La ex-Unión Soviética y su evolución

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enero 1996

En Rusia, a pesar de las oscilaciones relacionadas con la crisis de sucesión de un Yeltsin de salud delicada, a pesar de los avatares causados por oscuras intrigas en los altos mandos, lo que ha destacado del pasado año no han sido los cambios sino el mantenimiento del caos político, militar y económico.

Lo que antiguamente era la URSS no ha salido todavía del proceso de descomposición de la realidad política y social, nacida de la revolución proletaria de 1917 y profundamente alterada por la degeneración burocrática, que Trotski ha caracterizado con el término de Estado obrero degenerado. Este proceso de descomposición se había iniciado durante la época de Brejnev mucho antes de su muerte en 1982. Pero su fallecimiento y la crisis de sucesión que hubo a continuación aparecieron como el punto de partida de esta descomposición, aunque las crisis anteriores hubieran sido también otras etapas del mismo proceso. Esta crisis de sucesión, prolongada como tal por los intermedios Andropov y Chernenko, no se resolvió con la llegada al poder de Gorbachov en 1985. Este último intentó asentar su poder buscando el apoyo de ciertas capas de la burocracia, con la "perestroika" y la "glasnost", pero fué desbordado por más demagógico todavía que él.

Las luchas políticas en la cumbre y la demagogia basada sobre las aspiraciones y los deseos de numerosas capas de la burocracia, han desatado fuerzas políticas, relativamente contenidas hasta ese momento y que emanan de la burocracia misma. Los enfrentamientos públicos o las combinaciones ocultas de estas fuerzas, asentadas la mayoría de las veces sobre feudos locales y que sólo estaban aliadas en el rechazo del poder central, son los que han provocado la dislocación de la URSS y que han marcado su historia política en esta última década.

La dictadura burocrática - en su variante dura bajo Stalin como en sus distintas modificaciones posteriores - tenía como razón de ser fundamental la preservación de los privilegios de la burocracia contra la clase obrera y, en caso de necesidad, contra la burguesía. Sin embargo, esta dictadura pesaba sobre la burocracia misma. Esta burocracia, tanto su componente que participaba al poder estatal como la que estaba encargada de la gestión de la economía, no estaba compuesta, desde hacía tiempo, por esos "duros arrivistas", sin duda "habiendo sentado la cabeza, ablandados e instalados" pero todavía "propensos a pensar que "la revolución, somos nosotr, de los cuales hablaba Victor Serge en los años treinta. Por su modo de vida, su mentalidad y sobre todo por sus aspiraciones, la burocracia de la época de Brejnev, e incluso de sus predecesores, se parecía a la pequeña burguesía o a la burguesía occidental. De vez en cuando, tránsfugos pasaban al Oeste revelando tal mentalidad. De manera totalmente natural, la demagogia de Gorbachov, que ensalzaba las palabras "libertad" y "democracia" contra sus rivales de la panda brejneviana, y después la de Yeltsin, que preconizaba la autonomía de los poderes locales y el restablecimiento de la propiedad privada y del capitalismo frente a Gorbachov, han hallado un amplio eco en el conjunto de la burocracia. Pero, de manera totalmente natural también, cada fracción de la burocracia ha interpretado estas nociones para su propio uso. Si, desde el principio del proceso, una parte de la burocracia era movida por la voluntad de restablecer el capitalismo - lo cual es una muy lejana aspiración, aunque ha tenido poca posibilidad de desempeñar ese papel bajo la ley de acero de la dictadura stalinista - la casta burocrática tenía sobre todo en común la voluntad de acaparar lo más libremente posible la mayor cantidad de superproducto social. Pero hay muchas maneras de hacerlo, y la idea que cada uno se hacía de este acaparamiento dependía de su posición, de sus relaciones y de sus posibilidades.

