Las elecciones presidenciales y más allá: sólo la clase obrera consciente puede hacer frente a las amenazas

Textos del semanario Lutte Ouvrière - 13 de abril de 2022
13 de abril de 2022

El duelo Macron/Le Pen, tras la primera vuelta, parece una repetición del de 2017. No lo es. Los actores son los mismos, pero no necesariamente el escenario.

Entre las elecciones presidenciales de 2017 y este año, la crisis de la economía capitalista se ha agravado. La situación de las clases populares ha empeorado, incluso en los países imperialistas ricos, a pesar de los gestos de caridad estatal. En los países pobres se hace insoportable, viéndose abocados a la hambruna.

A los lejanos ruidos de sable, se sumó la guerra entre Rusia y Ucrania, haciendo tangible la amenaza de una conflagración mundial. Esta guerra ilustra el estado de las relaciones internacionales.

La sociedad capitalista se convierte cada vez más en un barco a la deriva sin que nadie controle su rumbo. Los dirigentes políticos de la burguesía imperialista que domina el mundo no ven ninguna salida. Cada decisión que toman crea un nuevo problema en vez de resolver el anterior.

Un sistema político tambaleante

En Francia, hace tiempo que se acabó la apacible alternancia izquierda-derecha. Antes de su primer quinquenio, Macron pretendía dar solución a la crisis de confianza en la democracia parlamentaria con su famoso "ni izquierda ni derecha". Ahora nos está sirviendo el mismo guiso con "todos nosotros". ¡Suena manido!

Aunque haya salido vencedor en la primera vuelta, Macron no debe creérselo. Incluso desde la altura de la estatura jupiteriana que trató de forjarse al principio de su quinquenio, no puede ignorar el odio que ahora despierta en las clases populares. De ahí su frenética agitación para intentar consolidar su electorado. En cuanto al provocativo anuncio de la jubilación a los 65 años, ha sido simplemente un gesto para complacer a la derecha antes de la primera vuelta. A continuación, para la segunda ronda, realizó un giro de ciento ochenta grados, sugiriendo que estaba dispuesto a retroceder...

No se trata de un mero acto de malabarismo electoral, ni de la expresión de la inconstancia de un hombre. Es la expresión del fracaso de todo un sistema político.

La democracia parlamentaria burguesa es cada vez menos creíble en su cometido de ocultar los antagonismos entre una minoría de explotadores y una mayoría explotada mediante la ilusión de que los ciudadanos tienen el control de su destino a través del voto.

Sin embargo, las ilusiones electorales no han desaparecido. Están cambiando de forma. Como lo demuestra el incremento de la abstención de elección en elección, cada vez, éstas, tienen menos atractivo. No obstante, los que siguen acudiendo a las urnas lo hacen cada vez menos con la convicción de que pueden cambiar la vida con una papeleta. Lo hacen para emitir un voto que creen útil para evitar que la vida sea aún peor y también porque no ven otra salida. Como reflejos pasivos y distorsionados de la lucha de clases, las ilusiones persistirán mientras la lucha real de las clases oprimidas no tome el relevo de este sustituto.

El desplome del PS (Partido socialista) y de LR ("Les Républicains", partido  de la derecha clásica)

La principal constatación de la primera vuelta de estas elecciones es el desplome tanto del PS como de LR, los dos principales partidos de la pasada alternancia. La casta política busca febrilmente nuevos resortes para conseguir perennizar un sistema del que dependen sus cómodos sueldos y su influencia más o menos grande en la vida social. Los cenáculos políticos de la burguesía, principalmente aquellos cuya estrella ha retrocedido en la primera vuelta, ya crujen con proyectos de "reconstrucción", de "reestructuración", con vistas a las elecciones legislativas de las que dependen varios centenares de puestos de diputado y, más allá, varios miles de puestos en los diferentes niveles de las instituciones electivas.

Mientras la economía funcione y se obtengan beneficios, la pérdida de credibilidad de estas instituciones electivas de la democracia parlamentaria burguesa no tiene por qué preocupar a la gran burguesía. El hecho de que millones de votantes, en su mayoría los más pobres — ¡12 millones en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales! — se mantengan al margen de las elecciones no es sino la réplica de facto del sufragio censitario de antaño.

La evolución del parlamentarismo burgués en los países imperialistas hacia el autoritarismo comenzó mucho antes de la crisis sanitaria de la Covid y de la captación de mentes al comienzo de la ofensiva de Putin contra Ucrania. Pero ambas han servido de pretexto a los gobernantes para acelerar aún más las cosas.

