Francia - Primer balance de la gestión del gobierno socialista

Imprimir
Octubre - Noviembre - Diciembre

Después de más de cuatro meses presidiendo el gobierno socialista, Jospin sigue manteniéndose a un nivel honorable en los sondeos. Su predecesor, Juppé, pasado ese tiempo en Matignon, había empezado ya a bajar en picado en la opinión pública.

El gobierno socialista puede pués considerar que, de momento, se ha salido con la suya, después de la elección sorpresa de una mayoría de izquierdas. Pero esta situación representa una amenaza para la clase obrera y para la evolución de la situación política. Y las dos están relacionadas.

Los renunciamientos del gobierno son al fin y al cabo escasos, debido simplemente al hecho de que el candidato Jospin había tenido mucho cuidado en no hacer promesas que hubiesen podido comprometerlo con los trabajadores que forman la mayor parte del electorado de izquierdas. Incluso ha conseguido, en el tema de las 35 horas laborales por semana, dar la impresión de cumplir sus promesas... sin comprometerse realmente en nada, ya que en la cumbre entre el gobierno, la patronal y los sindicatos del 10 de octubre pasado, la promesa de hacer votar una ley de principio sobre las 35 horas para el año 2000 se veía moderada por la afirmación de que todo esto volvería a plantearse concretamente dentro de dos años, en función de la situación económica.

Además la patronal, al armar un escándalo (táctica conocida para obtener concesiones suplementarias), ha permitido al Partido Socialista y al Partido Comunista dar la impresión de llevar verdaderamente a cabo una política que se enfrenta a los intereses del gran capital.

Pero en cuanto se miran las decisiones concretas : abandono de los trabajadores de Renault-Vilvorde (cuya empresa ha sido cerrada tal y como la Dirección de Renault lo había decidido), la privatización de France-Telecom, la continuación de las medidas que preparan la de Air-France y la privatización de toda o parte de la SNCF, está claro que la política del nuevo gobierno se inscribe en la continuidad de la de sus predecesores.

En el proyecto de presupuesto de 1998, es cierto que hay algunas medidas que afectan ligeramente a los patronos y a los más ricos. Es que hacía falta encontrar la forma de equilibrar el presupuesto. Pero Jospin no ha puesto en tela de juicio el aumento de la TVA, decidido por la derecha, que amputa de 2 % el poder adquisitivo de toda la población, incluso la más pobre. Y tampoco ha tocado a lo esencial de los regalos hechos a través de la exención tributaria (un millón de francos por término medio para cada uno de ellos), con el pretexto de la creación de empleos en los DOM-TOM, a unos cuantos miles de pudientes que se han ofrecido un yate con su tripulación o una residencia con criados en las Antillas.

Y si el gobierno ha decidido limitar el número de beneficiarios de las prestaciones familiares, o reducir las ventajas concedidas a los que emplean personal doméstico para cuidar de sus niños, nada más el anunciar estas medidas ha desatado una reacción tumultuosa de los círculos patronales como de los políticos de derechas.

Por parte de los dirigentes del RPR o del UDF, quienes se echan para adelante en nombre de la familia, del ahorro y de la baja de impuestos - ¡ hay que atreverse ! - es de buena lid para intentar reaparecer después de la humillante derrota en las elecciones legislativas.

Pero los verdaderos problemas no tienen ni punto de comparación con la guerra de pacotilla parlamentaria. Se trata del porvenir político del país y de sus consecuencias para el mundo laboral.

Al seguir los pasos de sus predecesores, Jospin se condena a la misma impotencia que ellos con respecto al paro. Y debido a las mismas razones.

La lucha contra el paro exige medidas radicales. Exige que no se dude en sacar dinero de los beneficios patronales - que, recordémoslo, siguen incrementándose este año habiendo tenido ya el año pasado un crecimiento excepcional - tan ampliamente como se necesite para crear nuevos empleos o para repartir el trabajo entre todos sin disminución de salario. Exige una política que quiera ante todo salvaguardar los intereses de las clases trabajadoras como, más ampliamente, los de la aplastante mayoría de la sociedad (ya que no sólo los parados y sus familias tienen interés en que el paro se reabsorba, aunque esto represente de por sí mucha gente, sino también la aplastante mayoría de la sociedad).

Jospin lleva a cabo la política inversa, la que quiere ante todo salvaguardar los intereses de los grandes patronos. Una política que ha llevado, a lo largo de los años, a un desplazamiento considerable de la renta nacional de las clases trabajadoras hacia la burguesía, pero que no ha frenado ni siquiera el crecimiento incesante del paro. Una política que, al prolongarse, agrava la miseria material de una fracción considerable de la población.