Desde estos últimos diez años, el juego de las fuerzas políticas que emanan de la burocracia, y que casi todas se reivindicaban de la democracia al principio, no ha desembocado en una forma nueva, democrática, del poder de la burocracia, sino que ha conducido a la dislocación del poder y a la parálisis del Estado. El desmembramiento del poder de Estado en feudalismos burocráticos ha tenido consecuencias catastróficas en la economía, más aún al estar estatalizada e hipercentralizada.

El balance de la década transcurrida desde los principios de la perestroika es desastroso para lo que fué la URSS. La Unión Soviética, como entidad estatal única, ha dejado oficialmente de existir en diciembre de 1991. La quincena de Estados que de ella proceden siguen descomponiéndose en su mayoría. La URSS, bajo la dictadura burocrática, había sido una vasta prisión para los pueblos. Pero su descomposición no ha traido en absoluto la libertad, sino solamente el poder de mafias, de reyezuelos locales y, en algunas regiones, guerras civiles tan sangrientas como estériles - sin mencionar la guerra de represión llevada a cabo en Chechenia. Las elecciones - de las cuales por cierto los dirigentes de ciertos Estados ni se encargan, a no ser que sea de forma stalinista - no sirven más que para consagrar, bajo varias etiquetas políticas, los mismos notables políticos que en la llamada era soviética.

El balance es particularmente desastroso a nivel económico.

Por muy poco fiables que puedan ser las estadísticas publicadas sobre la situación económica de Rusia, éstas indican desde 1989 una regresión incesante. El producto interior bruto de 1995 no estaba más que al índice 60 con respecto al de 1989. Pero la regresión es en realidad mucho más grave. La producción de muchos de los bienes manufacturados o de los productos agrícolas (carne, por ejemplo) se ha dividido por dos o más. Esta caída se ha visto "compensada" en las estadísticas expresadas en valor, por el crecimiento del terciario. Este último comprende el volumen de negocios de oficinas financieras o de sociedades de seguridad y los gastos permitidos por el enriquecimiento de una pequeña capa de empresarios sin escrúpulos, además de la "actividad" de su domesticidad.

Significativas son también las cifras citadas en ciertas publicaciones económicas que comparan el producto interior bruto por habitante en Estados Unidos y en lo que fué la URSS.

En 1975, el producto interior por habitante de esta última habría culminado a 42% del de Estados Unidos. Hoy alcanzaría menos del 20%, es decir a un nivel cercano del de 1928. Estas cifras valen lo que valen. Dan, sin embargo, una idea de la inmensidad de los daños causados por el pillaje de la burocracia, que, en algunos años, ha aniquilado los progresos realizados en medio siglo de economía planificada, permitida gracias a los aportes de la revolución proletaria de 1917. Y eso a pesar de que la planificación estuviese paralizada, malversada y esterilizada por una gestión que tenía que encubrir las malversaciones de la burocracia.

Al principio de la década transcurrida, los dirigentes del poder central de la burocracia afirmaban querer "reformar la economía socialista" eventualmente cediendo a las empresas privadas un lugar de mayor importancia. Después de la victoria de Yeltsin, cambiaron todavía más de lenguaje para proclamarse totalmente a favor del restablecimiento de la propiedad privada y del capitalismo. Estas declaraciones provocaron entonces el entusiasmo de Occidente ( por cierto, además de su uso demagógico interno, estaban sobre todo destinadas a esto). Yeltsin, este aparachik de alto rango de la dictadura burocrática, no ha cesado jamás desde ese momento de ser sostenido en Occidente. Considerado como principal garante de la evolución hacia el capitalismo, fué presentado también, como el pilar de la "transición democrática", incluso cuando sometió el Parlamento a tiros de cañon - ni más ni menos legítimamente elegido que él mismo - o cuando sus bombarderos transformaron la capital de Chechenia en un montón de ruinas.

Los comentadores anunciaron entonces una marcha rápida sino alegre hacia la economía capitalista. Pero, entre las intenciones proclamadas y los actos se encontraba un poder central cada vez más descompuesto, incapaz, no sólo de hacer aplicar sus decisiones sino incluso de tomarlas coherentes.

