la carga de trabajo a la chita callando, proponiendo, por ejemplo, cursillos de motivación o grupos autónomos de trabajo, que sirven sobre todo para "motivar" a los trabajadores a trabajar más. Pero, el temor a los despidos y al paro ha sido más eficaz que todo lo inventado por los patronos para llevar a los trabajadores a sacrificar su tiempo y su salud en provecho de la empresa.

Las empresas han impuesto la aceleración de los ritmos, obligando a los obreros a trabajar cada vez más rápido, para luego suprimir puestos de trabajo y obligar a los que quedaban a hacer la misma producción.

Los trabajadores también se han visto obligados a trabajar más tiempo, y no solo haciendo horas extras. Las vacaciones, los permisos, los días de asuntos propios y las pausas han sido todos reducidos, cuando no suprimidos. De 1997 a 2000, la media anual de horas de trabajo ha pasado de 1703 a 1878 en Estados Unidos. Esta media es de 33 % superior a la de numerosos países europeos, donde los trabajadores se benefician, sin embargo, de un nivel de vida más alto y de más tiempo libre.

La mayor parte de las veces, los trabajadores americanos no han tenido elección y han tenido que aceptar trabajar más tiempo, porque desde hace un cuarto de siglo, el nivel de los salarios y de los beneficios sociales no ha dejado de estancarse o de retroceder. Los trabajadores se han visto atrapados en una espiral sin fin: los patronos, al no encontrar resistencia, reducían los salarios y los beneficios sociales; los trabajadores estaban entonces obligados a trabajar más, lo que alentaba los patronos a disminuir de nuevo los salarios y sobre todo los beneficios sociales.

En resumidas cuentas, los capitalistas han podido aumentar considerablemente la explotación de la clase obrera y robarle una mayor parte de su trabajo.

Para los trabajadores este periodo ha sido un desastre. Por un lado, un número creciente de ellos ha sido reducido al paro, solo tiene poco o ningún ingreso y vive en los márgenes de la sociedad. Por otro lado, la vida de los que tienen un empleo está marcada por el sobretrabajo, el cansancio, las enfermedades crónicas y los accidentes, así como por la inseguridad y el miedo que nacen de la amenaza permanente de perder su sostento - amenaza que los patronos ejecutan cuando les conviene.

Productividad y promesa de una vida mejor

El aumento de la productividad no es una calamidad cuando corresponde a una racionalización de la producción y a la introducción de nuevas máquinas más eficaces. En realidad, una productividad incrementada podría no solo elevar el nivel de vida del conjunto de la sociedad, sino también liberar a la humanidad de las tareas más penosas. A finales del siglo XIX, los obreros que trabajaban doce horas al día y seis días a la semana encontraron la manera de movilizarse y de organizarse con el fin de llevar a cabo la larga y difícil lucha por la jornada de ocho horas y, más tarde, por la semana de cuarenta horas. La consigna de los obreros de entonces era ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño, ocho horas de tiempo libre. Estas luchas de la clase obrera le permitieron arrancar una reducción de las horas de trabajo e imponer un mejor nivel de vida. Y librando estas luchas, consiguió crear y hacer crecer potentes sindicatos.

Hoy, la productividad es muy superior a lo que era hace cien años. Esto significa que se podría reducir más la semana de trabajo, a la vez que se aumenta el nivel de vida. No hay razón para que en el siglo XXI los trabajadores estén todavía encadenados a su lugar de trabajo. Podríamos tener jornadas y semanas de trabajo más cortas, vacaciones más largas, más tiempo libre para la familia, los amigos, el ocio y demás ocupaciones- en otras palabras más tiempo para vivir bien.

Pero para alcanzar este objetivo, la clase obrera debe luchar con el fin de tomar el control de las riquezas cada vez mayores creadas por su trabajo. No debe dejar que los capitalistas engullan beneficios cada vez más enormes en detrimento de sus condiciones de vida y de trabajo. Estos beneficios, son los trabajadores los que los han vuelto posibles, los que han producido el excedente que origina las inversiones y los que han elaborado las ideas y las técnicas que vuelven el trabajo más eficaz. Les toca por lo tanto a los trabajadores sacar provecho de ello.