Si nos referimos al proyecto de presupuesto para 1998, el gobierno cuenta con un nuevo crecimiento de la economía. Puede que esto ocurra, pero se trata sobretodo de un deseo piadoso, porque es algo que el gobierno no puede controlar en absoluto. En un pasado reciente, ha sido la economía americana quien ha alimentado las profecías optimistas. Pero el crecimiento económico no se propaga necesariamente como una epidemia de gripe : sobre todo sabiendo que el crecimiento que se ha visto en los Estados Unidos, por cierto muy relativo, ha tenido lugar en parte precisamente en perjuicio de potencias imperialistas rivales con las cuales la potencia norte-americana está envuelta en una guerra comercial cada vez más dura. Y lo que ha pasado con el crecimiento "milagroso" del Sudeste de Asia, después de la crisis monetaria devastadora que ha sacudido la región, demuestra que el desarrollo de la economía no es frecuentemente más que una fase muy provisional entre dos recesiones.

Incluso si hubiese un crecimiento de la economía en Francia, como lo profetizan algunas instituciones económicas, nada indica que se manifestaría por una disminución del paro. Mientras puedan, los patronos aumentarán la producción sin aumentar sus inversiones en máquinas o en bienes de equipo, y de todas maneras, sin contratar.

Las recriminaciones de la patronal en cuanto se hacen proyectos sobre la posibilidad de una ley-marco para la reducción de los horarios de trabajo son significativas. Los patronos ponen todo su empeño en salvaguardar y aumentar sus conquistas de los últimos años : poder poner a sus trabajadores en en ciertas ocasiones, imponer horarios alucinantes a otros, según las fluctuaciones de la demanda. Y antes de tener que contratar debido a un eventual incremento de la demanda en vez de imponer horas suplementarias, los patronos tienen un margen. Sin hablar siquiera de que, gracias a todos los logros obtenidos a su favor durante los últimos años, por culpa de la generalización de todas las formas de precaridad, los contratos serían de todas maneras contratos precarios. La disminución del paro a la que llevaría este aumento supuesto de la demanda sería una disminución precaria..

Si hubiera una mejora de la situación, el gobierno se encontraría quizás en buena posición ante algunas categorías sociales que podrían aprovecharla. Permitiría sin duda equilibrar más facilmente el presupuesto del Estado. Pero no existe ningún automatismo que asegure que conduciría a una disminución notable del paro y por lo tanto de la miseria.

Consecuencias políticas amenazadoras para la clase obrera como para toda la sociedad.

¿ La situación nó es peor con el gobierno de izquierdas que con los dos gobiernos de derechas que lo han precedido ? Cierto. Pero la diferencia, precisamente, es que se trata de un gobierno de izquierdas. Las consecuencias de los dos precedentes pasos de la izquierda por el gobierno, el primero de 1981 a 1986 con el PS y el PC juntos y después el PS solo, el segundo de 1988 a 1993, ya habían sido graves para la clase obrera. La política que había llevado a cabo la izquierda, las supresiones masivas de empleos, la congelación de los salarios y la disminución multiforme de la protección social, habían conseguido que lo esencial de la crisis lo soportaran los trabajadores. Lo cual había conducido a una degradación del nivel de vida de la clase obrera, pero también a su desmoralización, a su desorientación política.

Durante todo un período de tiempo, esta desmoralización ha sido un factor esencial de la disminución de la capacidad defensiva de los trabajadores frente a los ataques patronales. Todavía hoy, la clase obrera sigue pagando los efectos desmoralizadores del paso de la izquierda por el poder, de sus promesas traicionadas, de su servilidad ante el patronato en detrimento de los trabajadores. Y esta desmoralización ha tenido como consecuencias, a nivel político, la disminuición de influencia del Partido comunista pero también el crecimiento de la influencia y del peso electoral del Front national.

Pero las consecuencias pueden ser más graves hoy en día, aunque sólo sea porque esta situación está durando. La política de Jospin y de su gobierno no es ni mejor ni peor que la de Fabius, la de Rocard o la de los otros. Pero la influencia del Front national ya no es la misma. Un fracaso manifiesto del gobierno socialista, conjugado con el descrédito del RPR y del UDF, abriría un enorme camino al Front national.

Las elecciones parciales en distritos municipales, que han afectado a cinco distritos, y que se han desarrollado el día 21 de septiembre, se han destacado por la progresión, muy importante en dos de los casos, del Front national. En el distrito de Mulhouse-Nord, el candidato del Front national ha llegado en cabeza, y de lejos, con el 44,6 % de los votos. En el distrito de Blanc-Mesnil y en el de Epinay-sur-Seine, ambos en la región parisina, los candidatos del Front national han obtenido el 25,8 % y el 23,6 % de los votos respectivamente.

Se trata unicamente de elecciones parciales en distritos municipales. Pero dan indicaciones más reales que los sondeos e indican el sentido de la evolución.

De momento, el Front national sigue siendo un partido de extrema-derecha electoralista, como lo es también la agrupación de De Villiers, y como lo son igualmente el RPR y el UDF. Su estrategia visible está orientada hacia la conquista de posiciones electorales, en las municipalidades, en los "las diputaciones departementales" o en los "en las diputaciones regionales" y, al menos es lo que le gustaría al Front national, en el Parlamento y el Senado. Esta estrategia no excluye en absoluto las alianzas con el UDF o con el RPR - son ellos quienes, desde hace varios años, se niegan a toda alianza e incluso a acuerdos de renuncia. Han escogido diferenciarse de él, incluso en la segunda vuelta, para que los electores tengan que elegir entre ellos y el Front national.