Con el lanzamiento en 1992 de lo que fué entonces presentado por sus promotores (Gaidar, Chubais, etc.) como la primera fase de la privatización total de la industria, las decisiones esperadas por los representantes de la burguesía internacional parecían haber sido tomadas por fín. Esta primera fase aspiraba, sustancialmente, a transformar las empresas del Estado en sociedades por acciones que obedezcan al derecho privado. Debía de sucederle una segunda fase, destinada a asegurar el funcionamiento de la economía sobre bases capitalistas. Pero la contrarevolución social y su objetivo, la transformación en sentido inverso de la economía, se han revelado mucho más difíciles y mucho más lentas en este inmenso país - cuya industria se ha desarrollado sobre la base de la planificación estatal - de lo que esperaban los más obstinados promotores en Rusia o en Occidente. Si la primera fase ha transformado efectivamente el estatus jurídico de la mayoría de las grandes empresas del país - pero no de todas, ni mucho menos - la segunda fase no avanza practicamente nada. La planificación ha sido destruida pero sin que el mercado la sustituya. Han aparecido formas de organización económicas híbridas, y, en vez de constituir etapas de una transición, parecen haberse estancado. Durante estos dos últimos años, la economía se hunde más de lo que se transforma.

Los estudios más recientes sobre el tema indicarían la repartición siguiente de las acciones de empresas privatizadas : 43% en manos de los empleados, 17% pertenecientes a la dirección de las empresas, 11% al Estado y 29% a propietarios exteriores a la empresa (incluidos los fondos de inversión cuya mayor parte pertenece a bancos públicos o a organismos parapúblicos). Aunque "accionarios mayoritarios", los trabajadores no tienen más medios para influenciar "su" empresa, ahora privatizada, de los que tenían antes sobre el Estado cuando, según la fraseología stalinista, éste les pertenecía enteramente. Sus cuotas sirven solamente para consolidar el poder de los burócratas que dirigen las empresas. Y en muchas regiones, la participación del Estado se ha convertido en participación de las autoridades locales (regionales o municipales ), relacionadas ellas mismas con los dirigentes de las empresas.

Por lo tanto, la primera fase de la privatización ha dado sobre todo medios jurídicos a las camarillas burocráticas locales para deshacerse legalmente de todo control del poder central. Pero les sirve también, y cada vez más, para asegurarse el control de "su" empresa frente a la penetración de capital - otro que no sea minoritario, es decir relegado al papel de proveedor de dinero en efectivo - que podría poner en peligro su dominio. La mayoría de las empresas, la fracción decisiva para la economía, depende de feudalismos burocráticos

El capital ruso es demasiado débil para que su inversión sea predominante y los nuevos ricos prefieren exportar el dinero de sus exacciones. En cuanto al capital extranjero, no hay precipitación a la hora de invertirlo. Paraíso quizás para empresarios sin escrúpulos que buscan ocasiones de ganar mucho y rápido, Rusia sigue sin ser un campo de inversiones para el capital industrial o incluso comercial. El volumen de inversiones permanece muy por debajo de las realizadas en algunas de las ex- Democracias populares, de tamaño y de riquezas claramente inferiores

El hecho de que el capital occidental no haya sido invertido masivamente es debido a la situación financiera internacional. Efectivamente, hoy en día, el capital mundial se invierte poco en la producción. Además nos encontramos en una época de concentración de capital en el interior mismo de los bastiones imperialistas. Pero en lo que respecta a las inversiones en Rusia, la particular prudencia del capital es también debida a las condiciones generales, a la inseguridad, a la influencia de la mafia sobre paneles enteros de la economía, y a lo vago de la noción de propiedad misma - todos aspectos relacionados con la fragilidad del Estado central. En cuanto al débil capital de la clase rica - caracterización más exacta que la de burguesía autóctona, puesto que está tan poco relacionada con los medios de producción -, éste se orienta preferentemente hacia los sectores marginales pero rentables del comercio o de los servicios - cuando no se encamina hacia bancos occidentales.