La posición de los sindicatos

En su informe sobre la "revitalización" de la industria americana, AFL-CIO afirma con orgullo que "los obreros de la industria americana son los más productivos del mundo". Pero recurrir a este argumento no le sirve para alentar los trabajadores a que obtengan una mejor repartición de los frutos de su labor, a que luchen para trabajar menos y ganar más. Al contrario, AFL-CIO solo utiliza este argumento para difundir la idea de que las empresas americanas no son competitivas en el "mercado mundial". Según ella, las empresas americanas "están desfavorecidas con respecto a sus competidores por numerosas razones, especialmente impuestos y prácticas comerciales abusivas, un dólar sobrevalorado, demasiado débiles incitaciones a la inversión, un gasto de cuidados sanitarios superior al de las empresas extranjeras que se benefician por otro lado de subvenciones por parte de su gobierno".

En otras palabras, AFL-CIO pide al gobierno que incremente sus subvenciones a las empresas y que multiplique las exoneraciones fiscales y demás formas de "incitación a la inversión" que ya reciben - y que serán pagadas por un aumento de los impuestos de los trabajadores. Por otra parte, cuando AFL-CIO pide a los trabajadores que vuelvan "su" empresa más competitiva, los incita ni más ni menos a trabajar todavía más en nombre de la productividad.

En su informe, AFL-CIO dice implícitamente lo que los dirigentes sindicales dicen claramente "a su propio patrón". Hemos podido constatarlo recientemente cuando el vicepresidente de UAW, Nate Gooden, se ha dirigido al congreso anual del Centro de formación nacional de UAW-DaimlerChrysler, que reunía a los representantes del sindicato y de la dirección en el hotel Bally's de Las Vegas (una ciudad evidentemente toda indicada para este tipo de reunión). Según él: " Estamos metidos en una guerra mundial. Si hacemos los esfuerzos necesarios, podemos cambiar el curso de las cosas y convertirnos en el número uno de una economía globalizada... Haremos lo mejor que podamos, y esto significa que cada uno de los que están aquí presentes debe enfrascarse en el tajo para hacer despegar la empresa".

Esto implica cierto número de sacrificios, añadía Gooden : "Hemos tenido que suprimir empleos... Muchas personas han sufrido por ello, pero hemos sacado de apuros a una mayoría de nuestros hermanos y de nuestras hermanas al tiempo que salvábamos Daimler-Chrysler".

Las declaraciones de Gooden pueden parecer groseras, pero reflejan perfectamente la política del aparato sindical que alienta a los trabajadores a que hagan sacrificios para el bien de "su" empresa. Incluso si eso significa que algunos trabajadores van a "sufrir", como dice Gooden, la empresa y los sindicatos " sacarán de apuros a la mayoría " de los trabajadores. Es este tipo de razonamiento el que ha hecho pasar los efectivos de Chrysler de 120 000 en 1979 a unos 60 000 trabajadores hoy en día.

La mayor parte de los contratos firmados hoy a nivel nacional y local entre patronos y sindicatos conllevan importantes supresiones de empleos. En el sector automóvil, los últimos contratos firmados por UAW preveen la supresión de unos 38 000 empleos, víctimas del aumento de la productividad y de los acuerdos empleadores-sindicatos. Casi todos los contratos firmados, en la totalidad de los sectores industriales, contienen semejantes disposiciones y autorizan implícitamente o explícitamente las empresas a reducir los efectivos.

A nivel local, los aparatos sindicales permiten a los patronos suprimir las pausas de los trabajadores. Un reciente acuerdo firmado por el sindicato UAW de la empresa de camiones DaimlerChrysler de Warren (Michigan) autoriza a la dirección a reducir el tiempo de descanso de 46 a 24 minutos y el tiempo del almuerzo de 30 a 20 minutos. Este retroceso resulta un poco compensado por el hecho de que el descanso para el almuerzo está pagado de ahora en adelante cuando no lo estaba antes, pero esto significa de todos modos que los obreros tienen menos tiempo para descansar. Y esto permite a la dirección que la empresa funcione veinticuatro horas al día.