La burguesía francesa parece reticente, según los periodicos que reflejan mejor sus intereses, ante las posibles consecuencias de la llegada de Le Pen a la presidencia, especialmente por su actitud ante Europa, su demagogia soberanista excesiva en una economía globalizada, etc. Pero se trata de dificultades superables para la burguesía, sobre todo porque Marine Le Pen no necesita demostrar su lealtad fundamental a los intereses de la clase dominante.

La alternativa del recurso a la fuerza

La agudización de la crisis y su durabilidad pueden cambiar la actitud de la burguesía. Y si su casta política se muestra incapaz de garantizar la estabilidad mediante ilusiones electorales, buscará una solución recurriendo a la utilización de la fuerza bruta. La cachiporra podría entonces dejar de estar en manos de las fuerzas del orden "legales" y, en caso de movimientos sociales, éstas podrían ser complementadas por auxiliares de la extrema derecha.

La progresión de esta última en el terreno electoral no anuncia necesariamente por sí sola la inminencia de acciones violentas. Pero prepara las condiciones para ello. Puede dar apoyo popular a la violencia fascista. El aspecto más catastrófico para el futuro es el hecho de que el electorado de la clase trabajadora se está decantando por el RN (el partido de Le Pen, "Reagrupamiento Nacional") para expresar su odio a Macron. Este voto de la clase trabajadora a favor del RN es el resultado final del electoralismo. El declive de la conciencia de clase lleva a los oprimidos a movilizarse detrás de sus peores enemigos.

Las referencias de la dinastía Le Pen (Argelia francesa, sus masacres y torturas, la OAS, un anticomunismo visceral) no son anecdóticas. La táctica de blanqueamiento de la hija es una opción para intentar llegar a la cima del Estado por la vía legal. No significa renegar de la filiación con el padre.

En el electorado de Le Pen, acrecentado por el de Zemmour, hay una profusión de grupos o tendencias de extrema derecha; desde grupos abiertamente fascistas hasta fundamentalistas católicos, pasando por toda una variedad de teóricos de la conspiración. El recrudecimiento de la crisis, involucrando en arrebatos de ira a todos aquellos para los que la caridad estatal no compensa las pérdidas, puede hacer que algunos de ellos, por ahora pasivos, pasen a la violencia activa.

Las personas para dirigirlas ya existen, aunque sólo sea dentro de la policía y del ejército. Ya hablan, cuando se les da la oportunidad, mediante una serie de oficiales superiores retirados. Un sondeo en el seno de la gendarmería, realizado por una revista especializada, ha revelado que Zemmour se sitúa en cabeza (42% de los votos) dentro de este cuerpo represivo. Le Parisien, analizando las papeletas de los dos colegios electorales del distrito militar de Satory, publicó el 12 de abril el siguiente titular: "En Satory, el tándem Le Pen-Zemmour da en el clavo". Sus resultados combinados superan el 55%. Los ciudadanos son iguales en las urnas. En cambio, los votantes militares tienen armas y están acostumbrados a manejarlas.

Macron, falsa barrera contra la extrema derecha

La más engañosa de las promesas de Macron es cuando afirma que detendrá el ascenso de la extrema derecha. Es Macron quien estará bajo la presión de la extrema derecha, no al revés. Y sobre todo porque, aun cuando la burguesía no necesite o no necesite todavía auxiliares fascistas para el aparato del Estado, esta no permite que ninguno de sus funcionarios políticos toque al ejército o a la policía, el brazo armado de su poder, a pesar de que estos alberguen en su seno una franja fascista.

¿Quién puede garantizar que un fracaso electoral de Marine Le Pen no será un factor que impulse a esa franja de la extrema derecha que no se ve sufriendo un nuevo quinquenio macroniano? Aunque la iniciativa tomada por dicha franja no corresponda inmediatamente a la opción elegida por la gran burguesía.

Basta con recordar la aventura de la OAS y el golpe militar de Salan y compañía, perpetrado en nombre de una Argelia francesa, contra un De Gaulle que representaba la opción política de la burguesía francesa de la época, deseosa de poner fin a la dominación colonial en Argelia.

El proletariado se enfrentará entonces a una amenaza mucho más amplia y violenta que la que pesa sobre sus únicos intereses materiales. Hay momentos en los que la lucha de clases une en un solo conjunto la defensa de los intereses materiales de los trabajadores y sus intereses políticos. Y, en estas circunstancias, no pueden contar con los partidos de la burguesía para iluminarlos, ni tampoco con quienes se reclaman de la izquierda y que ya se refugian detrás de Macron, esperando encontrar protección.

La necesidad de un partido obrero revolucionario se hace vital. Estar en el campo de los trabajadores no es lamentarse de su suerte, y menos aún aconsejar a los trabajadores que confíen en sea cual sea el partido de la burguesía, sino prepararlos para organizarse y luchar.

Georges KALDY