La crisis de los impuestos que el Estado es incapaz de recaudar (anunciaba haber recibido el 60% este año pero parece que al final no son más que el 45%) revela la fragilidad del poder central frente a los feudalismos burocráticos, y contribuye a mantener esta fragilidad privando al Kremlin de medios para imponerse frente a los feudalismos locales.

Las autoridades financieras del mundo imperialista lo saben y si, durante la campaña para la reelección de Yeltsin, se han abstenido de todo gesto que hubiese podido fragilizar aún más el régimen, hoy expresan su inquietud delante de la inestabilidad creciente del país. Es invocando la incapacidad del régimen para reunir los medios financieros para llevar a cabo su política anunciada, que el FMI acaba de rechazar el desbloqueo de la cuota mensual de lo que se llamó, el pasado mes de marzo, su "préstamo histórico" de 50 mil millones de francos. Los institutos de cotación de riesgo, a uso de financieros internacionales y de Estados occidentales, han registrado esta situación. Después de muchos otros, el británico MIG ha situado recientemente Rusia en cabeza de los países a riesgo, mientras que la URSS, hasta 1991, tenía la cota de seguridad máxima ante tales organismos.

La primera fase de la privatización, lejos de impulsar una marcha rápida hacia una economía de mercado con libre circulación de mercancias y de capital, parece de momento engendrar evoluciones que se adaptan a las condiciones políticas, al desmiembre regional, y que éstos, a cambio, consolidan. Estas evoluciones mezclan los antiguos modos de funcionamiento de la economía planificada burocráticamente, espolvoreados con un poco de economía de mercado, y completados por una buena dosis de malversación.

Dada la fragilidad, sino la ausencia, de un verdadero mercado y la política de crédito fantasiosa del Estado, las grandes empresas que no tiene posibilidad de acceso al mercado internacional se ven cada vez más obligadas al trueque. El trueque representaría más de un tercio de los intercambios entre empresas. Además, muchas de las transacciones contabilizadas en dinero o en crédito estarían acompañadas de trueque. Para dedicarse a ello, las empresas crean de nuevo y de forma natural las redes establecidas en tiempos de la planificación que les servían para compensar su pesadez burocrática. La naturaleza misma de este tipo de intercambios, que necesitan relaciones de confianza y convergencia de intereses, favorece la aparición de asociaciones regionales. Según la riqueza de la región en industrias o en materias primas, según también su posición geográfica - la proximidad de una frontera o de un puerto facilita las ventas a cambio de divisas -, estas asociaciones suponen desarrollos distintos, incluso divergentes. Tienen como razón de ser principal el control de la burocracia local sobre la economía de la región, y por eso mismo, la de facilitar las malversaciones a su provecho. Pero esto crea una situación donde es la autarquía con respecto a otras regiones la que se generaliza y donde se refuerzan los poderes locales capaces de oponerse al poder central. La insuficiencia de los recaudos de impuestos, por ejemplo, no es solamente una situación casual. Las autoridades de algunas regiones se niegan oficialmente a pagar impuestos, argumentando con razón que el Estado central no cumple las obligaciones que le incumben (como, por ejemplo, el pago de sus funcionarios o el de sus facturas)

En todo caso, esta evolución refuerza las fuerzas centrífugas que no necesitan en absoluto para existir el soporte de un problema ético o nacional, real o fabricado.

Aunque se haya desmembrado y haya cambiado sus métodos, sigue siendo la burocracia, esa categoría social original nacida de la degeneración del Estado obrero, quién guarda el poder sobre trozos del aparato de Estado descompuesto y sobre una economía desbandada. Sus mudas sucesivas son quizás fases de su transformación en burguesía, pero esta transformación se encuentra lejos de estar realizada.