La reducción de los descansos es también una manera de incrementar el tiempo de trabajo, lo que se traduce por supresiones de empleos. Este tipo de acuerdos permite a la empresa optimizar el funcionamiento de una fábrica e imponer una flexibilidad que le dará la posibilidad de cerrar otra empresa más tarde.

Un poco de deslocalización, mucha externalización

Todo indica que es el incremento de la carga de trabajo el que suprime empleos. Sin embargo, los dirigentes sindicales siguen diciendo que es la "deslocalización" en el extranjero la que suprime los empleos de los trabajadores americanos. Veamos lo que ocurre. Es verdad que este fenómeno se desarrolla, pero se desarrolla sobre todo en el interior mismo de Estados Unidos. Cada vez más empresas en las que los salarios son relativamente elevados confían su producción a otras empresas donde los sueldos son inferiores. Los patronos de las grandes industrias venden o subcontratan la fabricación o el montaje de algunas piezas a filiales o a empresas exteriores donde los salarios y los beneficios sociales son menos elevados. Dentro de las empresas, la limpieza, el mantenimiento y el control de la producción se ven a menudo subcontratados a empresas cuyos empleados están peor pagados.

Esta "externalización" puede incluso tomar formas extremas, como lo muestra un contrato recientemente firmado por el sindicato UAW y la dirección de la empresa de montaje de jeeps de DaimlerChrysler en Toledo (Ohio). Según el acuerdo, los talleres de carrocería y de pintura, donde trabajaban hasta ahora obreros contratados por Chrysler, serán confiados a una empresa "exterior" que hará el trabajo en el mismo lugar, con una mano de obra peor pagada y que podrá aumentar con más facilidad la carga de trabajo.

Este tipo de externalización se traduce la mayoría de las veces por supresiones de empleos. Además contribuye a mantener el círculo vicioso de los despidos y de la competencia de una parte de los trabajadores contra la otra, es decir exactamente contra lo que los sindicatos están obligados a luchar. Es esta competencia la que hace bajar los salarios y dispararse los beneficios de las grandes empresas. Sí, la competencia existe, pero se trata primero y ante todo de la competencia entre obreros que los patronos han conseguido imponer aquí, en Estados Unidos, para hacer bajar los salarios.

Al señalar con el dedo el extranjero, al utilizar argumentos patrióticos y chovinistas, los aparatos sindicales desmovilizan a la clase obrera y la alejan de las luchas a llevar a cabo. Convencer a los trabajadores de que su empresa no puede luchar contra la competencia extranjera, es convencerlos de que deben ayudar su empresa a ser competitiva, aceptando salarios más bajos y una carga de trabajo más pesada.

Cierto número de empleos se han ido al extranjero, es verdad. Es difícil dar una cifra, porque el gobierno no dispone de estadísticas sobre este asunto. Pero ciertos economistas estiman que ello solo representa una fracción mínima del total de empleos suprimidos cada año. Y además, no habría que olvidarse del fenómeno inverso. Los capitalistas extranjeros construyen también fábricas en Estados Unidos. En el sector automóvil, por ejemplo, Toyota, Honda, Nissan, Mitsubishi, Mazda, Mercedes, BMW tienen todos cadenas de montaje, cuando no verdaderos complejos industriales en este país.

Pero poco importa el número exacto de empleos perdidos por culpa de la competencia extranjera y de las importaciones, es despreciable comparado a los 25,5 millones de empleos que habrían sido conservados si los capitalistas no hubieran reducido los efectivos como lo han hecho desde hace veinticinco años.

De hecho, si la clase obrera luchara para controlar las riquezas cada vez mayores que produce y utilizarlas en beneficio suyo, habría trabajo para todo el mundo.

Trabajo para todos

Ese es el problema. Y es esa lucha la que habría que llevar a cabo. Los patronos y las empresas no están en un atolladero o amenazados de bancarrota como los sindicatos y la patronal quisieran hacernos creer. No, son cada vez más ricos. Y lo esencial de sus riquezas ha sido creado aquí, en Estados Unidos.

La clase obrera tiene la posibilidad de tomar el control de las riquezas cada vez mayores que crea con su trabajo y de utilizarlas en beneficio suyo. Luchando contra el robo descarado de los frutos de su trabajo por la burguesía, la clase obrera estaría en medida de darle trabajo a todos.

18 de abril de 2004

1