Pero, entre los notables del RPR o del UDF, cada vez hay más que piden, abiertamente o hipócritamente, que se escoja la alianza. Las elecciones legislativas les han servido de escarmiento, puesto que el fracaso de la derecha ha tomado proporciones que ya conocemos, principalmente porque, en gran numero de casos, los candidatos del RPR o del UDF se han encontrado en la segunda vuelta, no solamente frente a un candidato de izquierdas, sino también frente a uno del Front national.

Al RPR y al UDF no les interesaba llegar a ningún acuerdo con el FN que les obligase a los unos o a los otros a desistirse a favor de su rival. Esto debido a que su peso electoral era superior al del Front national. Pero como este último no ha dejado de ejercer una influencia cada vez mayor, mientras que la coalición RPR-UDF perdía de la suya, la tentación es fuerte para los dirigentes de la derecha, cuyas preocupaciones son raramente las ideologías o los principios, de elegir la alianza y no la rivalidad. Y encima, después del fracaso electoral, la derecha necesita encontrar una consolación en las próximas elecciones regionales.

Desde que aparecieron las leyes sobre la descentralización, las regiones, con sus importantes presupuestos, representan en cierto modo una mina de oro además de relaciones con el patronato local. La tentación de crear una forma de alianza electoral con el FN para las diferentes elecciones de las futuras diputaciones regionales es debida a intereses materiales bien tangibles.

Se puede decir que cuantos más electores gana el FN, más consigue ejercer una presión sobre la derecha e, indirectamente, sobre toda la casta de los políticos.

Y aunque su influencia sólo se traduce en los resultados electorales, ejerce una presión cada vez mayor sobre la sociedad en sentido reaccionario. Esto representa un peligro para la clase obrera, porque se trata de presiones fundamentalmente opuestas a sus intereses.

Y la puerta queda abierta para la otra posible evolución, que está incluída en el carácter ambiguo del Front national. Si la crisis se agrava, si la situación social convence a la burguesía de que un partido fascista es necesario, y si al mismo tiempo atrae hacia el Front national no solamente a una parte de la pequeña burguesía arruinada, sino también a una fracción de los más pobres que, no teniendo ya nada que perder, estarían dispuestos a venderse, entonces Lepen y su partido serían los primeros candidatos.

Si esta situación apareciese, el gobierno socialista (sobre todo si hay ministros comunistas) constituiría un blanco a la vez que una forma de mobilizar las tropas fascistas, más allá del gobierno, contra la izquierda y contra la clase obrera.

Confiar al gobierno la lucha contra esta amenaza sería una ilusión porque hay una relación directa, palpable, entre la incapacidad voluntaria del gobierno en atacar al patronato para sustraer el dinero necesario para proteger a los trabajadores y a la sociedad en general del paro y sus consecuencias, y la creciente influencia del Front national. Sólo la reacción de la clase obrera, su combatividad tanto en lo que respeta a su situación material como a sus intereses políticos, podrían constituir el antídoto contra estas amenazas.

Nadie puede prever si la combatividad de la clase obrera se reforzará dentro de poco o si será en un futuro lejano. Pero lo que está claro es que no se puede confiar en las organizaciones sindicales para organizar la reacción necesaria. De momento, el PCF y la CGT no se manifiestan como frenos de la combatividad obrera, justamente porque en el contexto actual esta última no es muy grande.

La experiencia de 1981-84 ha servido al PC de escarmiento, puesto que en esa época el partido perdió gran parte de su base electoral. Acordándose de esta situación, no quieren aparecer como simples partidarios del gobierno "de izquierdas". Al contrario, su política actual pone de relieve que el gobierno no puede hacerlo todo y que "la gente" debe implicarse y resolver sus problemas ellos mismos. Pero el PC tiene mucho cuidado cuando dice esto, y no hace nada para organizar la intervención de los trabajadores.

Esta actitud cuadra muy bien con el ánimo de la mayoría de sus militantes, puesto que desconfían del partido socialista pero, al mismo tiempo, no pueden más que comprobar la desorientación de la mayoría de la clase obrera, desorientación que comparten con creces.

Pero justamente, si la combatividad de la clase obrera aumenta, la posición de las burocracias sindicales será mucho menos confortable, porque puede haber militantes del PC, de la CGT, y tambien del Partido Socialista, de la CFDT o FO, que se tomen en serio los propósitos de hoy en día sobre la necesidad de que "la gente" intervenga para cambiar la situación.

Los militantes obreros revolucionarios deben prepararse a esta perspectiva, esforzándose en el período actual en incrementar la confianza que les dan los trabajadores y militantes que los rodean.