Los medios gangstero-especuladores relacionados con la burocracia, no pueden constituir un crisol del cual saldrá la clase capitalista rusa de mañana. La comparación con el desarrollo de la burguesía occidental entre el siglo XVI y el siglo XVIII no tiene ningún sentido. En esa época, la burguesía se ha enriquecido en mayor parte por el robo, el crimen y los genocidios, en detrimento del resto del planeta. Cierto. Pero los trust norteamericanos no provienen de la mafia incluso si algunos mafiosos se han reconvertido en capitalistas. La evolución de un capitalismo en Rusia no puede provenir de tal gangsterismo.

No obstante, la evolución no se ha acabado y resulta imposible preveer cuando y de que forma acabará. De momento, la situación económica parece orientarse hacia la balcanización del país en mini-Estados a merced de burocracias locales y de las rivalidades entre potencias imperialistas, con la regresión y la miseria que esto conllevaría.

La capa privilegiada, a la que le gusta hacerse llamar "nuevos rusos" y que se enriquece por el saqueo de los recursos del país o parasitando las empresas, no es un comienzo de burguesía a nivel de la potencia económica del país, sino que se trata de gusanos retorciéndose sobre su cadáver. Destruyen la producción y no son capaces de transformar su organización en el sentido capitalista.

Para la población, y en particular para la clase obrera, este caos económico-político significa la continuación de la caida del nivel de vida, y el crecimiento de la parte de la población que, según las autoridades rusas mismas, no dispone ni siquiera del mínimo vital. Significa también el resurgimiento de enfermedades infecciosas graves que no existían ya desde hace tiempo.

El verano pasado, el gobierno ruso se ha alegrado de haber prácticamente reducido la inflación al 0%, lo que le ha valido - pero era en período electoral - las manifiestas felicitaciones del FMI por haber cumplido sus compromisos por adelantado con respecto al calendario previsto. Pero este "éxito" ha sido obtenido con un remedio que ha empeorado la enfermedad, porque el Estado ruso, en suspensión de pagos virtual desde 1993-94, garantiza cada vez menos el mínimo de protección social anterior y paga con cada vez más retraso, o ni siquiera paga, lo que debe, empezando por los salarios y las pensiones. Numerosos trabajadores, incluso los profesores, los médicos, los investigadores y los jubilados que no reciben ni un duro desde hace meses, se ven obligados a buscar varios empleos. Y eso lo hacen confiando en que al menos un jefe no se haya llevado la caja ese mes, o que ésta no se haya desvanecido en las manos de burócratas que dirigen la ciudad, la región o ese sector económico.

Las demoras en los salarios se valoraban en febrero en unos 20 mil millones de francos, según el gobierno ruso, y alcanzaban más de 30 mil millones el verano pasado. Esta situación, debida tanto a la rapacidad de los burócratas como a la incapacidad relativa del Estado y de las empresas en pagar a sus empleados, no cesa de agravarse.

Frente a esta situación, los trabajadores llevan a cabo combates defensivos. En toda Rusia ( y también en Ukrania, Kazajstán, etc.), tienen lugar oleadas de huelgas a un ritmo sostenido. Este hecho, conjugado al caos generalizado, hace decir a algunos responsables del país, y en particular a Lebed, pero también a ciertos miembros del gobierno, que se acercan a paso rápido una catástrofe económica y una explosión social a la vez.

Los problemas de Rusia exigen una respuesta global, política y económica. Desde el inicio del largo proceso de descomposición, la clase obrera no se ha manifestado a nivel político. En los tiempos de la perestroika, la fraseología democrática y pro-occidental, de la que se han nutrido abundantemente la pequeña burguesía y la inteligencia, ha desorientado o engañado a la fracción politizada de la clase obrera. Desde entonces, incluso buena parte de esta pequeña burguesía que soñaba con un modo de vida a lo occidental se ha desilusionado. Lo mismo le ha pasado a la clase obrera, con muchísimo mayor motivo. Las elecciones no son más que termómetros, pero los progresos del PC, los resultados de su candidato Ziuganov en las elecciónes presidenciales de este año, han reflejado un rechazo masivo de la política de los actuales dirigentes rusos y de sus consecuencias.

Pero, ni en el fondo ni en la forma, el PC se ha diferenciado de lo que decía Yeltsin - y sus electores han votado menos "a favor" de Ziouganov que "en contra" de Yeltsin. Este resultado electoral ha permitido al PC obtener que los clanes en el poder le dejen un lugar algo mayor en las distintas instancias de este poder (así pués, el presidente PC de la Duma, junto a su homólogo de la cámara baja, y el primer ministro así como el jefe de la administración presidencial, acaban de entrar en el "Consejo" restringido encargado por Yeltsin de la administración del país durante su operación). Decepcionado, parte del electorado popular y obrero de Ziuganov parece pues trasladar sus esperanzas hacia Lebed, el nuevo demagogo, que sube en los sondeos. Aunque este aventurero consiguiera suceder a Yeltsin, nada de momento indica que, más que su predecesor, podría siquiera oponerse al proceso de descomposición del país. Para esto, ni la determinación, ni incluso el título de ex-general bien considerado por las tropas son suficientes, porque el ejército mismo está en estado de avanzada descomposición.

Por compleja y multiforme que sea la evolución de una sociedad descompuesta por la fragilidad creciente del Estado y el desmembramiento del poder, sigue siendo todavía el análisis y la caracterización legadas por Trotski los que aclaran mejor la realidad ex-soviética.

Este análisis y esta caracterización, donde la degeneración ocupa cada vez mayor lugar, siguen siendo no solo la expresión de una solidaridad con las generaciones que han defendido la herencia de la revolución proletaria de 1917 combatiendo el stalinismo, sino también una brújula para nuestros días.

Mantienen la idea de que la burocracia, que ha cavado la fosa de la revolución, su política y sus perspectivas desde su acceso al poder en la URSS, y no una burguesía autóctona por sí misma, es, desde hace varios años, no sólo la demoledora de todo lo que queda en el país de las transformaciones permitidas por la revolución, sino del país mismo. La única esperanza para el futuro reside en el retorno de la clase obrera a la escena política y social, con el objetivo anunciado de retomar entre sus manos las riendas de la ex-URSS.

Si la clase obrera retomara la initiativa política, debería tener como programa, en primer lugar, la socialización y la planificación de nuevo de la economía. Para ello, deberá hacer suyo en sustancia el Programa de transición. Deberá crear de nuevo juntas obreras democráticas, los soviet. Deberá expulsar los burócratas, cualesquiera que sean las etiquetas que lleven, para remplazar el poder político, localmente y a nivel nacional, por el de los soviet.

Deberá expulsar los burócratas que dirigen las empresas, cualquiera que sea la forma jurídica de éstas, para intaurar un verdadero control de los productores y de los trabajadores. Deberá evidentemente expropiar y controlar el comercio exterior para importar los bienes y los productos más útiles para las clases populares y para la producción agrícola e industrial. Y controlarlo también para exportar solamente lo más apropiado para pagar las compras indispensables.

Deberá poner fin al desmembramiento del país por los feudalismos burocráticos, y proponer la reunificación de la Unión soviética sobre la base del respeto democrático del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.

No sabemos evidentemente si, en las condiciones actuales de desmoralización y desorientación en Rusia, puede constituirse una fuerza política capaz de intervenir sobre la base de este programa. Pero, mientras la clase obrera no esté totalmente dislocada por el paro, infectada por el veneno de oposiciones nacionalistas, regionalistas o separatistas, mientras conserve la fuerza numérica que sigue todavía siendo la suya y siga concentrada en grandes empresas, fruto de la industrialización planificada del período anterior, este programa es necesario y possible. También corresponde a los intelectuales la tarea de comprender sus responsabilidades históricas y elegir su bando.